Música y folclor

A propósito de Rubby Pérez

Alfonso Osorio Simahán

16/04/2025 - 05:40

 

A propósito de Rubby Pérez
Rubby Pérez, un fenómeno del merengue dominicano / Foto: créditos a su autor

 

El edificio Radio, ubicado entre las esquinas Bárcenas a Río, Parroquia Quinta Crespo, casco central de Caracas, le debe su renombre no a su modelo arquitectónico y mucho menos a su antigüedad, sino porque dentro o fuera de sus instalaciones merodeaba lo más representativo de la farándula venezolana de la época.

Pero el imán que atraía a esa gran cantidad de músicos, cantantes, artistas o simples curiosos, no era producto de la casualidad,  tenía una justificación sencilla: quedaba al frente de la antigua entrada de Radio Caracas Televisión-Canal 2; a un costado de la planta baja del edificio se encontraba la oficina de la Organización Los Melódicos de Renato Capriles; al otro extremo de esta oficina, funcionaba la Asociación Musical del Distrito Federal-sindicato de músicos – y en los primeros pisos funcionaban la oficinas de la Orquesta de Porfi Jiménez, Nelson Alizo, Reynaldo Armas , y de los reconocidos representantes de orquestas, los colombianos, Guillermo Arenas y “Chucho” Giraldo ; y como si fuera poco, a menos de 40 metros de dicho edifico, buscando hacia el sur, se encontraban las compañías disqueras, Discorona –Fonodiscos -  y el Grupo Velvet. El transeúnte caraqueño solía identificar como costumbre callejera a todo este sector, como “La cuadra de los músicos”.

Ante los atrayentes elementos citados anteriormente, cualquier comerciante no lo iba a pensar dos veces para montar un negocio que sirviera de oasis urbano a esa masa farandulera que se aglutinaba día tras día por esas inmediaciones para que las tertulias y las meriendas se disfrutaran con cierta comodidad que. Quien sí supo explotar aquel edificio en un gran espacio que quedaba la planta baja, fue un comerciante de origen cubano, con una fuente de soda –restaurante- a quien le puso por nombre, Tío Rico. Se cotizo tanto, que en horas pico costaba conseguir mesas vacías.

Cualquier mediodía, que ubico por allá a comienzos de 1984, después de merendar en dicha cafetería, nos apostamos a la entrada de esta, como para clausurar por ese día esas rutinarias tertulias que se dan entre músicos y melómanos. De aquel grupo éramos, tal vez, una media docena de personas; pero que recuerde con precisión mi memoria corta, solo podría mencionar dos nombres: el bajista, José Vásquez “”Quevaz” y el acordeonista banqueño, Lancaster De León, ambos fallecidos.

El “Quevaz”, de gira por Caracas, esa vez no acompañaba al Binomio, sino a uno de los pesos pesados del vallenato, que pudo haber sido Jorge Oñate o a Los Betos, no precisamos bien. Lancaster, por su parte, ya tenía no menos de un lustro de estar viviendo en Caracas.

 Justo, fue el bajista Quevaz , que al percatarse de un mulato que, secundado por otras dos personas buscaba la entrada a Tío Rico, interrumpió nuestra conversación para advertirnos con dejo de interrogatorio que, si ese man que casi arrastraba un pierna al caminar y acababa de entrar al restaurante, no era el merenguero cantante de El Africano. El resto de nosotros ni afirmamos ni negamos nada en esos momentos. La duda se despejó más tarde, como a la media hora, cuando esas mismas tres personas abandonaban el restaurante.

Alguien, que no era de nuestro grupo, casi que gritando dijo: ¡Rubby Pérez! El hombre se volteó sonriendo de inmediato, pero en vez de ir a saludar al anónimo que pronunció su nombre, se acercó fue ante nosotros, y de a uno en uno, no solamente nos estrechó la mano con gestos efusivos, sino que a pesar de su cronometrada agenda -pues, luego supimos que estaba grabando un sketch para el exitoso programa de humor Radio Rochela, en el Canal 2- se haya involucrado en nuestra tertulia por espacio de unos diez minutos, mientras sus acompañantes se notaban impacientes.

