Música y folclor
La pedagogía del maestro Leandro Díaz
Leandro Díaz era un apasionado lector. Desde muy niño su tía Erotida le leía cuentos y le cantaba versos. Cuando vive lejos de su tía, en sus ratos de silencios buscaba a alguien para que le narrara historias, le declamara poesías y le respondiera sus interrogantes. Si llegaba a una casa y hablaban de libros, indagaba las maneras de quien podía leerle. Y sí, por casualidad era una mujer, se mostraba más interesado en escuchar la lectura (La voz de una mujer siempre lo cautivaba).
Expresaba que los conocimientos fortalecen la mente y la memoria no solo sirve para guardan información e imágenes, es también un requisito para la creación. Como sabía que su vida era el canto y la composición, desde aquella noche de su infancia en la finca “Los Pajales”, mientras dormía escuchó una voz que le dijo que se fuera, que su futuro no estaba ahí. Y como en la profecía bíblica, sale cual peregrino que solo lleva consigo la luz interior de la esperanza. Su primera estación es Hatonuevo, donde se gana los primeros pesos cantando en una parranda. Y prosiguen sus estaciones: Tocaimo, Codazzi y San Diego.
“Uno debe poner su vida en todo lo que hace, para que todo salga bien”. Su condición de invidente le impide concentrase en las imágenes visuales, pero desarrolla las otras capacidades sensoriales hasta el punto de lograr un alto grado de la sinestesia, que le permite percibir una mixtura de impresiones mediante distintos sentidos; esto lo faculta para describir los colores del viento, los sonidos de la sombra, la sonrisa de las sabanas, los secretos de los sueños y la tristeza de los árboles.
Dedicaba varias horas a pensar en el destino del hombre y en la naturaleza. Pensaba las cosas y de tanto pensarlas se trasformaban en canciones. Sumergido en la soledad de la ceguera, perfecciona sus ideas y la visión del mundo. El filósofo Demócrito encerrado en una cabaña, se pasaba el tiempo pensando y estudiando. Buscaba la soledad e incluso se refugiaba en oscuros sepulcros, alejados de la ciudad. El escritor Jorge Luis Borges en el poema ‘Elogios a la sombra’, dice que Demócrito se arrancó los ojos para pensar.
En una entrevista (1988) de Alberto Salcedo Ramos, Leandro comenta: “ser ciego a veces también es una ventaja. Cuando de noche en mi casa se va la luz, mi mujer y mis hijos se pierden buscando las velas. Entonces yo me levanto a resolver el problema. Ellos dependen de la luz, en cambio yo he creado mi propia luz y conozco los caminos de mi casa”.
La sensatez de meditar en los pasos del camino y el tamaño de las distancias, para caminar con seguridad evitando las caídas, aprende la importancia de la precisión en la medida. Ese concepto de la medida lo utilizaba en la métrica de sus versos, porque la medida es armonía, es música y melodía, y con la estética de las metáforas, Leandro se convierte en el gran maestro de la poesía y la composición vallenata.
José Atuesta Mindiola
Sobre el autor
José Atuesta Mindiola
El tinajero
José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).
Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.
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