Música y folclor
La bellísima dupleta de “las noches”

Me atrevo a apostar que, si establezco una elección entre las dos canciones: “Noche sin luceros” e “Igual que aquella noche”, para determinar cuál de ellas es más hermosa y cala con mayor entusiasmo en el sentimiento popular, resultan empatadas. Ambas canciones, grabadas hace ya casi medio siglo, por la recordada agrupación del inmortal cantante Jorge Oñate con Colacho Mendoza, constituyeron dos grandes éxitos musicales que desde su aparición gozaron de una insuperable acogida en el corazón de la inmensa fanaticada vallenata, que siempre se ha identificado con los temas de aquellas composiciones, cuyas letras la sensibiliza y la motiva en lo más profundo de sus sentimientos. La primera, “Noche sin luceros”, grabada en agosto de 1976, es autoría del destacado compositor Rosendo Romero Ospino, conocido como “El poeta de Villanueva”, y la segunda, “Igual que aquella noche”, grabada en diciembre del mismo año, es autoría de Emiro Zuleta Calderón, prestigioso compositor de La Paz, Cesar, conocido como “El poeta del corazón vallenato”. Los nombres de estas dos canciones son tan sonoros que, si tenemos la curiosidad de unirlos, nos resulta un título perfecto “Igual que aquella noche sin luceros”.
Corrían tranquilamente los meses de 1976, y la fanaticada costeña esperaba con ansiedad el nuevo long play de Jorge Oñate y Colacho Mendoza, quienes estaban unidos desde finales del año anterior y habían anunciado la inminente proclamación de su nuevo trabajo discográfico. La sorpresa fue en el mes de agosto, cuando apareció el álbum “Campesino parrandero”, compuesto por doce canciones hermosas, que apenas empezaron a escucharse se apoderaron del corazón de todos los amantes de la música vallenata. En aquellos tiempos, las caras A y B de los elepés eran oídas en su totalidad. No había espacio para escuchar los discos saltados porque todos eran hermosos y satisfacían el gusto de todos los oyentes. Además, los tocadiscos eran con agujas y no existían los aparatos de control remoto. En el álbum, además de “Noche sin luceros” figuraron otros éxitos como: “Campesino parrandero”, la canción que le dio el título al elepé, de Hernando Marín, “Si el guayabo me matare” de Alejo Durán, “Qué parranda” de Sergio Moya Molina, “Regreso a mi pueblo” de Armando Zabaleta, “Rosa Angelina” de Juan Vicente Torrealba, “Yo comprendo” de Leandro Díaz y “Esperando a Rafael” de Julio Oñate Martínez.
Pero, en el repertorio de “Campesino parrandero”, fue, sin lugar a dudas, “Noche sin luceros” la canción que arrasó con el mayor favoritismo de la fanaticada oñatista. Su letra, cargada de una sensibilidad impresionante, es considerada un verdadero poema que produce un profundo deleite emocional. Por esta razón, apenas comenzó a escucharse, la gente era feliz entonando o silbando sus versos: “Quiero morirme como mueren los inviernos, / bajo el silencio de una noche veraniega. / Quiero morirme como se muere mi pueblo, / serenamente sin quejarme de esta pena. / “Quiero el sepulcro de una noche sin luceros, / luego resucitar para una luna parrandera. / Quiero morirme bajo el beso de una novia, / y en cada verso de un paseo villanuevero”. / “Quiero robarles los minutos a las horas, / pa’ que mis padres nunca se me pongan viejos. / Quiero espantar la mirla por la media noche / y remplazar su nido por un gajo de luceros”. Continúa el coro: “Quiero a mi novia una muchachita flaquita y tierna / muy sencillita y del alma buena, / con su expresión soñadora. / Quiero lo dulce de cañaverales, / la fruta madura y un río tropical. / Para endulzar lo amargo de esta pena, / ahogando el sufrimiento de este mal”.
