Música y folclor
La gaita y los grupos de gaita en el Bajo Magdalena

En un documento datado en 1580 dirigido al Gobernador de Santa Marta, Lope de Orozco, suscrito por el Escribano de Tenerife, Briones de Pedraza, se hace mención de los instrumentos que los malebues, habitantes del Bajo Magdalena, utilizaban en sus ceremonias: tambores, sonajeros y gaitas que, según Reichel Dolmatoff, tenían cinco huecos circulares. Gaitas que también interpretaban los Chimilas, según un documento suscrito en 1768 por el español Mauricio Bermúdez, comisionado por el gobernador y comandante general de Santa Marta, para reducir a estos aborígenes.
En el Bajo Magdalena, el material empleado para fabricar la gaita era variado, utilizando, incluso, huesos de humanos, como se indica en el documento anterior, en el que se señala que correspondían a un brazo y una pierna, envueltos en hojas frescas, que estaban en una vivienda de un indígena. Nativo que, al ser indagado sobre las razones y el origen de esos restos humanos, respondió que eran para hacer pitos y que pertenecían a un joven que se había ahogado en el río Magdalena[1].
Pero no solo utilizaron este tipo de material para fabricar las gaitas, sino también el tallo del cardón al que por su uso llaman de gaita. El acceso a este producto natural ha sido permanente e inmediato debido a que abunda en las zonas secas y cálidas del valle bajo del río Magdalena.
En cuanto a la embocadura de las gaitas y los materiales para hacerla, según George List, siempre han utilizado cera de abeja y carbón vegetal. Además, señala: “En la cabeza se inserta el cañón de una pluma de pavo, de tal modo que rompe la columna de aire que se sopla en el tubo: parte de la columna aérea entra en el tubo, y la otra parte se escapa por un orificio practicado con este fin.[2]"
De la presencia del instrumento entre los indios Malebú y Chimilas, puede inferirse que es notoria su ejecución en casi todos los países de América Central y del Sur. Pero, además de la presencia de la gaita en distintos puntos geográficos, contribuyó a su difusión entre los Zenú, Malebues y Chumila, entre otros, las relaciones basadas en el intercambio de productos, las que, según investigaciones arqueológicas, existían desde la lejana época precerámica.
Relación que también fue geográfica y continuó cuando ya los Chimilas, como llamaron a todos los nativos de parte del Bajo Magdalena, y los Zenú prácticamente habían desaparecido. En efecto, en Tenerife y Plato, familias originarias de los Montes de María conformaron grupos de gaitas.
En la primera localidad lo hicieron los sanjuaneros Asunción y Nicolás Hernández, así como Luis Vargas, y Elías Charris, nativo de El Guamo. Mientras que, en la segunda, el sanjacintero Manuel Gregorio Galindo y su hermano, quienes hacían sonar las gaitas, las maracas y la percusión, en las fiestas patronales y en diciembre.
El tiempo en el que sonaba la gaita
Según el documento de Lope de Orozco, los malebues utilizaban la gaita en sus ceremonias en honor a sus deidades, para celebrar la pesca abundante, las cosechas productivas. Mientras que, en tiempos republicanos, en el Bajo Magdalena este instrumento, haciendo parte de un conjunto musical, estuvo ligado a las fiestas patronales, los carnavales y otras fiestas locales.
Sucedía en Pedraza donde, según Pedro Ruiz Santander, el conjunto de gaitas amenizaba las fiestas en honor a San Pablo. Igual pasaba en Nervití, como lo señalaba Ana Graciela Calderón de Mendoza, octogenaria mujer habitante de este lugar.
También en Barranca Vieja, donde existió un grupo de gaitas que amenizaban las festividades del día de la Virgen del Carmen, del ocho de diciembre, la Pascua y el 6 de enero. Lo conformaba Antonio Bolaño, que era el hembrero, Domingo Herrera, el machero, el Mono Jaramillo y Catalino Valdez, que eran los percusionistas. Mientras que, en Calamar, el conjunto estaba liderado por Miguel “el Mello” Reales, animador de las fiestas de la Virgen del Carmen y las de diciembre.
El gaitero hembrero de apellido Saballet, en Cerro de San Antonio, era quien hacía sonar su instrumento en los carnavales. Mientras que en los pueblos allende a la ciénaga de Cerro de San Antonio fue usual escuchar la música de gaita entonada por Manuel Carrillo y sus hermanos, originarios de Caño de Agua. También a los gaiteros encabezados por Juan y Sixto Jiménez, naturales de Concordia.
Por su parte, en Barranca Nueva, barrio “El Sito”, a orillas de la ciénaga de “El Pujito”, la fallecida gestora cultural Bienvenida Alandete se apersonó de la lucha por no dejar morir la tradición de la danza de los indios. Expresión dancística que incluye una gaita hembra y completa el conjunto, una maraca, una guacharaca y los pies de los bailadores que, acompasados, van golpeando el suelo para producir el golpe de un tambor.
La gaita y la maya
En Bahiahonda, donde aún se festeja el “Co, co, Pío” o “Po, po, pío, Gavilán” con cabalgatas por las calles, el conjunto de gaitas era quien amenizaba esta tradición. Conjunto que estaba compuesto por un tambor y una gaita interpretada por Lucio Santana. En torno a ellos, los bailadores, agarrados de las manos, bailaban la maya.
Esta tradición igualmente fue notoria en Campo de la Cruz, donde los gaiteros y los percusionistas también acompañaban a los mayeros y amenizaban los festejos religiosos del 24 y 25 de diciembre.
En Concordia, la gaita también era acompañante de los mayeros. En efecto, el 25 de diciembre en la madrugada, miembros de la familia Polo salían a recorrer las calles del pueblo tocando la maya y cantando los siguientes versos: “Canta Mayero, Mayero. Despierta si estás dormida/ Deja la cama y el sueño/ Quien te viene a visitar / Tu amante, que digo, dueño”. Concluida la entonación de los versos, los intervinientes, al unísono, golpeaban el suelo, en una especie de golpe marcial; después, volvía a sonar la gaita.
Desaparición de los grupos de gaita en el Bajo Magdalena
Los conjuntos de gaita están casi desaparecidos en el Bajo Magdalena. La muerte de los cultores es la principal razón para que se haya producido este fenómeno. Pero no solo la muerte ha sido el motivo de la desaparición de los grupos de gaita; en Zambrano fue el retiro de la actividad musical de los Vergara, familia oriunda de Sucre, que mantenía la tradición musical en los festivales regionales, el 11 de noviembre y el 20 de enero, día de San Sebastián.
En Tenerife, acorde con lo señalado por Oswaldo Hernández, nieto y sobrino de los gaiteros Asunción y Nicolás Hernández, uno de los factores que contribuyó a la desaparición de la gaita fue la renuencia de estos para enseñar a sus descendientes a interpretar la gaita. Tal era la oposición a hacerlo que, al salir de sus viviendas, las colgaban de una pared y, al regresar, después de la jornada de la pesca, lo primero que hacían era verificar si estaban en la misma forma como las habían ubicado.
Atrás quedó el tiempo en que, como lo cuenta el cantador Maximio Charris, la gente en Tenerife, al día siguiente de que sonaba la gaita debajo del árbol de olivo que estaba en la puerta de la vivienda de Silvito de la Hoz, evitaba circular por ese lugar para no resbalar sobre “la rutia”—gotas de velas— que las bailadoras esparcían por el suelo.
Álvaro Rojano Osorio
[1] Rey, E. (2012). Poblamiento y resistencia: los Chimila frente al proceso de ocupación de su territorio. Siglo XVIII, caribe colombiano. Santa Marta Editorial Conexión Cultural 2012
[2] List, G. EL Conjunto de Gaitas de Colombia: La herencia de tres culturas https://revistamusicalchilena.uchile.cl/index.php/RMCH/article/view/11947
Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
0 Comentarios
Le puede interesar

La tambora se revitaliza
Los pueblos del río y de la ciénaga de La Zapatosa en el departamento del Cesar, desde siempre practicaron una danza hipnótica lla...

La última gira de Carlos Gardel: detalles de su muerte en Medellín
El 24 de junio de 1935, a los 44 años, murió en Medellín uno de los máximos exponentes de la música argentina y latinoameric...

Marc Anthony: otra nota (y muchas otras notas más)
Homenaje a Marco Antonio Muñiz Rivera (Nueva York, 16 de septiembre de 1968) *** Unas veces con C, otras veces con K y, en extre...

Los Reyes Vallenatos, reunidos en Bogotá por una causa social
La ciudad de Bogotá y el Club El Nogal fueron los escenarios de la última puesta en escena de los Reyes Vallenatos. El motivo de est...

Hace ya 30 años que se nos fue Rafael Orozco
El 11 de junio de 1992, el país se estremeció con la infausta noticia del vil asesinato del cantante vallenato que había llegado...