Literatura

Franklin, el terrible de la 30

Álvaro Rojano Osorio

10/05/2024 - 08:45

 

Franklin, el terrible de la 30
Vista aérea de Barranquilla

 

Franklin lucía teatral cuando contaba que, con balas disparadas desde “El Tizón”, como llamaba a su revólver, había escrito su nombre en una de las columnas del antiguo puente Pumarejo. Lo parecía al alardear que además lo hizo en un viaducto que construían sobre el río César, donde se lee: “El Terrible de la 30." Con emoción afirmaba que lo accionó en varias oportunidades en el duelo a muerte que tuvo con El Guajirito, un afamado y temido contrabandista de güisqui y cigarrillos. Y con la sonrisa del triunfador recordaba que, aun con el arma humeante, abordó un carro en la alta Guajira que lo llevó a Barranquilla, donde hizo de la calle 30 su lugar de permanencia, y en el que lo llamaron “El rey del Boricua”.

El Boricua era uno de los establecimientos públicos existentes en la zona de tolerancia conocida como Bocas de Cenizas. Lo del rey, según contaba, fue producto del triunfo logrado en la competencia que, por el territorio y la atención de las nenas, como llamaba a las trabajadoras sexuales, se trenzó con otros duros (camajanes). Después de triunfar, se hizo acreedor de la fama de insaciable amante, de consolador de damiselas, de ser el cabrón más encoñador del que se tuviera noticia en las distintas áreas de prostíbulos de la ciudad. “Como no lo iba a ser, si yo era un tomate, colorado. Por eso me llovían las hembras.”  

Como rey, su día preferido era el domingo. Se ponía la fraca (ropa) dominguera, los zapatos de cuero blancos, se untaba cien pesos de brillantina en el cabello, usaba el cinturón con la hebilla de plata con forma de cabeza de cobra, lucía las gafas Ray-Ban. Y caminando como lo hacen los guapos, llevando una caja de cigarros Marlboro en las manos, iba del Boricua a las Gardenias, de esta al Diamante.

En cualquiera de estos lugares se apropiaba de la conversación, sus palabras salían a raudales. Y sin interrupciones, entre humo y tragos de ron, narraba que su niñez la pasó delante del tocadiscos de un picot de bocina, programando música para borrachos impertinentes. Que en su adolescencia fue un veloz ciclista, y que por razones de la suerte no pudo “coronar” la vuelta a la Costa. Que en su juventud se enroló al Ejército Nacional, y dándole plomo a los mochorocos, farianos y elenos, fortaleció su temple de acero inoxidable, del que echaba mano para disparar sin temor “el niño Picho”, como también identificaba a su arma de fuego.  

Relataba que, devoto de su santo patrón, suplió al busto de este un 27 de enero en la procesión. Sin barba y sin alopecia, como principales características de la representación de San Pablo, montado en un anda, fue por las calles de hombros de la feligresía. Solo yo lo descubrí, eso decía; también, que con un cruce de miradas sellamos un pacto de complicidad.

Hablaba de las novias que tuvo antes de casarse con Celia. Mencionaba insistentemente a Melaní, la novia que nunca olvidó, quien le regaló una fotografía con la dedicatoria que tampoco borró de su mente. ¡Por siempre, para el amor de mi vida! A su esposa y a ella, decía haberles compuesto varias canciones al son de su guitarra.

Indicaba que en su gusto musical primaba la interpretada por el jefe, Daniel Santos, por la Sonora Matancera, los mambos de Pérez Prado, los montunos, bomba y boogaloo de Richi Ray y Bobby Cruz. De estos últimos afirmaba que tenía la colección completa de discos de larga duración que habían grabado, los que hacía sonar en su picot “El gran Terry”.

Además, aseveraba que Pedro Navaja y Juanito Alimaña eran un himno a su vida de valiente. Y si sonaba una de estas canciones, se levantaba de la mesa, creyéndose “El Travieso”, saltaba a la pista y bailaba. Lo hacía demostrando que los años pasaban, pero que él no envejecía. Creía que viviría para siempre. Sin embargo, la muerte lo enfrentó un día después de una farra en la que, con sus poses y pases de salsero, se tomó el escenario bailable, casi que presagiando que no lo volvería a hacer.

Recordaba que había sido rico después de haberse encontrado una máquina de hacer billetes, que puso a funcionar sin ninguna limitación porque el dinero que hacía era legal. Fue cuando dativo produjo una importante cantidad que repartió entre las personas que le decían: ¡Nene, nene, dame plata a mí! Pero la suerte no duró para siempre, embriagado perdió el aparato.

Además, afirmaba que modeló, refiriéndose a que había sido recluido en varias oportunidades en ´la cárcel Modelo. Lo decía mientras sonaba su canción favorita ¿Dónde va José?, del inquieto Anacobero. Entonces, envalentonado exclamaba: ¡Ahí tengo el “Tizón” dispuesto para enfrentar cualquier problema que se me presente!

Lo estaba, pero en la casa, porque “El Tizón” era un revólver Smith & Wesson, 38 largo, plateado, cacha de madera color nácar, que aparecía en una fotografía a color que Franklin pegó en una de las puertas del escaparate ubicado en la habitación nupcial. 

 

Álvaro Rojano Osorio

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

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