Música y folclor

En el olimpo de Calixto: entre cenizas y “El Pirulino”

Alfonso Osorio Simahán

17/11/2025 - 05:20

 

En el olimpo de Calixto: entre cenizas y “El Pirulino”
El juglar Calixto Ochoa / Foto: archivo PanoramaCultural.com.co

 

Prólogo

Un silencio extraño, el de la incredulidad, se había apoderado de aquel día. Era el 11 de septiembre de 2001. Mientras el mundo entero contemplaba con horror las imágenes dantescas del colapso de las Torres Gemelas, en Nueva York, nosotros sofocábamos una cita pre agendada e ineludible con la cumplidora vocación que produce un buen encuentro; aquella vez fue, con el maestro Calixto Ochoa, en su "Olimpo - Hogar", Barrio Las Terrazas de Sincelejo. El puente para acceder a su casa no solo lo canalizó nuestro amigo y compositor, Julio “Río Crecido” Fontalvo, sino quien fue, además, el baquiano que nos acompañó; se sumó también, a última hora, a la trilogía folclórica, mi paisano,  el “Arquitecto del Folclor Sabanero”, Faustino de La Ossa.

Llegamos a la casa del juglar, el hombre detrás de tantos “himnos fiesteros” y melancólicos, en busca de la verdadera historia de "El Pirulino", aquel personaje de su éxito musical que, gracias a la telenovela Pedro el Escamoso, esa canción volvía a reencaucharse por ser el ancla sonora de dicha telenovela; sin dejar de valorar la alegría y el ridículo baile que en muchos países impuso las peripecias de su personaje principal.

Coincidía la transmisión de aquella serie novelada en mención, en la misma época de un experimento radial que éste contertulio había iniciado en Valencia, Venezuela, mediante un programa de música clásica vallenta con el rótulo de “Herencia Vallenata”. Un espacio de dos horas, los días sábados, de 12 a 2pm. de la tarde. Desde el primer momento quisimos posicionar nuestra revista musical, dándole un toque de originalidad en su contenido, condimentándolo con anécdotas, entrevistas, y reseñas históricas de los más encumbrados representantes folclor vallenato.

Para un alma pastoril como la de Calixto, a parte de su talento innato para pintar en su gran obra, el “paisaje sabanero”, la escogencia de su residencia para vivir, no pudo ser la más certera de sus decisiones. Esta vivienda quedaba en una calle ciega, haciendo esquina, pero en forma de T; al fondo del inmueble se divisaba un pequeño potrero donde se alcanzaban ver algunos semovientes pastando. De verdad, un paisaje y un ambiente apacible, extremadamente exótico.

Quien nos abrió la puerta, fue su compañera sentimental, Dulsaide Bermúdez, a quien él llamaba cariñosamente "Dulsa". Era de mediana edad, su rostro, agradable y acogedor, no podía ocultar una expresión de asombro y preocupación que contrastaba con la habitual jovialidad de la casa. Los televisores, normalmente sintonizados con canales de música o noticieros locales, transmitían una y otra vez la misma escena: humo, escombros y la conmoción global

“El maestro no está en estos momentos, pero ya viene… y él ya sabe de sus presencias", nos dijo con un acento guajiro suave, señalando hacia el interior de la casa.  Nos invitó a pasar, mientras nos guiaba hasta un quiosco techo de paja, adornado de matas naturales a su alrededor, enclavado a un costado de una especie de terraza, que quedaba como una segunda planta de la casa.

"Pero es que mire eso, ¿ustedes vieron lo que pasó? Esto es el acabose, Dios mío" - ripostó Dulsa - , mientras nos acomodábamos. El que primero rompió el hielo de nosotros, mientras llegaba Calixto, fue Faustino; como buen Arquitecto que es, trajo a colación los datos científicos y conocimientos en materia de construcción monumental, para dictar una cátedra explicativa del por qué el incendio y el colapso posterior de las Torres.

