Literatura
John W. Archbold y su viaje al peligroso reino de los “Comehierro”
Jhon W. Archbold (Barranquilla, 1990) es licenciado en Ciencias Sociales y ha sido docente en la Universidad del Atlántico y la UNAD. En su ascendente carrera literaria ha publicado textos en las revistas Arcadia, Semana, Revista de la Universidad de Antioquia, entre otras, y ha sido finalista en e los concursos de cuento Relata (2013) y Metropolitano de Cuento (2016); pero sin lugar a dudas el reconocimiento llega con su novela Comehierro, ganadora Premio Distrital de Novela Corta Germán Vargas Cantillo (2021), la cual lo consagra como uno de los nuevos valores de la letras del Caribe. Entrando en el mundo de los “comehierro”, término dado a los adictos a los gimnasios, plantea una radiografía sobre la sociedad contemporánea. Aquí su testimonio.
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Luis Mario Araújo: He estado pensando en la mejor forma de abordar esta entrevista y no sé si la haya encontrado; pero voy a plantearte un diálogo que vaya de tu vida, tu historia personal, a tu novela, y vuelva de tu novela a tu vida. ¿Estarías de acuerdo?
John Archbold: De acuerdo.
Comencemos con la vida. Tu biografía “oficial” dice que eres un joven barranquillero que estudió Ciencias Sociales, que ha sido docente de literatura en la Universidad del Atlántico y de estudios etnoculturales en la UNAD, ganador y finalista en varios concursos literarios. Pero, ¿qué dice tu biografía no autorizada? Háblanos de tus orígenes, del barrio, de si había libros en casa e interés por la lectura… Cuéntanos.
Tengo un origen bastante particular porque, aunque nací y crecí en Barranquilla, mis padres no son de allí. Mi mamá es de Fonseca, La Guajira, y mi papá era de Providencia isla, dos contextos con perspectivas culturales complejas, muy arraigadas, y en cierta medida distantes. A través de ellos esos entornos me hablaban, pero al mismo tiempo, cuando tenía oportunidad de visitarlos, me resultaban ajenos. Una contradicción similar tenía con lo que me rodeaba en Barranquilla, ya que por mucho tiempo tuve la sensación de “no pertenencer”; por eso mismo fui un niño y adolescente solitario, de pocos amigos, que se pasaba los recreos y las tardes en la biblioteca. Creo que pasó mucho tiempo antes de que pudiera definir mi relación con las influencias que me precedían, y mi propio posicionamiento como hombre del Caribe. Creo que por eso la identidad es un concepto que está en disputa constante, no solo en lo que escribo, también en mis demás intereses profesionales.
Ahora que lo pienso, esa desconexión puede que haya tenido mucho que ver con mi tendencia temprana hacia la creación de historias, era como si quisiera formular las respuestas que no tenía claras. Desde niño mis juegos giraban en torno a crear personajes y relatos que se desprendían de ellos, amaba los cuentos infantiles y afortunadamente, aunque no vengo de una familia de lectores, me regalaron muchos libros de cuentos que despertaron en mí la pasión por la narrativa. Escribí mis primeros cuentos a los 8 años y desde entonces tuve la expectativa de hacerlo profesionalmente. Todas las decisiones que he tomado en mi vida adulta han estado enfocadas a ese mismo fin, solo que la complejidad de las circunstancias, y la comprensión de lo que implica la literatura como modalidad artística le han dado otros matices.
Ahora, pasemos a tu novela. Se llama Comehierro (Clu editores), ganó el Premio Germán Vargas Cantillo y en términos generales habla de la vida de Edward John; un personaje arribista, narcisista, amante de los gimnasios, símbolo de lo superfluo y la vanalidad.¿Cómo nació esta novela?
El punto de partida de la novela, indudablemente, es mi propia experiencia con el gimnasio. Yo entreno hace unos 12 años, empecé después de que me diagnósticaran hipertensión y unas situaciones de orden cardiaco que difieren de las motivaciones que profesan la mayor parte de las personas que se ejercitan. El estar desligado de esas dinámicas me hacía observar con distancia a las demás personas, sus costumbres y comportamientos, y ahí empezaron a nacer ciertas inquietudes. Pero, con el tiempo, mi cuerpo empezó a tener unos cambios que me motivaron a trazarme objetivos, y la consecución de los mismos produjo que la gente empezara a verme y a tratarme de forma distinta. Eventualmente me vi participando con personas y espacios que en otros momentos no me fueron accesibles, y empecé a notar cómo eso influyó en la manera en la que me proyectaba. Esa fue otra perspectiva que no esperaba y que me hizo reflexionar mucho en la relevancia de la imagen, a nivel exterior pero también interior, su influencia en la manera en la que construimos y posicionamos nuestra identidad, y al mismo tiempo, la capacidad de esta de adaptarse y mutar ante las circunstancias. Esta novela es el resultado de ese debate. Creo que, al final de cuentas, Edward fue una advertencia que me hice a mí mismo de lo que podía suceder cuando te dejabas deslumbrar de los favores que una apariencia deseable puede suscitar, especialmente cuando has sido una persona con experiencias más discretas a lo largo de su vida.
Bueno, la biografía oficial del personaje habla de un tipo superficial y todo esto que dije; pero, me late que si escudriñáramos en su biografía no autorizada, encontraríamos que sufre mucho, está agobiado y por ello busca refugio en la vanalidad. ¿Hay algo de eso?
Así es. Toda la superficialidad, el carácter frívolo del personaje, es resultado del estado de deslumbramiento en el que se encuentra inmerso, al verse rodeado de unas oportunidades y privilegios de los que no gozó en otros momentos. Lo que recrudece esa situación es que él tiene la convicción de que es su mérito, y esa noción nubla su perspectiva. Es, como suele suceder en el gimnasio: cuando sientes que tu fuerza se incrementa, quieres alzar más y más peso, a un punto en el que intentas hacerlo con uno que supera tu capacidad y corres el riesgo de salir lesionado. Edward perdió la capacidad de calcular asertivamente el peso que maneja, y se ha impuesto unas cargas que exceden sus posibilidades, pero la gravedad termina por hacer su efecto y él tendrá que sopesar las repercusiones.
En ese sentido, encuentro que el personaje es una especie de reflejo de la sociedad contemporánea. Un ser humano con tantos conflictos internos sin resolver; pero envuelto en el “sistema de cosas”, en un orden impuesto, en el que termina actuando un papel y no viviendo una vida relevante: su vida.
Los seres humanos solemos apreciar con especial relevancia todas aquellas cosas que nos han sido esquivas, y les aportamos una noción de valor superior que la que observaría alguien que no se haya visto limitado de ello. Desde ese punto de vista hay una perspectiva muy individual, pero es cierto que la influencia de la sociedad y la cultura también juegan un papel definitivo, y es por eso que la metáfora de la apariencia es tan apropiada en este caso. Vivimos bajo un sistema que no solo nos impone unas cargas, además nos exige lucir cómodos y satisfechos con esas mismas demandas, porque estas metas establecidas son lo que enmarca el concepto de felicidad. Muchas personas, al igual que Edward, viven en función de sostener y proyectar esa imagen ideal, de éxito y plenitud porque, aunque no les resulta satisfactoria, el fingir que sí lo es brinda cierta seguridad y tranquilidad aparente. Creo que muchas personas están embebidos en esa posición, pero no por ello se mantienen exentos de los interrogantes a los que invita constantemente.
Todo esto de la lógica de las redes sociales, la imagen y la vida real como dos ámbitos en tensión, lo encuentro en tu novela.
Las redes sociales llevan casi dos décadas de presencia en nuestras vidas, se han convertido en un aspecto fundamental en el orden social, cultural y económico del mundo, y por eso se me hacía interesante recrear un poco el modo en que influyen en nuestras vidas. En el proceso de escritura hice un descubrimiento, y es que estas cumplen la misma función de compensación simbólica que ya estaba explorando por medio del tema de la apariencia. Las redes son medios para proyectar una imagen que corresponda a un ideal, y lo que lo hace más atractivo es que tiene lugar bajo una perspectiva de control pleno. Yo tengo una forma de escritura muy orgánica, poco me gusta calcular o planificar lo que escribo, pero en este caso fue una de las decisiones más conscientes, y creo que de las más acertadas, porque permitió reflejar cómo esta necesidad muta a otras dimensiones de la existencia.
En Comehierro hay muchos fragmentos que son verdaderas reflexiones filóficas. ¿Te has dado cuenta?
