Literatura
Siete epitafios del poeta Luis Mizar
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Luis Mizar nació el 8 de julio de 1961 en el tradicional barrio Cañaguate de Valledupar y su niñez la vivió al lado de sus padres en el popular Primero de mayo de la misma ciudad. En Cartagena se fue a estudiar IngenierÃa civil pero quedó atrapado en las redes de la literatura, y fue asà como dio a conocer por primera vez su obra en el taller El Candil de la Universidad de Cartagena.
Primer puesto en el Concurso de poesÃa convocado por el Instituto de Cultura del Cesar (1990 y 1993), y del Festival Nacional de PoesÃa en San Diego (1990), Mizar fue durante diez años catedrático en el área de literatura en la Universidad Popular del Cesar.
Los epitafios divulgados a continuación fueron publicados por primera vez en la recopilación de la Biblioteca Departamental del Cesar (2017).
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Epitafio para un cautivo del saxo
Esto es ruido, oscuridad, olvido,
Afanosa descomposición.
El descanso eterno ya me ha tropezado
en la espesa melodÃa de un saxo.
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Epitafio para un ladrón de libros
En esta tumba se pudren de envidia
los restos de aquel estiércol erudito y ladrón de libros
quien en su cojitranca existencia fue úlcera para sus camaradas
y aún rumiado por los gusanos, rechazado por las tinieblas,
y maldecido por la maleza,
intenta defecar en los colores del amanecer.
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Epitafio amoroso
Convertido en sustancia erótica,
Rumbo a la nada,
Descubro que mi deseo (insaciable lobezno)
Continúa reclamando
el gemido de tu fogosidad. Â
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Epitafio para Gregorio Samsa
Atollada
En las ásperas penumbras
de esta tumba
se pudre mi inocencia.
Pero aquà soy feliz
porque tengo la certeza
que padre se ha librado
de mi barro proteico
y del ubicuo fardo
de mi debilidad.
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Epitafio a ritmo de Jazz para Louis Armstrong
Una noche rayada de luces de neón y meditabunda
como una yegua bañada de relámpagos
a orillas del rÃo Hudson,
en el corazón de Manhattan,
yo, afiebrado por el vértigo de la música
que volvÃa añicos las murallas que encerraban al ser,
concebà mi tumba como una trompeta
que sonara el silencio en el rosado caracol de la eternidad.
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Epitafio para Raskolnikov
Lavé mis manos manchadas de sangre
en las cristalinas aguas de rÃo Neva
la claridad serpenteante del fluido
se enturbió por la fuerza oscura de mi inocencia.
Todo Petersburgo enlodó sus luces y su conciencia
con el inevitable crimen de las dos hermanas.
Las calles injustas, el paisaje irreflexivo
y las paquidérmicas noches blancas se ensañaron acusándome.
Solo mi aporreado ser sabe lo nula que es mi culpabilidad.
Aún después de mi muerte
Sé que seguiré siendo el instrumento elegido
Por la pesadilla de un hacha.
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Epitafio para una cigarra
Yace adherida a la corteza de un yarumo
la sombra ataviada de un grisáceo arcano
que suspendió el vuelo para corregir
la disonancia de su canto que opacaba
el colorido del bosque, en la estrangulada eternidad.
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