Literatura

Hallazgos de un cuentista

Clinton Ramírez C.

05/04/2024 - 05:10

 

Hallazgos de un cuentista

 

Entre todos los decálogos que se han escrito sobre el cuento, seguramente la única regla segura es que olvide todas las reglas, por eso hoy presentamos esta atípica reglamentación propuesta por el escritor Clinton Ramírez, quien nos enseña que, en esta materia, cada autor aprende a matar sus pulgas.

Clinton Ramírez

Para el profe Guillermo Tedio

***

Los lectores echarán de menos en este listado consejos siempre fijos en los decálogos del género. Quizá falte el consejo más honesto. El de decirle a quien quiere vivir para escribir que olvide el asunto. O enfrentarlo a este otro, si decidió ser escritor de cuentos: las palabras son hijas de las sirenas. Toca vigilarlas, y vigilarse.  

Empezaré con una definición que ojalá evite leer los demás consejos.

1. El cuento asume la facha de alguien que cuenta algo en las esquinas. Ese fulano suelta su tiro de mecha a los pies de los escuchas, y sale pitado para la siguiente esquina. Astuto, sin duda, cuidará de divulgar las tretas del oficio.   

2. Entre el cuento y el autor media el entendimiento de dos viejos amigos de juegos y fiestas. Saldrá mal el relato si te sentaste a escribirlo sin tener a la vista los hábitos de al menos uno de los personajes, sin ver el color de la camisa con que sale al jardín de su casa, sin asomarte a la lengua materia del cuento y a la voz del narrador. Este conocimiento inicial es el verdadero capital de tu historia. Es obligación del escritor sacarle el máximo beneficio al mínimo riesgo.    

3. Identifica cuál de los sentidos es tu aliado incondicional. Escuchar, ver, tocar y oler son definitivos a la hora de animar tu relato.

4. Jamás escribas un cuento para complacer a alguien, exaltar una costumbre y defender o atacar una idea. La sugerencia es huir de los escándalos, permitir que reposen o sean olvidados si son demasiado fuertes. Las ideas sirven, conocer tiene su peso, la experiencia vale más, pero un narrador cuenta e inventa sin esperar nada a cambio. La escritura de ficción es una asignatura que rara vez aprobamos con las mejores notas.

5. Tenemos el mundo para ubicar y escribir los cuentos. Es un error sentir vergüenza si los mejores sitios son los del barrio, el pueblo y el portal de la finca donde hicimos la primera infancia. Es cierto: en cualquier parte uno escribe un cuento si uno tiene un cuento que escribir. A Faulkner le gustaba hacerlo en los bares. Es más cómodo si uno está en casa, en la butaca de la sala o en la cama preferida. Un exceso de condiciones ideales resulta sospechoso. Tiene el mismo grado de sospecha la disculpa peregrina de viajar a otro país a buscar el sosiego que uno requiere para escribir el libro soñado o el que exigen las editoriales.

6. Escribir un cuento tiene que ser un acto de felicidad, así haya que hacer las inevitables revisiones. Más feliz serás entre más altas estén las marcas a saltar y más tiempo cueste alcanzarlas.

7. Un escritor será el primer lector de su cuento. Lo lee asomado a los propios hombros mientras equivoca pasos y acierta y vuelve a meter la pata. Está el lector espía que vive en el texto y fuera de él. Todos esos fantasmas son legítimos, pero es bueno aprender a ser lector de nuestro cuento terminando y encontrar, además, a alguien que lo lea y diga tres o cuatro cosas por duras que suenen. Si no se cuenta con ese amigo lector, confiable y desinteresado, de malas. Corresponde inventarlo o tomar su sitio. La escritura de un cuento apenas empieza con la redacción de la historia.

8. Escribir un cuento es igual a trabajar, aunque familiares y vecinos piensen que es un acto inútil, que ni siquiera lo compensa la publicación de tu garabato en una revista de colección. La remuneración está en otra parte, y es posible que apenas sepamos de ella bajo la apariencia de la alegría de un lector imaginario, alguna vez real.

9. No hay temas superiores a otros. Todo es materia bruta y uno debe estar en la posición de hacer apuntes para futuros cuentos. Ideas, las llaman algunos. Todo sirve como materia. Ya lo dijo tal vez Philip Roth. Hay que vivir con los ojos abiertos y los oídos finos.

10.  En un cuento los personajes son tan importantes como el conflicto que arrasa con ellos. Quizás ellos son lo único importante, aunque los jerarcas del oficio corran las fichas a la casilla de la anécdota central y el conflicto.  

11. Todo cuento viene con sus palabras debajo del brazo, aunque estas parezcan ser obras del narrador y hasta del autor. Olvidar esto es obligarlo a vestir un traje incómodo en su propia fiesta. Ser sencillo, directo, sí, pero sin llegar a ser simple y obvio. Eso se aprende a identificar cuando uno trabaja para la historia del relato y no para el currículo y los aplausos de los contertulios de mesa. Hay que aprender a escuchar la lengua del cuento que escribimos.

12. Renunciar a los finales espectaculares y graves es un acto de independencia. Es preferible terminarlos con una frase dicha sin decirla, natural. El final puede faltar y a algunos finales les sienta mejor el silencio y la omisión. Leer tres cuentos de Ernest Hemingway ayuda a experimentarlo.  

13. Jamás debe olvidarse la diferencia que va de redactar a escribir un cuento.  

14. La mejor forma de corregir un cuento es pensar en él como una conversación escuchada al pasar o al llegar a un lugar. La charla está en marcha al uno tropezar con su atmósfera, imágenes y mitos.

15. Tener más de un maestro en la vida de un cuentista es un hecho normal. El contacto permanente con ellos evita errores, pero permite sobre todo superar sus influencias y corregirles de cuando en cuando la plana. Tuve maestros significativos a los que llegué en la medida en que aprendí a escribir y ser un lector de cuentos. Doy el orden en que los leí. Poe, Chejov, Catherine Mansfield. La Margarita Yourcenar  de “El hombre que amó a las nereidas” y el James Joyce de “Los muertos”. La lista inicial es más extensa. Kafka, Rulfo, Gabo, Cepeda, Borges y Cortázar vinieron después. También aprendí leyendo a escritores que luego fueron y son mis amigos. Algunos de ellos aparecen en la serie Cuentos felinos.    

16. Leer es preferible a escribir. Un lector sabe cuándo dejar un libro, tomar el siguiente, o marchar a un bar o una fiesta. Un escritor no vive su única vida como la gastan los demás. Escribir es un destino o un feliz infierno.

El territorio de un escritor tiene los límites de su propia mente. Eso dijo Virginia Woolf. La ficción se vive con cada nuevo texto como simple y pura ficción, agregó alguna otra vez, sin que nadie le pusiera el tema. Son los críticos y teóricos quienes ordenan la casa y formulan los principios de un arte reacio a las intenciones de los decálogos. Pecará entonces quien tome estos hallazgos en la línea dura de los mandatos y las prescripciones.

Un escritor de cuentos es un amasijo de caprichos, dudas y aciertos provisionales. A él le permitieron abrirse paso hasta los lectores, presentes y futuros. Ser consciente de ello ayuda a depurar el oficio y extraer alguna lección, legítima y provechosa. Cada autor aprende a matar sus pulgas.

 

Clinton Ramírez

Escritor y economista nacido en Ciénaga, Magdalena. Magister en Literatura Hispanoamericana y del Caribe (2013).

1 Comentarios


Edgar Arcos 06-04-2024 07:35 AM

Leyendo este excelente método de vida no puedo menos de identificarme con cada una de sus frases. Clinton es un tirador y las dianas están ahí. Muy certero.

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