Música y folclor
Diomedes Díaz: De embuste, embuste…
“Carajo, Mede, tu tenei unos gustos como pa´ ti solo…, estás enamora’o de una pel’á que tiene la barriga pegá al espinazo de lo flaca, tanta mujer gordita por ahí. Yo me imagino que cuando la abrazai ella quedará como mojarra en pulla de fritá pesca’o…”.
Era Martín Maestre, tío de un muchacho que tenía la cabeza llena de cucarachas y versos sin desbravar, su respuesta era, como siempre, una risa llena de fuegos pirotécnicos.
Yo creo que por la mayoría de caminos que he transitado en la vida de manera consciente o inconsciente siempre me he tropezado con alguna canción en forma de piedra que cantas. En mi adolescencia compraba los casetes con las presentaciones en vivo que hacías y me volví adicto a tus cantos, caramba, para que ahora me salgas con el cuento triste de que te vas y me vas a dejar viendo un chispero.
Eso es una falta de consideración para alguien que creció escuchando tus canciones, tus ocurrencias, tus refranes: “No me gusta decir adiós, Riohacha, porque es una honda palabra que inventó la tristeza…pero fue un conjunto sencillo el que llenó la Mata’e caña…” Los vendedores ambulantes llegaban a San Fernando, y si yo no estaba en la casa, me dejaban los casetes tuyos, en caseta como se decía entonces, con mi hermana Isyoli sin saber si tenía con qué pagarlos: dígale a su hermano que son 4 a 300 pesos cada uno, oyó…”
He sido uno de los pocos aficionados a tu canto vallenato que investiga tu otro lado de artista, que voy más allá de lo común, que me fijo en los detalles nimios y he descubierto a un ser que lo único que quiere es que le hagan la caridad de pararle bolas. Fui el primero, creo, en escribir sobre tu vida para el periódico de la Universidad de Antioquia, y me llovieron rayos y centellas cuando dije que parecías una pieza de museo. Pero es verdad: pareces pieza de museo, porque admiro todo de ti hasta 1989 cuando empezaste a descarriarte hasta un domingo antes de navidad que te fuiste sin despedirte de mí, desagradecido, tanto como te admiraba y escucho tus cantos desde 1976 hasta 1989, insisto. Fue tu mejor época. Y ahora te vas dejándome sin a quien fregarle la paciencia simplemente porque te dio la gana.
Vuelve a “La Virgen del Carmen” así sea para que llames a uno de tus tantos compadres a quejarte que tu ahijado no llegó para trabajar en esa finca famosa dizque porque a la esposa no le gusta tu música; y tu compadre te respondió, que qué pena, con usted, compadrito, que mi hijo le haya quedado mal, vea, le voy a echar un cuento de ese muchacho: cuando él nació, la mamá lo tiraba en la sala en el suelo pela’o, oyó…y teníamos una puerca, el bendito animal entró y se llevó al muchacho recién nacido en la boca, como si fuera una yuca, y yo corrí detrás de la puerca y se lo quité en la plaza, oyó. Compa, si yo sé que su ahija’o le va a quedar mal por miedo a la mujer yo dejo que se lo coma la puerca!
Vuelve, así sea para que te atormente el paso de los años, para que jures y vuelvas a jurar que cambiarás, que no eres malo, y lo olvides al instante; vuelve, para que le hagas la promesa de siempre a la Virgen y no la cumplas porque tú eres tú y punto.
A lo mejor no volverás porque siempre deseaste estar allá, así fuera prestado, con tu tío Martín, y decirle, carajo, tío, qué dura que es la vida, ya me sentía con el sol en la espalda, tío, qué vaina; y ya ni siquiera me mojaba la barba cuando orinaba, siendo esa mi mayor virtud, no joda, tío; al menos acá con usted, tío, no tengo que disimular que ya no doy para más, que vuelvo a ser lo que quise: aquel niño cuasi desnudo que espanta las cotorras para que no se coman el maíz biche, y despertar con la sensación de amanecer sucio de mierda de gallina pero feliz e indocumentado.
Vuelve para que sigas haciendo ricos a los empresarios mientras tú te disminuías anímicamente, tanto que tenías que salir corriendo en busca de un abrazo, de una sonrisa, de un consuelo que sólo encontrabas en los vicios prohibidos.
Dime en esta noche de mala luna que todo es de embuste, embuste; que nunca compusiste ni la cama de pencas donde dormías cuando pobre mucho menos una canción; dime en esta noche oscura como tu destino que, al igual que el escritor peludo y bacano de Juan Gossaín, nunca te pusiste calzoncillos porque a diferencia de él no tenías para comprarlos; que siempre has sido y serás el campesino frustrado que quiso ser compositor y cantar sus propios pesares pero que nunca lo logró. Dime en esta noche triste que todo es mentira, que tú nunca exististe, que nunca te llamaste Diomedes y jamás me cautivaste con tus cantos.
Dime en esta noche llena de espantos que todo ha sido un invento, que lo único que es cierto en toda tu vida es lo que dijo el juglar sabanero Enrique Díaz de ti: “es un señor al que uno de los ojos no le hace caso…”
Fabio Fernando Meza
San Fernando, Magdalena
Sobre el autor
Fabio Fernando Meza
Folclor y color
Cronista colombiano originario de San Fernando (Santa Ana, Magdalena). En esta columna encontrar textos sobre la música vallenata, su historia y sus protagonistas, así como relatos cortos que han sido premiados a nivel nacional e internacional.
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