Literatura

Lecturas

Rafael Fauquié

10/02/2021 - 04:50

 

Lecturas
Réplica de Cervantes en el Museo de Cera de Madrid / Foto: Cadena SER

 

Los seres humanos nos parecemos. Poseemos alegrías, dolores, nostalgias e impulsos similares. Coincidimos en muchas de nuestras respuestas y estímulos. Nos conmueven y asombran cosas parecidas. Somos hacedores de itinerarios y soñadores de destinos. Aprendemos —deberíamos aprender— que ningún camino conoce la línea recta; que abundan en ellos los meandros, los laberintos, los vaivenes, las regresiones, las encrucijadas donde definitivos antes y absolutos después se entrelazan.

Vivimos tratando constantemente de entender. Nos guían las memorias de nuestras experiencias. Nos orientan también —o pueden hacerlo— experiencias ajenas descritas en voces donde distinguimos razones nuevas o argumentos coincidentes con nuestros propios argumentos; fuerza de voces relacionadas con nuestra realidad, humanidad de palabras que nos conducen hacia vivencias y comprensiones propias… Leemos voces escritas por otros y aprendemos —podemos aprender— el significado de muchas cosas y la manera como se relacionan ellas entre sí.

Leer significa leer el mundo, leer en él desde nosotros mismos, a nuestra manera. Al leer volcamos sobre lo leído nuestras propias visiones y versiones. Leer significa, también, acercarse a ese contexto al cual todo texto remite. Alguna vez he comentado cómo en mi lectura del Quijote suelo detenerme, mucho más que en las propias voces de Cervantes, en ciertos trazos de su vida reflejados en esas voces. “Los significados no agotan las palabras”, ha dicho Borges. En todo caso, las palabras se enriquecen con los significados que colocamos sobre ellas. En el caso del Quijote nunca puedo dejar de distinguir, en las aventuras del alucinado y desdichado caballero en conflicto con la realidad, la existencia del propio autor.

Cervantes: joven escritor que comienza a ser renombrado; entusiasta soldado cargado de ilusiones y participante en una de las grandes batallas de la historia —Lepanto—, ve cómo a partir de esa gran victoria sobre los turcos la fortuna comienza a cambiar dolorosa y trágicamente para él. Hecho prisionero por piratas berberiscos, permanecerá encerrado por cinco largos años en un calabozo en Argel. La carta de recomendación que le había entregado personalmente Juan de Austria, el gran vencedor de Lepanto, no hace sino complicarle las cosas: leyéndola, sus captores entienden una exagerada valía de su prisionero y exigen un rescate mucho mayor del que su familia pueda pagar.

De regreso en España, sobrevivirá dependiendo, en medio de muchas penurias, de los trabajos que le encarga una torpe e inmensa burocracia imperial. En uno de esos trabajos, como cobrador de impuestos para contribuir con los gastos del gran proyecto bélico de Felipe II, la Armada Invencible encargada de la invasión de Inglaterra, es acusado de corrupción y condenado a la cárcel. Nuevamente prisionero, comienza la escritura de su gran legado a la humanidad: la historia de un hidalgo envejecido que se niega a aceptar el mundo tal cual es y se empeña en creer en otro mundo: poblado de irreales personajes y de grandes y heroicas hazañas.

Cervantes describe una mirada humana opuesta a otra, igualmente posible, para la cual avanzar en el tiempo es —debería ser— una manera de entender y de crecer en él. En suma: paso del tiempo como desengaño o aprendizaje. La primera, la del Quijote, es la dolida visión de derrotas y carencias; la segunda es la postulación del camino de la vida como interminable aprendizaje y crecimiento; perspectiva que sólo percibimos cuando a la distancia logramos comprender el sentido de decisiones y escogencias, de logros y desaciertos. Perspectiva de una madurez construida sobre la afortunada conclusión de experiencias aprovechadas, de promesas cumplidas, del reconocimiento de lo que pudimos o supimos merecer, de anhelos realizados y del tiempo como apoyo.

Otra correspondencia muy personal que establezco en mis lecturas tiene que ver con Kafka. Desde hace muchos años lo leo reiteradamente. Sin embargo, creo que no fue sino hasta que conocí su extensísima Carta al padre cuando comencé realmente a comunicarme con ciertos significados de su ficción: expresión de una fragilidad cósmica, dolorosa, trágicamente corpórea; figuración de miedos e inconsistencias, de vulnerabilidades propias y ajenas, representación de la fragilidad de una época descifrable en su indetenible desmoronamiento como fueron los años finales del imperio austrohúngaro.

Recuerdo el fragmento de la Carta… donde se dirige a su todopoderoso y muy temido padre para increparle su humillante pleitesía, su servilismo ante un cliente que es funcionario imperial de la corte de Francisco José. Doble vulnerabilidad, doble imaginario de Gregorio Samsa: Kafka se contempla como un insecto ante el propio padre y, a su vez, ve a éste recubrirse de la misma condición del insecto Samsa ante el uniformado funcionario imperial que es cliente del padre. Doble humillación de Kafka: como hijo ante la castradora figura paterna, y como miembro de la comunidad judía de Praga, al interior de un imperio en decadencia. Marginalidad como opción, autodesprecio y temor como opción: respuestas de un yo frágil e indefenso ante un mundo incomprensible y atemorizante.

Ante la marginalidad, la insuficiencia o la imposibilidad, la respuesta de Kafka fue escribir. Volcar sobre páginas y más páginas sentimientos, miedos, fantasías, memorias, sueños, fracasos… Crear y recrearse a sí mismo en una atmósfera gris o amarillenta, irrespirable siempre; inhóspito ambiente donde vulnerables sobrevivientes saben que toda esperanza les está negada. Recuerdo una frase de Kafka escrita en una carta dirigida a su amigo Max Brod: “Habrá sin duda mucha esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros”. Una frase que, de algún modo, relaciono con esta otra igualmente de Kafka: “El poeta sólo es posible en un mundo ordenado”. Un orden de voces al interior de una realidad asumida como pesadilla; un orden verbal donde redimirse, donde descubrir esa única forma de redención concebible para Kafka: la escritura.

 

Rafael Fauquié

Escritor venezolano (Caracas, 1954). Licenciado en letras por la Universidad Católica Andrés Bello, Ucab (1977), posgrado en Sociología de la Literatura en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París (1979) y doctor en ciencias sociales por la Universidad Central de Venezuela, UCV (1984). 

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