Literatura

Carta a mi futuro hijo (I)

Luis Carlos Ramirez Lascarro

24/08/2022 - 04:45

 

Carta a mi futuro hijo (I)

 

No sabías bien, al principio, qué había sucedido.

Estabas cansado, adolorido, somnoliento. Amargado. Habrías dado cualquier cosa para que alguien tuviera la bondad de explicarte qué carajos significaba aquella invasión a tu territorio y la ausencia de tantas cosas, sobre todo su voz, esa voz. La voz. La extrañaba como extrañaba ese “tun-tuncito” que siempre sentía sobre su cabeza y tanto le calmaba, igual que esa musiquilla extraña que sentía llegar por las paredes húmedas tres veces al día. No entendías todo lo que ahora tenías a tú alrededor: ¡En donde coños me han metido! Un tipo flaco, más bien bajo, melenudo, te miraba con cara de descubrir el universo y encontrar, a la vez, todas las respuestas, mientras te acomodaba en sus antebrazos… tembloroso, jadeante… ¡Maravillado! Está bien, está bien, ya se me estaba quedando bastante pequeño el espacio y no puedo negar que estaba dando muchas vueltas últimamente incluso llegaba a dar la impresión como si ya quisiera irme, como si estuviera incómodo, aburrido, cansado, pero no era cierto: ¿Por qué no logran entender que ahí se siente uno tan bien y que ahora eres como un extraño? Un extranjero, más bien, en tu propia tierra, que es lo peor y no entiendes nada, pero ¡nada, carajo!

Le duele la garganta, un poco, luego de tanto gritar sin lograr que nadie le atendiera. Dónde andará la voz, mamá dónde te has metido y por qué me has dejado sin ti en medio de esta caterva de locos, esta manada de mariposas blancas que no tienen nido ni flores, sino un sol como prestado sobre las cabezas, con una luz entre blanca y azul y patas metálicas que abalanzan sobre no sé qué cosa llena de botones y tubos y cables, porque no me dejaste siquiera la música de los caracoles que revientan en tu risa y las manos ásperas que me correteaban entre tus costillas. Aún no aprende a manejar bien sus ojos, pero se mira en medio de un espacio extraño y mira los bultos oscuros detrás de sus pestañotas de burro chiquito sin lograr reconocer a nadie, ni a sí mismo. Te sientes patalear, retorcerte y uno de esos bultos oscuros e informes que le restriega con algo húmedo y suave, pero frío por las costillas blandengues: Te voltea y vuelve a voltearte, diciendo cosas que no entiendes y hoy no puedes acordarte y nada de esto te hace ninguna gracia y quisieras golpearle, escupirle, defenderte, pero no sabes cómo hacerlo y, por un momento, comienza a pensar que está muerto y se desespera: lloras.

¿Y la voz?

Todo está frio. ¡Qué horrible! Y esa luz blanca, tan blanca, reluciente, te fastidia mucho. Parece cortarte los ojos recién estrenados y aún no tan abiertos. Aquel señor, el mismo flaco de antes, te hace ver las cosas, ahora, de una manera distinta: lo levanta sobre su cabeza y le dice cosas con voz protectora y cálida. Te tranquilizas. ¡Qué alivio!

No es la voz la que le habla, pero es como si lo fuera, es como si también te hubiera hablado desde que fueras un montoncito de carne sin pies ni cabeza, tampoco es el “tun-tuncito” de siempre, pero le invade una sensación familiarmente agradabilísima y empieza a dormirse lentamente.

*

En el principio, antes de que fueras el milagro, ya te presentía. Te formaba en mis pensamientos, en mis deseos, en mis miedos, mis trasnochos, en mis angustias y mis alegrías… En mis sueños: haciéndote parte de la cotidianidad, a veces convulsa, de mis realidades. Te fui materializando, pequeño, poco poquito a poco, palmo a palmo, desde las entrañas mismas hasta el último pelo, desde el ronquido más tenue y el balbuceo más tierno, hasta la uña más pequeñitíca, desde los puntos y las comas de tus caprichos angustiosos y tus pataletas altisonantes… ¡hasta la sinfonía impredecible de tus hormonas!

Eras de madera, a veces, otras de barro… hasta que, al fin, quise hacerte de yuca, y tal vez un poco de maíz y un poco de mango, de naranja… pero no sabía cómo hacerlo.

Empecé pensando en tus células, las complejas células que formarían tus ojos serenos y tu piel broncínea y tú pelo negro de caribeño nostálgico y mamagallista: Tierno, sincero. Parrandero.

