Música y folclor
La última noche de Graciela Salgado
Las lágrimas recorren entre sonrisas y bailes los rostros de niños, jóvenes y adultos palenqueros, para darle el último adiós a una de las cantaoras y compositoras de bullerengues y fandangos más tradicionales del Caribe y de Colombia, Graciela Salgado.
Los tambores y pechiches que vibraron en las manos de Graciela son ahora alumbrados por la luz de las velas, por los cantos de sus familiares, palenqueros y amigos que llegan a la novena noche para decirle adiós a la líder del grupo “Las alegres ambulancias”, pero sobre todo a la única palenquera que podía cantar y tocar un tambor al mismo tiempo. Cantaora de tradición y única mujer nacida de sus padres Manuel Salgado(Batata) y María de la Luz Valdés, Graciela fue reconocida por llevar los ritmos el Caribe nacional e internacional.
Durante ocho noches, las canciones interpretadas por la cantaora retumbaron en las calles de Palenque, mientras mujeres y hombres bailaban sin parar alrededor del altar puesto en su casa adornado con un paño blanco, cintas moradas y negras, flores, fotografías de la difunta, las imágenes de la virgen del Carmen a la derecha, el Sagrado Corazón de Jesús en el medio y San Martín de Loba a la Izquierda y los instrumentos con los que hizo vibrar a más de un colombiano.
Pero llega la novena noche, la noche en la que se le da el último adiós al ser querido que ha dejado este mundo terrenal, se canta y se baila mucho más que los días anteriores y se reúnen todos los parientes y amigos. Hoy la brisa se esconde en las esquinas del primer pueblo libre de América, de las calles que vieron correr y crecer a Graciela cantando y bailando para continuar con la dinastía de su padre y abuelo, los Batata; una mujer que sostuvo y mantuvo sobre sus espaldas la despedida de los muertos, la tradición del canto y rito mortuorio del Lumbalú, el mismo que ahora la despide.
En esta última noche solo hay una calle en la que todos quieren estar, es allí donde se encuentra la casa de la cantaora, una casa en la que la puerta siempre estuvo abierta y en la que sonaban canciones como La cosita aquella que dice “Así, así, así, ahora, ahora, ahora, los hombres se están muriendo por la cosita de la señora” o “Me duele, Mamá me duele, mamá me duele, me duele la cabeza”, canciones que aún no han dejado de sonar.
Mientras en la calle de tierra color arena, donde quedan marcados los pies de los caminantes se proyecta un documental de Graciela, dentro de la casa de puertas y ventanas de madera, donde la pared de la entrada es entre verde y azul y la entrada a las habitaciones tienen una tela con colores verde, rosa y blanco, algunos entran, otros salen, pero todos saludan a sus hijas, hijos y nietos, entre ellos se encuentra Emelina una de sus hijas, más conocida como la Burgo por quienes han escuchado su voz y probado sus cocadas, en sus ojos se refleja tristeza y cansancio pero a pesar de eso sigue pendiente de los que llegan y ocurre a su alrededor.
Para mantenerse en pie toda la noche, la comida no puede faltar al igual que el ñeque, licor tradicional de Palenque elaborado a base de panela, arroz, caña de azúcar y maíz. La noche continúa su rumbo con los juegos tradicionales como la perra y la culebra y a medida que pasan las horas, la Burgo derrama su llanto mientras observa la fotografía de su mamá y no para de mencionarla.
Cuando terminan los juegos que iniciaron la calle del barrio Tromcona, donde se encuentra ubicada la casa de Graciela, los tambores, las maracas y llamadores están listos para acompaña la voz del maestro Rafael Cassiani, quien interpreta varias de sus canciones recordando a su amiga y colega mientras alrededor del altar, otros bailaban en honor a esta gran mujer Graciela Salgado.
Son aproximadamente las dos de mañana, los tambores paran por momentos y en la casa solo se escuchan las voces de mujeres y hombres que hacen un canto mortuorio, es el Lumbalú, que significa “Lu” colectivo y “mbalú” melancolía o recuerdos, un ritual propio de San Basilio de Palenque que reúne la gente para despedir al ser que falleció, acompañado por un canto que se realiza en palenquero que hace una de las mujeres y las demás personas le responden “Elelo, elelele”, mientras los pechiches dan sus tonadas que se van mezclando con el canto de Graciela, las canciones interpretadas y compuestas por ella empiezan a sonar con más fuerza una y otra vez mientras todos cantan, bailan sin parar al mismo tiempo que lloran, dejándose llevar por su dolor de haber perdido a un ser querido.
Ya en la madrugada, hombres y mujeres realizan un recorrido por las calles de Palenque, recogiendo los pasos que hizo Graciela, las mujeres llevan pilones de arroz encabezando la caravana mientras que los hombres a su lado llevan el ritmo al compás del tambor mientras atrás, otras personas los siguen golpeando la tierra con un palo entonando “El que la pilaba se murió, madre mía lloro yo”.
Después de casi dos horas recorriendo los pasos, casi a las 5:00 a.m., las puertas del cementerio se abrieron y allí entraron familiares y amigos de Graciela a darle el último adiós, lleno de música y recuerdos pero sobre todo de un gran legado cultural que seguirá retumbando en los corazones de quienes la conocieron. Las calles del pueblo que la vieron nacer y ahora la ven partir para encontrarse con sus ancestros.
Nos despedimos de Graciela con lágrimas y sonrisas, bailando y cantando como le gustaba a ella y dándole las gracias por la tradición de los Batata que aún no termina, el turno es ahora para la Burgos, Teresa, Thomas, Lamparita y demás palenqueros que lleva en la sangre el ritmo de los tambores.
Mónica Pulido Villamarín
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