Literatura
Literatura en la cama: de náufragos y de libros
Cuando tenía catorce años, en vez de enamorar a las muchachas en el barrio estaba encerrado escribiendo cuentos. Los escribía en cuadernos escolares. Más que escribir plagiaba, sin consideración, a Poe y a Horacio Quiroga. No remedaba las historias; me apropiaba de la atmósfera sobresaturada de dramatismo pesimista y misterio. También por esos días leí una entrevista de Gabriel García Márquez en la que afirmaba que El año de la peste de Daniel Defoe era uno de los reportajes periodísticos con una impecable estructura.
Recordé todo esto auxiliando a las nietas a preparar, como tarea, una biografía sintetizada del Nobel colombiano, y caí en cuenta de su relato sobre Luis Alejandro Velasco, único sobreviviente de un naufragio. El 28 de febrero del año 1955 la noticia reportaba la desaparición, en las aguas del mar Caribe, de ocho miembros de la tripulación del destructor Caldas, de la Marina de Guerra de Colombia, debido a una tormenta. La búsqueda de los náufragos se hizo con celeridad. Después de cuatro días se desistió y a los marineros desaparecidos se les declaró muertos en el cumplimiento de su deber. Una semana después, sin embargo, uno de ellos apareció agonizante en una playa del norte de Colombia. Sobrevivió diez días en una balsa a la deriva.
El mismo García Márquez refiere que, cuando Luis Alejandro Velasco llegó a la sede de El Espectador, para ver cuánto le daban por su historia, ya era como tarde. Todos en el periódico sabían que la noticia era ya “caliche” o “refrita”. La historia de Velasco se contó a trozos, maquillados por los periodistas del régimen dictatorial, incontables veces. Además, Velasco se cotizaba bien anunciando relojes, zapatos, etc. La oficialidad lo condecoró como héroe y ejemplo viviente. Fue besado por reinas de belleza. La televisión y la publicidad lo putearon tanto que el naufrago comenzó a convertirse en un personaje cansón e indigesto. A pesar de ello, escribe García Márquez que “Guillermo Cano lo alcanzó en las escaleras, aceptó el trato, y me lo puso en las manos. Fue como si me hubiera dado una bomba de relojería”.
Durante veinte sesiones de seis horas diarias García Márquez fue tomando notas, haciendo preguntas, hasta que “logramos reconstruir el relato compacto y verídico de sus diez días en el mar. Era tan minucioso y apasionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera. No fue sólo por eso, sino también porque nos pareció justo, que acordamos escribirlo en primera persona y firmado por él”.
El náufrago más famoso de la literatura es sin duda Robinson Crusoe, y su creador, Daniel Defoe, tuvo una vida agitada propia de una novela de aventuras. Se convirtió en escritor luego de algunos fracasos como empresario. Escribía en los periódicos de su tiempo para ganar dinero. Se enteró quizás de la historia del náufrago en alguna cantina donde borrachos marineros relataban sus travesías en el mar.
Defoe para armar su novela tuvo como primer borrador las andanzas de Alexander Selkirk, que fue dejado a su suerte en una isla deshabitada por amotinarse contra el capitán del navío Cinque Ports. Pero Alexander Selkirk no era un prototipo de virtudes, ya que se había hecho a la mar (con diecisiete años) para escapar de la cárcel. En esa isla pasó cuatro años y cuatro meses completamente solo. Con poca ropa, una pistola, pólvora, una que otra herramienta, tabaco y su manoseada Biblia. Cuando lo rescataron, Selkirk era apenas un espectro salvaje: desharrapado, vestido con pieles de animales y con problemas para comunicarse.
Distintas notas de prensa, entrevistas y los más variados libros contando su experiencia convirtieron a Selkirk en una celebridad. Incluso el capitán Woodes Rogers, que le rescató, escribió un libro sobre su singular hazaña.
A pesar de esto, Defoe tuvo el olfato suficiente para saber que en la historia de Selkirk había una veta literaria que se podría explotar mucho mejor. El libro se publicó con el extravagante título Vida y extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York que vivió veintiocho años solo por completo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco, tras ser arrojado a tierra en un naufragio en el que perecieron todos los hombres menos él. Con un relato de cómo fue extrañamente rescatado por piratas. Escrito por él mismo. Juan Villoro escribe: “De manera evidente, Defoe se basó en Selkirk, pero su historia era muy distinta. Aun así, la acusación de plagio lo persiguió incluso en la Enciclopedia Británica, que sólo modificó su información al respecto ya entrado el siglo XIX”.