No era fácil.

Aún antes había que empezar a cortar y pegar, a coser y añadir, a medir y apretujar, quarks y electrones y átomos y moléculas hasta conseguir una proteína: Ya sabrás que las proteínas son los ladrillos con los que estamos hechos los vivos y que el carbono fue la arcilla con que las moldearon.

En fin, después había que ir escalonando y espiralando el ADN, más tardecito amasar y amontonar genes, barajar sus codificaciones angustiantes y ¡por fin! las células. Esa es la unidad básica constitutiva de la vida, como la familia de la sociedad, aunque otras partes las conformen a su vez. Los huevos, a propósito, son las células más grandes y las únicas que se pueden ver a simple vista. Luego, el esfuerzo se encaminó en lograr que estas muchachas crecieran, se multiplicaran y juntaran. Después que aprendieran: ustedes respiran, con calma, de a poco, para que no se ahoguen. Ustedes miran, primero a la sombra, luego aumentando luminosidad, ustedes oyen, las de allá sienten, ustedes saborean. ¡Ey! Ustedes, ¡las de allá! Éstas reciben luz, éstas electricidad, aquellas, dolor, las de más allá temperatura, las de por acá leen, ustedes cantan, las de acasito pintan… Ya te imaginarás el lío de células que se fue armando, todas bochinchosas e inquietas, como tú, y nos tocó amontonarlas por el parecido y organizarlas por equipos, por una cierta afinidad complicada a veces de explicar y demostrar, como en el fútbol o en el béisbol y hasta en el dominó: digo “nos tocó” porque no estaba solo. Dios estaba conmigo, como ahora, y fue él mismo ese que te habló al oído poco antes de que te dieran tu primera nalgada bajo una luz cortante y prestada el día que nos tocó mandarte a traer a este mundo.

También estaba tu mami, una mujer de acero forjado y hojas de trinitaria: pequeña, tenaz, dulce, metódica, disciplinada. Tajante.

Ella será tu primer amor y la vara con que medirás los posteriores.

En ese entonces, empezamos a formar los tuétanos y los cartílagos y, luego, a sondear las cañerías por donde fluirían tu sangre y tú linfa, a tender y a empalmar los cables eléctricos de tus entrañas; después, armamos el motorcito con ritmo de tambor que llevas en el pecho y la máquina devoradora que guardas en el vientre. Complicadas las bolsitas y los tubos de los suspiros y los sorprendentes lentes de los mil colores, pero lo más difícil fue ensamblar y configurar la súper computadora que tienes en la cabezota. ¡Es mágica! Sorprendente, incomprensible, sobrecogedora. Fenomenal.

Soy tu papá, como ya habrás podido aprenderlo y espero que aún no a lamentarlo. No te quiero hablar mucho de mí, pero será inevitable pequeñín para poder entendernos, aunque no siempre será fácil, te advierto. Nada fácil.

*

En el principio, antes de haberte sentido cansado, dolorido, somnoliento, amargado, habías empezado a sentir que todo se te movía alrededor, contrayéndose fuerte y rítmicamente, como en una erupción. Esas no podían ser las cosquillas de cuando la voz le cantaba, no, no, no, ni cuando se sentían las percusiones sobre la carnosidad de las paredes húmedas, porque siempre sentía era como que le venían persiguiendo: Se encaramaba, se retorcía, se calmaban, a veces volvían y lo chuzaban tocándole ora una costillita, ora la cabecita o la pancita y luego, casi siempre, venían unos sonidos agudos y alegrísimos que poco a poco se iban apagando, haciendo más suaves y más lentos y la voz se hacía casi inaudible y las caricias en la cúpula carnosa que le cubría también iban diluyéndose con la música. Escuchaste gemidos viniendo de donde siempre venían la voz y su canto y las caricias se tornaron incómodas, frenéticas en ocasiones, y oíste llanto en algunos momentos mientras sentías como la angustia te correteaba en tu reino. Vio la luz sin saber que era luz, allá abajo, en el fondo, y, luego, subiendo en una línea delgada que se venía ensanchando y aproximando como un animal informe, sintió el frío como una cachetada seca y luego, cuando un bulto negro y grande lo cogió por las piernas, como unas puñaladas en sus pulmoncitos, cuando al fin pudiste tragar aire, el primer bocado de este aire viciado que te hemos heredado en mitad de la segunda década del primer siglo del tercer milenio, pequeño. Lloraste, como lloran los hombres, pero pronto aprenderías a sonreír.