Crónica

En esas andábamos, cuando la improvisada tertulia fue interrumpida por un fuerte silbido musical de melodía impredecible: era El Negro Cali, el Rey Vallenato de 1970, que acababa de hacer su presencia. Vestía con una camisa estampada, de clores floreados, tipo hawaiana, atravesada por la figura de una pantera, su cabeza la cubría una gorra marinera y en una de sus manos traía una sarta de cervezas de lata. Antes de estrecharnos la mano para el consabido saludo, nos brindó una a cada uno.

Pero a pesar del silbido alegre con que irrumpió la cita, en aquel momento, también se notaba pensativo, juzgamos, tal vez, porque su mente al igual que la de nosotros estaba clavada en la tragedia que se desarrollaba al otro lado del mundo, y que reproducía a cada momento la pantalla de un pequeño televisor que teníamos a nuestro alcance. Nos saludó con esa campechanía sencilla y sincera que solo tienen los juglares de su estirpe.

“Ajá, y qué, quien es el paisano mío” – preguntó con sonrisa suspicaz.

Todos nos miramos con aire de perplejidad, pero entendimos enseguida la broma. Julio Fontalvo, dentro de sus atrevimientos folclóricos me había anunciado como proveniente de Valencia, Venezuela. Calixto, como sabemos era oriundo de Valencia, Cesar. 

"¿Y ustedes vinieron a hablar de Pirulino, precisamente hoy? Con lo que está pasando...", comentó, sin que en su tono hubiera reproche, sino una especie de ironía cósmica. Le explicamos que quizás, justamente en un día tan negro, la gente necesitaba recordar de dónde venía la alegría. Él asintió y su sonrisa volvió, iluminando con otro tono su rostro.

Calixto empezó a desmenuzar la historia de "El Pirulino", que había compuesto en 1961 durante sus primeros pininos al frente de Los Corraleros de Majagual. Desmintió la supuesta leyenda urbana, de que se trataba de un bailarín profesional, para dar paso a una anécdota mucho más humana y sabanera:

"Pirulino no fue un bailarín, ¡qué va…! Fue uno de esos muchachos, correcaminos; de por ahí de unos 18 años, eso sí, muy necio, que se metía en todas las parrandas de nosotros, sobre todo por el Barrio Majagual, sin que nadie lo invitara", narraba el maestro, riendo con ese sonido grave y característico. Nadie recuerda su verdadero nombre. El joven, un aspirante a conquistador y músico, se ponía a hacer coros sin afinar, intentaba ligar con las muchachas, pregonaba y se ufanaba de ser gran amigo de los integrantes de Los Corraleros.

"En una de esas, el muchacho nos sorprendió un día en Cartagena… y llegó a una parranda en la casa de un señor de avanzada edad, de nombre Aquilino, pero nosotros, los músicos de Los Corraleros, lo apodamos, “Aquilino Preguntón", porque era una metralleta para preguntar cualquier cosa, continuó Calixto. Aquilino, era un personaje también de la vida real, tenía un pequeño negocio muy cerca de los Estudios Fuentes”, del barrio de Manga, donde el maestro y resto de intérpretes y amigos se reunían a departir en los momentos de descanso de esas maratónicas grabaciones. Una tarde, "Pirulino llegó 'prendido', con unos tragos de más. Se puso a molestar, mientras cantaba atravesado y a meterse donde no debía. Yo, mamándole gallo, le dije: 'Oye, Pirulino, quítate de ahí. ¡Si cantaras bien, apuesto que no estuviera cantando aquí!"

La frase, cargada de la picardía costeña y la molestia de la hora, se quedó en la cabeza de Calixto. El joven preguntó por qué le decía "Pirulino", una palabra que en el argot popular podía referirse a alguien necio desapercibido. En esa tarde, entre tragos y anécdotas, el maestro hiló los versos: la borrachera de Pirulino en la casa de Aquilino Preguntón, y la famosa estrofa de la estocada final que definía el destino del necio. Para completar el argumento de la futura canción, Calixto, recordó que unos meses atrás, Aquilino en su propio negocio, al tratar de espantar un perro callejero – nó fue una perra, como dice la canción recalca –, rompiéndole, además, el pantalón. Aquilino, dice Calixto en medio de una carcajada, se lamentaba no tanto por la herida que le produjo la mordedura del perro, en uno de sus tobillos sino por dañarle su pantalón de lino dominguero muy a la moda. Calixto termina el novedoso relato. Como no está tomando cerveza, “Dulsa", le trae un vaso de limonada; La televisión seguía rugiendo con el horror neoyorkino.

