Literatura

La voz, la flor rara de un vergel

Berta Lucía Estrada

23/08/2022 - 04:40

 

La voz, la flor rara de un vergel
Ilustración de la portada de Vergel, por Julieta Ballesteros

 

Prólogo de la antología “Vergel, Infinito femenino +q 8M” (Autoreseditores.com, 2022)

 

El vergel es un jardín que poseían anteriormente las casas de los pueblos e incluso las citadinas; allí se cultivaban legumbres y algunas frutas como cítricos o manzanos. Todo eso cambió cuando las casas comenzaron a ser derruidas para levantar edificios de apartamentos que nos obligan a vivir “entassés” (como una taza de café encima de la otra); y las casas que aun se construyen rara vez poseen un patio que permita la creación de una huerta; incluso el prado del patio se reemplazó por un piso en baldosa. Es como si la mirada a la intimidad hubiese desaparecido bajo la mirada que refleja decenas de otras miradas que abren paso a un espacio público donde esa sensación de privacidad y la necesidad de cultivar desaparecieron del paisaje para convertirnos en seres anónimos; en una masa que vigila permanentemente a la otra masa.

Por eso, es importante que un grupo de mujeres jóvenes se reúna en torno a la palabra y que, a través de ella, cada una evoque pasajes de su propia vida; aunque algunos de esos pasajes recuerden la intimidad y la inocencia reventadas por esa mirada pública que mancilla todo lo que encuentra a su alrededor. A través del “vergel”, que ellas organizan y cuidan, el oprobio encuentra un láudano para abrir algunas de las ventanas que se habían cerrado como medida extrema de protección. En otras palabras, las filas que siembran con sus voces les permiten comprender el dolor; al nombrarlo ahuyentan las imágenes que las agobiaban cada noche o cuando atravesaban un pasaje oscuro y desierto.

No obstante, no todos los relatos o poesías de este pequeño e íntimo ejercicio de la memoria son lacerantes; también se pasean por sus filas el amor y el erotismo. Y esto es importante anotarlo puesto que, durante siglos, la palabra y el cuerpo le fueron vedados a la mujer. La sumisión y el recato, que tanto predican las religiones, han construido una muralla entre lo que se espera de una mujer religiosa y respetuosa de su entorno familiar y social y entre sus ansias como mujer que ama y desea. El machismo y la misoginia son los pilares fundamentales del patriarcado, y la religión es la base en la que se implantan esos pilares. El control del cuerpo de la mujer -un solo cuerpo- se da desde el púlpito (control social y religioso) y, cuando ese cuerpo recupera su capacidad de ser único e indivisible con la posibilidad de nombrarlo (María, Eugenia o Isabel), entonces desde el púlpito se lanzan epítetos que la denigran, como a María Magdalena. Ese mito oprobioso de la mujer que construyó el cristianismo en el Medioevo con tal de oponer la transgresión -léase pecado- a la sumisión y virtuosidad de la que fuera ensalzada como virgen y madre de Jesús. Y si enumero nombres de mujeres es porque al hacerlo las visibilizo; algo que no ocurre en todas las culturas; como en la afgana.

El nombre de las mujeres afganas es secreto, y solo lo conocen en la intimidad de su hogar; de puertas para afuera, es decir en el espacio público, solo son llamadas como la hija de…, la hermana de…, la madre de… o la esposa de… (sobra decir que siempre antecede a un nombre masculino). Esto se sigue practicando en Francia, Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, entre muchos otros países, donde la mujer pierde su apellido de soltera en el momento mismo en que contrae nupcias. Incluso en Colombia hasta los años 80 del siglo pasado las mujeres casadas debían firmar con el infame de; me refiero a escritoras de la talla de Soledad Acosta de Samper; por poner solo un ejemplo. Por supuesto, el Samper hacía referencia al apellido del marido; en otras palabras, ella era vista como su pertenencia; un mueble más de la casa que él gobernaba -y gobierna- la mayoría de las veces con mano de hierro. Y lo que es aun más aberrante, hasta hace escasos cincuenta años en Francia, el país de los derechos humanos, a las mujeres casadas se les denominaba con el nombre y apellido del marido. Por ejemplo, si Laure Pantin contraía matrimonio con un hombre llamado Pierre Duby, ella, Laure Pantin, era llamada en todas las esferas públicas y jurídicas como señora Pierre Duby; es decir, Laure Pantin, su verdadera identidad, quedaba enterrada en el anonimato y en la sombra. Es más, en Colombia cuando se envía una invitación a una familia en el sobre se suele escribir Sr. Carlos Arango Duarte, señora y familia. La esposa pasa de nuevo a ser un objeto más de la propiedad del dueño de la casa; así sea ella quien muchas veces aporte más económicamente que el marido. De ahí que haga énfasis en la importancia de tener un nombre y un apellido, y de firmar como hemos sido nombradas al momento de nacer o cómo queramos que nos llamen cuando adquirimos conciencia de nosotras mismas. Y esto no es un tema anodino ni baladí. No se conoce lo que no se nombra. No existe lo que no se nombra. Invisibilizar a una mujer llamándola “mamita” o “mi reina” o “niña” -así tenga 30, 40 o 50 años-, entre otros epítetos cursis que la infantilizan, es una forma de violencia de género.

