Música y folclor

El sexteto de Marímbula en el río Magdalena y en el resto del Caribe colombiano

Álvaro Rojano Osorio

09/12/2024 - 05:40

 

El sexteto de Marímbula en el río Magdalena y en el resto del Caribe colombiano
El ya desaparecido Sexteto Tabalá de San Basilio de Palenque / Foto: El Espectador

 

Los sextetos de Marímbula en Colombia, entendidos como un formato musical conformado por seis o más instrumentos musicales, cuyo ancestro inmediato proviene de influencias culturales múltiples de Cuba[1], han sido ubicados en Arjona, Sincerín, Cartagena, Malagana, San Cayetano, Mahates, Gamero, San Onofre, María La Baja, San Basilio de Palenque y la zona del Canal del Dique, así como en algunos pueblos de Córdoba y Antioquia[2]. Inventario de lugares del que ha sido excluido un número importante de localidades ubicadas en el Bajo Magdalena y de otras áreas del Caribe colombiano donde también existió este tipo de agrupaciones.

Este inventario tiene relación con la importancia de los sextetos en las zonas inicialmente señaladas, lo que hace parte de la afirmación de que los principales cultores de este formato musical eran músicos relacionados con el bullerengue. Aseveración que incluye que el arribo de este tipo de agrupación se dio a través del ingenio Central Bolívar, ubicado inmediato a San Cayetano. Esto debido a la presencia en este lugar de trabajadores cubanos, que, además, trajeron discos cuyo marco musical era el son y el changüí.

La afinidad entre el bullerengue y el son cubano, según Julio Cassiani, pudo llevar a los bullerengueros a interesarse por el sexteto. Similitud en la percusión de la composición de las cuartetas, giros melódicos, estribillos, onomatopeyas, versos con rimas asonantes que van coincidiendo con la melodía. Pero, pese a la asociación entre bullerengueros y sextetos, acorde con el músico Guillermo Valencia Hernández, el bullerengue tiene un golpe de tambor que impide que se interpreten sones o changüí. Contrario a lo que sucede con la chalupa, bajo cuyo marco musical han sido escuchados sones como Rosa, A pilá el arroz, Alma de Rosa, Me amarás o Alma de roca, Flor de caña, Apegadita, Ofelia, Dámelo, Cortaron a Elena, Yen, yen. Uno de los más connotados intérpretes de estas canciones, Magín Díaz, hizo parte del sexteto Chalupiao.

Otra explicación a la asociación la da Guillermo Valencia Hernández, al aseverar que los bullerengueros, al interpretar sones, abrían las puertas de los salones de baile a los que no entraban con una música marginal. Además del prestigio social que les dio el uso de los zapatos blancos marca Capricho, la gorra santiaguera, la ropa blanca y el fumar tabacos puros habaneros, imitando a los cubanos.

En síntesis, como lo admitía Rafael Cassiani, el desaparecido líder del sexteto Tabalá de San Basilio de Palenque, en la difusión de los sextetos e interpretación del son y el changüí intervinieron músicos de todos los géneros, incluyendo personas de las que solo se supo su relación con la música por ser partícipes de este tipo de agrupaciones. Tal como sucedió a orillas del río Magdalena, donde quienes hacían parte de estos conjuntos musicales eran cantadores de pajarito, baile de negro, zambapalo, tambora, miembros de bandas de viento o simplemente aficionados a la música cubana.

El ingenio Central Colombia, la Zona Bananera, Cartagena, Barranquilla y el río Magdalena, la aceptación de la música cubana como ejes de expansión del sexteto en Colombia.

En torno al ingenio Central Bolívar, ubicado en Sincerín, se ha construido una identidad territorial para señalar que el inicio de los sextetos fue en esta parte ubicada en los valles de María La Baja y el Canal del Dique. El argumento se apoya en el hecho de que un grupo de cubanos estuvo ligado con esta industria, entre ellos el ingeniero agrónomo Luis Bacallado[3], que participó en la instalación del complejo industrial cubano que trajo este formato musical y la música que interpretaba.

