Música y folclor
Miguel Carrillo Alvarado y el eco de aquellos que no llegaron

Un viejo dolor, bañado en whiskey y trasnocho se apoderó de las temblorosas manos de Bienvenido y desde sus manos a los brazos, y continuó moviéndose hacia arriba hasta volverse un nudo en su garganta. Aquella noche-madrugada, frente a la vivienda de la mujer que él tanto adoró, no pudo cumplir con la misión encargada por sus amigos parranderos: Tocar el paseo de ‘Berta Caldera’ al pie de su ventana.
Corría el mes de agosto de 1973, el Pueblo y San Agustín conmemoraban la segunda noche de la edición N° 2 del Festival del Retorno en Fonseca (La Guajira). En casa de Rafael Penso, el hombre que sabe calificá una melodía, un grupo de amigos se encontraban celebrando el éxito rotundo de las fiestas. Según me lo contó uno de los presentes aquella noche, el profesor Manuel Esteban Cuello, un noble costumbrista, en medio de la parranda surgió entre todos la idea de ‘torear’ a Bienvenido Martinez para que cruzara la avenida de los higuitos y junto al combo parrandero le llevaran serenata a su eterna musa. Hacía mucho tiempo que el viejo Bienve había resignado sus pretensiones por Berta, la de Oreganal, pues ella solo tuvo corazón para soñar con el amor de Cristóbal Daza Manjarrés, un oficial de policía oriundo San Juan Del Cesar. En alguna ocasión, los alejamientos de Cristóbal alteraron la continuidad de aquellos amoríos y tal vez un gesto o promesa resignada de Berta, sembró esperanzas en Bienvenido quién vio pintada la oportunidad para cortejarla y ofrecerle una vida juntos con una ‘casa de material’ en la vecina Fonseca. Cuando todo parecía listo para consumar su anhelo, nuevamente apareció en escena el uniformado y “Berta se marchó con Daza” … nada pudo hacer.
Muchos años después, cuando se pensaba que el tiempo había cerrado viejas heridas, Bienvenido no tuvo lo que se requería para tocar el paseo que le diera renombre en la voz de Jorge Oñate con Los Hermanos López, ese mismo que lo llevó a afirmar en el canto: “que me lo toque cualquiera, pa ve si lo tocaba igual”. Fue entonces cuando otro de los parranderos que acompañaban al juglar, el inquieto “Miguelacho” Carrillo, le quitó el acordeón y completó la faena con una rutina impecable.
Pasaron 41 años de aquella anécdota, cuando nos dimos a buscar y encontramos a Miguel Carrillo Alvarado en una ranchería situada a unos 14 Km de Albania (Calabacito), antiguo corregimiento de Maicao. Junto al realizador payanés Carlos Hoyos Buchelli, registramos los cantos y vivencias de un anciano acordeonero, protagonista de innumerables parrandas, casetas, verbenas, paseos y toda suerte de escenarios donde la música vallenata ejerció su acción social comunicadora, integradora y recreativa en los pueblos que se nutren del río Ranchería.
La inagotable gestión de arqueología musical y sociología del saber cultural de nuestro querido amigo, el Profesor Abel Antonio Medina, nos permitió llegar a la ranchería donde “miguelacho” vivía con su esposa wayuu, Cecilia Solano Ipuana. Senderos embarrados por el invierno reciente y el paso del ganado nos prepararon el encuentro entre el claroscuro de un rejuvenecido bosque tropical y una armoniosa sinfónica de pájaros y chicharras que respiraban con su canto, el vapor de agua de un mediodía de octubre.
Miguel ya había sido ‘palabreado’ por el inquieto y luchador, coordinador de cultura del municipio, el folclorista Edilberto ‘bebeto’ Bermúdez Aragón. Para este quijotesco gestor cultural de Albania, la figura de Miguel Carrillo representaba una joya de la memoria musical popular que requería un trato, exquisito, preferencial y un reconocimiento en vida que, aunque postrero, parcialmente se dio con el bautizo de la tarima de la plaza principal de Albania con su nombre y en donde se realizan todos los actos públicos y eventos musicales.
Teníamos el deseo de documentar aspectos de su vida, conocer el itinerario del acordeón en la provincia y escucharlo interpretar viejas obras extraviadas en la memoria de los cantores parranderos. Muchos de los versos y melodías que relataron el devenir de la llanura guajira se extraviaron con el tiempo, murieron con sus autores, perdieron vigencia y se desgastaron como cabos de vela sin que llegaran nuevos cantores tras el legado, a reiniciar el ciclo de su luz agonizante, pues ya alumbraban nuevas lámparas musicales traídas por la radio y los fonogramas.
Miguelito era para nosotros la esperanza escondida de recuperar un canto que alegró las parrandas a mediados del siglo XX entre “la Distra” y Barrancas y que veteranos e insignes parranderos de Fonseca apenas podían recordar una o dos estrofas cuando se los requerimos. Se trataba del paseo “Nicha Carrillo” de la autoría de Natalio Ariza. Miguel Carrillo con su gracia y lucidez no solo nos permitió la recuperación de la obra musical ad integrum, sino que nos contó la nutritiva historia que lo forjó y que durante décadas fue un estándar del mundo parrandero entre Fonseca y Barrancas. Miguel además de eso nos expuso su anecdotario que lo muestran como un verdadero titán de la juglaría de la segunda a tercera generación de ribanos pero que al igual que otros tantos no alcanzaron el privilegio de llegar al acetato y a la construcción de un medio de vida profesionalizado dentro de la música de acordeón.
El curriculum vitae de Miguel Carrillo Díaz nos permite visualizar en él, el destino común de una decena de acordeoneros – juglares que alegraron las tardes y noches de la provincia pero que por diferentes circunstancias escogieron un oficio distinto para su sustento o tal vez la oportunidad de surgir comercialmente no se les presentó franca, o su estilo de vida algo disipada no les permitió construir una carrera musical ó tal vez su nivel interpretativo no reflejaba la versatilidad y plasticidad en la ejecución para adaptarse al son de otros autores y gustos musicales más allá de sus propias rutinas.
Atraídos por un torbellino de oportunidades de vida, muchos provincianos y familias enteras en los años 20 y 30 del siglo pasado, migraron hacia la zona bananera entre el río grande y la Sierra Nevada. La pareja fosquera conformada por Néstor Carrillo y Rita Alvarado, dieron a luz a Miguel un 31 de diciembre de 1922 en la población de Sevilla (Magdalena). Con pocos meses de nacido la familia decidió regresar a Fonseca y fue allí donde transcurrieron los primeros 11 años de vida de ‘miguelacho’ como lo llamaron desde temprana edad. Nos contó Miguel que al primer acordeonero que él vio tocar fue a Santander Martínez. También escucho la nota de los Pitre, Monche Brito y Juan Solano. Vivía encantado con aquellos primeros ‘tornillo e’ máquina’ que historiaron la vieja provincia a punta de merengues y puyas y animaron cumbiambas y colitas con polkas, valses y toda clase de ritmos bailables. Pudo conocer al esquivo y misterioso Nandito “El Cubano” en Cascajalito y Caracolí en sus visitas a Fonseca con su jarria de mulas y burros cacharetos, trayendo productos de lo alto de la Sierra y entre ellos hojas de palma que negociaba con el mejor entechador que había por esos lares: Santander Martinez. El ya viejo y andariego cubano y el brioso Santander Martinez en más de una ocasión cerraron sus tratos comerciales entre chirrinche y acordeón, forjando junto a Luis Pitre y demás juglares ribanos una de las más grandes escuelas de música de acordeón: La Provinciana o Fonsequera.
Luego de un fallido intento de culminar sus estudios primarios en Santa Marta, ya de regreso en Fonseca, Nestor Carrillo le preguntó a su hijo: ¿qué es lo que tú quieres hacer? Contó Miguelacho que en ese momento pasaba una procesión y “Juancho Mendoza” venía tocando su acordeón. “Tocá esa vaina”, le respondió señalando al instrumento. Su padre le compró un acordeón de dos teclados en el almacén de Juancho Daza y en ese momento comenzó su historia musical.
‘Macujeando’ el instrumento, se atrevió a tocar y cantar obras musicales de moda que él desconocía y a punta de improvisación, con errores que él mismo reconoció en la entrevista, la gente empezó a valorarlo. Ese arrojo y desfachatez lo impulsaron también a soltar sus primeros versos y en poco tiempo miguelacho campeaba en bailes y parrandas de Fonseca y sus alrededores. Cuando tuvo edad para conducir, se probó como chofer y durante varias décadas se desempeñó como taxista entre los pueblos cercanos. Alternaba su trabajo con el arte musical y dadas ciertas exigencias que él mismo se imponía, tuvo el caché de solo tocar para personas pudientes o de su mas entera confianza. Por eso atendía presuroso a los requerimientos de ilustres doctores como Efraín Medina y Adelso Gámez, agentes del Estado como Emilio Tapia, Jueces, Maestros y Oficiales del Ejército de Batallón Rondón en Buenavista.
Muchos lo recuerdan como un hombre alegre, proclive a la parranda, tomador de trago y mujeriego. Si bien su destreza en la ejecución no lo destacó frente a las rutinas de otros acordeoneros de su época, su gracia para el canto, sus versos improvisados y la posibilidad de animarse a tocar rancheras y otros ritmos eran suficiente para encontrar en él una garantía de goce.
Sólo una de sus composiciones, el merengue ‘La camioneta’ logró ser grabada por Los Trovadores Guajiros, conformados por Adaulfo Brito y Toño Gómez en el año 1976 en el LP de Fiesta Vallenata. Miguelacho nos contó la historia de la canción y quedó registrada su interpretación a los 89 años, en el documental Tierra de cantores; si no se canta, se olvida. Entre sonrisas Miguel nos contó que ‘se voló’ con una muchacha a la cual él creía ‘nueva’. Él estaba enamorado de una de sus hermanas mayores, pero ella ‘se atravesó’ y él, hombre impaciente, decidió por lo menos complicado; un par de días después de habérsela llevado Miguel se la devolvió a su mamá, Aminta.
Por ser la joven una menor de edad, un tío de ella puso un denuncio ante el Juez de paz en Barrancas. Ningún funcionario de la Ley quiso asumir el caso pues sentían gran aprecio por Miguel; eran sus ‘camaradas de trago’. Solo el inspector de Policía, Emilio Tapia (el más amigo de todos) se hizo cargo. Emilio le mandó razón que no se apareciera esa semana por Barrancas porque si no ‘le tocaba’ ponerlo preso. Miguel se confío de que los amigos no lo iban a permitir; como de costumbre se fue en su taxi con unos pasajeros hasta la alcaldía y no contento con eso, se bajó y caminó por los alrededores mostrándose altivo. Emilio Tapia lo hizo capturar y esa noche le tocó pasarla en la cárcel. No durmió pensando en una forma de vengarse y como era la costumbre de entonces, este tipo de situación solo las aliviaba un canto y fue allí en la madrugada cuando compuso el merengue “La Camioneta” para dedicársela a Aminta, la madre de la joven.
La obra musical es una delicia de canto por la picardía que implica el manejo del doble sentido con gracia, algo cada vez más ausente en los vallenatos contemporáneos. Miguelacho compara a su compañera de ocasión (tuvo 15 mujeres públicas y 42 hijos reconocidos) como si Doña Aminta le hubiese vendido una camioneta sin estrenar. Un solo verso de esa obra pone de presente el talento de Carrillo:
“Yo sentí una cosa rara
Y no son mentirías mías (bis),
Ay cuando le agarré la caja,
los cambios se le salían (bis)”
No puedo resistir la tentación de mostrarles otro:
“A Aminta no le va a gustá
Y yo lo digo es con razón,(bis)
Ay, que en alta velocidá,
Ay, le zumba la transmisión”(bis)
Este merengue, hoy por hoy, en mano de un Silvestre Dangond, tendría la misma repercusión que la obra de Efraín Barliza tuvo en la voz de Diomedes Díaz; Pueden jurarlo.
Un dato final para dimensionar lo que su acordeón, mal o bien registró para nuestra cultura popular, se fraguó en un evento providencial que marcó una época en la provincia y elevó a la categoría de leyenda viva al “maestro de maestros”, Leandro Díaz Duarte.
El 3 de enero de 1971, día domingo, había fiesta en Barrancas y en la casa de la Familia Almenares una parranda amenizada por Miguelacho Carrillo. Se apareció de pronto, procedente de San Diego, el querido y respetado Leandro Díaz acompañado por su fiel lazarillo Otoniel Palmezano. Complació a los presentes cantando las obras que ya se le conocían preparándolos, sin saber, para una conmoción sísmica que solo él era capaz de provocar. Aquel día en aquella parranda, con el acordeón de Miguel Carrillo, Leandro develó al universo su canción telúrica ‘Donde’.
“Donde hallaré la muchachita linda, que se decida a quererme a mí,
Quiero vivir de nuevo en La Guajira, lo más contento, lo más feliz…”
Lo que ocurrió a continuación fue una hecatombe de emociones que llevaron a los parranderos a pedir una y otra vez que se repitiera aquel hermoso canto. La ilusión de regresar a su tierra y encontrar un amor entre las bellas mujeres de Barrancas, fue motivo para que Leandro se paseara en versos por todas las veredas, caseríos y corregimientos del pueblo de la Virgen del Pilar. El impacto para los barranqueros fue solo comparable al de los tocaimeros con su merengue, también compuesto por Leandro.
Desde la casa de Hernando Almenares se llevaron a Leandro y Miguel a poner serenata por pueblo y por último en el teatro Apolo, propiedad de Obardo Pinto, convertido en caseta para la ocasión.
Leandro recordaría aquella extraordinaria faena en otra composición titulada “El Hatonuevero”.
“Primer domingo de Enero yo estaba
Con una emoción grandota y sincera
Y allá en la caseta Apolo
Volví a cantarle a mi tierra,
Con una emoción barranquera
Que mi pueblo no la esperaba.”
Lamentablemente, omitió mencionar al escudero quién le ayudó a fraguar con su acordeón, aquella inolvidable huella en la alma barranquera y en la memoria de los más hermosos cantos vallenatos de todos los tiempos.
La historia de Miguel Carrillo Alvarado representa el arquetipo de una veintena de acordeoneros semi-profesionales de la Provincia de Padilla y El Valle de Upar que nunca pudieron alcanzar el registro fonográfico a través de la industria musical de la época. Muchos deambularon por nuestro suelo provinciano, alegrando tardes y noches de parranda, pero sin saborear la posibilidad de ser grabados en un disco; cada uno con un rico anecdotario y con cantos que se extraviaron en la memoria de los parranderos sobrevivientes y que, como toda historia, también de olvido está tejido su relato. Son algunos: Jose “Pepe Cachete” Soto (Maicao), Rafael Gámez (Dibuya), Hilario Gómez (Cuestecita) (No confundir con el Maestro José Hilario Gómez), Sebastián Sarmiento (Guaymaral), Juan Urbaez, Andrés Vanegas, Y aunque parezca mentira… Toño Salas, jamás grabó un Larga Duración de manera profesional.
El tren de la mina que saca la riqueza energética dormida por millones de años bajo las tunas hasta el embarque en Puerto Bolívar, dividió para siempre el paisaje peninsular décadas después que las carreteras nacionales del general Rojas Pinilla destaparan el aislamiento de una región que solo conoció la modernidad a través de los barcos que llegaban a Riohacha y luego a lomo de mula al resto de la región. En aquellos otros tiempos la naciente música vallenata fue el periódico cantado que contó la vida de nuestros pueblos y forjó un sentido de identidad que aún sostienen los auténticos poseedores de este viejo arte y los obstinados cultores que la escriben y recrean a diario. Los vientos de cambio transformaron la forma de vida, la cultura y, por supuesto, la música de acordeón, pero mientras tengamos vida y salud, la historia de Miguelacho Carrillo y el eco de aquellos que como él no llegaron al acetato, jamás dejarán de inspirarnos.
Coda: El viejo Migue murió en el 2012. Meses después este servidor, junto a Carlos Manuel Hoyos Bucheli y un excelente equipo de trabajo, realizamos el cortometraje Tierra de Cantores; aquí evocamos, a través de una serie de capítulos, la conversación que sostuvimos con Miguelacho.
Adrián Villamizar Zapata
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