Literatura
Luz de tinieblas musicales

Luz, antorcha del tiempo que agota mis ansias,
postrado estoy ante el altar de las notas amargas;
luz, arrancada del sueño oscuro;
luz, elevado vuelo…
conquistadora de espacios furtivos,
trascendida sombra.
Y el niño, furtivo irreverente, acopiando luz sonora
en el anaquel eterno,
a veces cautivo en la llaga de la especie.
Luego fue el regaño, la rodilla arrepentida…
y la promesa en el cuarto oscuro de las lágrimas.
Arroyo incomprendido, inmanencia de montaña y mar.
El tiempo, mi cómplice eterno, se detiene.
Negada toga, desnudez de ojos ignorantes,
relicario de tormenta brumosa,
excluyente del iris plasmado en la cresta de tu hoguera.
Sí, de tu hoguera, peluca de cirio incólume;
conjurador del rincón del tiempo indescifrable.
Altar donde arrinconaste el destello y el metal para la aldaba de los siglos.
Tijera y cuenca trasquilando la verdad sonora de tu frente,
congelada en el polvo gris de las bibliotecas.
Ajena angustia. Pan duro y cotidiano.
Fermento de hojarasca sin raíz, vociferaban
lanzando piedras al taller donde rielabas el lente
que mitigaría la herida encendida de la historia.
Gota de lumbre. Gota de tinta cifrando el universo,
plumazo de extendido aliento;
el gota a gota, la migaja, el pan, la roca cuerpo a cuerpo.
Razón y misión del nacimiento y los relojes.
Arrancando cimientes de los muros rasgados en tu pecho.
Lámpara de sonido puro, incansable escudriñador,
en la partitura eterna.
Elevado atril de voces infinitas.
Contrapunteo, sujeto y contra sujeto.
Luz y sombra, trenzada lucha claro oscuro, pan, hostia,
metal incomprendido.
Precariedad e hilacha en la mesa doméstica de los príncipes.
Concierto de incansable pulso, subsistencia ardua, fuga alada y luminosa,
Cristal preciso y sin maquillaje, hacia lo eterno.
Y la cantata, y el preludio y el motete
en la sastrería donde se teje el sudor de las estrellas.
Anhelada aurora hacia el tiempo mudo.
Claror que increpa los ratones de trinchera.
Lumbre acelerada, línea viva.
Destello del agua, piedra sacra,
esperanza a la lágrima del siglo desparramada en la sed metálica,
del infinito estío.
Rebelde a los anaqueles amarillos de la historia.
Hoguera en las noches vestidas de concierto.
Escuela del tiempo, espejo y huella
que respira en el ala de las aulas.
Sueño que busca tu sueño y tu impronta…
en las profundidades de la invención tutora.
Y tu mano tibia, y tu mano sabia, y tu mar.
Y tu caracol sonoro. Lámpara y océano.
Mano blanca de sonido blanco, arte de la fuga…
infinita cartilla,
alumbrando el rincón adolorido
del bronce bulloso y sus espadas.
Ajeno al celofán de pasarela
trascienden los siglos.
En el escenario majestuoso de mármol y coral,
donde la noche antigua y desnuda,
besa las plantas sudorosas de aurora.
Tenor, soprano, bajo, contralto y contra soprano
rompiendo el cristal indigno de la giba que es arena y mezquindad.
Luz saturada de relojes y péndulos aciagos.
Sonora espiga, tocata y fuga
en la blancura del azahar, retumbando en los muros
catedralicios, dándole la espalda al tiempo adverso
que respira en las fisuras del vitral.
Colmada alma, zapatos rotos
y calzada mente dispuesta
sobre el cansancio del camino. Piedra a piedra,
gota a gota. Nota contra nota. Dos notas, tres, cuatro, ocho notas,
para tejer la nube, columnas del tiempo y el cristal,
peldaños de espumas y rocío;
el niño entre las nubes. Y el viejo en la cresta del incienso.
Coral, orquesta y cielo. Y el abismo y la caída
de un despertar sin aliento
y la cantata en la cumbre luminosa de lo humano.
Rebelde a la alambrada, moneda pálida
Que incita al concierto de los magos.
Que amarra el sueño a la miseria de los días.
Rebelde al abrigo áspero de la cámara ducal.
Hostil a la alta reja de los príncipes.
Y la lumbre arrancada al sócalo de San Juan, San Marcos y San Blas;
viento encendido en tu tecleada alma, arrancando arenas y cristales
para levantarte, tú, ¡oh monumento legado a la humanidad!,
…aún en la hondura de la niebla y la alucinación.
Ya no son mis pasos los que persiguen,
es mi inspiración en el ocaso que se derrite.
Pero la luz ahora persigue mis noches
y se agiganta conmigo.
¡Oh destello de luz, muerte postrera!
Alfonso Osorio Simahán
Sobre el autor

Alfonso Osorio Simahán
Memorias de Berrequeque
Abogado en ejercicio, profesión que alterna con la de gestor cultural. Folclorista a tiempo completo y compositor de aires autóctonos del Caribe.
1 Comentarios
Poema donde la angustia,el temor al fracaso y la suerte. producen sueños musicales y originan sentimientos efímeros.
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