José Vásquez y Lancaster fueron los más entrones e impulsivos a la hora de jalarle algunos datos a Rubby, informaciones que sin esfuerzo y con soltura el cantante siempre estuvo presto a responder.

Hasta ese día fue que Rubby, por intermedio de José Vásquez, escuchó por primera vez el nombre Calixto Ocho, al mencionar que este polifacético compositor era el autor de El Africano, recalcando, además, que fue su bajista por una larga temporada. Rubby, sin embargo, reconoció que esta canción la escuchó por primera vez y hasta la saciedad en unos Carnavales de Barranquilla. Y fue en esta ciudad que Wilfrido Vargas, su patrón para entonces, casi que suplicando le pidió que se lo aprendiera de inmediato para su posterior grabación. El Quevaz, también le dijo que si no había escuchado alguna vez Los Sabanales; cuando Rubby preguntó como decía esa tal canción, Quevaz, apenas si tuvo tiempo para entonar el primer verso, porque Rubby, después de pegar un silbido de admiración, demostró que no solo conocía ese aclamado paseaíto, sino que también se lo sabía al completar cantando el resto de la estrofa.

Dentro de aquellos breves, pero ufanos minutos con Rubby, recordamos, que esa vez dejó entrever que conocía algo del género vallenato, mencionó, entre otros, al Binomio de Oro, tarareó algunos versos del Higuerón y a manera de opinión, nos dijo que, en un futuro cercano, quería grabar merengue con el “tumbao” del bajo vallenato, y si era posible incorporarle a la grabación el acordeón, pero que no fuera el dominicano. “Quevaz” y Lancaster entendieron aquel proyecto como una indirecta oferta, por lo que no perdieron oportunidad para ofrecerles sus servicios profesionales…y entre bromas, le dijeron que estaban dispuestos a viajar con él, si se los pedía, a República Dominicana. Risa colectiva.

La estela recordatoria que hoy, después de más de cuatro décadas, podemos rescatar de aquel mulato cantante, de calvicie prematura, como imagen exterior, en ese memorable encuentro en Caracas, con la complicidad de una resbaladiza memoria podemos afirmar que la primera impresión inequívoca que nos dio fue la de un tipo alegre y bonachón; su sonrisa espontánea y explosiva, lo delataba. Simpático, exageradamente expresivo y muy comunicativo; cuando hablaba, daba a entender  que cada frase que pronunciaba le afinaba un tono diferente como para mejor comprensión. En síntesis, un “man” elegante, como diría cualquier caribeño que se respete.

En los próximos meses, por no decir, años, después de aquel fugaz encuentro caraqueño, fue tanto el éxito, la aceptación, y el vasto escenario que conquistó en el mundo de la música y del espectáculo venezolano, que Rubby pasaba más tiempo en Venezuela que en República Dominicana, tanto es así , que optó por elegirla como su segunda patria.

Merengueando un poco con el pasado remoto, empujado, sin duda, por el espantoso final de este notable cantante como lo fue Rubby, me acuerdo sin vacilaciones de la primera navidad que pasé fuera de Colombia y la primera, por su puesto, que pasé en Venezuela.

El 24 de diciembre de 1978, un amigo samario me invitó a recibir la navidad donde una prima suya, en un barrio del sector de Catia, Caracas. Hubo buena comelona para la ocasión y, de sobra, el infalible licor. Pero Dios, del desespero, dónde estabas? Desde las nueve de la noche, hasta las cuatro de la mañana, en aquellas añoradas radiolas, hoy de colección, hubo un solo artista invitado: aunque debo reconocer que el ritmo y la música producían contagio e incitaban al baile, que de hecho, lo practicamos sin contemplación aquella noche; pero una dictadura musical en pleno 24 de diciembre, tenaz. Más tardaba en culminar una cara del disco…cuando inmediatamente ponían la otra.

Hubo un momento en que pudo más la curiosidad que el interés; lo  que me obligó acercarme donde estaba la carátula del mencionado Long Play (L.P). La tomé con las dos manos, y los dos minutos que apenas tomé para observar las imágenes y textos de la carátula, bastaron para que hasta el sol de hoy no se me hayan desprendido de la retina. Una foto, que tenía que ser del intérprete, abarcaba todo el anverso, y en la parte superior de la foto, un título gigante: “Damirón y su Piano Merengue”.

 Solo hubo una –tregua-relevo – musical aquella noche “Damironeana”, y fue, cuando faltaban cinco para  las doce de la noche, alguien le dio cabida a una emisora local para que mediante una canción alusiva a la nochebuena, advirtiera que había llegado el Niño Dios, y por ende, los regalos.

Al día siguiente, tipo nueve de la mañana,  enguayabado, que nunca supe  si era por el  alcohol o por el concierto merenguero, fue  vine a saber que el marido de la prima de mi amigo era de origen dominicano. Mi amigo, festejando en broma, me dijo que si no me provocaba de casualidad una merengada. En Venezuela se le llama asi al batido- jugo de fruta natural – que en vez de agua, se prepara con leche.

Creo que no había pasado un año desde aquella “navidad Damirón”, cuando el ambiente radial caraqueño, que para entonces estaba dominado en supremacía por el género de la salsa, y en menor escala, la balada, lo que llamaban música gallega, y el folclor llanero, fue estremecido al filtrarse con mucha bulla, el merengue El Barbarazo, de Wilfrido Vargas. Un súper éxito que abrió la talanquera para que otros líderes del merengue moderno como, Fernandito Villalona, La Patrulla 15, Luis Guerra y su 4.40, Bonny Cepeda, Aramís Camilo, Sergio Vargas, New York Band, Rubby Pérez, entre otros, encontraran un terreno abonado e ideal para desbancar a la salsa del monopolio que tenían con el medio musical caraqueño; casi toda la década de los 80´s, el merengue dominicano fue quien llevó la batuta.

Se decía con mucha persistencia en el medio artístico, que canción o grupo musical que se pegara en las emisoras de Caracas se pegaba en toda Venezuela; y que si se pegaba en Venezuela se pegaba en gran parte de Latinoamérica. Los disqueros astutos se arroparon con las anteriores expresiones, y no les tembló e bolsillo para hacerles venia la payola, con tal de llevar al estrellato a los artistas de sus preferencias.

El boom del merengue dominicano, fue contrarrestado en buena medida finales de los 80´s, en Venezuela, con una innovación criolla que llamaron tecnomerengue, El teclado electrónico fue quien marcó y llevó la ruta de su sonido novedoso. Aparecieron figuras con este invento como, Diveana, Miguel Molly, Roberto Antonio, Liz…y hasta orquestas como los Melódicos, Porfi Jiménez y La Tremenda sucumbieron a sus estilos originales para plegarse al inefable tecnomerengue.

La vida de muchos artistas, antes de que consiguieran la gloria y plausos, estuvo llena de tragedias e ironías macabras. Rubby Pérez, que desde niño soñó con ser beisbolista y llegar a  grandes ligas, tuvo un grave accidente en su adolescencia que lo privó de su futuro deseo. Dice, que gracias a ese trauma, se empeñó en ser cantante. Lo consiguió con talento. Pero lo que nunca imaginó fue que en la cúspide de su fecunda carrera le sobreviniera otro fatal accidente que se lo llevaría a la tumba. Tan triste su muerte que se llevó consigo también a tres centenares de fans que llegaron aquella dolorosa noche a rendirle aclamación.

Desde su último concierto, que selló su paso a la eternidad, aparece latente, a ratos, en nuestra mente la imagen de aquel fortuito encuentro en Caracas. Parece que retumbara en nuestros oídos su explosiva risa musical… y viéramos claramente batirse sus destellantes manos en el momento en se despidió de nosotros.

 

Alfonso Osorio Simahán

Sobre el autor

Alfonso Osorio Simahán

Alfonso Osorio Simahán

Memorias de Berrequeque

Abogado en ejercicio, profesión que alterna con la de gestor cultural. Folclorista a tiempo completo y compositor de aires autóctonos del Caribe.

1 Comentarios


José Hoyo 16-04-2025 03:10 PM

...Excelente anécdota y crónica dr.Poncho.Parece qué el hombre era muy sencillo y sociable.

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