Literatura
La novela no gana por nocaut, pero tampoco gana por puntos
Decía Cortázar que el cuento es una pelea que se gana por nocaut y que la novela se gana por puntos. Esa sentencia, con el perdón del maestro, siempre me ha generado más preguntas que respuestas. ¿Por qué un boxeador querría ganar por puntos si puede ganar por nocaut? O, puesto en términos literarios: ¿por qué escribir una historia en doscientas páginas si se puede despachar en veinte?
Si bien es cierto que el autor puede desarrollar el argumento* en pocas páginas (algunas veces en un párrafo), no puede crear atmósfera, construir escenarios ni darle profundidad a los personajes en un espacio pequeño. El novelista busca que el lector entre en el ámbito de la novela, que se arraigue en los escenarios y perciba a los personajes como humanos. El horizonte del lector debe reducirse a la escala de la novela, de tal suerte que los personajes se tomen por personas gracias a la acumulación de descripciones, acciones y diálogos. De igual manera, la contracción hace que las descripciones se transformen en espacios tangibles al punto que el lector siente el ruido, la temperatura y el olor del lugar.
Piense, por ejemplo, en “El amor en los tiempos del cólera”. Al comienzo se percibe a Florentino como un personaje flaco y melancólico. Pero García Márquez no se queda allí: da vueltas sobre él hasta que el lector deja de sentirlo como un personaje, incluso deja de asociarlo con personas conocidas, para transformarlo en un humano de carne y hueso. Pero tampoco se queda en este punto: hace que el lector sienta que Florentino es un amigo entrañable. Incluso un hermano. Por esa razón nos enfurecemos con los desaires de Fermina y nos conmovemos de la soledad en la que naufraga después de la muerte de Tránsito Ariza.
Esa alquimia no se alcanza en un puñado de páginas. Es un trabajo de sedimentación en el que el novelista se juega la fidelidad del lector. El objetivo no es depositar sin orden ni sentido. La trama es quien dispone del volumen de material, el número de repeticiones y la forma en la que se aplicará cada capa. La trama es una suerte de molde en el que se vacían los sedimentos. Si las capas son menores a las requeridas, la novela será débil y poco profunda: un cascarón que se romperá en la primera lectura. Si la cantidad de capas es superior a la requerida, la novela se transforma en un mazacote sin pies ni cabeza: un ladrillo al que no le entrará cincel.
El escritor, además de sedimentar, debe comprimir la realidad al perímetro de la novela. Esta compresión no va en detrimento de la veracidad. Piense que el movimiento de las estrellas y el tránsito de las hormigas están regidos por las mismas leyes: sólo varían las dimensiones, que son irrelevantes si todo se comprime en la misma escala. Si el universo se contrajera cien veces, nadie se daría cuenta porque todos nos contraeríamos en la misma escala. No variarían las leyes físicas, químicas, biológicas ni matemáticas. Ninguno de los dos universos (el normal y el comprimido) presentarían diferencias si se les contempla desde adentro. Incluso me atrevería a dar un paso más: si los universos se contemplaran desde afuera, no serían interesantes por su materia (porque están formados de la misma materia), sino por su forma. De igual manera la novela no cobra interés por la elección de los temas, sino por la manera en la que se abordan.
Retomando la frase de Cortázar, el cuento gana por nocaut porque no tiene otra opción: sólo tiene la historia sobre la que se desliza un puñado de personajes que no tienen la posibilidad de adquirir un volumen considerable por falta de espacio. El cuento es una pelea callejera en la que la historia aferra al lector del cuello y le propina una puñetera del primer al último párrafo. Es evidente que, si el lector se suelta, no habrá manera de retenerlo. Saldrá corriendo como alma en pena.
La novela, por el contrario, debe envolver al lector en una especie de sortilegio. Ella no golpea al lector en el primer párrafo; más bien le coquetea, le guiña el ojo, le susurra al oído, lo hipnotiza con su canto de sirena. Ese coqueteo es fundamental para que los ojos salten al segundo párrafo. Con la acumulación de páginas, el lector se irá envenenado por la saturación de descripciones, circunstancias, escenas, diálogos y todos los recursos que estén a la mano del escritor. Será un envenenamiento largo pero efectivo. En la última palabra, el lector, no sólo caerá rendido a los encantos de la novela, sino que estará enamorado de la toxina que el novelista le suministró con la pericia y precisión de un conspirador.
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*El argumento define Cuál es la historia y la trama Cómo se cuenta. El argumento sigue el orden cronológico de los sucesos. La trama, en cambio, obedece a necesidades estéticas y expresivas.
Diego Niño
@Diego_ninho
Sobre el autor
Diego Niño
Palabras que piden orillas
Bogotá, 1979. Lector entusiasta y autor del blog Tejiendo Naufragios de El Espectador.
2 Comentarios
1. No se sabe al fin si hay o no problema con la frase de Cortázar. El último párrafo lo valida de tal forma que no hay sentido del primero. 2. De lo que habla se llam ficción. Eso lo han trabajado tantos autores. 3. No hay tanta verdad e la concepción de la obra de Gabo
El último párrafo valida a Cortázar por completo.
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