Ahora prosigamos con la religión y el cuerpo. El miedo al cuerpo fue inoculado como el peor de los venenos; la culpa ante el goce físico se instaló en el cuerpo de la mujer (el cuerpo visto como una propiedad de la Iglesia y por ende con la capacidad de controlar su desempeño en la sociedad). Por eso se le cercenó la posibilidad de tener un cuarto propio y se la recluyó en lo que podríamos denominar un gineceo -así se le llamase eufemísticamente “salón”-, y luego fue confinada a una cocina donde siempre estaba acompañada de otras mujeres o de los hombres que podían irrumpir en dichas estancias cuando ellos así lo decidieran. Es decir, el privilegio de tener un momento a solas para pensar, reflexionar, hablar o escribir (esto último fue un logro muy cercano) le estaban vedados. De ahí que uno de las frases machistas más conocidas sea “pelo largo, ideas cortas”; una expresión que busca “callar” a la mujer que osa levantar su voz en público y que también es castigada si lo hace por escrito. Para entender mejor lo que significa la carencia de un cuarto propio traigo a colación un aparte que escribí en mi libro ¡Cuidado! Escritoras a la vista…:

“Esta posición es fácil entenderla cuando se tiene en cuenta lo que ha sido el universo femenino, creado e impuesto por la sociedad patriarcal. La virginidad como requisito básico para el matrimonio, la crianza de los hijos, la cocina, y todo lo que significa hacer funcionar un hogar las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año. Al mismo tiempo que se le ha impedido gozar de un espacio propio y de un tiempo para su privacidad; puesto que no hay que olvidar que durante siglos la mujer fue confinada al gineceo. Un ejemplo es la España de Miguel de Cervantes Saavedra. En la casa que lo vio nacer, en Alcalá de Henares, uno de los cuartos que más llama la atención es la “habitación del caballero”, situada en la segunda planta; no sólo es la más amplia de la casa, sino que estaba destinada única y exclusivamente para el hombre cabeza de familia. Su esposa dormía en otro cuarto acompañada de los hijos pequeños y de las mujeres que le ayudaban con los quehaceres diarios, y allí recibía al Caballero cuando éste lo solicitaba; para su intimidad simplemente cerraban las cortinas que colgaban del baldaquín de la cama, una vez satisfechas sus necesidades sexuales el señor de la casa se iba a dormir a su propia alcoba; costumbre que se perpetuó en la aristocracia y en la burguesía europea hasta comienzos del siglo XX. En la primera planta de la casa, con el típico patio en el centro, puede visitarse la sala donde el caballero recibía a los amigos -espacio reservado únicamente para los hombres- y el consultorio donde el abuelo de Cervantes recibía a sus pacientes. Del otro lado del patio está la habitación de las mujeres -bastante pequeña por cierto-, allí oraban, cosían y se contaban las unas a las otras los rumores que llegaban todos los días de la calle; la única lectura posible era la de los evangelios. Los hombres podían entrar una vez habían solicitado permiso, pero la mujer no estaba nunca sola. Y escribir significa aislamiento, tiempo para leer, para reflexionar, para crear. Algo que le ha sido negado desde el siglo XIII, al menos en Occidente, puesto que desde entonces no se le ha querido reconocer el derecho a gozar de un espacio propio, necesario para leer y para dar rienda suelta a la creación literaria. Hubo que esperar hasta comienzos del siglo XX para que Virginia Woolf analizara esta situación en Una habitación propia”.[1]( (BLE Ediciones, 2009)

Por eso, este taller que “parió” este libro es tan importante; puesto que permite abrir las ventanas de los espacios más recónditos e íntimos y exponer amores, frustraciones, dolores o alegrías en una galería pública donde sus protagonistas renuncian a la posibilidad de seguir siendo anónimas, mudas e invisibles.

