Literatura

R. H. Moreno Durán, William Ospina y yo en Barranquilla

Oscar Arcos Palma

03/10/2023 - 00:13

 

R. H. Moreno Durán, William Ospina y yo en Barranquilla
R. H. Moreno Durán y William Ospina / Fotos: ElPais.com

 

En una carta del 4 de julio de 1966, dirigida a Carlos Fuentes, Julio Cortázar recordaba la primera vez que llegó a París en 1949 y conoció a Octavio Paz: “Nos encontramos en un café con Benjamin Péret, y después nos quedamos solos y empezamos a vagar y vagar, hablando de tanta cosa; creo que Octavio hablaba y yo era simplemente feliz escuchándolo, descubriendo esa inteligencia increíble que tiene y ese largo saber.”

La frase de Cortázar me ha reafirmado en el sentimiento de felicidad que me produce escuchar a los otros. Quienes me conocen, saben que hablo poco y más bien dedico mi tiempo a escucharlos. He tenido alguna fortuna de escuchar a ciertos personajes de la vida cultural y política de aquí y de otras geografías, en ocasiones, y con certeza digo que aquellos personajes ni recordarán ni sabrán que estuve ahí escuchándolos.

Uno de esos episodios ocurrió un día de octubre de 2002 en el Hotel Prado de Barranquilla. Sentados a la mesa en la terraza del hotel, junto al bar y a la vista de los jardines interiores y la piscina iluminados a esa hora de la noche, Rafael Humberto Moreno Durán, William Ospina, Harold Ballesteros, Marco Sánchez y yo bebíamos Whisky, Ron Cubano, Cerveza. Moreno Durán y William Ospina habían sido invitados al evento La Literatura de la Violencia y a un homenaje a la poeta Meira del Mar, organizados por la Corporación Autónoma de la Costa. El poeta Ballesteros oficiaba de anfitrión. Sánchez había ganado el concurso nacional de cuento organizado por la Corporación –un año después sería el segundo finalista del concurso nacional de novela del Distrito Capital, con una buena obra: El Jardín de los Duraznos Sagrados-. En algún momento se acercó a saludar Juan Manuel Roca.

A diferencia de comentarios que había escuchado por ahí, sobre la arrogancia de Moreno Durán, me pareció una persona cálida y cordial y de una fluida conversación. Desmentía la fama que se le había endilgado, de ser una persona de exagerado ego que hace sentirse una miseria a los demás. En la conversación se mofó de Guillermo Valencia y de su poema Los Camellos [Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices / de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia / los cuellos recogidos, hinchadas las narices / a grandes pasos miden un arenal de Nubia...], pues el bardo payanés ni los había conocido en vida ni en Colombia existían desiertos estilo egipcio que se les parecieran. Otro caso mencionó: el del expresidente Belisario Betancur, quien se preciaba de haber sido el primero en el país en descubrir y traducir del francés algunos poemas de Cavafis, en 1958. Moreno Durán afirmó que años antes, en 1955, el sacerdote ortodoxo Pacho Aguirre fue el primero en traducir al español algunos poemas del Viejo Poeta, directamente del griego, y habían sido publicados en un periódico de circulación en el eje cafetero. Y agregó: “Así que, de lo único que se puede ufanar Belisario, es de haber descubierto a Dalita.” 

En la mañana del día siguiente, Harold Ballesteros nos convidó a un paseo a Puerto Colombia. Estuvimos con él en ese lugar William Ospina, Marco Sánchez y yo. De camino al puerto nos llamó la atención los condominios de viviendas estilo árabe. Pertenecen a emigrados e hijos de emigrados de países del Oriente Medio (libaneses, sirios, árabes…), ahora colombianos de adopción o de nacimiento, con notable poder en la clase política, virtuosos en el arte de la corrupción y el desfalco de los fondos públicos.

