Música y folclor

Abel García Villa, su vida, un viaje por la música vallenata

Álvaro Rojano Osorio

21/07/2025 - 05:35

 

Abel García Villa, su vida, un viaje por la música vallenata
Abel Antonio García Villa / Fotografía: Luisa Villa Meriño

 

Esta casa la adquirí con el dinero que me gané interpretando la guacharaca en una parranda en Cartagena, señala Abel Antonio García Villa, mientras me invita a que nos ubiquemos en la terraza de ella, en Barranquilla.

—Al marimbero al que, en compañía del acordeonero Gustavo Maestre, del cantante el cachaco Jiménez y del cajero Parrita, le amenizamos la parranda, le decían Jota M. Nos dio cien mil pesos a cada músico. Eso fue en 1984, y era bastante plata.

Para entonces, Abel tenía dos años de vivir en Barranquilla mientras su familia permanecía en El Copey, localidad para donde se había mudado cuando tenía 20 años. Él llegó a ella en el tiempo en que la bonanza algodonera movía la economía local y del departamento del Cesar. Bonanza, que también dinamizaba la actividad musical, especialmente la vallenata.

Los inicios musicales de Abel fueron en  Chibolo, donde nació en 1948. Lo hizo tocando la tumbadora en el conjunto de su tío, el Negro Villa, al que ingresó siendo un adolescente y cuando apenas dejaba de hacer acordeones de cartón.

—Cuando el Negro me dijo que hiciera parte de su conjunto, él tenía una buena clientela en Chibolo. Allá les amenizaba las parrandas a los ricos. Además, íbamos a otros pueblos. Pero como yo era menor de edad, para salir de Chibolo debía pedir permiso a mis papás. Pero me daban la autorización porque lo que me ganaba, veinte pesos por cada toque, se lo entregaba a mamá.

Al lado del Negro aprendió a interpretar el acordeón; sin embargo, le daba temor tocarlo en eventos públicos. Aunque él recuerda que en algunas oportunidades lo hizo para reemplazarlo, también a su primo, el Negrito Villa. Pero cuando lo hacía delante de Abel Antonio, tenía que tocar lo grabado por este juglar porque así se lo exigía, argumentando que debía hacerlo porque era la herencia que le dejaba a su familia.

Abel se dedicó a interpretar la tumbadora en el conjunto del Villa, como identifica a su tío Alfredo, al que también llamaban El Negro. Y lo fue hasta cuando comenzó a hacer parte de la agrupación de su tío Abel Antonio.

—El Negro, aconsejado por Abel Antonio, se mudó para Pivijay, pero allá pelearon y él se regresó para Chibolo. Yo me quedé haciendo parte del conjunto de Abel Antonio como guacharaquero porque la tumbadora la tocaba José Domingo Pino.

Durante dos años hizo parte del conjunto de Abel Antonio. Se separó de su tío un sábado de carnaval en Fundación.

—Abel Antonio me regañó.  Yo era joven, y antes de aceptar lo que me dijo, opté por irme para el hotel donde agarré mi maleta y me fui para El Copey, donde inicialmente hice parte del conjunto del Negrito Villa, mi primo.

Con el Negrito Villa, al que se unió en 1969, anduvo por algún tiempo animando parrandas en distintos lugares del Caribe colombiano. Según Abel, su primo era un acordeonero multifacético, pues tocaba todos los ritmos y lo hacía en excelente forma, porque tenía chispa para la música. —Él era mejor que muchos de los que ahora se destacan como intérpretes del acordeón —indica Abel.   

Pero su relación musical con el hijo de Abel Antonio y sobrino de Luis Enrique Martínez duró hasta que el acordeonero Chema Martínez le pidió que se uniera a su grupo musical. Esto lo hizo cuando escuchó que al interpretar la guacharaca cumplía cabalmente con los cánones del vallenato tradicional.

El vallenato tradicional era lo que tocaba Chema. Lo hacía con el evidente influjo del mejor acordeonero de la historia del vallenato, su hermano Luis Enrique Martínez. Pero, además de tan importante influencia, este, por sus condiciones de excelente intérprete del acordeón, era considerado un gran animador de parrandas, lo que le permitió tener una numerosa clientela, no solo en El Copey, sino en el Caribe colombiano.

—Chema, en El Copey, era el acordeonero preferido de los ricos parranderos. También tenía clientela en Fundación, como los Andrade, y en el resto del Magdalena. Además, en distintos lugares del César, el Magdalena, en Córdoba. Incluso en Bucaramanga. En fin. Eran clientes con mucha riqueza económica, como Poncho Zuleta.

Sin embargo, hubo un hecho determinante en la vida de Chema, de Abel y de todos los habitantes de El Copey: la terminación de la bonanza algodonera y sus consecuencias económicas. En efecto, la siembra del algodón dejó de ser rentable para los cultivadores, debido a la conjugación de un conjunto de circunstancias como las climáticas, el valor de los pesticidas y su excesiva utilización luego de la aparición del gusano bellotero.

—La situación económica se apretó porque dejamos de tocar con la continuidad de los tiempos del algodón, cuando pasábamos de finca en finca. Fue cuando pensé en Barranquilla, para donde el Negro Villa y mi hermano William, que es acordeonero, se habían mudado y donde hacía algunos años vivían de la interpretación de música vallenata.

Para entonces, en Barranquilla y en Colombia se vivía de los réditos que dejaba otra bonanza, la marimbera. Ganancias que permitieron que marimberos originarios, especialmente de La Guajira, se mudaran para esta ciudad. Ellos, junto a personas originarias de otros lugares del Caribe colombiano, eran los principales consumidores de música vallenata que en la década del setenta comenzaba a instalarse en el gusto musical de los habitantes de las principales ciudades del Caribe colombiano.

Los marimberos, como lo hacían algunos ganaderos y algodoneros, usaron el vallenato y la parranda como escenario para forjar una imagen de ascenso social[1]. Para lograrlo, echaron mano de los conjuntos vallenatos importantes y de los que no, factor que permitió que los músicos hicieran de la interpretación de esta música una actividad productiva con réditos importantes.

Para cuando Abel llegó a Barranquilla, en los carnavales de 1983, para acompañar en el conjunto a su hermano William, ya el vallenato se había posesionado en el gusto musical de parte de los habitantes de esta ciudad.

En ese tiempo se reencontró con su tío Negro, que, ante el beneficio económico que lograba con su música en Barranquilla, mandó a buscar a su familia a Chibolo, como también lo hizo William. Era tanta la prosperidad de ellos, que ambos estaban construyendo sus casas.

Pero aún faltaba tiempo para que Abel trasladara a su familia desde El Copey.

Los conjuntos vallenatos en la 72

Cuando Abel decidió extender sus raíces en Barranquilla, El Negro Villa y William se estacionaban en inmediaciones de la calle 72 en espera de que sus clientes los fueran a contratar. Se ubicaban debajo de un árbol de almendra que estaba en las inmediaciones del restaurante El Colonia, cerca del estadio municipal Romelio Martínez.    

—Para entonces, nosotros, los músicos, andábamos como burro suelto, sin sede. Los dueños de los restaurantes existentes en esa zona no permitían que nos acercáramos a sus clientes, ni cuando ellos lo pedían. Lo hacían porque a los propietarios de estos negocios no les gustaba el vallenato. Tampoco nos aceptaban los miembros de los tríos musicales con guitarra; nos miraban con desprecio, pero cuando nos hicimos importantes, anduvieron detrás de nosotros.

—Guardábamos la caja y la guacharaca en una casa que cuidaba una mujer, después llegó una señora que era de Ibagué, que tenía una cantina, que permitió que no solo depositáramos estos instrumentos, también el acordeón. Esto pasó hasta que el político liberal Pedro Martín Leyes nos ofreció que construiría unos kioscos, como, en efecto, los levantó en lo que se conoce como el parque de los músicos.

Al principio, en la 72, no había orden, tanto que cuando los clientes llegaban, los músicos se aglomeraban para que los contrataran. Después, se organizaron en turnos. Ahora, pese a los turnos, ni los clientes ni los músicos llegan.