"Qué tiempos tan distintos, ¿no cree? Lo que pasó en Nueva York... y una canción que nació de una borrachera y un necio...", comentó el maestro, pensativo. Era la dicotomía de ese 11 de septiembre: la hecatombe global y, en una pequeña casa en Colombia, la memoria viva de un folclor que transforma el fastidio en una melodía inmortal.

Julio Fontalvo, acostumbrado a llevar su imaginación más allá de un Río Crecido” de realidades para alcanzar cualquier picardía, le preguntó al maestro, que, a propósito de New York, como nacieron los cuentos aquellos que dieron origen al personaje musical, el “Compadre Chán” y el suceso aquel cuando, Eliseo Herrera a la hora de comer en un restaurante en la Gran Manzana, para pedir un perro caliente, pintó un perro y después quemó el papel. El Maestro, soltó de nuevo una carcajada, pero propuso contar la historia para otra ocasión. Lo que si mencionó fue cuando en su primer viaje me “encaramé hasta el caballete de “Empire State” - lo dice socarronamente - ,  el edificio más alto del mundo para la época.   

"El Pirulino" no era solo una canción; era el testimonio de que el arte vallenato siempre ha tenido la capacidad de tomar lo cotidiano, lo defectuoso, lo jocoso y lo humano - ya sea una “mata de caña”, un “negro africano”, o un muchacho necio y ebrio -  y elevarlo a la categoría de épica popular.

Al despedirnos, con el vallenato del maestro resonando en nuestros oídos y la tristeza del mundo en los noticieros, nos dimos cuenta de la lección del juglar: la vida, como sus canciones, es una mezcla inevitable de risas y penas. Y a veces, una simple melodía pegadiza es el mejor refugio cuando las torres de la realidad se vienen abajo.

Ah, pero antes de levantarnos de los asientos para despedirnos, la divina sorpresa no podía fallar; se apertrechó el acordeón en el pecho y sentado en el centro del quiosco nos regaló lo mejor para la ocasión: la canción, “Vida Tranquila”; no podíamos dejar de resaltar ese gran gesto de estirpe pura.

Nos acompañó a la salida; pero al cruzar el umbral de la casa del maestro, se sentía todavía el fresco de la historia y el vallenato. La visita llegaba a su fin, y a modo de despedida íntima, el compositor nos tomó del brazo y nos guio en un pequeño paseo que definía su mundo. "Para que vean dónde se arma la guerra", bromeó, señalando la casa de enfrente.

Cruzamos la calle y, efectivamente, allí se encontraban los viejos estudios de grabación que él mismo había comprado al gigante Codiscos y reubicado, ahora, justo, frente a su hogar. Era su propio imperio sonoro, donde la inspiración no tenía que esperar un viaje a la ciudad. En dichos estudios, ese día se encontraba impaciente otro maestro, Miguel Durán, porque el técnico de sonido no se había hecho presente.

"Y ahora, vamos para que vean como se fabrica un acordeón”. A unos diez pasos del estudio de grabación estaba la casa – taller -, de Rufino Barrios, no solo era su amigo, socio y vecino; era el artesano que le daba voz a la música de la sabana. Entrar a su taller era aspirar el aroma a madera y fuelle, y ver las tripas desnudas de los instrumentos. Don Rufino era el dueño, o al menos el copropietario de la fábrica de acordeones, el forjador de esas "cajas de resonancia" que Calixto hacía bailar con sus creaciones. Vivía y tenía su fábrica, diagonal a la casa de Calixto y al lado de los estudios de grabación de éste.