En el puerto recorrimos el largo muelle construido por el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, inaugurado en 1893. Casi un kilómetro de largo, apropiado para el atraque de embarcaciones de gran calado. Los viejos raíles de tren por el que en una época gloriosa circularon con estrépito el comercio de mercaderías de aquí y de allá, el conocimiento y el progreso. Por esa puerta entraron de la mano de sus padres judíos Salomón Kalmanovitz –economista- y Simón Brainsky –psicoanalista-, con quienes en la década de los noventa publicaríamos, bajo la dirección de Fabio Giraldo, la Revista Ensayo y Error, de pensamiento crítico contemporáneo –o de cocina crítica contemporánea, como diría uno de sus fundadores, el médico psicoanalista José Malaver, en alusión a los enfrentamientos insustanciales de algunos de sus miembros-. Una placa testimonia el agradecimiento de los judíos de diferentes naciones a la acogida que les brindaron los habitantes de estas tierras.

Pero el muelle de aquellos días se estaba muriendo. Las olas en infatigables embates y el salitre en paciente destrucción. En el extremo del muelle, William Ospina declamó un poema de Francisco de Quevedo que cantaba la ruina de Roma a orillas del Tiber:

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!

y en Roma misma a Roma no la hallas:

cadáver son las que ostentó murallas,

y tumba de sí proprio el Aventino.

 

Yace donde reinaba el Palatino;

y limadas del tiempo, las medallas

más se muestran destrozo a las batallas

de las edades que blasón latino. 

 

Sólo el Tíber quedó, cuya corriente,

si ciudad la regó, ya sepultura

la llora con funesto son doliente. 

 

¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,

huyó lo que era firme, y solamente

lo fugitivo permanece y dura.

 

Fue estupendo escucharlo, entregado al poema como si de veras las aguas caribes fueran el Tiber y el muelle derruido la Roma en ruinas. Aquella demostración merecía una cerveza o un trago fuerte y eso buscamos en un quiosco en la playa. Dos negros fornidos pasaron, cada uno con ristra de peces escuálidos, el tentempié de la jornada.

Contemplando el lento discurrir de las aguas marinas y oliendo ya las frituras del pescado y los patacones, William Ospina echó a rodar los pasos del conquistador español Pedro de Ursúa, la historia de sus andanzas en la endemoniada geografía de la Colombia actual y su fracaso y su tragedia mayor en el descenso por el Marañón. La novela en ciernes.

Y pensé en Violante y en el Adelantado, en los cinco poemas con los que me había hecho acreedor al premio nacional de poesía en ese mismo evento. Meses después, publicado el libro con el título de Violante, el profesor Edgar O´Hara de la Universidad de Washington (Seattle) diría: “Arcos Palma es un poeta de buena pluma que sabe hasta cierto punto lo que está haciendo, así como William Ospina es un poeta que no sabe hasta qué punto lo que hace ya fue soñado en vivo por otros. La referencia no es gratuita (Ospina es un ensayista de muy buena prosa), pues tiene que ver con el síndrome Carlos Argentino Daneri y la brutal e insensata labor de utilizar la palabra poética a manera de caballo percherón que jala una carreta de enormes conceptos sobre la historia. Me pregunto: ¿por qué leer un libro como Violante? ¿Acaso para confirmar una certidumbre: que el poeta , amén de manejar una bibliografía, manipula su escritura en la dirección que le place?”

Así que pensé en Violante en aquellos días y en el poema Atenas sobre el que O´Hara dijo: “…puede ser leído en un recital y no necesitaría más explicación que la de sus versos…”

ATENAS

Para conservar la coherencia,

los hombres imaginaron a los dioses.

Para no sucumbir ante semejante prodigio

de la creación humana

aparecieron sacerdotes y oficiantes

de cultos y ceremonias

de modo que la invención de dioses

se mostrara ajena a los hombres

pues ya se debe comprender lo desmesurado

y terrible que es la creación de deidades. 