La estrofa siguiente presenta un concierto de recursos poéticos que describen, contrastan, relacionan, comparan y exageran los sentimientos del autor: “Si me enamoro me verán entristecido, / porque mi suerte tiene alma de papel. / Me ponen triste tantos sueños ya perdidos, / amores buenos que murieron al nacer. / Cuantas promesas se orillan en el camino, / se fueron lisonjeras y hoy las quiero como ayer”. En los versos finales, nuevamente, el autor recurre a la palabra “quiero”, para hacer énfasis en el subjetivismo que aroma y embellece toda la composición: “Quiero escuchar la melodía de aquel canario, / que en un descuido se ha escapado de su jaula. / Hoy canta alegre, sin embargo, solitario, / bajo la sombra de un manguito en la sabana. / Quiero partirles el corazón a los guayabos, / al filo de una pena que me duele aquí en el alma”. En este último verso, utilizado a manera de conclusión, el poeta culmina el deseo suplicante que ha marcado con insistencia en el recorrido del argumento musical. Como podemos notar, “Noche sin luceros” es una canción perfecta, es un poema de arquitectura impecable, donde se puede apreciar, con toda plenitud, la belleza artística, armoniosa y cautivadora de las palabras.
La segunda sorpresa de Jorge Oñate y Colacho Mendoza fue a finales de 1976, cuando lanzaron su tercer elepé titulado “Únicos”, el cual fue un verdadero impacto musical que llenó de alegría los días navideños y le imprimieron al mes de diciembre la más alta nota de emoción en todo el recorrido cronológico del vallenato. También, ese fin de año fue engalanado con el long play “Ídolos” de los Hermanos Zuleta, cuyo título fue como una especie de rivalidad entre las dos agrupaciones, más bien entre los dos cantantes. Es posible que los títulos fueron escogidos por la CBS, la casa disquera que promocionaba los dos conjuntos. Para ellos, en ese momento, Jorge Oñate y Colacho Mendoza eran “Únicos” y Poncho Zuleta y Emilianito eran “Ídolos”. Recuerdo que esa fue una época bellísima, inolvidable e irrepetible, donde la fanaticada de ambos cantantes era la misma y no presentaba ninguna división emocional. El grueso de los admiradores de Jorge Oñate era el mismo grueso que aplaudía a Poncho Zuleta. El placer se fundamentaba en oír alternados los elepés, sin saltarse una sola canción. Y en las emisoras de todas las ciudades sucedía lo mismo: las canciones de ambos cantantes eran promocionadas sin preferencia.
El elepé “Únicos” tuvo el nombre bien puesto, y, en ese momento, se consideró que Jorge Oñate y Colacho Mendoza merecían este honroso calificativo, que venían ostentando desde el año anterior, cuando realizaron su primera grabación, titulada “Los dos amigos”. Por supuesto, eran “Únicos” en el panorama musical. Y para proyectar la trascendencia de las canciones, en el anverso y el reverso de la carátula del disco, apareció la expresión “VALLEDUPAR 77” escrita en mayúsculas sostenidas. Las doce canciones que integraron su contenido, concentraron a varios de los mejores compositores, que ya ocupaban un puesto de honor en la música vallenata. Entre ellas, además de “Igual que aquella noche”, figuraron: “Los gavilanes” de Calixto Ochoa, “Cadenas” de Rosendo Romero, “Caminito verde” de Juan Vicente Torrealba, “Abrazo guajiro” y “Que vaina las mujeres” de Carlos Huertas, “La inconforme” de Miguel Mora, “Ella” de Lenín Bueno Suárez, “Razón profunda” de Diomedes Díaz, “El cardenal” de Mateo Torres, “Terrible pena” de Hernando Marín y “Mujer infiel” de Leandro Díaz. Como podemos apreciar, el “Cacique de la Junta” ya había entrado con pie derecho en el álbum de oro de los grandes compositores.
Como es natural, y sucede con todas las producciones discográficas, en “Únicos”, la canción que arrasó con la mayor admiración de la profusa fanaticada oñatista fue “Igual que aquella noche”, un bellísimo paseo lírico, en el cual Emiro Zuleta, su autor, se inspira, al contrario de Rosendo Romero, en una noche llena de estrellas, lo que equivale a decir “una noche cuajada de luceros”. Esto significa que el manto sugestivo de la oscuridad nocturna, con o sin luceros, fue el motivo inspirador para los dos compositores. Así como “la noche” también fue la razón inspiradora para los poetas José Asunción Silva, colombiano, y Manuel Acuña, mexicano, creadores de el “Nocturno”, un poema lírico propio del movimiento premodernista hispanoamericano. Otros cultivadores del “Nocturno” en la música vallenata son: Jorge Calderón Becerra, autor de “Noche de luna llena”, grabada por Alfredo Gutiérrez en 1970, Freddy Molina, autor de “Noche de amor”, grabada, también, por Alfredo Gutiérrez en 1973 y “Noche de estrellas”, autoría del destacado compositor Roberto Calderón Cujia, grabada por Jorge Oñate con Raúl “Chiche” Martínez en 1980.
