Literatura
Pedro Olivella, el poeta en su elemento

El municipio de San Diego (Cesar) rinde tributo a uno de sus más destacados poetas. Pedro Olivella Solano, abogado y escritor nacido el 28 de agosto de 1967 (en San Diego), ha tenido un protagonismo determinante en la poesía del municipio y del departamento al ser uno de los fundadores del Café Literario Vargas Vila, un grupo de gran actividad literaria.
Pedro Olivella también se destacó en la región por su actividad creadora que le valió en 1985 el Concurso Nacional de Crónicas Espectadores 2000, convocado por el periódico El Espectador, con un trabajo sobre los indígenas Yukpas que viven en la Serranía del Perijá. También se destacó por ganar cuatro Premios Departamentales de Poesía en el Cesar (1988, 1992, 2007 y 2009) y una Beca de Creación con el Ministerio de Cultura (1995).
Del 21 al 23 de este diciembre su poesía será el centro de todas las atenciones. El Festival de la Poesía -que lo homenajea en San Diego (Cesar)- también indagará en su trayectoria y experiencia como escritor. A continuación, divulgamos algunos de sus poemas.
LA ABUELA TUPE
La abuela Tupe leía la piel viva de los animales. Descubría el eco del fuego en la ceniza y escuchaba la luz del porvenir. Dejaba gente pegada en los asientos y espantaba con su escoba a las malas vecinas. Olfateaba en la palma de la mano el rumbo de la lluvia y podía amarrar hombres con agua de tinaja.
La abuela Tupe me enseñó a ver los colores del relámpago, a criar peces en el agua de los cocos y a buscar la comba de los árboles.
Sus mejores palabras, me las dijo en secreto y en voz baja.
La abuela se murió; pero está viva y habla desde mi sangre.
LEANDRO DÍAZ
Es mentira el verde del árbol. Sólo su frescura incolora acoge el cansancio de quien tiene la vida en tránsito y conoce el rigor del verano que desnuda los bosques.
Es mentira el color del río. Sólo su murmullo cristalino penetra el oído de quien se nutre de su melodía y canta los sucesos del alma como agua de pozo profundo.
Es mentira la luz del sol. Sólo su cálido color abrasa la piel del incólume cardón en el extenso grito de arena.
Es mentira, también, la ebria alegría del canto. Sólo es cierto el dolor y la tristeza de su música.
CRISÓSTOMO RAMOS
Cuando Pichocho tocaba el tambor, Julia Padilla, flor del baile, aparecía entre la música: su cadera de agua encendía la cumbiamba.
La geometría del ritmo multiplicaba líneas en el aire. Las mujeres repartían guarapo de caña y prendían el tabaco con las estrellas.
El cuero del tambor parecía animal vivo, acosado por el galope de las manos. En el tronco de Volador cortado en la luna llena se repetían las palabras de leche que guarda la madera.
Cuando Pichocho tocaba el tambor, apagaba el ojo de luz de la lámpara en el estantillo. Julia padilla entendía la señal de este hombre vigoroso y se fugaba del ruedo hacia la noche, a esperarlo dispuesta atrás del patio.
MAMÁ NICHA
Mamá Nicha se sabía el desayuno de memoria. Recordada a prender el fogón con un lucero y a dejar por el camino de humo la huella olorosa de sus manos
(a sus hijos los cogía el día durmiendo en una hamaca). El reloj de café daba la hora en que se abría la puerta de la casa.
Mamá Nicha, era mi abuela india. Tenía olores de madre generosa, como de anís en arepa de queso. Vivió amarraba al fuego de la leña, multiplicando el pan en la cocina.
PanoramaCultural.com.co
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