Literatura

Mis zapatos

Edgar Arcos Palma

29/03/2023 - 00:05

 

Mis zapatos

 

Evoco; asocio el agua que fluye, un paisaje campestre, un escape de mi casa por nada en particular con la promesa de volver temprano en la tarde antes que mi madre. Sentado en un banco de madera que emitía un ruido lastimero con el menor movimiento y obligado a una rigidez total para no distraer al obrero zapatero quien en un banco vecino fabricaba con arte un zapato tras otro. Mis manos arrugadas, pálidas, sancochadas, juntas con la presión de mis muslos; el parpadeo, el giro de mi cabeza a la puerta que daba a la calle por donde se filtraba la tarde y por donde se filtró la imagen de mi tío, tragado por el resplandor. Obediente, creí en cada una de las palabras de mi tío cuando a mi súplica respondió “espérame aquí sentado, ya vuelvo”. Esa mañana había alcanzado el cauce del rio Mijitayo, desde Obonuco; jugué con hojas secas de los eucaliptos y las dejé correr en una competencia náutica de indescriptible emoción, corrí por la orilla yendo y viniendo, ayudé con algo de rubor a una de las hojas que se trabó en una piedra roma y no atinaba a encontrar el hilo de la corriente. El aire de la mañana entró por las mejillas, lo sé, el rubor que sentí entonces fue diferente al que percibí luego al acudir por ayuda a mi tío.

Ese día no quise ir a la escuela. Esperé que mi mamá saliera a trabajar y, sin nada en mis manos, atravesé la ciudad rumbo al sur. Sonrío con lo que pensé en su momento, un pecado, un sacrilegio; un estremecimiento empujó mis piernas mientras me alejaba de la casa y casi perdí la compostura con lo que mi cabeza argumentaba: Tomo el camino de Dios, pues las iglesias de La Panadería al inicio de mi recorrido, de La Merced, de San Agustín, de Santiago a mi izquierda, de San Felipe; todas ellas con sus altas cúpulas guiaban el sendero sagrado. El pupitre puede esperar. El rumor del rio aumentó entonces la prisa por llegar al nacimiento, allá en la montaña, lejos de la ciudad. Todo se me antojaba enorme y sin embargo mi sueño también lo era y creí con fe que lograría la meta. Quizá no miré o no quise mirar a quienes se cruzaban en el camino; el temor de sentirme pillado, de que me acusarían ante mi mamá, ante los profesores, ante la iglesia, inclinaron el peso de mi cerviz y conté sin contar los pasos solo siguiendo las puntas de mis botines de cordones bien anudados por si acaso. Campesinos apresurados y desdeñando mi presencia; eso era bueno.

No sentí hambre, no comí nada. La mañana fue un espejismo y sin saber de tiempos idos, dejé que el rio se metiera en mis travesuras. Retrocedí a tomar impulso para saltar a la otra orilla con ayuda de piedras puestas a propósito en el rio. Lo hice no sé cuántas veces, sacudí mis pantalones empapados y las botas haciendo ñoc ñoc con el agua siseando entre mis dedos y las medias empapadas ahora. Corrí sin descanso, el cielo, la hierba, el sonido amistoso del rio, los mugidos de vacas lejanas, las abejas buscando el néctar en las flores silvestres, todo me pertenecía. Las voces que de pronto se acercaban por el camino paralelo en ciertos trechos del caprichoso rio, eran una alerta de peligro y presuroso me escondí un par de veces entre arbustos de moras y eugenios y con ojos alertas dejaba al viento tragar palabras y después el silencio cómplice para volver a acariciar las frías aguas (en mis cortos años la caricia era la palabra preferida) amigas de una jornada que no quería final.

El zapatero se distrajo con el quejido de mi banquito, me miró displicente y sonrió con una complicidad no entendida, entonces volvió a sumirse en su oficio. Yo había mirado a mi espalda a la puerta que da al corredor y de ahí a la escalera esperando ver a mi hermano o peor aún, a mi mamá, o a mi otro hermano, o a la empleada. Nadie a esa hora de la tarde. Mis pantalones ya secos. No sé por qué surgieron preguntas fuera de contexto. Mi mamá había logrado darnos con su trabajo, un espacio de holgura, un alivio al hacinamiento de años a la costumbre de un solo dormitorio donde en las noches sentía la respiración de mi familia penetrando nítida por mis oídos, si hasta creía hacer parte de los sueños de mi mamá y mis hermanos y de la empleada. Eso había quedado atrás y nos acomodamos en dos dormitorios, y la cocina y sus olores quedó en la planta de abajo. Justo ahí donde esperaba por mi tío siguiendo obediente sus órdenes ¿Por qué mi tío vino un día cualquiera de visita, certificó nuestra nueva comodidad, la cocina; habló con mamá y sentenció la puesta en marcha de una sucursal de su emergente negocio ahí donde yo estaba sentado en el banquito? “Calzado Moldi de Grimm”. Otra pregunta: ¿por qué mi tío se había fijado en nuestra cocina? ¿Era el dueño de nuestra casa? Recuerdo haber interrogado a mi mamá y ella por toda respuesta me disuadió de más pesquisas con un “es mi hermano mayor…y son designios de Dios. El proveerá” Volvimos a nuestras estrecheces y los sueños se metieron de nuevo a montones por entre nuestras cercanas respiraciones con el nuevo y agobiante sufrimiento de mi mamá y sus lágrimas de noches enteras. Solo una pregunta más, mamá: Aquí donde vivimos ¿es nuestra casa, es de nosotros? La respuesta fue escueta: Si. Sin más argumentos me encogí de hombros y sentía que algo no encajaba. Cosas de adultos, quizá lo balbucí.

El río se aproximaba a la ciudad y, entre sus vericuetos sinuosos, lo miraba ya no al alcance de mis manos al agacharme, tenía que estirar mucho los brazos y a duras penas tocaba sus acariciadoras aguas; el fondo era cada vez más negro, más oscuro. Cansado, no había parado de correr, me senté en el borde, un sauce inclinaba sus hojas y exhibía sus dotes de besar las aguas señalando mi ineptitud; alargué mi mano y la pasé con cariño por entre sus rugosos troncos, admiré sus verdes hojas meciéndose en las lentas y traicioneras aguas, las piernas seguían en trance de relajamiento y vaivén continuos, susurré en mis apretados labios alguna canción de las que entonaban los mayores ¿la empleada, mi mamá? No recuerdo, y en todo caso tampoco sabía la letra; palpé mis pantalones y calculé que a mi regreso a casa ya estarían secos, seguí balanceando las piernas, los botines a unos centímetros del agua mostraban los cordones casi sueltos; prometí anudarlos en un rato, al final de mi aventura. El cielo se cubría de nubes y el sol oculto por intervalos seguía brillando. El verde cerca de mí se volvía oscuro en las lejanas montañas, el nacimiento del rio sería encontrado en otra escapada. Algo crujió en el abdomen y sentí hambre; aviso de regresar a mi casa, antes de que llegue mi mamá. Mis dedos blancos y arrugados con el contacto permanente del agua se movieron espontáneos para anudar los botines, el agua haciendo ñoc ñoc dentro de ellos, la decisión de sacarla antes de anudar los cordones, tuve mi botín entre los agarrotados dedos, eso fue un instante, un parpadeo, un soplo; luego lo irremediable, el botín cayendo en volteretas resultado de mis torpes manos intentando lo imposible, eterna caída y un splash a las aguas del rio, enseguida mi posición horizontal y mi brazo extendido en el inútil intento de recuperar el botín que poco a ñoco se hundía llevado aguas abajo hacía lo irremediable.

El descenso a la casa con la culpa a cuestas no cuadraba, era contradictorio pues no avanzaba como debía. La figura materna sin embargo fue el acicate para mi desandar con un botín en mi mano después de lamentar la pérdida del otro (¿dónde estará ahora?) caminando inestable y con una media mostrando ya la punta del dedo gordo; sentado luego en un andén frente a la iglesia de San Felipe, quitándome el botín y de ahí en adelante sorteando los guijarros que se antojaban agujas a cada paso.

El filtro de luz del atardecer era aún nítido, varios clientes preguntaron por sus pedidos y el obrero respondía con monosílabos prolongando los plazos de entregas; y yo aprovechaba para desentumecerme cambiando leve la posición de mis nalgas casi adormecidas; recuerdo la pregunta dos veces y el obrero respondiendo con monosílabos “ya no más viene, ahorita mismo llega” y yo sintiendo un alivio indescriptible, creyendo en la palabra monosílaba. El tío no aparecía y el aviso de la zapatería reflejó una luz amarillenta sobre el andén junto a la entrada de nuestra antigua cocina. Luego, como en una visión clarividente, la figura alta del tío se hizo visible espantando de un golpe la desazón y la desesperanza. Me miró displicente y preguntó sobre mi presencia ahí en el banquito. Repetí avergonzado mi súplica, el obrero se hizo eco de mi sufrimiento moviendo imperceptible la cabeza en señal de desaprobación y volvió a sus asuntos; mi tío sin apenas prestar atención a las lágrimas empeñadas en acabar de nublar el final de la aventura hurgó entre una pila de zapatos viejos, algunos de ellos ya sin dueño por falta de pago y me entregó un par de ellos.

Dos años después mis dedos encontraron por fin la punta de esos pesados zapatos.

Diez años después volvimos a dormir con holgura.

 

Edgar Arcos Palma

Médico y escritor nariñense. Sus cuentos han sido publicados, entre otros medios, en la Revista Estafeta (San Juan de Pasto-Nariño). En 2021 publicó su celebrada novela, Yaguargo.

4 Comentarios


Alfonso Recalde 30-03-2023 07:25 PM

Excelente descripción y léxico que al leerlo y releelero traen gratos recuerdos de otroras épocas de infancia y logran remembrar aquellas lindas vivencias de infancia y juventud en nuestro Pasto añejo Brindo por esta y sus otras publicaciones Estoy seguro que la inspiración de los mismos fluye como ríos de vino y al degustar sorbo a sorbo enaltece el espíritu y libera la espiritualidad Un abrazo Alfonso

Lorena 24-04-2023 12:24 PM

Es un relató conmovedor y hermoso en el que el autor rememora un recoveco existente en su memoria, siempre con su peculiar e impecable descripción de paisajes, lugares, y personas que te transportan e inducen a un interrogante: Cuándo se estrena la próxima temporada? Idealista, melancólico, excelente escritor . Éxitos

Nelly Insuasty Santacruz 10-05-2023 05:32 PM

He leído con sumo interés,atrapada en la narrativa tan rica en descripción tanto del entorno como de los personajes, que va y viene de uno a otro sin perder el hilo conductor , que agrable

Christiam Mauricio Maya Marcillo 09-01-2024 01:29 PM

Excelente simplemente excelente

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