Me he hecho más consciente de ese carácter tras recibir retroalimentaciones. Mis editores me hicieron mucho énfasis en ello cuando leyeron la novela, encontraban en ese rasgo una de sus fortalezas, y quienes la han leído también han encontrado en ello una de sus características curiosas e incluso distintivas. Creo que es algo que podría denominar como propio de mi estilo personal, porque también puedo apreciarlo en la novela que estoy escribiendo actualmente.
Uno de los apartes de la novela dice: “…hay que entender la magnitud de esta estructura: el mundo está lleno de gimnasios, los hay en todos los barrios, no interesa si son ricos o pobres, es irrelevante si las máquinas son de titanio o simples latas rellenas de cemento”. Este culto a los gimnasios y al cuerpo, esta nueva religión, ¿qué papel juega en tu obra?
El gimnasio y el entrenamiento son el escenario y el hilo conductor de la novela, constantemente se trazan paralelismos entre estos y los conflictos de la vida misma. Edward tiene un posicionamiento muy claro: Afinar la fortaleza es el principal objetivo de la vida, y es lo mismo que se busca en un gimnasio. Para su desgracia, este deja de lado la importancia de la fragilidad, la vulnerabilidad e incluso la misma debilidad, las cuáles también son cualidades importantes, y cuya relevancia damos por sentado más de lo que debemos. El gimnasio es el escenario ideal, porque creo que una de las reflexiones que podemos encontrar es que la fuerza no lo es todo.
Volvamos a tu vida. Eres un frecuente visitante de gimnasios. La novela está escrita en primera persona y en tono biográfico. ¿Cuánto hay de ti en Edward?
Espero que no mucho, porque Edward es un fraude, además de un personaje insoportable (ríe). Realmente hay más cosas mías en Aquel y en Pablo, porque tuve una adolescencia bastante miserable, pero llevo ese pasado con decoro y, hoy por hoy, se constituye en una razón de orgullo para mí. Para construir al personaje me fijé más en mis amigos, concretamente en las cosas que me desagradaban de ellos. Edward, como te decía antes, representa más el temor de aquello en lo que me podía convertir si permitía que me deslumbraran todas las cosas que me empezaron a ocurrir cuando cambié físicamente, pero tampoco creo que me hubiera pasado, ya que no dispongo de su disciplina; Edward es bastante metódico y tiene una gran fuerza de voluntad, yo soy mas bien desordenado y jamás haría sacrificios en materia de alimentación o dejaría de beber por un propósito físico. Espero que, más allá de algunas experiencias y una que otra idea en la que coincidimos, no tengamos mucho en común.
Alguna vez me dijiste que en tu formación hay tres autores claves: Cabrera Infante, Kundera y Paul Auster. ¿Por qué son importantes, para ti?
Cabrera Infante fue para mí el descubrimiento de una serie de licencias a nivel estilístico de las que no era consciente, y además, la posibilidad de construir un personaje desde la irreverencia y la ironía, convirtiéndolo en alguien con quien es difícil empatizar, pero que de igual modo disfrutas, por ejemplo, el narrador de “Delito por bailar el chachachá”, son elementos que están presentes en mucho de lo que escribo, incluyendo esta novela. Con Kundera ocurrió algo parecido, y creo que si alguien influyó esa tendencia a cavilar dentro de la misma narración e incorporar reflexiones a la trama fueron sus novelas, especialmente “La ignorancia” que es mi favorita. Auster tenía esa tendencia constante a interrogar la humanidad y sus manifestaciones, además que disfruto de su reflexión metaliteraria en sus obras de no ficción. Como verás, además de otros, son autores que de muchos modos estuvieron presentes en este proceso.
También me hablaste de un libro: Doce cuentos peregrinos.
Bueno, ahí las motivaciones son más sentimentales. Fue el primer libro de literatura “real” que leí, cuando tenía apenas 11 años, y que me hizo reflexionar en la importancia del lenguaje y de construir un estilo narrativo como verdaderas cualidades de la literatura. Hasta ese punto yo creía que escribir solo se trataba de tener imaginación. Varios de esos cuentos los leí una y otra vez, y aunque algunos no los comprendí del todo (por ejemplo, “La luz es como el agua”, en donde no entendí que los niños habían muerto hasta muchos años después), creo que fue el punto donde comprendí esa diferencia entre escribir bien y el verdadero arte, de la que hablaba Capote.
