Música y folclor
La cumbia y el acordeón en la serie "Cien Años de Soledad" de Netflix

El año pasado, la empresa de entretenimiento y plataforma de streaming Netflix lanzó la serie Cien Años de Soledad, basada en la novela de Gabriel García Márquez. Obra que para su musicalización contó con una investigación encabezada por Juan Diego Valencia Vanegas y Camilo Sanabria. Averiguación con la que se buscó contextualizar lo que, según el primero de los mencionados, se escuchaba en el Caribe colombiano en el periodo de 1850 a 1900.
Una explicación sobre la investigación la dio Juancho Valencia (perteneciente al grupo Puerto Candelaria) señalando, para hablar sobre la ambientación de algunas escenas, que el acordeón llegó de manera masiva a Colombia en 1900, aproximadamente, produciéndose entonces una unión entre los ritmos que ya existían, de forma especial con lo que denomina la primitiva cumbia. Éste, a manera de conclusión, señaló: “Por eso, en la primera parte de la serie escuchamos cumbia con acordeón [1]”.
Sin embargo, pese a lo señalado por tan importante músico y productor, la realidad histórica musical nos indica otra cosa. En efecto, el acordeón, que llegó a Colombia en la segunda mitad del siglo XIX, tuvo su primera y principal asociación musical con el merengue, que es un pariente cercano del género vallenato, y que era bailado como los bailes cantaos. Rueda de baile que se llamó cumbiamba para distinguirla de la cumbia.
El escritor Venancio Aramis Bermúdez describe la forma como lucían las parejas al bailar: las mujeres con sus largas polleras y mazo de velas encendidas y agarradas en la base por un pañuelo “todos sabemos” y los varones con pañuelo de seda “rabo e gallo” al cuello.
Crónicas que datan del siglo XIX así lo testimonian. Joaquín Viloria, en su libro “Acordeones, cumbiambas y vallenato en el Caribe colombiano”, recoge algunas, entre ellas la de Florentino Goenaga, que data de 1890, en la que menciona que en la provincia de La Guajira se tocaba merengue con acordeón.
Podríamos citar otras crónicas de este tiempo; sin embargo, para analizar lo sucedido en los albores del siglo XX y hasta mediados de él, encontramos que esta asociación se mantuvo hasta cuando el acordeón fue utilizado principalmente para interpretar los cuatro aires musicales denominados como vallenato y los que aún tienen asiento en las Sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba.
De la agrupación en este siglo, entre el acordeón, la guacharaca y el tambor para interpretar merengue, hablaron, entre otros, Pacho Rada, Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez, Alejandro Durán, Rafita Camacho, Eusebio Ayala Durán. Este último se refirió al merengue en una entrevista que le concedió a Consuelo Araujo, publicada en El Espectador, y recogida por Venancio Aramis Bermúdez en uno de sus libros. Lo hizo mencionando que, en la Zona Bananera del Magdalena, tanto los merenguitos, colitas o cumbiambas, estaban presentes en la vida musical de esa región, y una de las maneras de interpretarlo era con el acordeón.
Otra información al respecto la ofrece el investigador y escritor Antonio Brugés Carmona en varios artículos que publicó en el diario El Espectador, género musical al que denominó como propio de las orillas del río Magdalena.
Fue tanta la importancia del merengue, que era usual que en cantinas como la de Catarino, que aparece en la serie, existieran acordeones que los cantineros, ponían a disposición de los acordeoneros. Incluso, eran estos comerciantes los que se encargaban de contratar a los intérpretes de este instrumento y de ir de casa en casa, especialmente en las pequeñas localidades, invitando a los pobladores a una noche de cumbiamba.
De otro lado, vale la pena mencionar que, en el tiempo en que se produjo la masificación del acordeón en el Caribe colombiano, como lo señala Juancho Valencia, en esta zona del país se desarrollaba el más importante proceso de surgimientos de bandas de viento y de su posicionamiento en el gusto de los caribeños. Fue tanta su influencia que impulsó la aparición de colitas y jaranitas, formatos musicales compuestos por acordeón, platillos o maracas, bombo y redoblante. Interpretaban pasillos, bambucos, porros, además de los aires venidos del exterior del país, y, a la usanza de las bandas de viento, sonaban en los bailes de sala de las clases populares.
Lo de la cumbia es otro asunto. Es considerada el género musical más significativo del Caribe colombiano, de tal forma que el empleo de su nombre, según Carolina Santamaría Delgado y Juan Sebastián Ochoa Escobar, remite de forma genérica a las músicas del Caribe colombiano. Tanto que, según estos autores, al utilizarlo no se sabe bien a qué música o músicas remite, cuáles expresiones, qué formatos instrumentales o qué patrones rítmicos caben en esa categoría y cuáles no [2].
Interpretada por los grupos cuyo formato parece inmodificable, ha tenido un lugar privilegiado en el gusto musical de los habitantes de esta zona. Por años fue la música que animó las noches en las fiestas patronales en los distintos lugares donde se celebra el día del santo. Aún sigue siendo fundamental en el desarrollo de actividades musicales como los carnavales.
En algún sitio del Caribe colombiano, hace muchos años un acordeón debió interpretar una cumbia. Bien lo dice Juancho Valencia: el Caribe colombiano es un lugar que desde siempre ha sido de tránsito de influencias sonoras y de instrumentos. Pese a lo anterior, el primer testimonio de que sucedió lo encontramos en la grabación por parte de Abel Antonio Villa del tema Manito Uribe o Remolino de Oro, sucedida finalizando la década del cuarenta.
Fue en 1951 cuando Luis Enrique Martínez grabó La Cumbia cienaguera, que se hizo popular en toda Colombia. La cumbia sampuezana, que se escucha en la serie, fue grabada por primera vez en 1953 por el conjunto Típico Vallenato. Para entonces, este género musical era interpretado por importantes agrupaciones musicales y había llegado a escenarios como los grandes clubes sociales, así como programada en las emisoras que, a partir de 1940, se fueron multiplicando en el país.
Sin lugar a dudas, la cumbia y el acordeón hacen parte del universo musical del Caribe, aunque del instrumento en cuestión podemos indicar que en la serie debe ir de la mano con la indicación de Gabo de que su novela era un vallenato de 400 páginas, además del proceso de vallenatización de la música caribeña. Echar mano de los dos géneros musicales más importantes de nuestro folclor es facilitar la venta de un producto con un hondo sentido comercial.
Álvaro Rojano Osorio
Referencias:
[1] https: vt.tiktok.com/ZS6UeN4e5/
[2] Santamaría, C y Ochoa J. Destejiendo la ficción de la cumbia en Colombia AGUAITA Número 35 / noviembre de 2023. https://aguaita.digital/wp-content/uploads/2024/02/Destejiendo-la-ficcion-de-la-cumbia-en-Colombia.pdf
Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
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