La palabra permite centrarse en el mundo, apropiarse de él y, por ende, de su propio cuerpo y de su propio raciocinio. Hablar es romper cadenas. La voz destruye murallas y la mujer que las echa abajo se erige como un ser autónomo y libre. Por eso, muchos hombres piensan que las mujeres que escriben son peligrosas; e incluso tratan de minimizar su creación literaria al denominarla como un acto de rebeldía en el mejor de los casos o una crisis de histeria en el peor de ellos. Un hombre trabaja cuando escribe; en cambio, si es una mujer, solo es una crisis de histerismo o bien lo hace para entretenerse o para pasar el tiempo; lo que quiere decir que no le reconocen que leer y escribir es un trabajo. Un trabajo intelectual que rara vez es remunerado.

Esta mirada colectiva hacia las mujeres que levantan su voz ha ido cambiando en los últimos veinte años, al menos en Colombia, en España y en Argentina comenzaron a tomar relevancia en la última década del siglo XX. Y si hablo de España es porque el franquismo olvidó a las mujeres de La Generación del 27; me refiero a Las sinsombrero. Algunas de ellas vivieron el exilio -como María Zambrano-; otras tuvieron que quedarse en silencio para poder sobrevivir durante la larga y tenebrosa noche que duró la dictadura de Franco.

Por eso, celebro la llegada de Vergel, ya que con él se abren puertas y ventanas, el aire fresco interrumpe en las estancias secretas de las mujeres silenciadas y difunde su voz para que llegue a otras estancias y a su vez difunda las voces que solo murmuraban; y así, ad infinitum… Por eso Valentina Chamorro, una de las escritoras de este libro, dice:

amo mi soledad, que hoy es distinta

Amo las ventanas que le abrimos juntos a la soledad del otro

Solo me resta decirle a estas mujeres que tienen nombre, y que son conscientes de su importancia en el tiempo y en el espacio, que sigan escribiendo y que sigan gritando al mundo su inconformismo y su legítimo anhelo de ser mujeres con vidas propias y autónomas; no el apéndice de un hombre que solo espera de ellas hijos para que ellas los críen solas y comida caliente en la mesa que él preside.

 

Berta Lucía Estrada Estrada

 

 

[1] Este libro puede leerse en versión completa y gratuitamente en el siguiente enlace: https://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/48527

Sobre el autor

Berta Lucía Estrada

Berta Lucía Estrada

Fractales

Berta Lucía Estrada Estrada (Manizales). Estudios: Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana, una Maestría y un Diploma de Estudios Profundos (DEA) en literatura, en la Universidad de la Sorbona (París- Francia), una Especialización en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas, un Diplomado en Historia y Crítica del arte del Siglo XX y un Diplomado en Cultura Latinoamericana. Soy librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. He publicado nueve libros, entre ellos La ruta del espejo, poesía, Editions du Cygne (Francia-2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético, Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 2012, ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género; y el ensayo sobre literatura infantil y juvenil ... de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos. Docente universitaria en las áreas de lengua francesa, literatura hispanoamericana y francófona en la Universidad de Caldas; conferencista internacional y profesora invitada en universidades de Brasil y Panamá. He dado recitales de poesía en Colombia, Brasil, Francia, Panamá, Polonia y Alemania. Soy integrante de Ia Asociación Canadiense de Hispanistas y del Registro Creativo, éste último fundado por la poeta argentino-canadiense Nela Río.

Premios literarios:

Primer Premio Nacional de Poesía 2011 Meira del Mar, realizado por el Encuentro de Mujeres Poetas de Antioquia, con el libro "Endechas del Último Funámbulo", basado en la vida y obra de Malcolm Lowry.
Premio Especial, fuera de concurso, Ediciones Embalaje del Museo Rayo-2010, con el ensayo poético "Náufraga Perpetua".
2o puesto en el Concurso Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos Reyes-2011.
4o lugar en el XXVII Concurso Nacional de Poesía Ediciones Embalaje-Museo Rayo 2011.

Blog El Hilo de Ariadna, en www.elespectador.com
http://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/
Blog personal: Voces del Silencio:
http://beluesfeminas.blogspot.com
*Correo electrónico: bertalucia@gmail.com

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