Literatura

Buena noticia

Andrés Elías Flórez Brum

26/07/2023 - 00:05

 

Buena noticia

 

“Todas las cosas fueron hechas por medio de la palabra

y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe” Jn (1. 3-4)

 

EN HOMILÍA, YO ME HABÍA UNIDO A TRES GENERACIONES POSTERIORES A LA MÍA.

A todas luces, pretendía celebrar la buena noticia que se extendía sobre la generación que festejaba el acontecimiento. Era como una vendimia. Como la recolección de la cosecha. Como la siega del arroz en buen tiempo. Como el completo florecimiento de la rosa.

Recordé el sueño del Faraón ante quien compadeció José, el hijo de Jacob. El sueño de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas. Ahora se habían aparecido catorce vacas gordas en nuestro mar.

Estábamos reunidos, en actitud jubilosa, en la playa, de aguas espumosas y azulosas, del golfo del Morrosquillo. Las playas del golfo, desde Punta Piedra (Coveñas) hasta los límites con Tolú, se teñían de un azul intenso e infinito, con una fragancia de algas y jazmines. Un olor intenso a jazmín entre la arena y las espumas   alborotadas de las aguas.

Caminábamos con alegría por la arena de la extensa playa y nos bañábamos a pleno sol con vestiduras blancas y de lino. Descalzos. No sentíamos la arena recalentada en la planta de los pies. Las mujeres cantaban a más no poder la abundancia. Se devolvían al mar los montículos de arena de la orilla, las caracuchas y los retazos de algas y de raíces marinas.

Había varias canoas de pescadores ancladas. La abundancia de la pesca se repartía entre los presentes. El pescado fresco se fritaba en las cabañas y se acompañaba con patacón de plátano verde. Los chicos llevaban a las casas aledañas a la playa el pescado que sobraba.

Algunas cosas, las más requeridas, se negociaban a través del trueque. En sitios especiales se encontraban estacionados los buses que habían arribado de las poblaciones vecinas. Buses que funcionaban con baterías inyectadas de aceite de palma. Gente de Lorica, de Corozal, Sincelejo, Sampués, Chinú, Sahagún, Ciénaga de Oro, Cereté, Montería…

La palabra se compartía entre todos. Nadie era extraño, ni desconocido. Las huellas se multiplicaban en ambos sentidos. De la misma manera eran barridas por las aguas y la arena que la brisa ayudaba a empujar. En el ambiente, un rumor de buenas noticias. De risas y carcajadas. De augurios. Las ropas batían como banderas en los cuerpos.

Todo era señal de tranquilidad y reposo y movimiento. 

Todos estábamos contentísimos. Caminábamos por la playa en sentido norte. De Coveñas hacia Tolú. Recordamos la flecha, o la vimos por arte de magia, la flecha que había dibujado el pintor Alejandro Obregón en la playa. Dibujó una enorme flecha en la arena de la playa cuando vio sobre el cielo una bandada de alcatraces que volaban en sentido sur. Pero cuando columbraron la flecha que apuntaba hacia el sentido que los alcatraces traían, estos se desordenaron de la formación y cambiaron el sentido. Ahora volaban hacia donde apuntaba la flecha en completa formación marcial.

De Isla Palma, de Isla Múcura, de Isla Casa y del islote Santa Cruz, aguardábamos una lancha. En ella vendría Layari, el amor que me había traído a esta romería, a esta comitiva, a este cortejo de festejo. Con Layari, la india de la isla, nos veríamos por promesa de amor. No obstante, no era su único prometido. Otros dos amigos también la pretendían. Los tres aguardábamos la barcaza donde arribaría. Nos desprendimos de manera sigilosa de la multitud y nos fuimos en sentido contrario en espera de la indígena. Nos interesaba caminar. Caminar y concretar nuestros intereses.

Layari era bella, sumamente bella. India, de las nuestras. Como una bella oriental. Con rasgos nipones. Unos cabellos sedosos y tendidos sobre los hombros totalmente lisos.

No era fácil ganarles la partida a los pretendientes con los cuales me encontraba en la playa. Ambos apostaban por esta mujer con muchos recursos. Se sentían poder adquirir este amor sin mayores obstáculos. El juego era entre ellos. Una baraja para dos cartas. Al primero que en la mesa le saliera el as la tendría. No contaban con mi concurso. Ni que ventajas podría yo llevar en la partida. Ellos con sus atributos de toda índole.