*

Vivimos en un mundo que está hecho de los mismos materiales que nosotros, al igual que las estrellas: este mundo comenzó hace añales y todavía sigue desarrollándose… Corrijo: Este universo. Después vinieron la vía láctea, nuestra galaxia, y, luego, nuestro sistema solar. Finalmente, apareció la Tierra: una gotita de agua en el océano del universo y el planeta donde nos tocó vivir. Es muy posible que haya vida en otros (quizá sea mejor seguir con la duda) y nos correspondiera éste, por eso digo nos tocó: al nuestro lo llamamos “El planeta azul”, un planeta no muy grande, la verdad, con un clima más bien templado de manera general, agradabilísimo comparado con el de sus vecinos, aunque, puntualmente, va desde los fríos más terribles y angustiantes hasta los calores más sofocantes y siniestros que te puedas imaginar, pasando por todos sus matices: con los tres cuartos de su peso en mera agua, como tú y yo -sin ese líquido no podemos sobrevivir, como ya has venido descubriendo-, cinco continentes disímiles en lo humano y lo divino y más guerras que países, cosa que en sí misma es ya una barbaridad… Vivimos en un mundo complicado, hermoso, caótico, apasionante, indomable, conmovedor, atemorizante. Perfecto.

Naciste en el continente de la esperanza, el adolescente de la civilización occidental, que no tuvo derecho a hacer lo que le viniera en gana y le obligaron a ser reflejo, ¡debiendo ser luz! El ombligo del mundo (esto, precisamente, traduce la palabra México): nos encontraron por accidente, por azar, cuando trataban de ahorrarse un tiempo y unos impuestos para comprar chucherías en Asia menor, partiendo del punto de que la tierra era redonda y podíamos llegar al mismo punto en sentido contrario: Así era y es, en efecto, y Colón pudo haber llegado a las Indias al contrario de cómo lo hacían siempre, pero Guanahaní dijo ¡presente! Y aparecimos en la escena del mundo: Nos les atravesamos de golpe, como un espanto, mejor, como un trozo de madera en mitad de la mar después de un naufragio, de la nada desesperante del Atlántico norte, y nos perdimos para siempre… Nos saquearon hasta el cansancio. ¡Hoy día sólo cambian los nombres! Asesinaron a nuestros aborígenes, traficaron vulgarmente con nuestros hermanos africanos: nos impusieron un idioma, el más poético de todos, que ya es mucho decir, unas costumbres, una religión, extraños todos e incompatibles en esencia con nuestra inocencia primaria y nos reprimieron violentamente ¡como a unos burros y a unos perros! Y aún lo siguen haciendo…

Desde entonces, somos una telaraña, un sancocho indescifrable de razas y culturas a la que deberíamos llamar “afroarabigolatinoamericana”, o algo así, para ser un poco más justos, sólo un poco más justos con todos nuestros ancestros, pequeñín, ya aprenderás…

Estamos en la esquina superior izquierda de la parte sur de América. En el único país del planeta azul con dos mares y tres cordilleras, entre otras cosas más… Nuestra Colombia querida y golpeada, chiquilín, la de las mariposas amarillas, Pambe, Cochice, Juan Valdez, Patarroyo, Hakim, Gabo, Botero, Obregón, Osos con anteojos, vallenatos que no nadan, pero bailan y cantan, escarabajos que montan bicicleta y la violencia desmadrada.

Éste es el país de los contrastes.

Tenemos un rinconcito del Amazonas, la selva más grande y despampanante del mundo, pegadito a la inmensa llanura oriental de la Orinoquía, abajito de las faldas de la serranía de la Macarena y los Andes magníficos de los nevados del Ruiz, el Cumbal y el Azufral: El volcán del Ruiz fue el que se tragó de una sola bocanada a Armero en mil novecientos ochenta y cinco, despuesito de que yo naciera y el M- 19 se tomara el Palacio de Justicia. Aún hoy no hemos podido darle vuelta a la página de este infame capítulo de nuestra historia. No sabemos bien, siquiera, qué fue lo que pasó ese desafortunado miércoles novembrino. Del otro lado de las cordilleras, luego de los fértiles valles del Cauca y el Magdalena, tenemos la lluviosa y asfixiante región Pacífica: ¡Por ahí sólo deja de llover dos o tres días al año!

