Música y folclor
La inolvidable trilogía de los cantores
Una costumbre que estuvo de moda en la música vallenata hace varias décadas, fue que varios de los grandes compositores de este género musical se autocalificaron como “el cantor de su pueblo natal”. Utilizaron este distintivo para diferenciarse de los otros compositores, generalmente los paisanos, y considerarse, íntimamente, como el mejor entre todos los que se dedicaban al maravilloso arte de la composición melográfica. Aunque, supongo, que no era la intención de los llamados “cantores”, opacar, desconocer o descalificar a los otros compositores, considero que este calificativo sobresalía y les imprimía mucho reconocimiento y prestigio en el grueso de la fanaticada, que siempre ha sido la encargada de apreciar, evaluar y calificar la importancia y la belleza de las canciones. En esa época, fueron tres los compositores que dieron origen a esta llamativa costumbre: Carlos Huertas Gómez, autor de “El cantor de Fonseca”, grabado en 1973, Álvaro Cavas Pumarejo, autor de “El cantor de Valle”, grabado en 1974, y Fabio Zuleta Díaz, autor de “El cantor de Villanueva”, grabado en 1980. Desde entonces, a pesar de que la nómina de compositores se ha enriquecido notablemente, no ha surgido otro personaje que se autocalifique “cantor” para con ello imprimirle renombre a su lugar de nacimiento.
El mejor regalo navideño que recibió la inmensa fanaticada vallenata a finales de 1973 fue el lanzamiento del long play “El cantor de Fonseca”, grabado por el recordado conjunto de los hermanos López con la inigualable voz de Jorge Oñate, quienes integraron una agrupación que perduró cinco años y, desde entonces, ha pasado a la historia del vallenato como el conjunto más recordado y más aclamado de este universo musical. La canción “El cantor de Fonseca” le dio el título al elepé y desde su proclamación fue considerada la composición estrella del compendio discográfico. Su autor, el destacado compositor Carlos Huertas Gómez, quien falleció en 1998, se llevó a la Eternidad el “Disco de la inmortalidad” que le entregó el sentimiento del pueblo vallenato, que, actualmente, cuando se están cumpliendo cincuenta y un años de su lanzamiento, esta canción permanece inalterable en el gusto popular y es un tema que jamás ha pasado inadvertido. En estos momentos, escuchar “El cantor de Fonseca” es oír un vallenato puro, una canción auténtica, un disco que produce un profundo deleite y llena de entusiasmo a las personas que se detienen a escucharlo. “Es una canción que le alegra a uno el alma”, suelen expresar los amantes de la música vallenata de alta fidelidad.
“El cantor de Fonseca” está estructurado en nueve estrofas de versos endecasílabos con rima parcial alternada, dividido en tres bloques triestróficos cada uno, que demuestran los excelentes conocimientos que poseía el autor acerca del manejo de la métrica española. El primer bloque triestrófico presenta la introducción, la cual capta desde el primer verso la atención universal de los oyentes, utilizando una narrativa en primera persona que sensibiliza el contorno ambiental: “Alguien me dijo de dónde es usted / que canta tan bonito esa parranda. / Si es tan amable tóquela otra vez / quiero escuchar de nuevo su guitarra”. En la estrofa siguiente, el interlocutor sigue sorprendido con la ejecución de la guitarra y lo interpela con mucha admiración: “Óigame compa usted no es del Valle / del Magdalena ni de Bolívar, / pues se me antojan que sus cantares / son de una tierra desconocida”. Y para complacerlo, en la tercera estrofa, el guitarrista inicia su presentación: “Y yo le dije si a usted le inspira / saber la tierra de donde soy / con mucho gusto y a mucho honor / yo soy del centro de la Guajira”. A estos hermosos versos, cantados con la melodiosa voz de Jorge Oñate, se suman las bellísimas notas de Miguel López, que realizan un concierto interminable que satisface con toda plenitud a los oyentes.