Dos socios que solían frecuentar el hotel de la isla. Un japonés y un argentino en compinche. Cuando la descubrieron se deslumbraron. “De uno de los dos, tuya o mía”. Se habían hospedado en el hotel de Isla Palma, con anterioridad, apostando a un negocio secreto. Y se les volvió costumbre volver atraídos por esta mujer. La encontraron en el kiosco de bebidas ligeras. Preparaba y batía los refrescos de corozo, nísperos y zapotes.

Maroto, cerrando los ojos frente a Layari expresaba: “¡Admirado!, mujer más bella que la majestad de Tokio”.

Melivo Giordano: “Mi bella, de rasgos orientales, causará sensación en la tierra austral”.

La indígena, Layari, por días trabajaba en el hotel batiendo los refrescos. Por las noches pernoctaba en el islote Santa Cruz que se hallaba al frente. El pedazo, de isla, más poblado del Caribe. Las casitas apiñadas. Pues, para pasar de una vivienda a otra se debía cruzar por los cuartos y las salas.

Y cuando se presentaban los dos extranjeros extrovertidos y risueños, los atendía con cierta sospecha. A Layari no le atraían sus cadenas de oro al cuello. Ni sus relojes automáticos y de brújulas, cambio de fechas y de días instantáneos en ventanas.

El primer contratiempo en el kiosco, no querer colaborar en el no uso de vasos plásticos y pitillos. Y arrojar bolsas que contaminaran la playa cuando una de las funciones de Layari era mantener el nivel del agua en las islas. Layari no les correspondía a sus cumplidos a ninguno de los dos. Ni los miraba de frente. Se hacía la distraída. La sorda. La vista la posaba en la licuadora y sus manos.

En cambio, cuando fui a la isla de vacaciones y me senté en la barra, con facilidad entablamos un diálogo sobre nuestros orígenes con franqueza y sin interés alguno. Todo fincado en la conversación y las palabras que brotaban como burbujas celestes sobre el ambiente.

Layari no era atraída por los espejos de los extranjeros. A ellos, sobre actuados, queriendo pagar al tiempo, los dejaba con las billeteras sin atención, permitiendo que su compañera de servicio les recibiera. No estaban en sus afectos y hasta la manera como le pronunciaban el nombre de pila le causaba aversión en sus oídos. En el intercambio de las palabras con ella, con Layari, la palabra siempre abonaba a la madre tierra. La palabra sincera hacía correr el agua. La corriente es un movimiento continuo del fluir. El viento se lleva la hoja seca para que el campo reverdezca.

Me les adelanté a mis dos amigos o rivales que se habían distraído cuando columbré la embarcación. Cuando ancló la lancha en el puerto le recibí de la mano.  Las olas se habían alborotado y las espumas formaban un murmullo de algodón junto a la orilla. Había retazos de raíces y de algas acumuladas junto a nuestros pies. El sol en lontananza empezaba a bajar sobre las aguas.

Ambos avanzábamos por la arena descalzos. Pensé que detrás venían los dos pretendientes. Miré buscando sus pisadas.

“Ellos no son —me dijo Layari— eres tú”. Y me llevó del brazo.

“Dame unas palabras” me exigió con fuerza en la voz y me mostró su blanca

dentadura.

El celaje de la tarde bajaba a nuestros hombros. Layari traía consigo una mochila con sus pocas pertenencias. La recibí gustoso y la colgué en mis hombros. Me miró extrañada buscando mi voz.  Sabía que el amor también hace milagros.  Éramos de épocas diferentes, pero por fin estábamos juntos. En el ocaso, el sol se iba hundiendo poco a poco en el mar. Por el lado opuesto, la luna aparecería caprichosa y risueña.

La luz le bañaba el sedoso cabello dibujándole perlas y pendientes en sus orejas. “Las palabras” —me pidió otra vez solicitándome que le hablara— “Las palabras”.

“Camina, me dijo, alejémonos”. Pisaba a gusto la arena recalentada con sus pies descalzos. “A La Caimanera —expresó— vamos a La Caimanera”. Y seguimos a paso forzado por la playa en sentido opuesto a Tolú. La luna proyectaba nuestras sombras. “Al demonio el argentino, al demonio el japones”.