Gabriel García Márquez, para escribir el relato de Luis Alejandro Velasco, más que apropiarse de la atmósfera, o de plagiar párrafos del libro Robinson Crusoe, se convierte en una especie de Daniel Defoe y escribe desde esa nueva piel, recordando un poco el personaje de Pierre Menard, su insólito relato del náufrago Velasco. Incluso el título elegido por García Márquez es tan extenso como el de su modelo y hay más. Si en el libro de Daniel Defoe (capítulo 9) la huella de un pie en la arena le da un giro a la novela, García Márquez descubre su huella en el relato oculto de Velasco: el destructor Caldas llevaba sobrepeso. La nave tuvo una fuerte sacudida y la carga de contrabando se soltó y los ocho marineros fueron arrojados al mar. Además la historia fue publicada por el diario en episodios durante catorce días consecutivos, como sin duda publicó Defoe muchos de sus textos.
Para ese momento de la tarea con el Gabo, releía un pequeño libro de Giuseppe Tomasi di Lampedusa sobre Stendhal. En la parte dedicada a sus inicios anota Lampedusa que las primeras obras del autor de Rojo y negro fueron escritas para ganar dinero (al igual que Defoe), que todas eran plagios y que a pesar de ello originalísimas. Lampedusa, inclinando la balanza de un escritor que venera, escribe: “Las descoloridas páginas de los hurtos han sido transformadas y vivificadas”.
Hace algún tiempo, en una de las páginas virtuales de Letralia, se hizo eco de una noticia sobre la minuciosa pesquisa sobre la obra de Kafka, que realizó Guillermo Sánchez Trujillo, catedrático de Colombia, utilizando como mapa de lectura la obra de Fiodor Dostoievski. Para Sánchez Trujillo, Kafka lo que hizo fue escribir a partir del escritor ruso. Por eso Antonio Martínez Ron acota: “El ensayo de Sánchez Trujillo, con toda su apariencia de disparatada teoría, cobra dimensiones verdaderamente inquietantes con la relectura de ambas novelas. El catedrático nos revela que ‘Kafka utiliza diálogos, lugares o situaciones salidas de Crimen y castigo, trayendo a veces escenas completas con una literalidad increíble’. La escena en la que Raskolnikov confiesa a Sonia su crimen, por ejemplo, es un calco de la escena en que Josef K. confiesa a la señorita Bürstner el interrogatorio al que ha sido sometido por unos desconocidos…”.
Por otro burdo azar releí el libro Sabor y saber de la lengua, de María Fernanda Palacios, buscando datos sobre el ensayo, y me encontré con una frase perteneciente al libro de Marthe Robert, Franz Kafka o la soledad: “Un tal Werfel me pide hacer algo por un tal Kafka. Kafka sé quién es, es la cama Nº 12, pero ¿quién es Werfel?”. Todo me sonaba a una obra de Ionesco, por lo risible y lo absurdo. Imagino la escena: Kafka en sus horas finales y su cuerpo esquelético hundido en la cama y Werfel, como amigo del moribundo, carcomido por la impotencia ante la muerte y ante esa precariedad inhumana que reina en dicho recinto hospitalario. No tiene otra manera para ayudar que escribirle una carta al director. Hajek la lee atónito en su oficina y sale disparado gritando a voz de cuello ante el asombro de otros pacientes y enfermeras.
El poeta Pedro Suárez me comentaba que Borges no era un plagiario, pero su obra toda se crea a partir de otros autores, de sus lecturas. Es que Borges no era un narrador o poeta, era en el fondo un generador/creador de literatura. Enrique Vila-Matas ha dicho en una entrevista que los escritores son aquellos que crean una literatura por sí solos, los que son una literatura en sí mismos. Pretender la originalidad en literatura hoy día carece de sentido. No debido a que todo está ya escrito, sino a que todo hay que reescribirlo mejor.
A los jóvenes, que se torturan encerrados en sus cuchitriles mohosos y oscuros tratando de escribir el libro que cambiará el rumbo de la literatura, sólo les digo que salgan a la luz del día, que las muchachas en flor los esperan para escribir en sus cuerpos la mejor literatura. Que se desparramen por la vida para que no terminen al final sólo como un número de cama de hospital y que recuerden a Montaigne: “No hacemos más que glosarnos los unos a los otros. Todo está lleno de comentarios; de autores, hay gran escasez”.
Carlos Yusti
Escritor y pintor venezolano (Valencia, 1959). Cofundador del grupo literario Los Animales Krakers y de la revista Zikeh.
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