Medio ambiente
El cambio climático en los campos del Cesar
Conmueve la poca o ninguna credibilidad que tienen las predicciones climatológicas del almanaque Bristol, antigua biblia laica en materia de lluvias, huracanes y sequías.
En igual aprieto andan las cabañuelas de principio de año, o tal vez sus intérpretes porque no quieren aceptar que anuncien lluvias en agosto y diciembre y días secos en abril y octubre.
Ni mil golondrinas garantizan hoy un verano, más probable es que anuncien las vísperas de una tormenta tropical. Ya no se puede creer en los sapos cuando intentan delatar, con su croar, la inminencia de las lluvias.
Es que, por culpa del cambio climático, el invierno y el verano se han vuelto impredecibles y no hay quien se atreva a aventurar un pronóstico sin poner en riesgo su respetabilidad.
Según el IDEAM, en el Cesar se sentirá con mayor rigor el impacto del calentamiento global. La noticia es para alarmarse si se considera el alto grado de desertificación de sus suelos, la deforestación inmisericorde y el deterioro de sus ríos.
Es muy probable que se derritan “los picos de La Nevada”, afectando la sostenibilidad de las corrientes que allí nacen y la oferta hídrica para el consumo humano, la agricultura y ganadería.
La Serranía de Perijá, origen de numerosos ríos que irrigan el centro y sur del Cesar, está muy deteriorada por actividades agropecuarias, cultivos ilícitos y proyectos mineros. Si no logramos convertir su parte alta en parque natural, como sucede en el lado venezolano, pueden desaparecer dichos afluentes.
La ciénaga de Zapatosa sentirá el impacto de la disminución de los caudales de sus ríos aportantes, y verá amenazada su supervivencia y la de los pescadores que allí faenan.
No está en nuestras manos impedir el desorden del clima, pero sí estamos obligados a adaptarnos y a mitigar sus efectos. El reto será, sin duda, el buen manejo del agua.
La estrategia de adaptación debe comprender el ordenamiento ambiental del territorio -definir ecosistemas estratégicos, zonas agrícolas, ganaderas, mineras y reservas naturales-; construir una “infraestructura verde”, civil y biológica; y, promover una cultura de ahorro y uso racional del agua.
Es prioritario cuidar las cuencas de los ríos aportantes a los acueductos. Según el artículo 111 de la ley 99/93, los municipios están obligados a invertir el uno por ciento de sus ingresos en la compra de áreas para la protección de sus recursos hídricos. ¡Pocos lo hacen!
Con dineros de las regalías mineras habría que comprar tierras, vecinas a los centros urbanos, para construir bosques municipales con vegetación nativa, como áreas de amortiguación de las altas temperaturas.
Una serie de reservorios o pequeñas represas a lo largo de Perijá y en el pie de monte de la Sierra Nevada, que almacenen agua en épocas de invierno, podría ser útil en tiempos de verano.
Conviene crear áreas de reservas naturales e implementar métodos de silvicultura y de rotación de potreros -Voisin-, que incrementen la población de árboles en las fincas ganaderas; promover plantaciones de bosques comerciales, y la producción agroforestal en zonas montañosas.
La recuperación de los suelos afectados por la minería, más las compensaciones a que están obligadas las multinacionales del carbón, son una buena base para convertir al Cesar en un territorio verde.
La amenaza del cambio climático es real. El actual modelo económico de producción, distribución y consumo es el responsable de la tragedia que se avizora.
Debemos actuar con premura y sabiduría. Quizás nada sea más conveniente que firmar la paz con la Naturaleza o por lo menos un cese de hostilidades.
Rodolfo Quintero Romero
@rodoquinteromer
Sobre el autor
Rodolfo Quintero Romero
Causa común
Rodolfo Quintero Romero. Agrónomo. Máster en Economía, especialista en Derecho del Medio Ambiente y Profesor Universitario. Su columna nos invita a conectar con la actualidad cesarense y entender los retos a enfrentar para lograr un crecimiento sostenible y duradero en el departamento.
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