Allí, entre el genio del compositor que creaba joyas tropicales y el talento del artesano que construía sus herramientas, entendimos el ecosistema de la música Sabanera y Vallenata. Calixto no solo era un artista, era un mecenas y un empresario local, que mantenía la cadena de la música, desde el campo de caña hasta la era  del disco compacto, justo en su propio vecindario.

Con el acordeón silente de Rufino y los micrófonos prestos del estudio de Codiscos, la despedida del maestro Calixto Ochoa fue, en realidad, una clase magistral sobre cómo se construye un legado.

Epílogo

Ese inmortal legado del maestro Calixto Ochoa, está profundamente arraigado en la vida campestre y en Sincelejo, la ciudad que lo acogió y en la que vivió gran parte de su vida. Aunque nació en Valencia de Jesús (Cesar), se estableció en Sincelejo en 1956, una región de sabanas que se convirtió en una fuente inagotable de inspiración para sus composiciones.

"Los Sabanales", considerada por muchos como su obra maestra, es el epítome de esta conexión. La canción es una crónica poética y nostálgica del paisaje que lo rodeaba. La letra evoca la melancolía de la tarde y la distancia de un amor perdido, pero lo hace a través de la pintura de los paisajes que le son tan familiares: "aquellos sabanales donde te conocí". Esta capacidad de fusionar el sentimiento amoroso con la descripción del entorno natural, como "aquel árbol del patio" donde reposaba la persona amada, le confiere a la canción una cualidad pastoril que la hace atemporal.

Calixto Ochoa supo transformar sus vivencias y el ambiente de las sabanas en melodías y letras que todavía resuenan en toda Colombia y más allá. Su música, a menudo alegre y picaresca, y otras veces también sentimental, lo que le valió al “Negro Cali” lo quilates para convertirse en un prolífico y fecundo compositor, destacando su gran habilidad para crear personajes e historias inolvidables a través de sus canciones.

"Remanga" es uno de los personajes centrales en la obra de Calixto Ochoa, que relata de manera jocosa las desventuras y anécdotas del campo. Con su narrativa picaresca, Ochoa dio vida a un personaje que personifica la picardía y el humor costeño. "Menejo", por su parte, es el protagonista de "El Calabacito", una canción que narra el desconcierto de un hombre también del campo que al llegar a la ciudad y ver las luces eléctricas por primera vez, se espanta, un contraste cultural que el maestro supo plasmar con gran gracia.

"Pirulino", se popularizó enormemente y se convirtió en un himno de fiestas. En esta canción, el protagonista sufre un percance con su pantalón, una historia simple que, con la música de Ochoa, se volvió un clásico atemporal. "Compae Chan”, por seguir nombrando algunos, es otro de sus personajes, en el que aborda con humor las experiencias de un paisano que viaja a los Estados Unidos y se enfrenta a las dificultades del idioma y la vida en la gran ciudad. Ni que decir de su “Aricano”, su obra, tal vez, la más internacional. Finalmente, la "India Motilona" es una pieza que explora el tema de la interculturalidad. Calixto Ochoa crea un personaje femenino cuya lengua es incomprensible, pero a través de la cual se celebra la diversidad y la música sin barreras de lenguaje.

Estos personajes no solo son un reflejo de la vida cotidiana y las tradiciones, sino que también demuestran el genio de Calixto Ochoa para transformar historias sencillas en verdaderas crónicas musicales.

 

 

Alfonso Osorio Simahán

Sobre el autor

Alfonso Osorio Simahán

Alfonso Osorio Simahán

Memorias de Berrequeque

Abogado en ejercicio, profesión que alterna con la de gestor cultural. Folclorista a tiempo completo y compositor de aires autóctonos del Caribe.

1 Comentarios


Lester Merlano Paternina 18-11-2025 02:25 PM

Excelente narrativa popular q mantiene viva la cultura de nuestros pueblos. Hombres muy inteligentes que poco o casi nada fueron a la Escuela. La escuela de la vida los hizo grandes.

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