En el segundo apartado triestrófico, el autor continúa ampliando la identificación: “Nací en Dibulla frente al mar Caribe / de donde muy pequeño me llevaron / allá en Barranca me bautizaron / y en toda la Guajira me hice libre”. En la estrofa siguiente, continúa motivando la presentación: “Yo vi tocar a Santander Martínez / a Bolañito a Francisco el Hombre / a Lole Brito, al señor Luis Pitre / los acordeones de más renombre”. Y en la última estrofa pondera su tierra natal: “Soy de una tierra grata y honesta / la que su historia lleva mi nombre, / yo soy aquel Cantor de Fonseca / la patria hermosa de Chema Gómez”. En el último apartado triestrófico, evoca sus años de infancia: “Viví en un pueblo chiquito y bonito / llamado Lagunita de la Sierra / del que conservo recuerdos queridos / emporio de acordeonistas y poetas”. En la penúltima estrofa se refiere a sus amigos cantantes: “Allá toqué con Julio Francisco / con Monche Brito y con Chiche Guerra / y conocí bien a Bienvenido / el que compuso a Berta Caldera”. Y en la última estrofa, cierra la presentación, como es natural, citando su nombre: “Ya me despido, soy Carlos Huertas, / doy mi apellido y nombre de pila, / yo soy aquel cantor de Fonseca / y soy nativo de la Guajira”.
Se acercaba diciembre de 1974, cuando los Hermanos Zuleta lanzaron el long play “Río seco”, título utilizado como una especie de antónimo para referirse al “Río crecido”, otro elepé que había sido grabado a comienzos de ese año. Ambas composiciones, autorías de Julio Fontalvo Caro, sirvieron de títulos a los dos álbumes, considerados desde siempre como los mejores elepés del extenso repertorio zuletista. El elepé “Rio seco”, que vino a constituirse como el mejor regalo musical de las navidades de ese año, estuvo integrado por doce composiciones, que todas, desde un comienzo, se ganaron la simpatía y el entusiasmo de la fanaticada. Entre las canciones apareció “El cantor del Valle”, un hermoso paseo, autoría de Álvaro Cavas Pumarejo, quien ya era un nombre conocido en el medio musical por ser autor de varias composiciones, entre ellas “Rosalbita”, una bellísima canción que apareció en el álbum “Río crecido”. “El cantor del Valle”, compuesto en ritmo de paseo, se encuentra estructurado en dos bloques biestróficos de ocho versos cada uno, los cuales combinan diferentes metros: de trece, catorce y quince sílabas, con rima parcial alternada, y otras veces, dispersa. La segunda estrofa de cada bloque es cantada a manera de coro, y repiten los dos últimos versos.
En la estrofa inicial, el autor se refiere a los otros cantores y destaca la importancia que rodea al folclor vallenato, destinado siempre a narrar temas costumbristas, populares, sentimentales y románticos: “Ya había pasado la historia de dos canciones / bonitas composiciones de Calixto y Carlos Huertas, / reconocidos, respectivamente autores, / uno el cantor de Valencia, otro el cantor de Fonseca. / Esto demuestra que el folclor de las provincias / es sin duda el más bonito que he podido conocer / que narra temas como estos costumbristas / también otros populares de sentimiento y querer”. Sigue a manera de coro la segunda estrofa del bloque: “Como ha sido costumbre que el gallo canta en su gallinero, / y son las que han seguido esos dos grandes compositores. / Claro que el Valle tiene pensantes que son creadores. / Con calidad se encuentran con justo y grandes acordeoneros. / Reconociendo siempre el gran valor de estos dos autores / que meritoriamente cantan al pueblo donde nacieron. / Reconociendo siempre el gran valor de estos dos autores / que meritoriamente cantan al pueblo donde nacieron. Seguidamente, las notas suaves, tiernas y nostálgicas de Emilianito Zuleta se pasean por la sensibilidad de los oyentes para disponerlos anímicamente y enamorarlos de la canción.
En el segundo bloque biestrófico, el autor expresa sus deseos de componer la canción para ganarse el calificativo de cantor de su tierra, la cual siempre ha tenido compositores y gente culta y distinguida: “Si no es motivo de las incomodidades / que mi son pueda causarles / por vivir este folclor. / Solo he querido ser pionero por el Valle / con mi pensamiento firme / lo mismo que ustedes dos. / Yo reconozco como ustedes reconocen / muchos son los invitados y pocos los escogidos. / Pero es que el Valle tiene méritos de autores / de nuevas generaciones / de pensamientos distinguidos”. Continúa la última estrofa, a manera de coro: “De una u otra forma somos los dignos representantes / de ese folclor hermoso que ha dado nuestra costa querida, / que ha puesto en alto nuestra cultura muy merecida / ya que de ahí depende la música que es un bello arte. / Me llamo Álvaro Cavas y me considero el cantor del Valle / ya todos me conocen soy del Cesar tierra preferida. / Me llamo Álvaro Cavas y me considero el cantor del Valle / ya todos me conocen soy del Cesar tierra preferida”. Y finaliza la canción nombrando el nombre del compositor para satisfacer la curiosidad de los oyentes y admiradores del autor.
A mediados de 1980, Diomedes Díaz y Colacho Mendoza lanzaron el elepé “Tu serenata”, y entre los once títulos que lo conformaban apareció “El cantor de Villanueva” del compositor Fabio Zuleta Díaz, grabado en ritmo de merengue, un género del arte vallenato poco apetecido por los compositores. Su autor forma parte estelar de la dinastía de los Zuleta, encabezada por el juglar Emiliano Zuleta Baquero, dueño de un prestigio singular en el folclor vallenato. Muy similar a “El cantor de Fonseca”, “El cantor de Villanueva” está estructurado en tres bloques estróficos de 16 versos cada uno, en los cuales se combinan los metros octosílabos con alejandrinos y prevalece la rima parcial alternada. En el primer bloque, el autor plantea generalidades de su inspiración: “Hoy que estoy tan alegre voy a hacer una melodía / voy a hacer un merengue como todo un buen cantor. / Con el corazón, con el corazón / pa’ que vea la gente que no son mentiras mías. / Con el corazón, con el corazón / pa’ que vea la gente que no son mentitas mías. / Haré como cual que quiere / que busca entre las mujeres / cariño y adoración. / Yo tengo mi devoción / en una botella de ron / y una linda muchachita, / sobre todo si es bonita / que cuando me va mejor. / Sobre todo si es bonita / que es cuando me va mejor”.
Terminado el primer bloque estrófico, el gran “Colacho” Mendoza genera un concierto de notas largas, rápidas, suaves e interminables, que se pasean por la sensibilidad de los oyentes, quienes se deleitan escuchado y satisfacen mentalmente su placer emocional. En el segundo bloque, el cantor continúa dando detalles de su intimidad, al tiempo que confiesa la alegría y diversión que lo asisten constantemente, y la estimación que le profesan en su natal Villanueva y en la tierra desconocida, donde le proporcionan todo para vivir y, desde luego, para enamorarse. Asimismo, se ufana del amor que le tienen las mujeres y que le incentivan su forma de vivir. “Mi cabeza es un mundo fascinante y divertido / y por eso es que sigo entregado a las mujeres. / Y como me quieren, / y como me quieren, / más me va gustando la manera como vivo. / Y como me quieren, / y como me quieren / más me gustando la manera como vivo. / A veces que he pretendido / vivir triste y no he podido, / miren si mi suerte es buena, / me quieren en Villanueva, / me quieren en tierra ajena. / No veo nada que me falte, / me enamoro por todas partes / canto para aliviar mis penas. / Me enamoro por todas partes / canto para aliviar mis penas”.
En el último bloque estrófico, el autor presenta, como es natural, su identicación, utilizando únicamente el apellido paternal. Costumbre que es normal en los acordeonistas, cantantes y compositores. En los versos de este apartado, el cantor presenta una breve radiografía de su actividad musical: “Yo soy Fabio Zuleta el cantor de Villanueva, / quiero mucho a mi tierra y a sus nobles habitantes. / Luchador constante, luchador constante / como gallo fino cuando pisa la gallera. / Luchador constante, luchador constante / como gallo fino cuando pisa la gallera. / Como el cantor de Fonseca / como el cantor de Valencia / y como el cantor del Valle, / cantaron de modo amable / a la tierra en que sus padres / los vieron nacer un día. / Yo canto a la tierra mía / grande como todos saben. / Yo canto a la tierra mía / grande como todos saben”. Y finaliza la canción con una fiesta de notas, que motivan el entusiasmo colectivo, arrobado por la hermosura de las mismas, y en medio de la prodigiosa digitación del virtuoso acordeonista se va anunciado felizmente el final de la canción. “El cantor de Villanueva” es, sin duda un merengue extraordinario que, en los tiempos de su publicación, proyectó a Fabio Zuleta como un genial compositor y lo hizo merecedor de una admiración infinita en su pueblo natal.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor
Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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