Medio ambiente
Bosques y plantaciones forestales: realidades enfrentadas
Las plantaciones forestales no son bosques (pero algunas podrían llegar a serlo). Un bosque no es meramente un conjunto de árboles sino que es un ecosistema fruto de la coevolución de miles de años entre plantas leñosas que han sido capaces de colonizar el territorio y que dominan el paisaje, otras plantas que se han adaptado a vivir en el ambiente forestal, animales que dependen de todas esas plantas y organismos descomponedores y detritívoros, que reciclan y mineralizan la materia orgánica. Es decir, un bosque es un sistema ecológico tridimensional que aunque esté dominado por árboles y otra vegetación leñosa, es mucho más que una masa de árboles o una comunidad de plantas leñosas y herbáceas (Barnes et al., 1998; Fig. 4A).
Es evidente que un conjunto de árboles no constituyen un bosque, especialmente si se trata de árboles plantados para obtener rápidamente madera, frutos u otros productos. Ese tipo de cultivo es una plantación agrícola o forestal, que se parece a un bosque únicamente por ser un terreno cubierto de árboles. Ciertamente, algunas plantaciones se asemejan a un bosque más que otras, no solo desde el punto de vista paisajístico, sino también desde el punto de vista de su funcionamiento ecológico, pero cuando los árboles que se eligen para la plantación son exóticos, la falta de interacciones entre los organismos que las componen hacen que estas plantaciones nunca puedan llegar a constituir un bosque (como veremos más adelante).
En este artículo no se critica la plantación de árboles, ni siquiera si son exóticos. La crítica se dirige a la pretensión de que plantando árboles exóticos estamos construyendo bosques, algo que no tiene ninguna justificación científica. Es evidente que se puede reconocer un continuo entre las plantaciones monoespecíficas de árboles exóticos y plantaciones realizadas con varias especies de árboles autóctonos, que podrían llegar a convertirse en bosques (Evans, 2009). Los mayores problemas de las plantaciones de especies exóticas se derivan en muchos casos de la gestión tan intensiva a que se les somete, más que de la especie utilizada, excepto en aquéllos casos en donde se manifiesta comportamiento invasor.
Las plantaciones forestales son más productivas que los bosques desde el punto de vista del volumen de madera que se puede obtener de ellas, y si se gestionasen bien, podrían disminuir la presión sobre los bosques (Paquette y Messier, 2010). Sin embargo, no pueden proporcionar muchos de los servicios que los bosques sí proporcionan, especialmente cuando se trata de plantaciones monoespecíficas constituidas por masas coetáneas de especies exóticas que son gestionadas de forma intensiva (Fig. 4B).
El bosque como ecosistema multifunctional
Los bosques han proporcionado a lo largo de la historia gran variedad de recursos (Williams, 2006), entre los que obviamente sobresale la madera, utilizada para construcción, combustible y más recientemente para la fabricación de papel, cartón, y paneles. Este tipo de recursos es lo que en economía se conoce como “valores de uso directo”, fácilmente valorables por poder aplicarles un precio de mercado.
No obstante, los bosques no solo proporcionan beneficios directos, sino también indirectos, y valores de “no-uso”. Es relativamente fácil estimar los beneficios directos que los bosques proporcionan a la sociedad, pero es mucho más difícil establecer un precio para los beneficios que no tienen mercado (¿cómo valorar esa sensación de paz que nos invade al pasear por un bosque?).
Cuando los bosques se sustituyen por plantaciones, muchos de los beneficios disminuyen notoriamente, o incluso desaparecen. Por ejemplo, un estudio realizado en Chile mostró que la sustitución de bosque nativo por plantaciones de árboles exóticos disminuyó el rendimiento hídrico de la cuenca entre 50-60% (Oyarzún et al., 2005). Un tipo de bosque especialmente importante es el ripícola, que no solo proporciona estabilidad a los márgenes de ríos frente a la erosión, sino que además sirve de filtro, eliminando del agua subterránea una parte muy importante de los contaminantes añadidos a las tierras agrícolas y evitando que éstos pasen al agua de los ríos (Lowrance, 1998).
También es evidente el beneficio que los bosques pueden proporcionar frente a las catástrofes, especialmente por su capacidad para reducir la fuerza de los vientos (Kimmins, 1997), o incluso frenar maremotos, como sucedió en el tsunami del 26 de diciembre de 2004 en el sudeste asiático (Danielsen et al., 2005). De hecho, se sabe que uno de los factores que contribuyeron a las recientes inundaciones ocurridas en Haití, fue la falta de protección natural, resultado de la deforestación: la falta de árboles y raíces, que hubieran detenido las corrientes de agua, permitió que el agua arrastrase la tierra y todo lo que encontró a su paso.
La destrucción de los bosques
En el espacio de 10.000 años (500 generaciones) los humanos hemos modificado la cubierta vegetal del mundo de una forma solo un poco menos catastrófica y generalizada que los 100.000 años de la última glaciación (Williams, 2006). Este efecto se muestra dramáticamente en el consumo mundial de madera, que sigue una clara tendencia ascendente, a pesar de que el consumo de papel ha disminuido en algunos periodos, quizás por el incremento en el uso de los documentos electrónicos. La tasa de pérdida de bosques tropicales rondó 0,9% anual en los diez países con mayor superficie de bosque tropical a finales del siglo XX, y fue de 0,68% en Colombia (Meffe y Carroll, 1997), pero puede llegar a ser tan alta como 5-6% anual en algunas regiones de América Latina (Newton et al., 2009).
La destrucción de bosque tropical ha sido precedida por una destrucción masiva de los bosques templados en Europa y Norteamérica, que ocurrió en época histórica, pero que sigue su curso actualmente. Los pastizales que cubren inmensas extensiones al este y sur de Cartagena (Colombia) fueron producidos por actividades de los indios hasta el siglo XVI y por los descendientes de los europeos a partir del siglo XVIII (Williams, 2006).
En general se observa una transición hacia la recuperación de los bosques una vez que los países se enriquecen, y los trabajadores de las áreas rurales empiezan a migrar hacia las ciudades, dejando tierras marginales abandonadas. Rudel et al., 2005, denominan a este tipo de transición forestal “el camino de desarrollo económico”. Por el contrario “el camino de la escasez de bosques” tiene lugar si los bosques se regeneran (a veces por plantación) cuando los productos forestales escasean y su precio se incrementa.
Adolfo Cordero Rivera
PhD. Catedrático de Ecología. Universidad de Vigo (España)
Acerca de esta publicación: El artículo titulado “ Bosques y plantaciones forestales: realidades enfrentadas ”, de Adolfo Cordero Rivera, corresponde a un extracto del ensayo académico titulado “ Cuando los árboles no dejan ver el bosque: efectos de los monocultivos forestales en la conservación de la biodiversidad ", del mismo autor
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