Hay algo sobre lo que no has profundizado al hablar de ti. La raíz afro. Estás metido con los estudios etnoculturales; un día hablamos sobre Manuel Zapata. ¿Cómo te descubres como afro, es decir, culturalemente hablando? ¿Has bebido de la influencia de autores como Fanon o Condé?
Por supuesto. En la universidad tuve la fortuna de ser alumno de Dolcey Romero Jaramillo, uno de los grandes historiadores afro de este país, y en sus clases empezó a despertarse en mí el interés por todo lo que tenía que ver con la historia y la cultura del pueblo afro, y por supuesto, con mi propia ancestralidad. De hecho, mi tesis de pregrado era una propuesta pedagógica en torno a la Cátedra de estudios afrocolombianos, y es un tema que ha seguido presente en mi vida académica. Ya en la maestría, que fue en literatura hispanoamericana y del Caribe, tuve la oportunidad de llegar a más autores e influencias. Frantz Fanon y Marysé Condé eran de mis autores de cabecera cuando enseñaba literatura del Caribe en la Universidad del Atlántico, junto a otros como René Depestre, Cesaire, Senghor, Angela Davis, Walcott, Lovelace, Jaques Rumain, Danticat. Y, por supuesto, autores raizales como Lenito y Hazel Robinson, a quienes incluí en el programa de dicha asignatura, cuando allí no se leía nada de nuestro caribe anglófono. Estos autores por supuesto han tenido mucho que ver en el fortalecimiento de esa experiencia y proceso identitario, y por lo que estoy escribiendo ahora mismo, también en mi creación.
Volvamos a la novela. La forma como tomas un escenario en apariencia instrascente y encuentras allí algo relevante, tiene un poco de “mirada de arqueólogo”. Me recuerda Salón de belleza de Bellatín. ¿Tuvo algo qué ver? O, ¿Cómo llegas a la convicción de que hay que contar desde esa aparente intrascendencia, desde el “borde”?
A Bellatín llegué justamente cuando estaba escribiendo la novela, y aunque no siento que haya tanta relación en los temas y abordajes, sí encontré en esa lectura un estímulo que me convenció de que estaba haciendo algo válido. Si de influencias directas se trata, lo fueron más Yukio Mishima con “Confesiones de una máscara” , “El color prohibido” y “El sol y el acero”, a la cual le hago un guiño bastante explícito, y “Una novelita Lumpen” de Bolaño. Pero realmente creo que la convicción de que ese era un mundo que valía la pena explorar y problematizar es algo que estaba en mí, de forma visceral, porque de muchas maneras estaba ligado a mi experiencia y a un contexto que había observado con detenimiento, así que abracé el compromiso de comprobarlo como una misión propia.
Para terminar, en Comehierro haces un fresco y una crítica ácida a la sociedad capitalista. El lujo, el sexo desaforado, el egoísmo extremo, la manipulación y cosificación del ser humano. De hecho Edward usa a las mujeres como simples objetos para tapar cosas y proveer a sus diversas necesidades (no sólo sexuales). En ese sentido, creo que podría identificarse con la crítica que los mismos autores norteamericanos han hecho desde el centro de ese sistema. La novela es eso. Pero…¿es algo más?
Espero que lo sea, pero en este punto, en que la novela ha dejado de pertenecerme, prefiero que sean los lectores los que lo determinen. Ya me he ido sorprendiendo con las visiones que muchos han obtenido de ella, y de corazón espero seguirlo haciendo.
Luis Mario Araújo Becerra
Sobre el autor
Luis Mario Araújo Becerra
La reserva
Abogado, escritor y docente universitario. Autor de El Asombroso y otros relatos (cuentos), Literatura del Cesar: identidad y memoria (ensayo), Tras los pasos de un médico rural (ensayo), Las miradas a la guerra y La aldea (novela). Ha sido incluido en las antologías Cuentos Felinos 5, Tercera antología del cuento corto colombiano y Antología de cuento y poesía de escritores del Cesar.
2 Comentarios
Buena entrevista. Hay que leerlo.
Muy interesante esta entrevista y es sorprendente la franqueza y la intimidad del autor de la obra El escritor William Archibold. Sinceramente lo felicito por su gran trabajo y como de brillante escritor aún tiene muchos éxitos por delante. No he leído la novela pero de hecho con esta entrevista me siento obligado a leerla. Felicitaciones por este excelente trabajo al profesor Archibold, y esperamos seguir disfrutando de sus grandes creaciones literarias.Saludos a todos.
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