Música y folclor

Mujer y Música

Antonio Ureña García

17/07/2025 - 05:25

 

Mujer y Música
La cantante estadounidense Janis Joplin / Foto: Indie Hoy

 

Durante siglos, la música que ha pervivido se recoge bajo el altisonante epíteto de Música Clásica, con independencia de su adscripción estilística. Ya sea renacentista, barroca, creada durante el propio clasicismo o el romanticismo, recibe la denominación “clásica”. Ligada a palacios, iglesias o monasterios - pues aquí residían sus clientes: nobles, reyes, jerarquías eclesiásticas, catedrales...- se asocia a elegancia, sofisticación o complejidad técnica. Cierto es que, durante el romanticismo, con el auge de la burguesía y gracias al desarrollo del piano, que pasó a ocupar un lugar importante en los salones de las principales familias, el panorama cambió un tanto.

La aparición del piano vertical en los comienzos del s XVIII, de tamaño y coste mucho más reducido que el de cola, y su fabricación industrial en el XIX, convierte a este instrumento en el centro de entretenimiento y socialización de las familias mejor posicionadas económicamente, haciendo posible la presencia de la música en el ámbito doméstico, siglos antes de la aparición de la radio o los reproductores de audio. A todo ello habría que añadir el desarrollo de las editoriales musicales, cuyo origen coincide con el nacimiento de la imprenta y, algo más tardíamente, con las primeras colecciones impresas de partituras, en s. XVII. Habría que esperar hasta el XIX, a la conocida como “edad dorada de la edición musical”, para ver en ellas un factor determinante en el acercamiento a la música para las clases medias.

Sin duda, el desarrollo del piano, junto al auge de aquellas editoriales, supuso la “primera democratización” del acceso a la música. Ya no era necesario tener una agrupación musical a sueldo -sea un dúo o una orquesta de cámara y/o un compositor con su clavecín- para disfrutar de este arte sonoro. Pese a ello, la música, al igual que otras tantas facetas humanas, continuó estructurada como una actividad donde la esfera pública corresponde a lo masculino y la privada a lo femenino[i].

¿Cuántas orquestas de mujeres se conocen a lo largo de la historia? La documentación al respecto es muy escasa, aunque tal vez esto se deba, además, al escaso interés por buscarla.

Al igual que en el mundo de la interpretación, sucede en el de la composición. ¿No ha habido presencia de compositoras a lo largo de la historia con una producción digna de ser recordada o, al igual que en otras áreas, la misma ha sido ignorada? La respuesta es obvia. Como caso paradigmático señalaremos el de Alma Malher. Nacida en Viena el año 1879, comenzó su formación musical de niña, habiendo creado a los 22 años medio centenar de obras para voz y piano, piano solo o alguna sonata. De ella solo se conservan 16 lieder[ii]. Con motivo de su matrimonio con Gustav Malher, y bajo la presión de este, dejó la composición musical para adoptar el papel de esposa y madre, así como el de compañera y musa del genio. En una carta recogida por ella misma en su libro, Recuerdos y Cartas de Gustav Mahler[iii], puede leerse: “¿Te das cuenta de lo ridículo y, con el tiempo, de lo extenuante que sería para ambos mantener una relación tan particularmente competitiva? Para que podamos ser felices juntos, tendrás que ser mi esposa, no mi colega”.

La composición y ejecución instrumental supone el dominio de una técnica y, por ello, durante siglos, una actividad vinculada al hombre. El canto está ligado al dominio de la voz: un instrumento musical ligado al cuerpo. El dominio del canto es el dominio del cuerpo. La ejecución vocal, a diferencia de la instrumental, manifiesta –por cuestiones de tesitura- el género de su emisor: Así, el canto femenino en el ámbito doméstico puede estar ligado a la imagen de la madre que canta en privado para su bebé, mientras que la cantante asalariada –que exhibe públicamente su voz; entonces, también su cuerpo– ha sido relacionada en casi todas las sociedades con la seductora sexual o la prostituta[iv]. Con la citada irrupción del piano vertical, la actuación musical en el seno del hogar es considerada un “pasatiempo femenino” y la educación artística en la mujer –y en especial la musical, en voz y piano- símbolo de “buena cuna”[v].

Con el Jazz cambió la perspectiva con respecto a la visión de la cantante, pero los estereotipos en cuanto a la relación música y género no han quedado en el olvido; más bien, todo lo contrario.

¿Cuántas mujeres rockeras conocemos? Posiblemente a todos y a todas nos venga a la memoria Janis Joplin. Haciendo un esfuerzo de memoria, tal vez recordemos a Doro Peach, al frente de grupo de Heavy Metal, Warlock.  Aún que los más versados en este estilo señalarían algunas más, nada que ver con la cantidad de grupos o solistas masculinos.

En el Pop, la relación llega incluso a invertirse, convirtiéndose el pop femenino en el motor de dicho estilo. En este sentido, citemos un dato: entre 2013 y 2018, el 07,7% de los nominados al Grammy eran hombres; en el 2024, solo un hombre recibe esa nominación[vi]. Sin embargo, es demasiado frecuente que la imagen de la mujer se adecúe a los estereotipos de género socialmente impuestos y aceptados. Tanto las letras o la narrativa de los video-clips, refuerzan la idea de la belleza como clave del éxito: cantantes fuertemente sexualizadas, con vestidos de escaso tamaño y movimientos cuasi lascivos, encasilladas en papeles tipo la “chica dulce” o la “chica mala” y un largo etc. donde lo musical suele pasar a segundo plano. Unos estereotipos, acordes con los valores patriarcales – recordemos lo expresado en párrafos anteriores sobre la cantante como “seductora sexual”- y neoliberales, cuyo objetivo es modelar la identidad de la gente joven, ya sean chicos o chicas.

Contemplar el panorama anterior nos hace recordar las palabras del personaje interpretado por Marilyn Monroe, en la película dirigida por Howard Hawks, Los caballeros las prefieren rubias: “Puedo ser inteligente cuando es importante, pero a la mayoría de los hombres no les gusta”. Además de ello, si bien, como señalamos, el número de intérpretes femeninas ha crecido exponencialmente, su presencia en los puestos de liderazgo de la industria musical -productoras, por ejemplo- continúa siendo muy escaso.

Pero, si el panorama ya es desolador en el pop, qué diríamos entonces del Reguetón, donde la cosificación y su papel como objeto sexual pasivo, o la inclusión de violencia simbólica contra la mujer suponen una constante. Este género requiere un apartado específico.

 

Antonio Ureña García

 

[i] GREEN, L (1997): Música Género y Educación, Madrid, Morata, p.25.

[ii]  Plural del alemán lied. Forma musical propia del romanticismo consistente en una canción lírica breve, cuyo texto es un poema, escrita para voz solista y acompañamiento, generalmente de piano.

[iii] MALHER A (1940).: Recuerdos y Cartas de Gustav Malher, Madrid, Taurus 1978.

[iv] GREEN: op. cit.: p 35- 37.

[v] SERRANO DE HARO, A. (2000): Mujeres en el arte, Barcelona, Plaza & Janés.

[vi] Datos tomados de: “2024: el año en el que el pop fue de las mujeres”, en: Código Nuevo (www.codigonuevo.com, consultado: 12-07-25)

Sobre el autor

Antonio Ureña García

Antonio Ureña García

Contrapunteo cultural

Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.

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