Medio ambiente
¿Y usted conoce al tente?
“¿Y usted conoce al tente?”, fue la pregunta que nos hizo Wilmer, nuestro guía, una vez llegamos a la casa de sus padres en un área boscosa de La Macarena, al sur del Meta.
El objetivo del día era ver al águila arpía, y en menos de media hora, ya delirábamos al estar al frente de la rapaz más grande y rara de América. Perchada en un árbol de 30 metros de altura, se mostraba opulenta e impasible ante nuestra presencia. Pero la historia del tente había quedado ahí, en remojo.
Esa mañana, Don Miguel, el padre de Wilmer, nos narró su historia, de cómo llegó hace 50 años desde su natal Santander a colonizar esta área remota del país. Su vida, al igual que la de muchos colonos de la Amazonia colombiana ha estado, desde entonces, ligada al monte, a veces tumbando y a veces cuidando.
Reposando el calor de la mañana en una silla perezosa de tablas, el octogenario campesino nos contó que hace algunos años tuvo que irse por ocho meses a Villavicencio debido a problemas médicos de su esposa. Cuando volvieron, encontraron que su casa, otrora abandonada, era frecuentada por un grupo de tentes (Psophia crepitans), que aparecían y desaparecían como fantasmas del bosque.
El Tente es un ave grande, de casi medio metro de altura, que vive en grupos, esquivo, tanto que pocas veces se deja ver dentro del bosque, de ahí que, seguramente, usted que está leyendo esto, no sabía de su existencia.
Al principio, don Miguel los espantaba, porque pensaba que podían ser agresivos, y tal vez matarían a sus aves de corral. Pero luego, observó que, pasados unos minutos, estos recogían a todas las gallinas en un solo punto y volvían al espeso monte.
Tener la posibilidad de verlos es una lotería: fue la sentencia de Wilmer. “Esperemos, porque esos casi siempre llegan”. Entonces, decidimos aguardar en la casa algunas horas, para darle tiempo a que aparecieran.
El día también nos había regalado churucos, micos maiceros, titíes, araguatos y muchas aves. Pero llegó el ocaso, y con él se fue nuestra esperanza de encontrar a estos increíbles animales. Será una próxima, nos dijimos para cada uno.
Al día siguiente, el plan había cambiado, lo que teníamos en mente era ascender a los árboles para instalar cámaras trampa. El tente y la arpía habían pasado a un segundo plano. Sin embargo, cuando regresamos a la casa, don Miguel nos recibió con un sonoro “apúrenle, que llegaron los tentes”.
No sé cuánto tiempo pasamos al lado de ellos, ni cuántas fotos y videos hicimos. Acá les dejo algunas, que tal vez no hacen honor al espectáculo que presenciamos ese día. En mi mente, quedará siempre como el día en que Don Miguel y sus tentes nos recibieron en su punta de monte. Ahora, usted que leyó esta nota y yo, sabemos quién es el tente.
Cesar Aurelio Rojano Bolaño
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