Más arriba, nos encontramos con los ecosistemas anfibios tropicales al lado de la Sierra Nevada explayados hasta el golfo de Morrosquillo, después de los Montes de María, antes de llegar a la árida y fascinante Guajira. Esta región es la nuestra: la tierra del bollo ´e yuca, de angelito y plátano, de la mazamorra, del mote, la butifarra, del arroz de liza o de coco y el cabrito, del sancocho de todas las carnes posibles, de la cocada, la polvorosa, el diabolín, la arropilla, de la butifarra, el enyucado, la boronía, el friche, la diosa coronada, la mojana, la luz de sabayo, la llorona loca, el cóndor legendario, las tristezas del alma, El flecha, El pachanga, Abraham al humor, la pequeña suite y la ópera del mondongo, del hombre caimán, los indios mansos y farotos: Arawaks, Koguis, Zenúes y Wayúus. De la tamaca, el caimito, la curumuta y el mamey, la de María Varilla, Pola Becté, Manaure, Barú, Taganga, Puerto escondío, Hurtado, Isla Salamanca, la Macuira, la hamaca grande, el sombrero vueltiao y el concha ´e jobo, las abarcas y los viajes medidos por tabacos, no kilómetros. Jajaja…

Somos Caribes, pequeño, por ascendencia, nacimiento y costumbres. Tenemos más cosas en común con cualquier habitante de la más remota de las incontables islas de este mar inmenso y entrañable que con nuestros paisanos de la zona andina, pacífica o de los llanos y las selvas del sur.

Por esta región, siendo desplazados por los temidos Caribes en su primera invasión, anduvieron los Chimilas (palabra que significa muchedumbre), raza aborigen cuya gran nación se extendía desde la misma Sierra Nevada, entre los ríos San Sebastián y Ariguaní, hasta la margen derecha del río grande de la Magdalena, la arteria fluvial principal de nuestra tierra: Eran monoteístas esos abuelos remotos, su dios todopoderoso era Narayajna, cuyo representante era el cacique. Eran una nación Chibcha, temida por los colonos que subían a contracorriente el río buscando el interior del país, sobre todo los ubicados en el país o comarca de Pocabuy, cuya capital quedaba en Venero, una pintoresca población rural frente a la puntica o Santa Teresita, el pueblecito donde tus abuelos tenían una parcela para criar pollos, peces, flores, verduras, sueños y ser felices de la manera más armónica y sencilla posible frente a la ciénaga de la rinconada, en Guamal, por supuesto, la tierra de tus ancestros: Indios bravos, parranderos empedernidos, chiquiticos y morenos, como nosotros, musicales, fueron los que se inventaron la Cumbia, la madre de nuestros bailes típicos en un compás sincopado, telúrico y sensual de dos por dos. La guacharaca, un instrumento idiófono de fricción, común hoy día a todos nuestros aires folclóricos se la debemos a ellos, además de varias clases de pitos y flautas de diversas cañas. Eran unos magos con las gaitas, como Yeyo y Toño Fernández, los de las Mañanitas de diciembre y la Malla; místicos y cuenteros, también, como tú y yo. Mamagallistas.

 

Luis Carlos Ramírez Lascarro

Sobre el autor

Luis Carlos Ramirez Lascarro

Luis Carlos Ramirez Lascarro

A tres tabacos

Luis Carlos Ramírez Lascarro, Guamal, Magdalena, Colombia, 1984. Estudiante de Historia y Patrimonio en la Universidad del Magdalena. Autor de los libros: El acordeón de Juancho y otros cuentos y Semana Santa de Guamal, una reseña histórica; ambos con Fallidos editores en el 2020. Ha publicado en las antologías: Poesía Social sin banderas (2005); Polen para fecundar manantiales (2008); Con otra voz y Poemas inolvidables (2011); Tocando el viento (2012) Antología Nacional de Relata (2013), Diez años no son tanto y Antología Elipsis internacional (2021). Ponente invitado al Foro Vallenato Clásico en el marco del 49 Festival de la Leyenda Vallenata (2016) y al VI Encuentro Nacional de Investigadores de Música Vallenata (2017). Su ensayo: El Vallenato protesta fue incluido en el 4to Número de la Revista Vallenatología de la UPC (2017). En el 2019 escribe la obra teatral Flores de María, inspirada en el poema musical Alicia Adorada, montada por Maderos Teatro y participa como coautor del monólogo Cruselfa. Algunos de sus poemas han sido incluidos en la edición 30 de la Revista Mariamulata y la edición 6 de la Gaceta Hojalata (2020). Colaborador frecuente de la revista cultural La Gota fría del Fondo mixto de cultura de La Guajira. 

 

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