Música y folclor
Numa Bateman, el acordeonero: una vida entre la gloria y la derrota

—¿Ese es Numa Bateman Campo? —fue la pregunta que se hizo Nacho Douglas, después de verlo frente a una venta ambulante de fritos ubicada en la calle 24 de Santa Marta.
—¡Numa! Soy yo, Nacho Douglas. ¡Numa, hermano!
Lo llamó, y se le acercó. La respuesta del destacado acordeonero, pianista, intérprete de instrumentos de percusión, cantante, arreglista y compositor, fue fijar una mirada perdida.
Dibujó en su rostro una expresión de indiferencia. Guardó silencio ante el llamado de su antiguo músico, como si careciera de palabras para responderle.
Numa sostenía una empanada a medio consumir. Su ropa reflejaba lo que era: un hombre cuya vida había ido de la gloria a la derrota.
—Señor, déjelo quieto —intervino el dueño del negocio—. No lo moleste. Él viene todos los días y yo le regalo una papa o una empanada, porque me da lástima.
—Vea, maestro —respondió Nacho—, yo lo conozco desde niño. Él, además de una buena persona, pertenece a una familia prestante de esta ciudad.
—Numa, espérame, ya vuelvo.
Pero cuando Nacho regresó, este se había marchado. Entonces, el vendedor ambulante tomó l< palabra: “Él fingió no haberlo escuchado: Sin embargo, apenas usted se fue, me dijo: Ese es Nacho, mi amigo, y todo lo que dijo es cierto. Pero yo no quiero que me vea en este estado de mendicidad.”
Visité a Numa Bateman en un hogar de paso en Santa Marta, y mientras me invitaba a ingresar a una amplia terraza, comentó: “A Nacho Douglas no le gusta visitar estos hogares, porque lo he invitado y no ha venido. Él es un negro bacano”. Después, nos sentamos en torno a una mesa donde había un juego de dominó inconcluso, y le pregunté por sus inicios en la música.
—Comencé con un pequeño acordeón, de una hilera de teclados y cuatro bajos, que mi tía Eligia Campo Rivas le regaló a Cesar, mi hermano, pero él no le prestó atención. Entonces lo agarré y al poco tiempo ya interpretaba La Piña Madura. Eso fue en una finca, cerca de Dibulla, La Guajira, adonde nos mudamos porque papá le arrendó unas tierras a Martín Ceballos para sembrar arroz y plátano.
Sin embargo, fue en Gaira donde comenzó a mostrar su vocación musical haciendo parte del conjunto musical “Los chocorítos”, al que también pertenecía Nacho Douglas. Para entonces debía tener dieciséis años y cursaba bachillerato en el Liceo Caribe de Santa Marta. Pero su desarrollo como músico se gestó en la casa de su tía Cecilia Campo De Andreis, ubicada entre las calles 15 o 16 y las carreras 7a y 8a de Santa Marta, donde, además de aprender a tocar el piano, creó el conjunto musical que denominaron “Los Diamantes Costeños”.
—El conjunto fue organizado por 1964 o 1965 y, con el resto de los miembros, escogimos como sede la casa de mi tía “Chila” Campo. Nacho Douglas se unió a la agrupación un poco después, por petición mía. Recuerdo que, cuando todo estaba organizado, ocurrió el asesinato del cajero de la agrupación, este muchacho César… ¡Carajo! ¿Cuál es el apellido? (Granado) Él vivía en el barrio 13 de junio. Con su muerte perdí un hermano.
—La agrupación contaba con cuatro intérpretes, entre ellos Nacho, quien, además de ser la primera voz, cantaba música tropical. Los acordeoneros éramos Carlos Montero, que tocaba vallenato, y yo, que me dedicaba a la música tropical que estaba de moda, especialmente la de la Billo's Caracas Boys, Los Melódicos y Los Corraleros de Majagual.
Además, tocaba guarachas; tanto, que Aníbal Velázquez fue su primera influencia musical. Más tarde, cuando Alfredo Gutiérrez irrumpió con éxito en el mundo musical, este se convirtió en su principal referente y amigo.
Nacho Douglas fue testigo de esta relación; por eso recuerda que Alfredo y Numa solían reunirse en una habitación del Hotel Las Palmeras, propiedad del turco Miguel Maruth, en El Rodadero, donde Numa tocaba el acordeón y Alfredo lo escuchaba y grababa.
—En estos días me encontré con Carlos Montero y me dijo: “¡No joda! Nacho Douglas, ¿no te has dado cuenta de que los pases de Numa, los que hacía con el acordeón, se escuchan por ahí interpretados por otros acordeoneros?”
***
—Yo vivía en una pequeña finca, cerca de Gaira -señala Nacho Douglas— De allí salí una tarde en una moto y, al pasar por una vivienda, observé que a Numa lo estaban echando de ella. Detuve la moto y dije en voz alta, delante de quienes lo desalojaban: “¡No joda! A un artista, a un miembro de una familia prestante de Santa Marta, ¡no lo pueden echar de esa forma!”
Me lo llevé para la finca, le di ropa, comida, dinero, y le pedí que se quedara a vivir con nosotros. Sin embargo, él afirmó que se iba, por lo que, antes de salir, le dije: “Numa ¿Qué vas a buscar al Rodadero? ¡A prestar un acordeón y que te desprecien! ¡Tú no estás para eso! Pero se fue, y después supe que le habían robado el dinero…
La Gloria
Numa, hijo del aristocrático Carlos Manuel Bateman De Andréis y de la no menos distinguida Ena Campo Rivas, encontró entre los de su clase social el espacio ideal para su grupo musical. En efecto, esta agrupación era la principal animadora de las veladas musicales en el Club Santa Marta, el Club 25, el Club del Terminal, y en las fiestas de las familias pudientes de la ciudad. También tocaban en otros lugares de diversión de Santa Marta. Incluso, eran los artistas invitados en los sorteos de la Lotería del Libertador.
En estos y otros escenarios, vestían con uniformes confeccionados y donados por el propietario del mejor almacén de ropa de Santa Marta: El Valet.
Sin embargo, a finales de la década de los sesenta, la agrupación se mudó para Bogotá en busca de mejores oportunidades económicas y musicales. Lo hicieron en la época en que la canción La banda está borracha estaba de moda, tanto así que argumentaban ser ellos quienes la habían grabado. En la capital contaron con el apoyo de Sabas Socarras Zúñiga para y de un ministro que era originario de Ciénaga, quien los llevó a la televisión, a la emisora Radio Cordillera para presentarlos en vivo.
Sin embargo, el conjunto se disolvió por diversas razones, entre ellas la vida desordenada de Numa. Tras la disolución, la mayoría de los miembros de la agrupación regresaron para Santa Marta, salvo Nacho y Numa. El primero se vinculó como cantante a una orquesta chilena. Más tarde, volvió a Gaira, su lugar de origen, donde sus actividades laborales limitaron su vida musical. Numa, por su parte, según él lo cuenta, se marchó para Cali y Tumaco, donde se dedicó a tocar piano interpretando música romántica, boleros y cubana.
Después regresó a su ciudad, lo hizo cuando el vallenato comenzaba a adquirir importancia comercial, por ello conformó un conjunto con intérpretes de distintos instrumentos, oriundos del departamento de Bolívar y residentes en el llamado “barrio de los músicos” de Santa Marta.
Relacionado con el vallenato tuvo en Luis Enrique Martínez su principal referente musical para interpretar el acordeón, y en Valledupar el lugar hacia donde dirigir sus intereses comerciales y musicales. Tanto fue así que, además de presentarse en el Festival de la Leyenda Vallenata, le compuso canciones como El vallenato, Alegría Vallenata y Herencia Conquistadora, última en la que canta: El acordeón no es invento nuestro/ Ese instrumento nació en Europa/ Pero es en el Valle donde mejor lo tocan/ El alumno superó al maestro.
Pero también rindió homenaje a la ciudad donde nació; lo hizo a través del paseaito Canto a Santa Marta, que fue su más grande éxito musical. Es un cantar de su hijo a su madre tierra/Tú, Santa Marta, que eres mi cuna de amor.
—En total grabé cuatro discos de larga duración —señala Numa. Lo hice en los sellos Tropical, Felito Récords, Sonolux y Caliente. Uno de ellos el disco de 33 R. P. M., La Cañadonga morá, que interpretó Oswaldo Rojano. Con Oswaldo volví a grabar en los años ochenta cumbias y otras expresiones folclóricas. Un muchacho, que es periodista, me regaló una memoria con todas mis canciones, y… se me perdió. Creo que me la robaron. Cuando oigo canciones vallenatas, me sorprende cuando suenan las mías, porque muchas veces no recuerdo haberlas grabado.
***
—Numa, cuando yo me muera, te van a perder totalmente la consideración. Fue la frase premonitoria que un día cualquiera le dijo Carlos Bateman a su hijo. Lo hizo cuando se rumoraba sobre la vida disoluta que este llevaba y circulaban comentarios acerca de presuntos excesos en el consumo de alcohol y sustancias alucinógenas.
La derrota
—Mis últimos años buenos como músico fueron los del noventa—admite Numa—. Porque, después, cuando mi hogar se destruyó —lo que me afectó profundamente—, me fui a Maicao detrás de una mujer de los Kankuamo, con la que tengo un hijo al que me gustaría volver a ver. Ella, cuando mi situación económica se complicó, dejó de vivir a mi lado. Eso ocurrió después de que vendí mi acordeón, un Hohner rojo, tres coronas. Por cierto, esa fue la última vez que tuve dinero en mis manos.
—Pero, además de estos hechos, se produjo la muerte de mis padres y asesinaron a Cesar, mi hermano. Todo ese conjunto de cosas me llevó a la indigencia.
— Llevaba dos años viviendo y durmiendo en una banca de la plaza de la Catedral de Santa Mara. Un primo, de apellido Bateman, me regalaba todas las tardes un plato de comida, pero jamás me ofreció el techo de su casa.
—A mí me recogió de la calle quien entonces era directora de este hogar. Fue un 14 de septiembre, dos días antes de mi cumpleaños (nació en 1944). Ella, la que me trajo, me preguntó si quería venir a vivir acá, y le respondía que sí. En esta casa recibo las tres comidas y tengo donde dormir.
—Voy a cumplir veinte años sin siquiera ponerle una mano a un acordeón. Pero me acuerdo más del piano, que interpreté de mejor forma. Por eso, mi anhelo es conseguir un libro de teoría de la música.
—Yo me he cansado de decirles a varios músicos de mi edad que armemos un grupo musical. Para eso necesitamos cincuenta millones de pesos, dinero que, seguro, nos ganamos en un año.
Álvaro Rojano Osorio
Sobre el autor
Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
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