Música y folclor
Breve recorrido por la poética del canto vallenato
“El soporte universal del canto vallenato es la riqueza de su poesía popular”, decía Manuel Zapata Olivella, uno de los primeros investigadores culturales en teorizar sobre el canto vallenato.
El escritor, investigador cultural y médico, Manuel Zapata Olivella (nativo de Lorica -Córdoba-. 1920-2004), quien en los años de 1949 y 1950 vivió en La Paz (población ubicada a 12 kilómetros de Valledupar) fue el puente entre el escritor Gabriel García Márquez y el compositor Rafael Escalona. A Zapata Olivella y García Márquez, además del oficio de escritor, los unía la amistad y la admiración por los cantos de Escalona. Por invitación del médico, el entonces joven periodista y escritor de cuentos llega a La Paz en el mes de diciembre de 1949, cuando la dinastía musical de los López amenizaba la parranda organizada en su homenaje. En el canto estaba el recién graduado bachiller Dagoberto López Mieles, compañero de estudio de Rafael Escalona en el Colegio Loperena y en el Liceo Celedón de Santa Marta. Ese día García Márquez refrendó su admiración por las canciones de Escalona, quien no estuvo en la parranda, y personalmente se conocieron tres meses después en la ciudad de Barranquilla, el 20 de marzo de 1950. En ese momento García Márquez ya era periodista de El Heraldo y escribía su columna La Jirafa. En ese encuentro nació la entrañable amistad entre el compositor y el escritor, hasta el punto de ser éste uno de los más grandes admiradores y difusores de los cantos de Escalona. En una columna en 1950, escribió: “No hay una sola letra en el vallenato que no corresponda a un episodio cierto de la vida real, a una experiencia del autor. Un juglar del río Cesar no canta porque sí, ni cuando se le viene en gana, sino cuando siente el apremio de hacerlo, después de haber sido estimulado por un hecho real”.
El ex presidente Alfonso López Michelsen, cuyos vínculos con Valledupar están conectados por su abuela paterna, Rosario Pumarejo Cotes, y por el amor a nuestra música, al referirse a la capacidad poética de los compositores vallenatos, en la presentación del libro “Rafael Escalona: El hombre y el mito” de la autoría de Consuelo Araujonoguera, dice: “’En cien años de soledad’, Gabriel García Márquez menciona a Rafael Escalona como sobrino de un obispo. Mentira. Rafael Escalona no tiene un obispo en su árbol genealógico, tiene ángel, que es mucho mejor. Versificadores hay muchos, pero se diferencian de los poetas, en que estos últimos tienen ángel. Nadie puede convertirse en poeta, si no nace con ángel. El de Escalona debe ser un cipote ángel, porque siendo un hombre letrado consigue ser un creador del folclor que alcanza un nivel popular de dimensiones extraordinarias. Rafael Escalona le dio al vallenato una categoría popular comparable con el tango, el bolero, el son cubano o la ranchera”.
El periodista Juan Gossaín, en su artículo “La cuna que meció a Macondo”, publicado en la revista 43 del Festival de la Leyenda Vallenata (2010), hace esta referencia: “Daniel Samper Pizano, que si sabe por dónde es que le entra el agua al coco, me dijo un día que para descifrar a García Márquez es necesario pasar primero por Escalona. Juiciosa observación. Hay que darse un chapuzón de profundidades en Escalona, a la manera de bautizos en el agua del río Jordán, para comprender los orígenes de la magia, descubrir los olores que flotan junto con las mariposas amarillas, desarmar el misterio como si fuera el mecanismo del reloj y rastrear metro a metro los recovecos de la tierra nutricia donde se inició el milagro de Macondo. El que quiera entender las razones que tuvo Remedios, la bella, para salir volando, debe saber que anteriormente existió una Casa en el aire…. En los cantos de Escalona campea la donosura del cronista…, y fue él quien sembró la primera semilla que cayó en el suelo fértil de Macondo. Y García Márquez cultivó esa planta con el amor de un cosechero”.
Escalona, en su calidad de cronista del vallenato, anduvo por diversos lugares de la provincia bebiendo en los ríos musicales, conquistando amistades y el romance juvenil de las mujeres. Y para justificar su galantería de conquistador empedernido, se escudaba en esta frase: “Si no hay amor, no hay canto”.
De esos lugares campestres que geográficamente hoy hacen parte del departamento de la Guajira, pero culturalmente pertenecen a la región del Valle de Upar, como Fonseca, San Juan, El Molino, Villanueva, Urumita, La Jagua del Pilar y El Plan, eran visitados con frecuencia por Escalona, y en cada uno de ellos encontró motivos para regar las semillas de sus cantos, y de manera especial visitaba al Plan, edénico lugar incrustado en la serranía, donde vivía la vieja Sara (María Salas Baquero), verseadora y repentista, matriarca y tronco ancestral de las dinastía de los Zuleta y los Salas. Madre de dos juglares colosos del vallenato: Toño Salas Araujo y Emiliano Zuleta Baquero (el autor de “La gota fría”, una de las canciones vallenata más conocida).
DÉCIMAS A LA VIEJA SARA MARÍA
I
Aquí vivió la matriarca,
la vieja Sara María
con su bella dinastía
musical de la comarca.
hizo de su casa un arca
de músicos y cantores,
de versos y trovadores
allá por la serranía
germinaban melodías
de guitarras y acordeones
II
La brisa en sus amoríos
de ternura y de renombre,
va repitiendo tu nombre
como la noche en el río;
aquí en el corazón mío
el recuerdo ha florecido
con esos versos sentidos
que Escalona te cantara,
y tu nombre vieja Sara
nunca merece el olvido.
III
En el peralejo aquel
se mece en una canción
el sombrero de Simón
como dice Rafael,
y Poncho Cotes con él,
en El Plan de madrugada
con el alma entusiasmada
disfrutaban del festín,
eran parrandas sin fin
donde no faltaba nada.
El Plan era un sitio obligado para las parrandas, Rafael Escalona y el profesor y guitarrista Alfonso “Poncho” Cotes Queruz, hicieron una cofradía musical con los hijos y sobrinos de la Vieja Sara. Y años después llegaría Leandro Díaz, el poeta ciego de la canción vallenata a parrandear con Toño Salas, y enamorado de Matilde Lina, le cantó:
Es elegante, todos la admiran
en su tierra tiene fama,
cuando Matilde camina
hasta sonríe la sabana.
La región del Valle de Upar era el emporio del los juglares del canto, pero también sonaban los acordeones en las riberas del Magdalena y en las Sabanas del Bolívar Grande. La música de acordeón era casi un eco lejano que se perdía en los amaneceres con los oficios de vaquería o en los silbos forestales de los campesinos. Y vino, una mujer con aureolas libertarias y con alma de arqueóloga a desenterrar las humildes huellas de los juglares y a crear un Escenario Cultural para la promoción, conservación y difusión de los cantos vallenatos.
Esa mujer emprendedora y defensora del folclor musical, Consuelo Araujonoguera, cofundadora insigne del Festival de la Leyenda Vallenata que promueve y universaliza la expresión poética–musical de nuestro Valle de Upar:
Consuelo madre querida
de esta música inmortal,
tú la hiciste universal
y le entregaste la vida;
con una vela prendida
buscaba tu corazón
la música de acordeón
con esencia vallenata,
y el pueblo a ti te relata
como diosa el folclor.
La tierra se vuelve más fértil y a los compositores se les valora la impronta de creadores de arte. El sueño de los acordeoneros es conquistar a Valledupar. El primer Festival fue en 1968, los mejores acordeoneros de ese momento con sueños de emperador vienen en busca de su imperio. Y con Alejo Durán Díaz empieza esta dinastía de Reyes del Vallenato. En 1969 se crea el concurso de la canción inédita y Gustavo Gutiérrez Cabello, un joven embebido de nostalgia y de poesía, seguidor de la escuela de Tobías Enrique Pumarejo y Leandro Díaz, gana este concurso con el paseo “Rumores de viejas voces”.
Con Gustavo, un estudioso de la música y gran lector de Adolfo Bécquer, Federico García Lorca, Antonio Machado y otros poetas de la lírica española, se inició la era del romanticismo o de la nueva lírica del canto vallenato.
El Concurso de la Canción Vallenata Inédita convoca y promueve el surgimiento de nuevos compositores y estimula a los ya consagrados para que sigan produciendo nuevas canciones. La magia del río, la majestuosidad de la sierra, las cicatrices del corazón, el donaire de la nueva conquista, la quimera por la tierra, la lealtad del amigo, la sombra de la muerte y los pinceles del arrebol, son motivos que alimentan el alma de los poetas. Entre esos nuevos compositores están: Fredy Molina Daza, Octavio Daza Daza, Santander Durán Escalona, Sergio Moya Molina, Mateo Torres Barrera, Roberto Calderón Cujia, Hernando Marín Lacouture, Rosendo Romero Ospino y otros más veteranos que ellos como: Carlos Huertas Gómez, Armando Zabaleta Guevara y Adolfo Pacheco Anillo.
Es importante anotar que en armonía con el surgimiento de compositores también aparece los nuevos conjuntos donde el cantante es el protagonista y estrella del grupo. Los primeros fueron son Los Hermanos López con la voz fresca y sonora de Jorge Oñate, seguidos de Los Hermanos Zuleta Díaz, con la voz estelar de Poncho Zuleta, después vendría El Binomio de Oro con la voz de Rafael Orozco y surge el fenómeno de las multitudes, el cantante Diomedes Díaz. Hoy son incontables los conjuntos exitosos de música vallenata y también numerosos los compositores.
En este breve recorrido por la poética del canto vallenato, a manera de epílogo, damos testimonios de que la poesía es un viaje por las estaciones de la infancia, por los amores que cambian el tamaño de las horas, por los aleteos del cóndor que se niega al descenso del último crespúsculo, por los turpiales que huyen del relámpago, por los cerros que en la mitad de los pueblos otean la visita de los ángeles, por las sonrisas de las sabanas al sentir el paso de una mujer enamorada, por la gota fría solazando el júbilo del verso, por el ritornelo del viento en el suspiro del acordeón vallenato. En ese ir y venir por las estaciones interminables de la poesía, terminamos convencidos de que el amor y el arte son las únicas trampas para vencer la muerte.
José Atuesta Mindiola
Sobre el autor
José Atuesta Mindiola
El tinajero
José Atuesta Mindiola (Mariangola, Cesar). Poeta y profesor de biología. Ganó en el año 2003 el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y es autor de libros como “Dulce arena del musengue” (1991), “Estación de los cuerpos” (1996), “Décimas Vallenatas” (2006), “La décima es como el río” (2008) y “Sonetos Vallenatos” (2011).
Su columna “El Tinajero” aborda los capítulos más variados de la actualidad y la cultura del Cesar.
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