—A la 72 llegaba el que le gustaba la música vallenata y tenía recursos económicos para pagarle a los conjuntos. Sin embargo, a algunos, pese a contar con dinero, los músicos evitaban tocarles porque, después de que les amenizaban una parranda, no les pagaban. A mí me sucedió una vez con un marimbero de Ciénaga, al que le tocamos cuatro días seguidos. Este festejaba por adelantado un embarque de marihuana que envió para Estados Unidos. Al final de la parranda solo nos dio diez mil pesos, y cuando le fui a cobrar el resto del dinero, me dijo que el embarque se había caído y él estaba en quebrado.

—A otros les huían porque eran personas que por sus negocios ilícitos habían acumulado muchos enemigos o eran violentos. Me sucedió una historia de violencia en compañía del Negrito Villa y el cantante Arturo Durán. Estábamos tocándole a un narcotraficante famoso, uno de esos a los que Diomedes Díaz y Jorge Oñate mencionan en algunas canciones. Este personaje, embriagado y drogado, nos amenazó con matarnos porque al acordeón se le pegó un pito y no se podía seguir tocando. Sacó el revólver y, después de encañonarme, me dijo: "Si te mueves, te mato".

—Con Chema Martínez me volví a encontrar en Barranquilla. Tocábamos juntos y viajábamos a Valledupar al festival vallenato. Fui su músico durante cuarenta y cinco años. Ahora me dedico a la fabricación de guacharacas y aún voy al parque de los músicos para ver que sale, pero ya los clientes no llegan a buscarnos porque contactan a los músicos a través de llamadas o WhatsApp.

—Yo dejé de ir a los pueblos a tocar en compañía de mi hermano William, porque en cada uno de ellos hay un acordeonero y son los que buscan para amenizar las parrandas.

—Con lo que ganaba en la 72 y otros lugares, me traje a la familia de El Copey; sin embargo, siempre he soñado con irme a vivir a Valledupar, donde tengo amistades que me pueden ayudar a seguir viviendo de la música, que es lo que siempre me ha apasionado.

 

Álvaro Rojano Osorio

 

[1] Marimberos y parranderos Por LINA BRITTO. https://universocentro.com.co/2021/09/26/marimberos-y-parranderos/

 

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Manteca, de Mongo-Chano-Dizzy: un gran capítulo del Latin Jazz

Manteca, de Mongo-Chano-Dizzy: un gran capítulo del Latin Jazz

Fue una mañana, como muchas veces las son, brillante y cálida, entre largas sombras y reflejos verticales de los grandes edificios de...

El perillero

El perillero

  El perillero es un ritmo originario e interpretado solo en la isla de Mompós. Es el menos conocido y divulgado de todos estos –a...

La música del Bajo Magdalena

La música del Bajo Magdalena

  La música ha estado ligada a quienes se han asentado a lo largo de esta arteria. Investigaciones históricas dejan ver que el cara...

El bugalú: un fenómeno musical que unió a puertorriqueños y afroamericanos

El bugalú: un fenómeno musical que unió a puertorriqueños y afroamericanos

  Propuesta de nuevas alianzas, la del bugalú suponía una estética difícil de ubicar políticamente. Por ejemplo, el uso del ingl...

El padrino de Martín Elías revela los secretos de Diomedes Díaz

El padrino de Martín Elías revela los secretos de Diomedes Díaz

  Gustavo Gutiérrez Maestre, ‘el arquitecto de moda’, quien estuvo desde su niñez al lado de Diomedes Díaz, conociéndolo como...

Lo más leído

Leandro José Díaz Duarte: el invidente genial que todo lo veía

Ramiro Elías Álvarez Mercado | Música y folclor

La historia del café

Antonio Mederos Vazquez | Ocio y sociedad

El Vallenato como género literario

Luis Carlos Ramirez Lascarro | Música y folclor

Plegaria Vallenata: un lamento de fe y denuncia social

Alfonso Osorio Simahán | Música y folclor

A merced de la descendencia de Marcos Barros

Alberto Muñoz Peñaloza | Opinión

La bellísima dupleta de “las noches”

Eddie José Dániels García | Música y folclor

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados