Música y folclor
Visitas a Juan "Chuchita" Fernández, un gaitero mayor de San Jacinto

Crónica publicada en recuerdo de la muerte del gaitero de san jacinto, Juan Chuchita Fernández, el 29 de julio del 2021.
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Juan Alberto Fernández Polo, más conocido como Juan ‘Chuchita’, nació en San Jacinto el 6 de agosto de 1930, y falleció el 29 de julio de 2021, a sus 90 años. Desde los años setenta integró Los gaiteros de San Jacinto, y visitó muchos países alrededor del mundo, llevándole a su gente la alegría de la música del Caribe colombiano. En el año 2007, Los gaiteros de San Jacinto obtienen un Grammy Latino al mejor álbum. Y en el 2014, el Ministerio de Cultura, concede a Juan ‘Chuchita’ el premio Vida y Obra.
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Durante algunos años, era asiduo visitante de San Jacinto en los primeros días del mes de enero. Había encuentros literarios en el pueblo, y disfrutaba de la villa por esas fechas de vientos suaves y canícula. Eran momentos de compartir con amigos y personajes del pueblo, y con músicos y escritores, de otros lares, allí, en esa comarca de Los montes de María, cara a mis afectos.
De escuchar y disfrutar de la música y del canto de Juan Fernández, ‘Chuchita’, y de verlo, apreciarlo y emocionarme con él y con la interpretación de Los gaiteros de San Jacinto, comencé a tener un acercamiento con ese hombre menudo, grácil y viejo, ya en los umbrales de una edad otoñal, pero quien era poseedor de una vitalidad sin igual. Se fueron haciendo habituales los encuentros, en San Jacinto o en Cartagena, con ‘Chuchita’ y su gente, cuando tenían presentaciones. Y era emotivo el acercamiento, y nos saludábamos y conversábamos. Las veces que viajaba a San Jacinto y no lo veía en los eventos, iba a visitarlo a su casa…
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Inicios de la carrera musical y el origen de un sobrenombre: ‘Chuchita’
Juan Alberto Fernández Polo comienza a tocar la guacharaca con la agrupación de Andrés Landero, el “rey de la cumbia”. Posteriormente estaría como guacharaquero del conjunto de Alfredo Gutiérrez y entraría a Los gaiteros de San Jacinto, agrupación de su tío Toño Fernández.
En sus inicios con Los gaiteros de San Jacinto, Juan ‘Chuchita’ le decía a Toño Fernández: “tío, tío, Landero en su grupo me dejaba cantar, puedo cantar con Los gaiteros”, y Toño le respondía: “¡cómo!, ¡cómo!, ¿vas tú a cantá aquí?, ¡no señó!”. Toño era muy fregado con su agrupación –dice Álvaro Anillo– por eso sus hijos no surgieron como músicos.
En la época en la que Juan Fernández Polo estaba con la agrupación de Andrés Landero, surge el sobrenombre de ‘Chuchita’. Esta es la historia.
En San Jacinto, en el barrio Miraflores, en la tienda de Roberto Anillo, en una ocasión, cuando tocaba la agrupación de Andrés Landero en su casa, y el tendero apreció el magistral toque de guacharaca de Juan Alberto Fernández, que era enjuto y de cara fileña, y como Roberto era bastante mamador de gallo, al ver y encontrar una cierta similitud del rostro del guacharaquero con la zorra chucha, expresó, refiriéndose a él en diminutivo: “y esa chuchita si toca bien”. Había acuñado un apodo para el músico.
De otro lado, la zorra chucha es la misma zarigüeya, llamada, de igual manera, con otros nombres comunes como: carachupa, raposa, chucha orejinegra, zorro chucho, entre tantos, cuyo nombre científico es Didelphis marsupialis.
Desde ese momento, en el que el tendero sanjacintero se refiriera a Juan Fernández como ‘Chuchita’, así empezó a llamarlo todo el mundo. En principio, él se molestaba mucho, pero después lo fue tomando con naturalidad. Hoy todos lo llaman así, y de esa manera es conocido en San Jacinto, Colombia y el mundo. El nombre de Juan Fernández Polo no dice nada a la gente. Juan ‘Chuchita’ Fernández, sí. Inmediatamente todos saben que es el gaitero mayor de Los gaiteros de San Jacinto.
Asimismo, cuando estuvo con Alfredo Gutiérrez, de guacharaquero, cuenta Álvaro Anillo –pariente de Roberto– que una vez en Medellín, ‘Chuchita’ se tomó la licencia de plasmar en la grabación el siguiente anuncio: “Oye Miguel curvo, cuándo me vas a pagar la plata que me debes”. Alfredo paró la grabación y dijo: “ombe, eso no”. Miguel era un personaje popular de San Jacinto que tenía las piernas curvas.
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Un diálogo con Arnulfa Mercado Guzmán
– ¿Usted es la esposa de ‘Chuchita’?
– Sí, señor.
– ¿Cuántos años de matrimonio?
– 63 años.
- ¿Cuántos hijos tuvieron?
– Diez –responde y continúa–. Hay nueve, porque la mayor se me murió de un paro hace tres años.
– ¿Qué edad tenía usted cuando se conocieron?
– 18 años.
– ¿Él se la sacó o la solicitó?
– No, yo primero me fui con un primo. Ese ‘man’ me dijo que me fuera con él, a mí no me gustaba. Me fui con él y me quedó una peleíta. Se me murió. Después me fui con ‘Chuchita’. A los 19 años me comprometí con él.
– ¿Le gustó, ‘Chuchita’?
– Sí.
– ¿Qué le gustó de él?
– Era un hombre trabajador, activo, ¡de todo! Trabajaba en el monte, sembraba ñame, yuca, maíz, todo. Cuando se fue con Andrés Landero a tocar guacharaca, nos conocimos ahí, en un baile.
Se fue para Magdalena, me dejó con seis hijas y embrazada de otra. Estuvo con una mujer casi dos años, que era de por allá, de Chibolo. Menos mal que no tuvo hijos con ella. Me dejó una casita de palma. Mi tía me decía: “no le vaya a hacer desplantes, atiéndalo cuando venga, ese es un hombre bueno”.
Cuando vino, él arrepentido, me decía: “Ay ombe, cómo pude dejarte con esos pelaítos. Más nunca vuelvo a hacer eso”.
Luego se iba para Bogotá. Duraba dos, tres meses, pero me mandaba dinero. Después venía.
Menos mal que yo siempre lo esperaba aquí. Diez hijos le tuve.
– Pero cuando joven, ¿cómo eran las cosas, estaba enamorada de él?
Se ríe pícaramente. –¡Ah, se ríe! –le digo–.
Llega una de sus hijas. Ella le pregunta: ¿qué hace tu pae, ya se cambió? A las 11 lo vienen a buscar.
– ¿Esa es la mayor?, pregunta el periodista.
– Sí
– ¿Cómo se llama?
– Nubia Ester.
– ¿Son seis mujeres?
– No. Son cuatro y cinco hombres. Eran cinco y cinco, pero como la mayor se murió, son cuatro y cinco.
– ¡Bien! Son cuatro mujeres y cinco hombres.
Lo veo venir y digo:
– Allá viene el hombre.
– Ya viene a atenderlo –dice ella–. Lo mira, le dice: “Juancho, ahora que termines te cambias, son las diez, a las 11 vienen”. Se despide y se dirige a la entrada de su casa.
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Al frente de la casa, en un taburete
Con ‘Chuchita’, en los últimos años de su vida me veía mucho, y fue surgiendo una relación de cercanía, no fue así con otro gaitero mayor de San Jacinto, Antonio “Toño” García. Sin embargo, conversamos algunas veces y fui, de igual forma, a visitarlo con motivo de elaborar un relato sobre su vida con Los gaiteros de San Jacinto. A su casa me acompañó mi amigo Osvaldo Manrique. Para entonces estaba muy enfermo. Pude saludarlo y estar con él unos veinte minutos.
Esta vez, reunido con ‘Chuchita’, él cree y me dice que “Toño” García no está bien atendido en su casa. – usted tiene la fortuna de estar rodeado de numerosos hijos y nietos que lo quieren –le digo–. Le señalo que siempre lo he visto acompañado por su hija Emérita, en Cartagena, en el mismo San Jacinto. Asiente con una sonrisa. Se ubica en el presente y en su vida. Dice que se la pasa ahí, normalito, en su casa. Arnulfa, que entra y sale de la casa, ahora está con nosotros, y dice que si le sale chamba él va, porque si no, de dónde le va a bajar al pobre para pagar los gastos.
Estamos en el trópico colombiano, y la posición geográfica de San Jacinto, Bolívar, es de 9° 49’ 54’’ latitud norte y 75° 07’ 35’’ longitud oeste. Y, en San Jacinto, la temperatura habitual es de unos 30° a 35°. A finales de año, en diciembre, y a principio de año, en enero, la temperatura puede bajar hasta los 21° y 22°, lo que representa una tregua en esa inclemencia climática.
Hablamos sobre el verano, que preocupa por la escasez de agua. Dice ‘Chuchita’ que ahora están bien, que cuenta con suerte de tener un burro que compró. Afirma que es mejor que la carretilla, porque la carga de tres o cuatro canecas presenta la gran dificultad de subir la loma que conduce a su vivienda. Precisa: “Javie, con tres, cuatro viajes de a cuatro, llena el tanque”. Ve la incomodidad de la carretilla, porque se necesita a dos personas delante jalando y a dos atrás empujando. Expresa: “nombe, que va”.
Los Montes de María es una comarca con un microclima muy particular, pero con el cambio climático se ha venido revirtiendo todo. En la década de los 70 y principio de los 80, en El Carmen de Bolívar, municipio contiguo a San Jacinto, en las mañanas, cundía una niebla (comúnmente se le dice neblina) espesa, y la temperatura en las noches, era suave. Así también lo era en San Jacinto, en San Juan Nepomuceno y otros municipios del contorno.
‘Chuchita’ cuenta que ahora la vida es muy luchada, que esos veranos no se veían en su época de joven.
Cambiamos de tema. Comenta que cuando buscó mujer compró el solarcito y construyó su casa, y tiene más de 60 años de estar viviendo ahí. “Querían que me fuera a otro lugar y comprara y construyera”. Él rehuyó, porque afirma que allí crecieron sus hijos y se levantaron, y ahí está y no se va de ahí, que el hecho también de irse y hacer nuevas amistades en otro lado, –que no, no iba a ser: –“yo soy muy jodido. Y ¡no!”–.
Le pregunto que si los políticos y gobernantes se interesaban e indagaban por su situación personal. Dice que no. Que alguna vez se presentaron con una candidata a reina y le propusieron hacer una casa, y les dijo que ya él la tenía, entonces, le dijeron que derrumbara esa para construirle una de dos pisos. Él contestó que lo que hace con las manos no lo destruye con los pies. Que no iba a aguantarse seis, siete meses pagando arriendo mientras construían una nueva casa. Cuenta que más nunca fueron, que no sabe ni conoce de ellos. Afirma que, igualmente, pasó con un gobernador del Atlántico, quien dijo que le iba a construir una casa. Nunca pasó nada. “A uno lo tienen cansado de tanta vaina, –concluye–.”
Se acerca una niña y saluda: “abuelo, abuela”. ‘Chuchita’ dice que tiene como setenta nietos, dado que las hijas y nietas han salido parenderas. Comenta que cuando los ve amontonados, piensa que para hacer una fiesta no necesita invitar gente, sino –tocarles la totumita–, y nada más (debe ser el sonido de las maracas que anuncia fiesta, y todos estarán ahí). Con una lucecita en la mirada, cuenta: “tuve diez hijos, cinco y cinco”, y sonríe, haciendo broma: “El que me la hace, me la paga. Tengo familia regá por todos lados. En Bogotá tengo unas que tienen un poco de niños, que vienen de vez en cuando. En Barranquilla, también… La hija que va allá, –la señala– es Nuris, la mayor, vive en Paraíso.
A la pregunta: ¿conoce el nombre de todos los nietos?, dice: “le voy a decir una cosa, que ni si me los cuentan. Hay dos mellas, usted las mira, y tiene que repararlas muy bien para que distinga una de otra. A veces viene una y me dice: –abuelo, deme mil pesos–, le doy los mil pesos. Entonces al rato viene la otra: –abuelo, deme mil pesos–. Le digo: ajá, ya no te di mil pesos, y contesta: –no, eso fue a la otra–. Se echan el cuento. No les conozco el nombre. Imagínese, yo duro mucho tiempo por fuera, y cuando vengo, ya están grandecitos.
Cerca de nosotros, las hijas hablaban de todo un sancocho que hicieron a orillas del arroyo. ‘Chuchita’, comenta: < bañar ahí… Y gente que ha venido a San Jacinto de Bogotá, también se baña ahí. Y ahora con la sequía, tiene agua>>.
