Literatura
Rubén Darío, bohemio y exótico

Viajar por doquier, poseer una atormentada genialidad, ser docto en artes, darse frecuentemente al amor, a los placeres y al alcohol, parecen ser las prendas perfectas de un poeta bohemio coronado en vida y deificado en la muerte, al igual que los antiguos emperadores romanos. Rubén Darío vistió de esta guisa, pero con la añadidura de dotar a la poesía española de unos recursos, formas, y renovaciones realmente revitalizantes para la literatura.
Nació en Metapa, Nicaragua, en el año 1867, y con su parto comenzó su ajetreada vida. Abandonado por sus padres, se crio con sus tíos, momento en el cual empezó a expresar sus gustos por la literatura, llegando a publicar sus primeros poemas a la temprana edad de 13 años en el periódico El Termómetro. Desde entonces su carrera poética despegaría con ciertos altibajos. Su incipiente genio poético atrajo las miradas en Nicaragua y otros países centroamericanos, donde entablaría relaciones cordiales con la élite salvadoreña y nicaragüense, obteniendo el favor de sus respectivos presidentes. Con los años, ostentando importantes cargos diplomáticos y trabajando en distintos periódicos, recorrió toda Centroamérica, viajó a Chile y Buenos Aires y, próximo a su muerte, ya había visitado casi toda América (incluyendo Estados Unidos) y gran parte de Europa. En Autobiografía. Oro de Mallorca el propio Rubén Darío recoge todas sus andanzas, tropelías, vivencias, dichas y desdichas.
Las primeras inspiraciones de Darío, además de los clásicos, fueron algunos de sus contemporáneos españoles como los vallisoletanos José Zorrilla y Núñez de Arce o Campoamor y el argentino Ventura de la Vega. Sin embargo, serían los poetas y escritores franceses por los que sentiría una gran devoción y sus principales fuentes de influencia y determinismo a la hora de realizar su propia producción literaria. En este orden, sus mayores referentes fueron Victor Hugo y, sobre todo, Paul Verlaine con su movimiento simbolista. Debido a sus labores diplomáticas y periodistas, pasó gran tiempo en España, en donde atestiguó la profunda conmoción social y política tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. También dio cobertura periodística a la Exposición Universal de París en 1901, donde ejercería también como diplomático, conocería a varios poetas y, en suma, estaría en su panacea.
Todas estas influencias literarias y culturales convergerían en la pluma de Rubén Darío para dar lugar al Modernismo, ganándose el título de “Príncipe de las letras castellanas”. En sus propias palabras: «El Modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa franceses». La primera de sus obras que se consagra como modernista es Azul… publicada en 1888 en Valparaíso, Chile. A esta le seguirán otras tantas de igual o mayor calidad como Oda a Mitre (1906), El canto errante (1907), Poema del otoño y otros poemas (1910) y en la prosa obras como Los raros (1896) o Tierras solares (1904).
Tanto en su prosa como en su poesía se revisten de un exuberante uso de palabras exóticas, raras, latinismos, helenismos e, inclusos, neologismos acuñados por el propio Rubén Darío. En su poesía proliferaron los versos alejandrinos afrancesados y sus maneras se sumergen en un mundano erotismo que tienen por fin la búsqueda del éxtasis, lo que en otros tiempos pudiera haber sido la búsqueda de Dios. Es también propio de su obra el conflicto en que van a dar el refinamiento exótico, ornamentado y colorido de su estilo con ciertos temas oscurantistas y místicos. Un ejemplo de su estilo es su Salutación del optimista:
“Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismática, pura, riente,
cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio, condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis el salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita,
que a la hispana progenie hizo dueña de los siglos.
Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodiacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la Tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
ni entre momias y piedras que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura,
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!”
Rubén Darío murió de cirrosis a causa de su alcoholismo en 1916 sin haber llegado a cumplir los cincuenta años. Pese a una vida llena de atropellos y desgracias, Darío supo darle un lavado de cara al pesimista género lírico que había en aquellos tiempos como consecuencia del fracaso político. De hecho, ejerció como eslabón o conexión entre los últimos estertores del romanticismo del siglo XIX y el comienzo de las primeras vanguardias literarias que se formarían a inicios del siglo XX, influyendo en las primeras obras de poetas posteriores como es el caso de los hermanos Machado.
Vio los estragos políticos en Centroamérica y el expansionismo estadounidense, el fín político de España en América y los inicios de una guerra jamás vista hasta la fecha que conduciría a su amada Francia a una sangría. Con todo, iluminó con la oscura tinta de su pluma la poesía de una lengua cuyas sociedades estaban en crisis política, buscando su reconfiguración.
Alonso Fernández García
Referencias
https://social.shorthand.com/teleSURtv/nyYtylMCczf/ruben-dario-el-principe-de-las-letras-castellanas
Sobre el autor

Alonso Fernández García
Entre orillas de dos mundos
Si las lontananzas de la historia nos llegan en las letras, las anchuras de un océano se estrechan en la correspondencia. Qué hubo y qué hay entre una pequeña península al sur de los Pirineos y gran parte del continente americano, son cuestiones que nos definen en lo bueno y lo malo. Comprender las respuestas permitirá contemplar la escala de grises sobre la que “dibujamos”.
Alonso Fernández García es bachiller en letras del I.E.S Campos y Torozos, estudiante en la Universidad de Valladolid y periodista en ciernes. Criado en Tierra de Campos Góticos, entre mares de mieses con sus correspondientes castillos y palomares como horizonte y fondo, vaga entre lo pasado y lo presente para comprender el devenir del futuro.
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