Música y folclor
Momentos insólitos del Segundo Festival Cacique de la Junta
Llegué un poco tarde, pero lo vi. Eran las 5 y media del 26 de mayo y el barrio Simón Bolivar se encontraba atiborrado de carros y de transeúntes. Allí andaba la estrella en medio del Festival de canciones organizado por Olimpica Stereo, saludando a algunos curiosos, abrazando a otros amigos, besando a algunas mujeres.
Un baño de masas nunca hace daño, y menos en una plaza donde todo está ideado para ensalzar su propia figura. Los cuadros y fotografías ubicados en una esquina. Las copias piratas de algunos de los Cds más exitosos. La cerveza Aguila y las salchichas. La música de los concursantes del festival. Los guiños y las miradas admirativas de las jóvenes adolescentes vestidas con escotes exuberantes.
Detrás de sus gafas de sol, y luciendo el habitual atuendo extravagante –collar de oro y camisa blanca–, Diomedes Díaz se sentía como en casa. Una más, pero a cielo abierto. Con un ritmo tranquilo y algo indiferente, se hacía paso en medio de la muchedumbre que lo reconocía y aprovechaba para tomarse una foto con él.
Me extrañó el hecho que Diomedes estuviera ahí, en medio del público, y no encima de la tarima con los demás artistas que interpretaban canciones inéditas que le eran dedicadas.
Lo interpreté primero como una muestra de cercanía y humildad. Luego me fijé en los amigos que lo rodeaban –un grupo de tres amigos con bigotes y gafas que también parecían disfrutar de las muestras de cariño del público– y entendí que el Cacique no era Diomedes Día sino su copia televisiva: Yo me llamo Diomedes.
No sé por qué motivo pero eso me incitó a acercarme al artista. “Vamos a hacerle creer que soy uno de sus mayores fans –me dije–. Le voy a tomar una foto”. El famoso se sorprendió durante un segundo y a mí me encantó el hecho de sorprenderlo.
Enseguida me sonrió y se dejó tomar una foto en compañía de sus tres compañeros inseparables. Después de eternizar ese instante, me precipité sobre el cantante y le dije con un tono de respetuoso: “Maestro, fírmeme por favor un autógrafo”.
En ese momento, noté que la mirada de Diomedes Díaz se tiñó de un aire de ironía –quizás incluso de burla–, y me respondió: “Amigo, soy Me Llamo Diomedes, pero si quieres un autógrafo, no hay problema”.
El Diomedes sonrío y yo no tardé en hacer lo mismo. “No te preocupes –le contesté con un apretón de mano y una sonrisa–: mi nombre es Fan. Yo Me Llamo Fan”.
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