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La gira de los primeros gaiteros con Delia y Manuel Zapata Olivella
La primera generación de Los gaiteros de San Jacinto la integraban: Miguel Antonio Hernández Vásquez, conocido como Toño Fernández (a la cabeza del grupo), Pedro Nolasco Mejía (gaita hembra), Manuel de Jesús “Mañe” Serpa (gaita hembra) y los hermanos Juan y José Lara.
Los gaiteros hacen distintas giras por Colombia, con Manuel Zapata Olivella, médico, antropólogo y escritor, y Delia Zapata, su hermana bailarina, y posteriormente emprenden una gira, en 1954, por Europa, para mostrar la cultura y la identidad nacional de Colombia. Visitan: España, Francia, Italia, Alemania, Polonia, La Unión Soviética y Europa del Este, viaje en el que se enrola Gabriel García Márquez.
– Yo cuando eso no trabajaba con Toño Fernández –dice y sigue–. Se fueron y estuvieron por fuera casi dos años.
Cambia de tema.
Critica a la familia de “Toño” García. “Carlos Vives le grabó una canción y eso dejó un poco de plata, y hasta compraron una buseta, y hoy, –ni buseta, ni arreglaron la casa, ni nada–. Los hijos no sirven pa’ na’. Nosotros, los particulares, somos quienes hemos ayudado, a remplazarlo, cantando…”
También asevera:
“… Murió Manuel Zapata, murió Delia... Murió Toño, y nadie vino a la muerte de Toño”.
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Sucesiones de gaiteros, nuevas generaciones. El Grammy
En Los gaiteros de San Jacinto, posteriormente, en los años 60, entran: José Tobías Estrada (percusión), Eliecer Meléndez (gaita macho), Catalino Parra (compositor, fabricante e intérprete de instrumentos de percusión), Joaquín Nicolás Hernández (gaita, maracas y llamador), sobrino de Toño, Gabriel Torregrosa (tambora y alegre) y Antonio “Toño” Rodríguez. En 1974, se separan de la agrupación los hermanos Lara. Entra Juan Fernández, ‘Chuchita’, que a partir de los 80 se convierte en la voz líder.
Por problemas de salud de Manuel “Mañe” Mendoza entra a remplazarlo Manuel Antonio García, “Toño” García; en los 90, por la muerte de Gabriel Torregrosa Morales, entrará su hijo Gabriel Torregrosa Romero; a “Toño” Rodríguez lo remplazará su hijo Rafael Rodríguez.
En la actualidad, la agrupación Los gaiteros de San jacinto tiene una nueva generación de músicos.
En el año 2007, Los gaiteros de San Jacinto ganan el Premio Grammy Latino en la categoría de mejor álbum folclórico por Un fuego de sangre pura con el sello Smithsonian Folkways. Los músicos que integran el grupo son: Fredys Arrieta (gaita hembra), Rafael Castro (voz), Joche Plata (percusión), Gualber Rodríguez (percusión), Gabriel Torregrosa Romero (varios instrumentos), Manuel Antonio García, Joaquín Nicolás Hernández y Juan Alberto Fernández ‘Chuchita’. Estos tres últimos los más antiguos.
– El Grammy nos ha servido para la fama y eso –dice ‘Chuchita’–, quien es parco y tiene pocas palabras para el asunto.
Hay una canchita de microfútbol al frente de su casa, y justamente a unos metros de ella estamos sentados. Comenta que no ve los partidos, que no le encuentra gracia a eso, que es muy bueno para que los pelaos se diviertan. Vuelve a su vida de músico. Anota que antes ensayaba los temas que interpreta, pero que ahora no.
En un momento, va recordando muchas cosas, pasa rápido sobre ellas, con comentarios muy sucintos.
Llega su hijo Javier, saluda. Pasa un vendedor ambulante de tintos, nos invita. ¿Se toman uno?
Asentimos.
– a veces me tomo un tinto, –acota ‘Chuchita’–. No siempre, el tinto me da fatiga. Javie sí toma desde que se levanta, permanece con dos termos ahí.
Y hablando de bebidas, señala que la chicha, el peto, ya son escasos. “Eso se ha perdido, hasta la panela, hay que salirla a buscar, a ver dónde se consigue. Ya hasta las fincas de donde salía no hacen. Los viejos se murieron”.
– Ya la gente no quiere sembrar caña –digo–. Cuando usted estaba muchacho había trapiche a la lata, ¿no?
