Música y folclor
Encuentro de sentimientos y de músicas de acordeón en Valledupar
Hay algo que conmueve en el Encuentro Mundial de Acordeones. Algo difícil de determinar y, sin embargo, tan palpable. Tiene que ver con el humanismo y la cercanía de los músicos, pero también con la finalidad de sus participaciones: compartir un pedacito de su música, de su cultura y existencia.
Desde el pasado 19 de junio y hasta el 22 incluido, una amplia nómina de músicos de Latinoamérica y Australia apareció en una variedad inédita de escenarios de Valledupar, conversando en colegios y universidades, y dejando entrever la maravillosa nota del arte que mejor dominan: la música de sus respectivos países.
Como siempre, el encuentro final fue de máximo interés y esta vez se produjo en el auditorio de Bellas Artes ante un público de expertos y apasionados que ansiaban conocer la firma de cada participante.
Entre los espectadores, destacadas personalidades de la cultura local recibían el saludo caluroso de los músicos: el maestro Turco Gil fue uno de los más señalados y él, siempre atento, respondía con un gesto afectuoso.
El argentino Marito Coria abrió la gala con un sincero saludo a la organizadora, Lolita Acosta (directora de la Fundación Reyes y Juglares Vallenatos), y agradeció la ciudad de Valledupar por haberle permitido estrenarse como asesor de Cultura en su país. Luego, alternó varios estilos musicales, interpretando un Chamamé de grandes resonancias, y una serie de músicas colombianas que provocaron los aplausos en cadenas.
A continuación, el conjunto del uruguayo Silvio Prediales –compuesto de 12 músicos y una pareja de bailadores– cautivó el auditorio con una serie de Serenatas y ritmos más africanos como el Candombé. En su intervención, Silvio Prediales no se olvidó de recordar a su padre de quien llevaba los zapatos en su memoria y, finalmente, dedicó la obra “La Comparsita” a todos los presentes como un regalo orgullosamente uruguayo.
Sin embargo, la nota más conmovedora de la noche la puso el músico panameño Max Zapata. Con un sombrero típico panameño y acompañado de un Höhner 3 coronas, el hombre se acaparó del escenario para interpretar algunas cumbias con un toque distinto. Luego, invitó a artistas locales para recrear a su modo unos vallenatos tan conocidos como Matilde Lina de Leandro Díaz.
El sentimiento y la emoción se acapararon de todo el auditorio. Pocas veces se había visto en este escenario una interpretación tan vibrante y sentimental (y menos todavía, tratándose de un acordeonista extranjero), y sin embargo, eso no es todo.
Después vino la interpretación de la Murga de Panamá, ejecutada junto con el acordeonista australiano Charles Párraga. El dúo no pudo entenderse de mejor manera. La química fue instantánea, creando así un efecto eufórico en el público que no dejó de repetir la letra alegre “Esta es la murga de Panamá”.
El joven panameño se llevó los saludos del público, pero también el abrazo del Rey Vallenato Wilber Mendoza (testigo de la hazaña) y el aprecio de los maestros Lácides Romero y Francisco Rivera, quienes siguieron luego maravillando el escenario con algunas joyas de la música clásica y latinoamericana.
Fue de principio a fin un recital de calidad y de sentimiento. Reinó en todo momento el reconocimiento y la admiración por el arte ajeno. Se impuso la necesidad de compartir e invitar a otros artistas, sonreír y disfrutar del instante para sentir la belleza del Acordeón en todas sus formas. Esa es la esencia del Mundial de Acordeones y, por eso, la celebramos un año más.
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