Música y folclor
José Carranza, su vida en torno a la música y al lado del acordeón

José Carranza, cada lunes regresaba a El Piñón, y de inmediato se despojaba de la camisa para ir a jugar con los carros que dejaba sobre la pista que había trazado en el patio de su casa. Juguetes, que abandonaba los jueves cuando viajaba a Barranquilla para hacer parte del conjunto vallenato que conformaba con los músicos Farid Cantillo, Alfonso Potes y Víctor Iglesias. Tenía 13 años, y para entonces, este acordeonero conocido con el remoquete del “Ciclón piñonero”, ya estaba asociado con la música.
Sin embargo, la primera relación no fue a través del acordeón, sino del canto. Para hacerlo, ideó lo que creía era un picot que armaba con dos calabazos que hacían de bocinas, mientras que con un taburete simulaba el tocadiscos y el amplificador. Además, contaba con un micrófono artesanal que unía al supuesto equipo de sonido a través de un bejuco.
Fue su ingenio el que interesó a unos navegantes por el río Magdalena que atracaban en uno de los puertos de El Piñón. A ellos les debe sus primeros instrumentos musicales: un termo metálico que adoptó como guacharaca y que tocaba, y un tanque del mismo material que hacía de caja que ejecutaba su hermano Manuel.
Sin embargo, el canto no era su verdadera motivación, pese a ser el deseo de su madre. Lo suyo era ser acordeonero. “Yo veía pasar a Virgilio De la Hoz y a sus hijos, llevando varios instrumentos, entre ellos el acordeón. Pasaban y mi mirada se iba detrás de ellos, porque mi anhelo era tener uno. Interpretarlo era la motivación que me invadía en las madrugadas que escuchaba al acordeonero Augusto Orozco, tocando en las parrandas que hacía mi padrino Juan Medina, cerca de mi casa. Pero no me bastaba oírlo. Aprovechaba algún descuido de mamá, con quien me levantaba para ayudarla a hacer los bollos, e iba a verlo cómo marcaba los pitos y los bajos, como desplazaba los dedos por la hilera de botones”.
Sin embargo, pese a sus anhelos, la primera oportunidad que tuvo de hacer parte de un conjunto vallenato fue tocando una tumbadora. Sucedió una tardecita que, yendo detrás de su ilusión de ser acordeonero, llegó a La Trampa, la tienda y billar de José Manuel Ospino Zambrano, quien, después, le enseñó algunos secretos para que aprendiera a componer canciones. Ahí estaban tocando los De la Hoz, Virgilio hijo era el del acordeón. Entonces, José, impulsado por la música, se apropió de la tumbadora que reposaba en una esquina del negocio y empezó a sacarle sonidos armónicos. Sin embargo, Virgilio, el viejo, le ordenó que abandonara el instrumento. Pero José insistió y volvió a tocar la timba. Virgilio lo escuchó, lo miró y aceptó que lo hiciera con una condición: que si los mosquitos le picaban debía soportarlo. Al principio aguantó las picaduras, pero después fueron tantas, que se vio obligado a abandonar por momentos la percusión, para matarlos.
José Felipe Carranza, un avezado pescador en el río Magdalena, sabía de los sueños de su hijo, y, pese a las vicisitudes económicas, procuró materializarlos. Cuenta “El ciclón piñonero” que un día su padre le pidió que lo acompañara a vender unas cajas de tomate en Tío Gollo, porque le tenía una sorpresa.
De regreso a El Piñón se detuvieron en una vivienda en Cantagallar. “Compa, entrégueme el encargo”, dijo José Felipe. El hombre salió de la casa y se lo entregó. “Compa, ¿el aparato es para su hijo?”. José, el viejo, asintió con la cabeza. José, el pelado, sonrió. Luego, mientras regresaban a casa, abrazaba el estuche donde iba el acordeón. Rumiaba su felicidad, sin importarle el andar cansino del jumento en el que se movilizaba.
Ya al mes de tener el acordeón lograba tocar algunos acordes. Lo hacía guiado por canciones que escuchaba en la radio. Después, para incentivar su aprendizaje, llevaron a su casa al acordeonero local, José Isabel, al que apodaban “La Mocha”, para que interpretara el acordeón. ¡Papá, ese hombre sí toca!, dijo José cuando lo vio ejecutar el instrumento. Luego de dos meses de estar dedicado a aprender, “La Mocha” volvió para que lo oyera tocando. Entonces, otra fue la sentencia: ¡Papá, ese hombre no toca nada!
Luego, a instancias de su padre, conformó un conjunto con su hermano Manuel, que era el cajero, y Juan Mendoza, el guacharaquero. Todos menores de edad que, en compañía de José Felipe, salían en recorridas por localidades cercanas y lejanas de El Piñón. Corredurías en las que incluyeron a Barranquilla, donde tocaban en los bares y cantinas ubicados en la calle 30 y en el Paseo Bolívar. Para entonces tenía un acordeón de tres teclados, que por su tamaño y peso le decían a José Felipe que si quería matar al hijo.
“En Barranquilla me conocieron interpretando el acordeón los músicos Farid Cantillo, Alfonso Potes y Víctor Iglesias; después me escucharon en El Piñón. Estos fueron al pueblo para proponerles a papá y mamá que me dejaran ir con ellos para hacer parte de su conjunto. Al principio no aceptaron porque yo era un menor de edad; sin embargo, ante mi beneplácito accedieron a la propuesta. En Barranquilla, me ubicaron en una vivienda cerca del parque Almendra, donde, de jueves a domingo, me iban a buscar para, a partir de las seis de la tarde y hasta las tres de la mañana, ir tocando por cantinas, bares y discotecas”.
Pero no solo ejecutaba piezas musicales en los establecimientos públicos. También grabó cuatro canciones, en compañía del resto del conjunto, en un estudio de grabación ubicado en la carrera 46 con calle 76. Esa producción fue hecha para Venezuela. En ese lugar conocieron a Felipe Romero, quien los recomendó con Gabriel Zúñiga, dueño de discos Eva, donde hicieron otro trabajo musical compuesto por seis temas.
Estando en esa casa de grabación, fue abordado por el asistente de Zúñiga, quien le pidió que fuera al segundo piso. Allí se conoció con Adolfo Echeverría.
“Mucho gusto, soy Adolfo Echeverría. Te he escuchado interpretando el acordeón y quiero que me acompañes en la grabación de la canción La Rebelde”. José sonrió nerviosamente y apurando una voz reverencial respondió que sí. “Entonces, pongan la cinta del tema para que la escuche y se lo aprenda”, ordenó Adolfo. Era 1969, y José había cumplido 15 años. El tema, tras ser llevado al acetato, se convirtió en un éxito musical.
Después, Adolfo Echeverría lo invitó a hacer parte, como acordeonero, de Los Mayorales. Fueron dos largas duración en los que intervino: El Estilo Vallenato y Acordeón y Vallenato. Fue José quien interpretó el acordeón en uno de los grandes éxitos del maestro Echeverría, Leonor.
De ese tiempo, José reclama que solo le dieron crédito en la canción que utilizaron como propaganda en la campaña a la presidencia de la República de Evaristo Sourdís. Sin embargo, admite que siempre ha estado agradecido con la oportunidad musical que le dio Adolfo. Oportunidad que le permitió conocer al maestro Pacho Galán. “El maestro Pacho me quiso mucho. Incluso, me hizo partícipe en los arreglos musicales de los dos discos de larga duración en los que yo intervine como acordeonero”.
—Con Adolfo duré aproximadamente dos años y medio porque después de grabar Leonor, una tarde me llamó a su oficina y me dijo que ya no me necesitaba. Para entonces tenía 17 años y alegre me fui para El Piñón.
José, actualmente, se dedica a un estudio de grabación que, junto a un socio, montó en su hogar en Soledad. Sonriente, afectivo y humilde, recuerda sus tantos años como acordeonero profesional, sus grabaciones y sus éxitos musicales. También a los intérpretes con quien grabó o acompañó, especialmente a Ovidio Martínez y Oswaldo Rojano, con quienes compartió la mayor parte de su proceso musical. Lo hace destacando que la música ha sido su vida y que ha tenido en el acordeón el compañero de siempre.
Álvaro Rojano Osorio
Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
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