– ¡Carajo!, –responde ‘Chuchita’ y prosigue–. Allá, arriba del arroyo, estaba la estación de Emeterio Mejía, Marcos Fernández, Miguel Salgado, Rafaelito Lora, …cuatro; Enrique Arias, cinco; Ovidio Carbal, seis; Juan Pimienta, siete… Había ocho, y molían con bueyes. Ya eso no existe.
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Nuevamente sentado en un taburete con ‘Chuchita’
Llego, lo encuentro sentado en un taburete, en el mismo sitio en el que el año anterior habíamos estado dialogando un rato, en la acera, al lado de la canchita. Estaba cansado de mucha actividad por esos días. Hablamos y hablamos de muchos temas, y al final, me dijo: “véngase en otro momento que esté descansado para contarle bien las cosas”.
Ahora, vuelvo otra vez. Lo saludo:
– ¡Juan Fernández ‘Chuchita’!
Me invita a sentarme. Lo miro sonriente. Pregunto:
– ¿Cómo está?, ¿cómo se siente?
– Me siento bien, gracias a Dios. Con ganas de ir a trabajar y en espera de esta gente que me viene a buscar ahorita. Tengo una presentación en Barranquilla.
Indago. ¿En qué parte?
– “No sé”, –me dice–. Nos dijeron que fuéramos, que allá nos llevaban a donde íbamos a trabajar. Y como que no es mucho tiempo, porque nos llevan y nos traen otra vez.
– Maestro, –le digo–: vamos a empezar este diálogo por lo más sencillo, por la infancia.
Se ríe.
– ‘Nombe’, por eso no me pregunte, me canso mucho, y porque no alcanzamos a terminar este año.
– ¿Las cosas más importantes que recuerda?
– Lo más importante es haber aprendido a tocar guacharaca con Andrés Landero. Me aparté de él y empecé con “Toño” Fernández, mi tío. Eso fue en el año 76, que empecé, y todavía ando con ese motivo.
– ¿Qué edad tenía?
– 40 y pico, porque aquí donde me ve, tengo 87 años.
No me habla de la infancia. Le vuelvo a preguntar.
– Los recuerdos de cuando estaba niño, ¿qué hacía?
– Uff, jugábamos al toro en cuatro pies, bailábamos el trompo, volábamos barriletes. Y así, juegos de pelaos. En esa época no había los vicios que hay ahora.
Todo lo quieren es moderno. Ya no les gusta la gaita que aprendí yo con Los gaiteros. Ahora procuran es andar vagando por ahí, tomando droga, y eso.
Yo no soy de esos. Lo único que yo me he fumado en esta vida, y me lo fumo cuando me provoca, es un tabaco.
– ¿Usted vivió en el pueblo o en el campo?
– Yo viví aquí en el pueblo cuando vine de caminar, porque duré muchos años fuera de San Jacinto. Me fui pa’ la zona bananera como a los 14 años y regresé cuando tenía como 18. Entonces empecé con Andrés. Me gané en Sincelejo el primer trofeo, una copa, –un ángel aplaudiendo al mejor guacharaquero de las Sabanas de Bolívar–. Eso hace más de treinta años. Seguí trabajando con la música. Trabajaba antes en el campo. Como soy un hombre que no sé firmar. No sé hacer nada, ni una letra, ni nada. Vi que con Los gaiteros… Con los gaiteros me fue mejor, y estoy bien.
– Ahora, con Los gaiteros, lo veo cantando.
– Ya no toco nada, me empezó la enfermedad esa, la artritis. Tenía los dedos engarrotados.
Me muestra, y dice: “La baqueta se me caía. Quedé vocalizando”.
– Maestro, usted tiene un chorro de voz, para la edad que tiene, y a mí me impresiona cuando lo oigo cantar, y ¡cómo se emociona!
– Yo hago que la gente se mueva. Y estoy viejo y bailo y brinco, y bailo y tengo labia para todo el mundo.
– Usted hace que la gente derroche energía.
– Sí, claro. Aquí donde me ve, yo nunca pensé ‘de habé salió’ a ninguna parte, y a pesar de todo, sin tener plata. Como dice el dicho, sin ser millonario, ni tené plata, ni ganadería, ni nada. Solamente con lo que he aprendido me ha servío, porque he sabido sobrellevar… y me ha gustado complacer a la gente.
– ¿A qué partes de Colombia ha ido?
– Te voy a decir. Yo empecé legalmente… Salí a Bogotá, de Bogotá fui a templá a Bélgica, de Bélgica pasé a Bretaña (Reino Unido). De Bretaña regresamos acá. Entonces estuvimos en México, estuve en Buenos Aires, después estuve en… Cómo es que llaman a esa nación, eso está lejito, allá en la orilla del mar… (Recuerda y dice): En Argelia.
– Eso está en el norte de África –le digo–.
– Exacto, –contesta–. Estuve en Brasil. Por Estados Unidos, por todas partes he andado yo.
– ¿En España?
– Uff, principalmente. El día que íbamos a Bélgica llegamos allá. Y estuve en Francia y Alemania. Y estuve en Marruecos últimamente. Después fuimos a Canadá, a Toronto. Yo he esta’o en todo eso.
– ¿Qué recuerda de esos viajes? ¿Qué anécdotas tiene?
– No, no, yo muy poco, porque, con el cuento que no tengo la lengua que tienen ellos por allá. ¡Esa vaina no!
– ¿Usted se calla entonces?
– Sí.
– ¿Ha pasado algo?
No, no, gracias a Dios, por el contrario… Y qué voy a entender, Me pueden decir hasta hijueputa.
Aquí viene mucha gente a preguntar cosas, a tomarse fotos. Es muy raro que yo esté solo aquí. Viene gente de muchos países –que ni gente de Colombia–, con el propósito de preguntar sobre mí.
– ¿Lo he escuchado cantado zafras?
– Cuando empecé a trabajar, y era un niñito, y no había radio, ni vitrola, ni picó… No había equipo… (se refiere a equipo de sonido) se sostenía la gente era de lo que chiflaba, de sí propio, de cantar. Se golpeaban los machetes con el garabato cuando se cortaba la caña y se ponían a cantar. Si a uno le gustaba una muchacha… y se ponía: que patatín, que patatán.
Para enterrar a los muertos. Empezaban las mujeres a llorar (plañideras)…
Cuando empezaron las cosas electrónicas, ya se fue olvidando… Uno que canta eso, ya ni bolas le paran. Solamente cuando fui la primera vez a Bogotá me encontré con un muchacho, tomando tragos, me oyó cantando la zafra, y se puso de acuerdo con la filarmónica de Bogotá. Me hicieron una invitación y fuimos a Miami, para cantar la zafra nada más, duré dos días, me dieron tres millones de pesos.
Al tipo le cayó en gracia la vaina. Entonces yo hice la primera presentación en Bogotá. Ellos andaban buscando conocer la melodía en la zafra, en eso que dice:
EEEEeee… EEeeee eeeiiiii…
Dame tu mano princesa aaa
vamos conmigo al jardín
pa’ que veas un serafín eeiii… iiii.
Adornando tu belleza eee e
Morena dame tu mano
Yo después te doy la mía aaa
Tú me dijiste mi vida
que nunca me olvidarías
Aeeeeeeeeeeeeeiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Uee eiii
Mi padre y mi madre lloran
Porque me voy pa’ los Llanos
No llores mamita mía
Que yo vuelvo en el verano
Aaaeeeiiii aeiiiiiiiiiiii aeiiiiiiii
Se detiene. Se acomoda. Me mira. Dice:
– Esa es la zafra.
– Es bella. –Afirmo–.
– Sí. Cuando estoy descansao, y tengo la garganta buena, lo hago por entusiasmo.
Vuelvo a su encuentro con el músico en Bogotá.
– entonces, ¿la filarmónica hizo una grabación acompañando su zafra?
– Seguramente, con la música de ellos, con sus violines y liras…y todo eso.
– Cuando cantaban las zafras, ¿cuál era el ambiente?
– En los entierros… Y cuando llegaba los cortes de caña, en el mes de diciembre… Hacían moliendas de cuarenta días, trabajaban con bueyes, siendo nosotros unos niños, arriando, detrás de esos bueyes toda la santa noche y el día pa’ podé hace la panela. Ahí se ponía uno a cantá.
Y canta:
Tan bonita la mañana… jejeiiiiiiiii
Tan bonita la mañana
cuando viene amaneciendo
jeeeiiiii… tan bonita la mañana
cuando viene amaneciendo
jeiiiiiiiiiiii
Tan bonita la mañana
Cuando viene amaneciendo
La lora y yo menudeando
Y están los trapiches moliendo
jeeeiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiijejeiiiiiiii
– Esos son los cantos. –Cuenta–. Eso es una tradición como le estoy diciendo, ya no se usa lo que había antes. Uno en esa época se entretenía: cantaba una cosa y otra, porque no había más nada que hacé. De esas tradiciones… personas como yo: me acuerdo. Uno hacía eso, cantar la zafra. En esa época nadie ensayaba… de 87 años que tengo… tenía yo como diez añitos. Era en la parte del arroyo, por los la’ os de Arena.
‘Chuchita’ lo hacía al amanecer, en el campo, en medio del canto de los pájaros, en un ambiente mágico.
Pero, hora, en esta conversación frente a su casa, vuelve y canta:
Eeeee eee
mi madre me dio un consejo, ayyy
mi madre me dio un consejo
yo no lo quise cogé
Después de mi madre muerta
Del consejo me acordé
Aei ae aeiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Toma aire. Respira. Dice: eso son los cantos. Uno va cantando y va haciendo.
Arnulfa se ha vuelto a ir, le cambio de tema.
– Cuénteme sobre las mujeres, porque usted fue mujeriego tremendo.
– Ya no me pongo en eso. Cuando joven sí, me gustaban las mujeres bastante.
– Yo recuerdo una historia que contaba, que estaba en un hotel y le propuso a una muchacha que se quedara con usted, ¿eso dónde fue?
– Eso fue en Chibolo, Magdalena.
Yo saqué una canción cuando ella se fue. Yo la dejé en una pensión, la Pensión Ocaña, ahí la dejé y me fui a trabajar con el doctor Darío Lacouture. Cuando terminé y regresé a cobrar la plata, ya no la encontré. Se fue con otro. Viví con ella más de un año.
– ¿Y se dedicó a su señora y a sus hijos?
– Exacto. Yo he salido de aquí y he durado por fuera un mes, dos meses, seis meses, un año. Y ella sufriendo con sus pelaitos aquí.
Después de eso volví, compré el pedacito de tierra, hice una casa de palma, se ‘esbarrumbó’, volví y la hice… hasta ahora que se construyó la de material.
Y eso me ha servido de experiencia, para uno trabajá. Trabajar. He trabajado bastante: sembrando yuca, sembrando ñame, sembrando maíz, haciendo de todo, pero, veo que, en la agricultura, en vez de ayudar a uno, lo que hacen es ultrajarlo. Los precios son menos.
Y con la música me ha ido bien.
– Maestro, cuando canta La maestranza… las muchachas, y todos, se alegran.
– Sí. Esa canción es de “Toño” Fernández. Sí, a uno le piden las cosas jocosas para pasarlo bien.
Sale a la terraza su mujer, y dice: “falta media hora”.
Él contesta: “sácame la ropa y yo me la pongo y me voy” (como diciendo, ya estoy listo para salir).
Ella dice: “ya, ya”.
Él continúa hablando: “Estoy dedicado a mi música. No puedo subí al monte. Subiendo en ese pedreguero me ando cayendo cada rato”.
– ¿Todavía se pega sus palos de ron?
– No.
Igualmente, reafirma Arnulfa que ya no bebe.
Era inminente su salida. Dice: “por eso no alargo tanto la cabuya”. Se disculpa. Se levanta del taburete y camina. Entra a casa a vestirse.
Arnulfa termina de trazar las últimas líneas: “Ese ha sido un hombre bueno, Jamás en la vida me ha maltratado. Él se va, yo quedo aquí con mis pelaos y él pendiente a nosotros. Toda la vida”.
Alrededor, en la terraza había matas de flor de Jamaica, Portobelo, buenas tardes, y otras flores. Caminamos hacia la casa. Me va a mostrar el patio que está lleno de flores, arbustos y árboles: papayo, mango, nim, totumo… Arnulfa señala el árbol cargado, y dice que de allí su hijo hace las maracas. Hay unas colgadas, él, (Javier) justamente está ahí, cuando oye a su madre, las toma y las suena. (Sonido de maracas).
René Arrieta Pérez
Sobre el autor

René Arrieta Pérez
Crónicas
René Arrieta Pérez. Lingüista de la Universidad de Cartagena. Escritor, periodista e investigador de la cultura. Autor de los libros de poesía: Salmos del segador de mieses, He olvidado su nombre, Bodegones, El leve vuelo de las mariposas.
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