Literatura
Siguiendo las huellas epistolares de Julio Cortázar
No hay mejor modo de descubrir una persona que leer sus cartas. Y más todavía si se trata de un autor latinoamericano como Julio Cortázar quien nunca publicó un libro de memorias en el sentido estricto de la palabra o nunca actualizó un diario.
Sin embargo, todos los escritores, familiares y cercanos que mantuvieron algún tipo de relación con el célebre argentino están de acuerdo en que fue un escritor muy productivo en el campo epistolar.
La viuda del escritor, Aurora Bernárdez, y el filólogo Carles Álvarez, aprovecharon la presentación de esa obra de Julio Cortázar en Barcelona (España) para describir esa tendencia compulsiva e incansable de comunicar.
En total son 3000 cartas reunidas en cinco tomos: una cifra apreciable que la editorial Alfaguara acaba de publicar después de varios años de investigación. Los escritos abarcan un periodo que va desde el año 1937 hasta el año 1983 (la fecha de su muerte) y permiten aproximarse al personaje afable, simpático y vigoroso que muchos de sus conocidos recalcan.
Ante ese volumen asombroso de cartas, cabe preguntarse cómo hizo Julio Cortazar y a esta pregunta los ponentes respondieron claramente que su rapidez fue un elemento fundamental.
El escritor escribía a máquina, lo hacía con una gran destreza y, gracias a su velocidad impresionante podía rivalizar con las mejores secretarias. Podía incluso llegar a 300 pulsaciones por minuto y, por ese motivo, sus cartas eran muy espontáneas.
En esas cartas Julio vertía todo su humor y describía una gran parte de los hechos de su época. La extensión podía llegar a diez horas, demostrando así que Julio dedicaba un tiempo importante a esa actividad epistolar y la consideraba como un elemento esencial en su oficio de escritor.
El filólogo Álvarez Garriga sostiene que el autor argentino tenía esa capacidad de ponerse a la altura de su interlocutor, cambiaba de estilo según dialogaba con una niña de diez años, un funcionario estatal o distinguido escritor.
Por otro lado, en estos volúmenes se puede apreciar la evolución ideológica y la maduración literaria del escritor. Ese progreso se ve reflejado en sus reflexiones y en los planteamientos de la vida cotidiana.
Su llegada a París es el motivo de nuevas experiencias y, como consecuencia, un factor más para escribir. En la capital francesa, el autor hace nuevos amigos y conoce a su esposa. Entre los corresponsales más destacados figuran Octavio Paz, el premio nobel Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti y Guillermo Cabrera Infante.
Con ellos, suele compartir ideas o impresiones de orden política o literaria. Polémicas y asuntos de carácter público, pero nada de su vida sentimental. Y justamente, ese aspecto es uno de los más interesantes ya que, pese a ser conocido por sus historias sentimentales, Julio Cortázar expone muy poco de su vida íntima.
No hay cartas de amor, pero sí manifestaciones sobre futuros proyectos. Sugerencias o adelantos de cuentos o novelas. Una de sus mayores aficiones consiste en comentar el mundo que lo rodea.
Las pocas veces que el argentino habla de su vida privada se pueden contar en los dedos de la mano. En total son tres veces. Un par de veces estando viudo y otra antes de un viaje inminente a Nicaragua. En esa última desvela algunos aspectos de su relación con Carol Dunlop (una amante con quien pasó los últimos años de su vida).
Con todo esto, nuevas facetas del escritor argentino salen a la luz del día. Nuevas perspectivas –siempre más humanas– para estudiar a una figura clave del boom latinoamericano.
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