Con una agilidad pasmosa, de vértigo, se desprendió la ropa del cuerpo como si se quitara un hombre de encima. Se arrojó al mar y empezó a bañarse. En ese momento excéntrico, se zambullía de cabeza y levantaba las piernas como la cola de una sirena. Era sirena en sus piernas, y era mujer en su busto y en su rostro. Me acerqué más a ese repliegue donde se quiebra la ola y la arena. “Las palabras, habla” me pedía. Yo estaba prendido, sin confesarlo, de su imagen. Me recordaba al personaje Rosario de Los pasos perdidos. La fotografía de Rosario la había presentado el mismo maestro Alejo Carpentier en una entrevista. Y por Dios que eran idénticas. Siendo Layari más clara. Menos quemada por el sol. Y cuánto hacía que yo iba buscando esta india así: bella, seductora, con ese cabello de cascada retenido en su belleza pura. “El perfil era un dibujo muy puro, desde la frente a la nariz;… india por el pelo y los pómulos”… Pág. 80. “Mi compañera, nuevamente fatigada, descansó la cabeza sobre el hombro de la que –lo sabíamos ahora—llamábase Rosario, … Pág. 97. (Carpentier).

“No soy tuya” dijo cuando soltó una bocanada de agua salada hacia los cielos. Una luz plata se adhería a sus muslos y a su cintura. Ahora era mujer y sirena. Y en mis oídos el sonido de las olas y el viento y la luna engullendo las espumas embarbascadas: “Mi virginidad es de las aguas y el viento”, dijo para que el viento me trajera las palabras. “Soy de la luna y el mar”.

Una ligera fila de cardúmenes dorados aleteaba a su lado. Y una gaviota graznaba pasando junto a sus cabellos. Se hundió en picada. De debajo del agua y las olas apareció mostrando los pechos al aire y al sol: “Vivo para natura” dijo, y se escucharon como un himno sus palabras.

 

Andrés Elías Flórez

2 Comentarios


Guillermo Lopez 26-07-2023 03:17 PM

Quiero saludar a la familia Panorama. Resaltar al autor y escritor Andrés E. Que se funde en este escrito pintoresco, con unos personajes que nos brindan experiencias en las arena de las letras. Saludos.

Lilia Gutiérrez Riveros 06-08-2023 08:57 AM

Uno de los cuentos más hermosos de Andrés Elías Flórez Brum. Confirma su dedicación y su granbtrayectoria narrativa. Gracias por compartirlo

Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Cien años de soledad: el otro modo de narrar a América

Cien años de soledad: el otro modo de narrar a América

  La literatura de índole popular se mueve a veces entre dos extremos: el de entrar al circuito del consumo masivo por un lado, y po...

El relato de un perdedor

El relato de un perdedor

Son las tres de la tarde y Beto*[1]no ha almorzado. Lleva tres horas de estar estirando el malogrado acordeón que permanece estampado ...

El brujo embrujado

El brujo embrujado

  Zully, además de hermosa, era una mujer sensual. Por donde pasaba dejaba un olor a jazmín de Arabia, lo que hacía que tanto muje...

Los espacios abiertos por la Feria del libro de Valledupar

Los espacios abiertos por la Feria del libro de Valledupar

Ante la escasez de librerías y referencias actualizadas en el departamento del Cesar, la apertura de nuevos puntos de venta –aunque ...

Los 20 libros más vendidos en el mundo

Los 20 libros más vendidos en el mundo

  Hace un tiempo escribí sobre los mejores inicios de libros, también sobre los más influyentes, pero hoy me gustaría mostrarles ...

Lo más leído

La historia detrás de la canción “La piragua” de José Barros

Alejandro Gutiérrez De Piñeres y Grimaldi | Música y folclor

La Muerte de Abel Antonio

Álvaro Rojano Osorio | Música y folclor

Los mejores comienzos de novela en español

José Luis Hernández | Literatura

Macondo: perfil de Gabo

Oscar Pantoja | Literatura

El discutido origen de la arepa

Redacción | Gastronomía

La Poesía de Gabriel García Márquez

José Luis Díaz Granados | Literatura

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados