Medio ambiente

¿Y si nos volvemos buenos humanos de verdad?

María Ruth Mosquera

30/03/2018 - 06:05

 

 

¿Y qué tal si los pregones reflexivos sobre la bondad, tan profusos en esta Semana Santa, los convertimos en una realidad, en un modo de vida que sea más amable con nosotros y con los otros? Podríamos empezar por algo sencillo, como cuidar nuestra ‘casa común’, entendiendo que ese cuidado se revierte en nuestra propia humanidad, se hace extensivo al resto de mortales, independiente de que no sea tendencia en redes sociales.

Lunes Santo. La familia se levantó muy temprano y dinámica, desayunó saludablemente con frutas y se dirigió al cerro del Santo Ecce Homo, al norte de Valledupar, para pagar una manda: habían prometido que si se cumplían las expectativas de la economía familiar durante el año, subirían juntos (papá, mamá y dos hijos) al cerro para orar al pie del emblema de milagros y fe católica de gran parte del mundo. Un acto ejemplar de gratitud, compromiso y unión familiar, pero empañado, por lógica natural, con lo que pasó después.

Con su misión cumplida, la familia emprendió el descenso, cargando botellas de agua para amainar la sed de la tenaz caminata, con el sol que ya desde temprano de tornaba inclemente; abordaron su vehículo, una camioneta blanca y pulcra de alta gama, con vidrios semi oscuros y ventanas cerradas para mantener fresco el clima al interior del automotor que los regresaría a su casa en Valledupar.

De pronto, se abrió la ventana del conductor y cayeron al pavimento dos de las botellas que rodaron con la facilidad del plástico vacío a merced de las ‘brisas decembrinas’ que soplan en Semana Santa… ¡Flaco favor a la imagen que un padre debe darle a sus hijos sobre el cuidado del Planeta que van a heredar!

“¡Es el colmo!”, gritó visiblemente molesta una joven que pasaba de Valledupar hacia Patillal en un carro de pasajeros que tomaron como tema de conversación del viaje ese acto, que catalogaron como una deliberada agresión contra el medio ambiente. Por la carretera, los pasajeros se lamentaron de la devastación que están produciendo los incendios forestales en los cerros y hasta redujeron la marcha para ver y comentar sobre el incendio que una finca a la vera del camino. “Esa se quemó todita ayer; es que la gente es muy maldadosa y esas fincas tan en la orilla de la carretera son las que corren más peligro”.

La conversación ambiental se extinguió cuando el último pasajero llegó a su destino, advirtiéndose –según la charla- que estas personas tomarán acciones desde sus posibilidades, para aportarle al planeta, como cesar de arrojar as basuras en el arroyo La Malena o no quemar más las ‘hojas de la primavera’ al amanecer, teniendo como inspiración la última acotación del conductor: “Oigan ¿y qué tal que la gente se volviera buena de verdad, así como lo hacen creer en Semana Santa?”.

Y es que los incendios forestales, ocupan hoy tantos titulares como las tragedias asociadas al agua por lluvias, inundaciones y contaminación de fuentes hídricas; es decir, hacen parte de la situación calamitosa por la que atraviesa los ecosistemas del mundo, asociada al cambio climático, las cuales podrían, si buen no revertirse, sí amortiguarse con la suma de acciones desde lo individual que logren conducir a un cambio de mentalidad, de modo que las personas reflexionen sobre por qué no tirar los botellas plásticas en las que bebí el agua que compré a las carreteras e incluso por qué abstenerse del uso de estos envases.

A ‘cuidar la casa común’ viene llamando el Papa Francisco desde su encíclica de 2015 ‘Laudato Sí’, en la que ha dado guía para las acciones personales, significando con casa común al planeta o tierra donde habitamos todos. Gritos de auxilio han lanzado los expertos funciones -que son esas funciones que naturalmente cumple el ecosistema- versus servicios ecosistémicos –que son los beneficios que reciben las personas a causa de esas funciones, sin contar el incansable trabajo de los ambientalistas y los múltiples compromisos que asumen los países en cumbres, encuentros, leyes y demás.

Es por eso que se constituyen en atentados de muerte para el planeta cada botella o bolsa plástica, cada gota de agua desperdiciada, cada bombillo, electrodoméstico, aire acondicionado encendido, cada milímetro de suelo quemado, cada proceso de extracción de recursos naturales no renovables…

Así las cosas, la reflexión para esta Semana Santa a la que se presente invitar por medio de este escrito es a convertirnos en buenos seres humanos de verdad; a ser seres en armonía consigo mismo y con su entorno, lo que implica el autocuidado, pero también la protección del entorno.

En el mundo cada vez más se están conociendo ejemplos inspiradores de cómo las pequeñas iniciativas se van haciendo grandes, con incidencia significativa para el bienestar colectivo.

El pequeño pueblo de Guatemala, San Pedro La Laguna, donde se prohibió el plástico / Foto: Prensa LibreUno de estos ejemplos se da en un pequeño pueblo de Guatemala, San Pedro La Laguna, cuyos habitantes han logrado maravillosas transformaciones, a partir del no uso de plásticos ni otros productos lesivos como servilletas y pitillos. En cambio, regresaron a las prácticas ancestrales y fabrican servilletas tradicionales con hojas de plantas como plátano, usan canastos fabricados con fibras naturales, entre otros, de modo que “cada diseño que hacemos lleva nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestras culturas. Nuestras bolsas artesanales, si se echan a los bosques se degradan después, más las de plástico contaminan”, precisó una lideresa.

Los pescadores del pueblo se organizaron para recoger desechos, de modo que cada año extraen entre 600 y 700 costales de basura de los cuerpos de agua, a lo que se suma un sistema de reciclaje para estas basuras. De este modo, han logrado reducir el 80% del consumo de plástico, en menos de un año.

“Algunos amigos me llaman revolucionario”, cuenta Nicolás Tumax, uno de los héroes de esta iniciativa y añadió que “a nosotros nadie nos obliga, usamos nuestro propio recursos” y aclara que es un proyecto que no genera votos ni riquezas, por eso pocos se atreven a tomar la decisión de implementarlo.

Inquietos por la realidad del medio ambiente, pobladores del municipio guatemalteco hicieron un trabajo puerta a puerta para concientizar a la gente de lo importante que es hacer un rescate del planeta desde los aportes de cada uno y todos le apostaron.

Una cifra interesante para comenzar la reflexión es, por ejemplo, que cada botella plástica tarda entre 100 y 700 años para degradarse. Entonces, ¿Qué tal si seguimos el ejemplo y nos volvemos buenos humanos de verdad?

 

Mariaruth Mosquera

@Sherowiya

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