 

Desentendidos de tamaña responsabilidad,

en la Grecia antigua los ritos ceremoniales

fueron oficio también de sacerdotisas del templo. 

¡Y qué imaginación la de aquellas mujeres que

se tomaron tan a pecho sus obligaciones divinas! 

A la amanecida depositaban

las más frescas ofrendas a los dioses

(frutas almibaradas cubiertas de rocío,

astillas encendidas con aromas de sándalo);

al mediodía, después del almuerzo,

entonaban los mejores peán

y los viajeros caían adormecidos

por tan sugerentes melodías;

al caer la tarde, el viento alborotaba entre los muros

y sacudía los cipreses,

cualquiera podía sentir en esos instantes

la cálida sensación de las olas

retirándose al poniente;

caída la noche, otros cánticos entonaba la sacerdotisa

y un coro de mujeres la seguía,

el fuego de los calderos se deslizaba

sobre brazos y piernas sudorosas

que dejaban al descubierto los peplos divinos. 

¿Qué danza era aquella que los residentes de Atenas

y los viajeros arrellanados en los pórticos del templo

habían visto jamás? 

¿Qué clase de ritmos entonaban aquellas mujeres?

Sus movimientos eran como el vaivén de las olas. 

 

El viajero, llagado del lejano Oriente,

embelesado en las rítmicas piernas de las danzantes

escuchó con dificultad algunas palabras

entonadas febrilmente por la sacerdotisa:

azúcar, pena, molienda, café, oriente, juma, New York, salsa.

El viajero dijo, sin dejar de observar la danza magnífica:

"ofrezco a los dioses de esta tierra que me acoge

las tres libaciones del feliz peán.  No puede ser más dichoso

el mortal que ha presenciado tan maravillosa escena."

 

Oscar Arcos Palma

Cofundador de la Revista Ensayo y Error, que circuló durante los años 1996-2001. Primer premio del Concurso Nacional de Poesía de la Corporación Autónoma de la Costa en el año 2001. Finalista en varios concursos nacionales de cuento, entre ellos el Castro Saavedra, en 1992. Ha publicado el libro de poemas Violante y, en coautoría con Germán Gaviria Álvarez y Mauricio Díaz, el libro Proyecto Coetzee: él y su obra.

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Las rezanderas de la Mojana

Las rezanderas de la Mojana

  “Diviso un alma penitente, sola, muy sola que parece aguarda”. Dante. Angélica Regina Reales, una de las últimas rezanderas...

El ensayo en Latinoamérica

El ensayo en Latinoamérica

El ensayo en el contexto de comienzos del romanticismo en Hispanoamérica fue cultivado por los autores en diversas formas como el trat...

Mo Yan, el Premio Nobel de literatura 2012

Mo Yan, el Premio Nobel de literatura 2012

Este año, las apuestas citaban a Haruki Murakami y Philip Roth como algunos de los grandes favoritos en la carrera del premio Nobel y,...

A orillas del gran río, de Diógenes Armando Pino Ávila

A orillas del gran río, de Diógenes Armando Pino Ávila

En los versos del poeta y escritor cesarense Diógenes Armando Pino Ávila, descubrimos el deseo de narrar y evidenciar los matices de ...

La lectura, según Paulo Freire

La lectura, según Paulo Freire

  Entre los ensayos que Paulo Freire escribió entre 1968 y 1981, sobresale en particular La importancia del acto de leer, porque el...

Lo más leído

La historia detrás de la canción “La piragua” de José Barros

Alejandro Gutiérrez De Piñeres y Grimaldi | Música y folclor

La Muerte de Abel Antonio

Álvaro Rojano Osorio | Música y folclor

Los mejores comienzos de novela en español

José Luis Hernández | Literatura

Macondo: perfil de Gabo

Oscar Pantoja | Literatura

El discutido origen de la arepa

Redacción | Gastronomía

La Poesía de Gabriel García Márquez

José Luis Díaz Granados | Literatura

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados