Música y folclor
Marcelino Rico Martínez, último exponente del Chandé en San Fernando (Santa Ana, Magdalena)

El chandé es una manifestación cultural del Caribe colombiano, confluencia de baile, canto, ritmos y expresividades festivas de tradición ancestral, comunitaria. Es una herencia cultural ligada a los ancestros africanos en hibridación con las raíces amerindias e hispanas, un hijo del mestizaje, una amalgama trietnizada de armonías culturales prensada en los albores de la colonia, sentimiento gozoso de pueblos de toda condición social, de negros y de todos los colores, mestizos, bogas, campesinos, vaqueros, peones, pescadores, artesanos, músicos, decimeros, cantores.
En el chandé, al igual que la Cumbia, todos los instrumentos son artesanales y de madera. El sello indígena se encuentra en la instrumentalización de este baile cantao, en las gaitas de millo, maracas y guacharaca. La marca africana es evidente en la percusión (tambora, tambor macho o llamador y tambor hembra o alegre), lo mismo que la clave. No podía faltar la contribución hispana, manifiesta en la puesta en escena con las coplas, decimas y pregones herencia del romanero español, pilar de la métrica cantada por los verseadores, improvisadores, cantores y pregoneros populares, así como también la indumentaria o vestuario de los danzantes.
La investigación cultural ha concluido que la música de tambores mantiene vínculos familiares estrechos con la cumbia,[1] su nido más importante es la ribera del Río Magdalena, entre su parte media y baja, con epicentro en la depresión Momposina y El Banco, terruño de uno de sus cultores más prolíficos “en su tierra y fuera de ella”, José Benito Barros. Una zona geográfica, cultural y musicalmente diversa, hábitat del hombre riano, el mundo anfibio, del hombre hicotea, categorías conceptuales desarrolladas por un estudioso de la antropología Caribe, hijo del territorio en mención, Orlando Fals Borda.[2]
Pero, ¿cómo arribó el negro a estos territorios del interior trayendo a cuestas sus atabales junto a su alegría innata? Dos académicos e historiadores destacados dan luces sobre el asunto al documentar hallazgos de palenques y cimarronaje en la zona. El primero, de la historiadora de la Universidad del Valle, María Cristina Navarrete, y el segundo estudio es de Dolcey Romero, historiador de la Universidad del Atlántico.
Para María Cristina Navarrete desde que el negro llegó secuestrado a América en el siglo XVI, procedente de su natal África, en dónde era libre, es forzosamente esclavizado en el nuevo mundo, inmediatamente se despierta en él su espíritu de rebeldía, de fuga, lucha y conquista de su libertad, individual o colectiva, desconociendo con las vías de hecho los supuestos fundamentos de sumisión (éticos, religioso, legales, etc) de sus esclavizadores o amos.
Así nace el cimarronaje y los territorios independizados llamados palenques. Navarrete se concentra en ellos en Cartagena y toda la Gobernación de Bolívar principalmente, encontrando palenques en La Matuna, Canal del Dique, Sierra de Luruaco, Montes de María, Serranía de San Lucas y unos muy especial al que llamó palenques de la otra banda del río Magdalena (Gobernación del Magdalena), a donde habían llegado huyendo de las autoridades de Cartagena. Estos palenques fueron los de Tapia, Guaimaral, Gambanga y La Magdalena, en la depresión Momposina, muy cerca a Mompox.
Por su parte Romero concentra su estudio en el cimarronaje y palenques en Santa Marta y la Gobernación del Magdalena a partir del siglo XVII y XVIII, dado que fue un tanto más tardío este fenómeno en Santa Marta y sus alrededores. En particular se detiene en los palenques al otro lado del río Magdalena, a donde llegaron procedentes de Cartagena y el gobernador del Magdalena, Diego Olivares le concedió tierras con el propósito de poblar esas tierras.
Romero sostiene que documentos consultados del archivo departamental del Magdalena, dan fe de la existencia de esclavos fugados de la ciudad de Santa Marta, los cuales buscaban refugio en la parte sur de la Gobernación del Magdalena, más exactamente la región ganadera del Valle de Upar como también en los pueblos de las orillas del río Magdalena, específicamente Plato, Tenerife y Santa Ana, espesuras en las se escondían de las autoridades de la provincia de Cartagena.
La dotación natural del medio fue un atributo clave para la diseminación del Chandé. Por un lado, disponer de ríos, ciénagas, caños, esteros y demás permite tener “autopistas” facilitadoras en la difusión de las expresiones musicales y dancísticas de los poblados levantados en sus riberas. Así se forjó la alegría, el canto y sonoridades del chandé, tesis del investigador Álvaro Rojano[3].
Por otro lado, Rey Sinning[4] acota “el río y las ciénagas son fuente de vida, huida y escapatoria del ser humano ribereño” al permitirle los elementos vitales para vivir, así como también para sobrevivir, los humedales son “carreteras fluviales” para la huida en los momentos de persecución de las autoridades en los primeros tiempos de palenques y arrochelamientos. De modo que río y chandé, a modo heraclitiano, fluyen, cambian permanentemente y nada ni nadie puede resistirse a ello.
No obstante, en sus primeros tiempos la zona estuvo por habitada por los pueblos Chimilas. Fueron ellos sus primitivos huéspedes y dueños de la comarca, mucho antes de la invasión española, pueblos altivos, valientes e insumisos al poderío español durante los siglos XVI, XVII y XVIII, el arrochelamiento en entornos inhóspitos y agrestes fue su forma de vida, al margen del control institucional, por ende, con amplio predominio de la ilegalidad.
La denominación de “Nación Chimila” deriva del ser un colectivo heterogéneo de tribus extendidas en una vasta zona comprendida desde las estribaciones de la Sierra Nevada y la Ciénaga Grande de Santa Marta, hasta los territorios del sur del Magdalena bajo, en inmediaciones de la isla de Mompox, la Depresión Momposina y las cuencas de los ríos Sinú y San Jorge. Es precisamente en un “mundo acuático, universalmente hídrica”, en los “países” de los indios Pintados, Orejones, Tomocos, Menchiquejos, Sondaguas y Pocabuyes,[5] en donde según Gnecco Rangel Pava se ensambló la cumbia, luego de un largo proceso de sincretismo cultural, dando origen a un variado repertorio de derivaciones folclóricas como el chandé, la tambora, etc.
Esto coincide con la apreciación del maestro José Barros “La Cumbia es una princesa del País de Pocabuy. Su papá, viejo Chimila y el cacique de Guamal, llegaron al viejo puerto porque allí se iba a casar con el hijo de Chilló el cacique sin igual”[6], el Distrito Pocabuyano comprendería hoy municipios del Magdalena como El Banco, Guamal, San Sebastián, Santa Ana, Santa Barbara de Pinto, San Zenón, Plato, Tenerife; en Bolívar Mompox, Talaigua Nuevo, Margarita, Cicuco, El Peñón, Hatillo, San Martí y Barranco de Loba; Chimichagua, Tamalameque y El Paso, en el Departamento del César.
En la subregión río la influencia ejercida por El Banco como centro diaspórico irradiante de la música de tambores ha sido determinante, sobre todo para el caso de Santa Ana con vínculos político-administrativos, además de culturales. Es así como en los tiempos de la República de la Nueva Granada, entidad surgida inmediatamente después de la disolución de la Gran Colombia, mediante la ley No. 15, del mes de abril de 1850[7], se crea la Provincia de El Banco, “Gran Provincia de los Tambores” integrada por los distritos de Santa Ana, San Sebastián y Guamal, con capital El Banco, categoría que mantuvo hasta el 30 de marzo de 1853.
Aires Guamalenses es un destacado trabajo exploratorio de las tradiciones musicales y orales de Nuestra Señora Del Carmen de Barrancas o Guamal y sus alrededores, allí se destacan las temporadas festivas de estas poblaciones ricas es bailes de todo tipo, “cumbias, manducas, salones y saraos”. La otra manifestación importante de este tiempo festivo es el “chandé cantado y bailado por las calles del pueblo, una procesión de gente cantando y bailando al son de la música de la caña de millo, tambores y guacharacas, llevando en frente un árbol adornado con faroles y que se detiene en frente de casas en las que se improvisa un círculo para el baile”.[8]
Por su parte, la obra del poeta Santanero Oscar Delgado, es matizadamente escrita con música tradicional de fondo, a ritmo de Chandé, en especial. He aquí una tradicional ronda de chandé,[9] “en ese pueblecito las calles van y vienen sin prisa…Ramona, mujer deliciosamente selvática cubierta de morena desnudeces inesperadamente desapareció. Y las gaitas lugareñas que sostenidas por los tambores de piel de chivo alzaban luces rojas en la plaza nocturna, caluroso escenario alumbrado de palmeras falsas, desconociendo el nombre que adoptó elasticidades imprevistas en el suspiro solfeado de los barítonos”.
Brugés Carmona, guamalense, hijo adoptivo de Santa Ana, pionero en estudios sobre la cultura, identidad y el folclor del caribe colombiano, reseña el chandé en sus crónicas. Lo destaca como un baile ancestral, “el más indígena de nuestros bailes populares”, herencia de los abuelos en ruedas de baile al son de los “tambores de buche de caimán”, “entre la franja humana de los músicos y los coros engrosados por los espectadores, los brincos de la mujer es pura identidad indígena y el hombre es espuela de vida que agiganta los brincos”.
Brugés prosigue con su relato sospechando una y otra vez sobre el carácter indígena del chandé, fundamentalmente en lo que tiene que ver con la trashumancia, a la usanza de las tribus nómadas, convertidas en “tribus de danzantes”, sin echar raíces en un mismo territorio, después de cierto tiempo los danzantes “salen en romería por las calles del pueblo, con estaciones de puerta en puerta de las casas alegres y adineradas que corresponderá una contribución para remojar las gargantas con ron caña y los ánimos de músicos y bailadores”. [10]
En el cauce bajo del sur del Magdalena, se encuentra San Fernando, corregimiento del municipio de Santa Ana, a orillas del río que lleva este mismo nombre, pueblo fértil, de gente amable y laboriosa, alegre, entre el brazo Mompox y el collar cenagoso formado por la ciénaga grande, cieneguita y cacique, empotradas dentro de la depresión Momposina, hasta allí se esparció como la taruya este frenético ritmo conocido también bajo el nombre de baile cantao, en ocasiones denominados ritmos de tambora.
A Don Marcelino Rico Martínez (1916-2010), mi niñez lo recuerda como un labriego, pescador, cuidandero por muchos años de “Resignación”, terreno de propiedad de la tía Hilda Carreño, a orillas de la ciénaga de Jaraba. Cuando papá me mandaba a buscar yuca o pescado, cargaba con mi mochila al hombro y llegaba justo a su rancho, debajo de los frondosos mangos y tamarindos. En todo ese arenoso patio lucían colgados: atarrayas, trasmallos, anzuelos, y la barqueta, arrimada al puerto.
Allí, encima de las trojas y sillas de palo casi siempre había yuca en suficiente cantidad y bocachicos frescos o salados ensartados. Cuando por curiosidad entraba al interior del rancho y miraba hacía el sarzo, allí estaban colgados muchos tambores, nunca se los vi tocar, aunque después me enteraría que de tiempo en tiempo los bajaba para hacer sonar y “romper” en las rondas de chandé amenizadas en San Fernando al final y comienzo de año, mismas que bailó y gozó también mi viejo del alma.
Elsa Aguilar recuerda, siendo muy niña, los jolgorios del chandé en la plaza de la iglesia, transcurría la década de los años antes de50s del siglo pasado, la gente bailaba, brincaba, gozaba las cumbiambas, en noches oscuras, con velas, gozando sanamente al compás de las palmas de las manos, sin peleas, para disfrute de todo el mundo los 24, 28, 31 de diciembre y 1° de enero. Eran cantaoras y cantaores Dolores Vergara, Manuel Meza, Victoriano Gamarra; Los tamboreros, Adelmo Torres, Rodolfo Martínez y Marcelino Rico quién también cantaba[11].
Para la guitarra sentimental de San Fernando, primo José David Aguilar, los tambores, la vela y el ñeque fueron primigenias expresiones culturales de la plaza y la calle sanfernanderas, siendo el chandé una música preferida, apenas vislumbraban en el horizonte el toca disco, la radiola y el picó, entonces las celebraciones poco a poco abandonan el ágora festiva de la plaza y se refugian en la privacidad de los salones y casetas, como la del “Monito” Andrés Suarez, las que finalmente se imponen[12] y las rondas callejeras y en la plaza desaparecen.
Precisamente, el mismo José David Aguilar relata esa fusión del chandé con su guitarra eléctrica, fue la plaza central de la cruz y la iglesia, antiguas barrancas o muelle de acceso principal a San Fernando, amenizaron una presentación conjunta con Marcelino Rico y Dolores Vergara, máximos exponentes del chandé, confiesa “aquello sonaban celestialmente” por la armonía plena entre la guitarra eléctrica y el repicar de los tambores en manos de Luis Carlos Varela, Marcelino Puerta, Rodolfo Martínez y Adelmo Torres.[13]
De aquellos festejos había rutinas llamativas, por ejemplo, el juego de la culebra, se trataba según el testimonio de Elsa Aguilar de un pregón bailable, en dónde a uno de los parejos les picaba una culebra, una vara rotativa que pasada de mano en mano entre los parejos, en un instante del baile a quien le caía la vara en sus pies, era picado por la serpiente, la contra a esa picadura era un trago de ñeque, destilado en algunos de los tantos alambiques de la zona, que después subiría de nivel etílico con la cura del Ron Caña.
La temporada de chandé arrancaba en fin de año y se prolongaba hasta las carnestolendas, para Julián Carreño “Repulgo”, eran buenos bailarines el doctor Dionisio Ruiz Meza, Orlando Turizo, Luis Carlos Varela, Eulalia Rico y Matilde Mendoza. Recuerda las rondas de chandé en la vieja plaza de la iglesia, la principal en aquel entonces, sin cover, abiertas al público, con tamboreros de la talla de Rodolfo Martínez y Eligio Sánchez, junto Marcelino Rico quién también cantaba en noches con velas o sin ellas, muchas veces las noches de luna eran engalanadas por el cielo estrellado. Daba gusto ver bailar “caderámenes y sudorosos brazos de féminas y las huellas sutiles de mil pies” como los de Aminta Puerta, Donatila Rico, Ladislao Leyva, José María Álvarez, y los hermanos Prudencio, Manuel y Juan Carreño Jaraba, mi padre.
Finalmente, debió ser todo un espectáculo ver bailar las rondas de Chandé en el viejo municipio de Santa Ana, sus corregimientos y veredas, hoy parte de un pasado no muy lejano, como lejanas resultan ser las “enmaicenadas” huellas de los arenales sobre los pies y piernas de sus danzantes. No existe arena, exponentes ni bailadores, es bueno recordar que nuestro pueblo antes de bailar vallenato, salsa o reguetón, bailó cumbia y chandé.
Da tristeza y dolor ver como desapareció el Chandé de la faz de la tierra del municipio de Santa Ana, como sí nunca hubiera existido o no fuera parte de su historia, como en el estudio de Acevedo, Llinás y Martínez[14], inventario que reconoce a la zafra, los cantos de vaquería, el carnaval del río, la danza de los gallegos, la música de banda, la cumbias decembrinas, fiestas patronales, la preparación del cazabe y la talabartería como principales manifestaciones del patrimonio inmaterial de Santa Ana.
Hoy el chandé se preserva con orgullo en casi todos los pueblos de la Depresión Momposina y en la mayor parte de los municipios segregados del territorio de Santa Ana luego de su municipalización, permanecen en San Zenón, Pijiño y Pinto, menos en Santa Ana, aunque se resiste a morir, por las manifestaciones residuales que aún permanecen en el corregimiento de Barro Blanco. Allí, Eduard Martínez y Luis Benítez lo sostienen “por amor al arte”, sin ningún tipo de apoyo gubernamental, gracias a los vasos comunicantes que mantienen con las gentes, amigos y familiares al otro lado del río, en la otra banda, en Patico, corregimiento de Talaigua Nuevo, Bolívar, por tanto hay esperanzas. Agoniza el chandé, pero no ha muerto del todo y como solamente muere quién se olvida, no dejemos morir el chandé.
Gustavo A. Carreño Jiménez
[1] Carbó, Guillermo (2001). Tambora y festival, influencia del festival regional en las prácticas de la música tradicional. Universidad del Norte, Revista Huellas N°58, Pág. 2-14
[2] Fals Borda, O. (1979). Historia doble de la Costa: Tomo 1, Mompox y Loba. Carlos Valencia editores.
[3] Osorio, (A). La música del Bajo Magdalena, Subregión río. Editorial La Iguana (2017), Pág. 41-80
[4] Rey Sinning, E. (1995). El hombre y su Rio. Gráficas Gutenberg, Santa Marta.
[5] Rangel (1947). El País del Pocabuy. Pág. Editorial Kelly, Bogotá, Pág.31-41
[6] Plan Especial de Salvaguardia (PES) De la Cumbia. Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial (LRPCI) del ámbito nacional. Gobernación del Magdalena (2020), Pág.9
[7] Ospino, R. (2015). El Banco Magdalena: un Municipio que fue Departamento. https://www.opinioncaribe.com/2015/08/14/el-banco-magdalena-un-municipio-que-fue-departamento/
[8] Bermúdez, E. (2005). Gnecco Rangel Pava, Aires Guamalenses. Documentos.
[9] Botero, A (2019). Poema Ramona. En Luna para piano. La obra poética de Óscar delgado. Selección, recopilación, crítica. Manglar ediciones, Pág. 161
[10] Brugés, A (1936). Las Danzas y la Cultura. El Tiempo, Bogotá. En Macondo Visionado: Textos primeros de Antonio Brugés Carmona, Luis Elías Calderón (Complilador).
[11] Testimonio de Elsa Aguilar, Junio de 2024
[12] Testimonio de José David Aguilar, julio de 2024
[13] Carreño, G. (2023). https://panoramacultural.com.co/musica-y-folclor/9261/jose-david-aguilar-jimenez-atrapado-por-el-amor-y-las-guitarras
[14] Acevedo y otros (2017). Inventario participativo del patrimonio cultural inmaterial del municipio de Santa Ana en Magdalena, Colombia. https://doi.org/10.37558/gec.v12i0.373
Sobre el autor

Gustavo A. Carreño Jiménez
Desmitificando a la India Catalina
Economista, Universidad de Cartagena. Especialista en Gerencia de Proyectos, Universidad Piloto de Colombia (Bogotá). Magister en Desarrollo y Cultura de la Universidad Tecnológica de Bolívar. Investigador Cultural. Maestro de Ciencias Sociales Distrito de Cartagena de Indias.
8 Comentarios
Que no deje de sonar nunca la cumbia y el Chandé, excelente ????
Excelente.
Es muy bonito que alguien siga teniendo en cuenta esas bonitas tradiciones. Los instrumentos también se le pueden llamar en esa forma menbranofilos ya que son natural y pueden ser creados por el hombre,también en todo esto del chande y la cumbia,en el corregimiento del magdalena podemos encontrar una gran cantadora como lo fue Sonia Bazanta vides mad conocida como toto la monposina y por otra parte en san martín de loba la gran cantadora de ritmos de tamboras martina camargo
Increíble sigan conservando su hermosa cultura
Exelente
Si dejamos morir el Chande, dejamos morir nuestra identidad como caribeños y diversidad cultural. Tenemos que empezar a sentirnos orgullosos de nuestra descendencia y no acabar con tradiciones que nos representan.
Muy interesante, es muy lindo saber sobre lo que hay detrás de una cultura un pueblo y un baile ❤️
La representación cultural, es la muestra de la esencia pura de nuestros ancestros, sus creencias, sus costumbres, tradiciones, y sobre todo su historia de vida, son la fuente que nos muestra de dónde venidos, y el porqué de nuestro presente, cuan importante sería que no se deje perder, y que las nuevas generaciones conozcan la diversidad culturales de nuestras raíces y ctivar el rescate de la misma.
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