Pero, pese a la importancia del ingenio azucarero Central Bolívar en el proceso de apropiación del fenómeno musical del sexteto en el Caribe colombiano, para el etnomusicólogo norteamericano George List[4] el origen de este tipo de agrupación en Cartagena está relacionado con el cine y con el éxito de bandas de danza cubana como El Quinteto La Plata y el Sexteto Habanero. Grupos que, pese a no ser presentados en Cartagena, se conocieron de sus interpretaciones a través de grabaciones y películas sonoras que para 1920 y 1928 fueron presentadas en esa ciudad. Enrique Luis Muñoz[5] menciona alguno de los barrios de Cartagena donde a finales de la década de 1920 existieron sextetos y los nombres de personas que hicieron parte de ellos.

De otro lado, para la década del veinte, la zona bananera era un polo de desarrollo regional, debido a que la economía bananera había experimentado una fase particularmente intensa de expansión, ya que las exportaciones se vieron redobladas[6]. Proceso que incidió en que la zona se convirtiera en región hacia donde emigrar, produciéndose una mezcolanza cultural en la que participaron los cubanos y su música, tanto que en Ciénaga las bandas interpretaban danzones y rumbas cubanas. Además, a principios del siglo XX, en esa localidad habitaba la cubana Mari Teddy, quien, según Guillermo Henríquez Torres, fue profesora de música de Andrés Paz Barro y Lucho Bermúdez.

En esta ciudad, según recuerda Edgardo Caballero Elías, existió el grupo musical “Los Arrieta”, que interpretaba sones cubanos utilizando la Marímbula como bajo o contrabajo, que tocaba Adolfo Arrieta Balanzó. Conjunto que fue usual escucharlo a través de la emisora Ondas del Magdalena.

Mientras en Aracataca las guitarras punteaban boleros y sones cubanos[7], en Guacamayal, el sexteto local amenizaba el ambiente musical de esta localidad. Lugar donde Rafael Cassiani dijo haber conocido este tipo de agrupación y se interesó por su música. Así lo asegura el músico, investigador y fundador de los Gaiteros de Guacamayal, Fred Caro, mencionando, además, que lo expresó en un encuentro musical organizado en los años noventa por el Instituto Distrital de Cultura, en el barrio Nueva Colombia de Barranquilla.

En Barranquilla, la de mayor importancia comercial e industrial del Caribe, donde los sextetos tuvieron alojo en el Barrio Abajo, la música cubana comenzó a ser relevante, especialmente a partir de la comercialización del gramófono por parte de Emigdio Velasco y Ezequiel Rosado, y la venta de discos de guaracha, boleros, danzón y son cubano. Para entonces, una canción, La Paloma, de la que se asegura que está entre las más interpretadas en el mundo, era exitosa en la ruta de los vapores que iban por el río Magdalena, que utilizaban victrolas y ortofónicas para programar música durante el viaje.

Después lo fue a través de la radio, inicialmente en Barranquilla tras la creación de la primera emisora comercial del país, La Voz de Barranquilla, en 1929. Después, a principios del treinta, apareció en Cartagena Ondas de la Heroica[8], y en Ciénaga, donde fue fundada la segunda radiodifusora en la región Caribe[9], Ondas del Córdoba. Estas y otras estaciones de radio, incluyendo las que transmitían desde Cuba a través de la onda corta, programaban música cubana tanto que, como lo señala el investigador Julio Oñate, los barranquilleros sabían más del trío Matamoros o de la Casino de la Playa que del folclor del Caribe colombiano.

Fue a través de las victrolas, ortofónicas y de la radio como se supo en el Caribe colombiano de Miguel Matamoros y sus éxitos como Son de la Loma, El que siembra su maíz, Lágrimas negras, Olvido. De los del Septeto Habanero: La loma de Belén, El baile del suavecito, Rosa, qué linda eres. Del Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro: Consuélate como yo. Mientras que de la orquesta Casino de la Playa, con Miguelito Valdés, Babalú y El Manicero. 

Además, la presencia cubana relacionada con la música en Colombia es de vieja data. En efecto, a finales del siglo XIX y principios del XX, trovadores cubanos cantaban bambucos y pasillos, entre otros aires musicales, algunos de origen colombiano. Tal es la relación, que el son de Ma’ Teodora, compuesto en 1562 y que se identifica como el antecedente del son cubano, presenta una inequívoca analogía con la rajaleña del Huila. Lo mismo que la conga habanera y su personaje La Maricorina, heredado del canto español, se asimila al aire musical chocoano denominado Makerule, variante de la J[10] [10].

Todo este conjunto de circunstancias permitió que el son y el changüí se instalaran en el gusto de los colombianos. Sucedió cuando estos estaban de moda en La Habana, luego de superar la discriminación por ser música originaria del oriente de la isla y vista como marginal. Pasó después de que, por los años veinte, la clase media habanera, luego la burguesía, las aceptaran, y las empresas disqueras comenzaron a darles un impulso considerable a su difusión, tanto en el país como más allá de sus fronteras[11].

Para interpretar el son y su derivado, el changüí, fue necesario el sexteto, cuyo modelo adoptado en el Caribe colombiano era el que contaba con la Marímbula, instrumento que, en Cuba, en los años veinte, fue reemplazado por el contrabajo. Formato musical que, a orillas del río Magdalena, fue modificado al incluir guitarras, algunas hechas de manera artesanal, y hojas vegetales de guayabo, naranja o limón. También pitos de madera a los que les daban, en la punta, la forma de embudo y sobre los que ubicaban un trozo de plástico. Incluso, en Campo de la Cruz, la marimba hizo parte del conjunto musical. 

Sin embargo, no solo sería una característica de los pueblos ribereños; Guillermo Valencia asegura que en Malagana existió un sexteto en el que incluyeron una trompeta, un contrabajo, un clarinete y una timba. Cantaba Magín Díaz y amenizaban las noches de los fines de semana en la cantina de Juana “Picho”.

 

Álvaro Rojano Osorio

 

[1] Minski, S. (2006). Sextetos afrocolombianos. Expedición fotográfica y testimonial al interior de los sextetos. Barranquilla

[2] Muñoz, E. Sexteto de Marímbula en el Caribe colombiano. Ver: http://documentacion.cidap.gob.ec 

[3] Guardo Ballesteros, S. (2015). Ingenio Central Colombia, Sincerín (Bolívar): Su historia social. Universidad de Cartagena. Disponible en: https://hdl.handle.net/11227/2462 t.

[4] Garcés, L. (2012). Antología musical del Caribe colombiano. Bogotá

[5] List, G. (1969). La Mbira en Cartagena. Revista Colombiana De Antropología, 14, 269–276. https://doi.org/10.22380/2539472X.1748

[6] Sexteto de Marímbula en el Caribe colombiano. Ver: http://documentacion.cidap.gob.ec

[7] Le Grand, G. Campesinos y Asalariados en la Zona Bananera de Santa Marta*1900-1935 Universidad de British Columbia Canadá. https://revistas.unal.edu.co/index.php/achsc/article/view/31271/31297 

[8] Bermúdez, V (2012). Migrantes y Blacamanes en la Zona Bananera del Magdalena. Santa Marta.

[9] Pérez, J. (2019). Historia de la Radio en Cartagena y su impacto social1930-1960 Pérez, J. https://repositorio.unicartagena.edu.co/entities/publication/46d336ae-e894-428c-b9d8-9d7539867919189

[10] Pérez, J. (2019). Historia de la Radio en Cartagena y su impacto social1930-1960. https://repositorio.unicartagena.edu.co/entities/publication/46d336ae-e894-428c-b9d8-9d7539867919

[11] Socarrás, D.  (2021) El Son, Tradición y Vanguardia en el Marco del Nacionalismo en Cuba (1920-1937) Tesis. Diciembre. Universidad de Valladolid. https://uvadoc.uva.es/bitstream/handle/10324/59232/TFM_F_2022_060.pdf?sequence=1&isAllowed=y

 

 

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

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