La canción “Igual que aquella noche” está estructurada en tres estrofas de factura impecable. En el inicio de la composición, la maestría de Colacho Mendoza despierta la emoción de los oyentes al derramar un concierto de notas cautivantes, aprovechadas por el cantante para hacer la introducción: “Hace dos años que te entregué todo mi cariño, / en una noche igualita a esta llena de estrellas, / la hermosa luna que nos miraba quizás bendijo / pa’ que mi vida junto a tu vida siempre estuviera”. Sigue un coro en versos cortos, donde el manto de la noche recuerda el juramento inicial: “Y te dejé ver mi vida / siempre en la misma manera / pa’ que sean todas las noches / como fue la noche aquella.” / “Pa que sean todas las noches / como fue la noche aquella”. En la estrofa final, el autor evoca la noche con un pasaje infantil: “Y desde entonces llevo en mi mente ese cielo lindo, / igualitico al que desde niño vi en el Cesar, / la misma luna con sus luceros y yo contigo, / con unas ganas de repetirlo hoy en mi cantar”. Sigue el coro: “Y te dejé ver mi vida / siempre en la misma manera / pa’ que sean todas las noches, / como fue la noche aquella. / Pa’ que sean todas las noches, / como fue la noche aquella”.
A pesar de que en la época en que se grabaron “Noche sin luceros” e “Igual que aquella noche”, las canciones eran cortas, y escasamente alcanzaban los tres minutos, no podemos desconocer que su poca duración causaba un inmenso placer en los oyentes, quienes no perdían la oportunidad de coger una pareja y salir a bailar, sobre todo, cuando estaban en un lugar que no fuera una parranda familiar o callejera, las cuales, generalmente, eran destinadas, casi siempre, para escuchar las canciones. Si se trataba, por ejemplo, de una caseta comercial, una tómbola o un salón popular, las pistas de baile se tornaban insuficientes para albergar tantas y tantas parejas que deseaban bailar los discos de mayor encanto popular. Y cuando los artistas estaban presentes, la cantidad de fanáticos y admiradores era mayor, y ante la insuficiencia de las pistas, las parejas bailaban en cualquier lugar, donde se pudiera seguir el ritmo de las canciones. Muchos bailaban alrededor de las mesas donde estaban ubicados o improvisaban pistas para pequeños grupos de parejas. Y también ocurría que, algunas veces, la misma gente abandonaba las pistas, cuando era tanta la multitud que las parejas apenas si podían moverse.
También, en esa época, los cantantes complacían los pedidos de la fanaticada. Muchas veces, el público coreaba los títulos y estos eran cantados en el acto. Y en los tiempos de las entretandas, los cantantes se bajaban y paseaban por las mesas, saludando y departiendo con la multitud aclamadora. Recuerdo que, en un mes cualquiera de 1982, “El Binomio de Oro” se presentó en el Club la Selva de Sincelejo, y en los descansos Rafael Orozco caminó muy efusivo, se sentó en varias mesas y saboreó algunos tragos. De esa noche, aún conservo una tarjeta personal con su firma. También, en esta ciudad, vi cantar a Jorge Oñate en el Club Safari, a Poncho Zuleta en el Club la Selva y en otros lugares, a Beto Zabaleta y, por supuesto, a Diomedes Días en distintas ocasiones y escenarios. Y, en aquellos tiempos, todos ellos complacían al público. Sin embargo, hoy todo es distinto: hace tres años vi cantar a Iván Villazón en el Club Sincelejo. Apareció en la tarima a las 2 de la mañana, y observé que el público le pedía las canciones y él no le paraba bolas. Cantaba los discos que le daba la gana. Y como siempre se ha dicho que los cantantes vocalizan mejor en los discos que en las casetas, por eso, actualmente, cuando anuncian que en Sincelejo, por ejemplo, va a cantar Poncho Zuleta, prefiero quedarme en la casa y, al tenor de un buen Scotch, rendirle tributo, escuchando “La conquista”, “Mi salvación”, “Despertar de un acordeón” y “El indio Manuel María”.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor

Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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