Música y folclor

La Unesco propone y el Vallenato dispone

Alfonso Osorio Simahán

15/12/2015 - 05:30

 

La Unesco propone y el Vallenato dispone

Génesis.- Para finales de Abril de 1968, coincidiendo con las Festividades patronales en honor a la Virgen del Rosario, una cofradía de folcloristas que se cuadraban entre el jolgorio y la bohemia, con asiento en Valledupar, capital del recién creado departamento del Cesar, convocó para esta ciudad un concurso de música típica con acordeón. 

Los medios impresos y radiales de la época excitaron la promoción del  evento con algunos titulares  difusos. Sea como fuere el nostálgico  propósito, lo cierto es que aquel experimento  engendró lo que quedó  rotulado para la posteridad como el  Festival de la Leyenda Vallenata.

Recayó la corona de la ópera prima, quién debió ostentarla de manera vitalicia y sin necesidad de premios: Gilberto Alejandro Durán Díaz, asimilado por los devotos de su evangelio musical, simplemente, como el “Negro Alejo”.

Dos décadas más tarde, el Negro Alejo, sin hacer mella a su sencillez, incólume a sus principios vernáculos y ciego y sordo a los atropellos de la fama, iba a emprender con templanza lo que sería la última de sus "corredurías".

Avanzaba el turbulento año de 1989. Para esa fecha ya era visible en el eterno juglar Alejo, el deterioro escalonado de su salud. La junta organizadora del Festival de Acordeoneros y Compositores de Chinú (Córdoba), certamen que se celebra todos los años para las postrimerías de Octubre  le habían anunciado con anticipación que para aquella edición sería el invitado de postín; dicho sea de paso, era el artista a homenajear. 

Contravino de todas maneras los dictámenes médicos y la resistencia de "Trocha", su mano derecha y guacharaquero por 33 años quien le había advertido de un posible  desenlace funesto sino guardaba el reposo recomendado. Esgrimió otra vez su ancestral terquedad de mulo: "El buen torero, muere en su arte”. Y como para ponerse a la defensiva de futuras advertencias para los que pregonaban que se iba a inmolar en Chinú, fue más lapidario con su clásica voz encajonada: “Nadie en este mundo historial, me pude prohibir lo único que sé hacer con la mayor honradez".

Los galardones o condecoraciones nunca estuvieron en su agenda. "Estas te hacen creer lo que no eres"-solía afirmar-.Y aunque en ciertas ocasiones no las pudo eludir, lo hizo porque quería en contraprestación, mostrarle a su pueblo, su gran vocación y talento. 

Cumplió la célebre invitación a Chinú con el embrujo que sólo tienen para la ocasión los bendecidos. El paroxismo y la ovación tributada por un público  que lo amaba, se convirtió en un sólo coro suplicante: ¡Otra!, ¡Otra! ¡Otra! , que lo fueron  arrastrando ingenuamente al moridero. Los cuatro temas que había seleccionado previamente para su presentación se triplicaron. No se le agrietó por ello en ningún momento su compostura. Muy pocos de la muchedumbre sabían que su repertorio y arrojada disposición no tenían estuario. 

Dos semanas después de aquella excepcional faena, los dioses del encantamiento decidieron llamarlo a la tarima de la inmortalidad. Fulminado por un ataque al corazón, se  iba de este mundo de incrédulos, el más grande y genuino cultor de la música Vallenata. La leyenda “Negroalejana”, apenas comenzaba.

Rebelión.- Casi  medio siglo ha transcurrido desde la regia coronación del negro Alejo. Al Festival le han soplado 48  velitas de manera ininterrumpida. Soplos que se fueron transformando en huracanes de cambio y que azotaron la esencia de esta música de la "Provincia". Por supuesto, que como música tradicional por  antonomasia, no ha sido invulnerable al acoso incesante del diablillo de la modernidad. Ese afán de anexarles instrumentos ajenos a los rasgos primitivos, y arroparse con la tecnología digital podremos verla con benevolencia y aceptarla  en aras de una mejor  sonoridad y exploración al contexto universal. Pero lastimosamente las apetencias desbordadas de algunas compañías discográficas y la complaciente  soberbia del artista anónimo a la hora de perfilarse para su consagración, ha socavado su original propuesta. La idea de la Unesco, entendemos, por sobre todas las cosas es, que no distorsione su sabor campechano. 

La  razón social y  centenaria del vallenato, tenemos que decirlo, la han querido  defenestrar, so pretexto de hacer fusión (infusión sería menos hipócrita) con exóticos géneros, dizque para que suene más bonito. Ya no  lo llaman vallenato sino: Balanato, tangonato, rancherato, nuevaolato, reggaenato, rockenato, pasillanato, guascanato y.. ¡prepárate... sufijo viejo,...que lo que viene es candanga !.

Los fieles.- Dentro de lo que llaman transformación o renovación a los esquemas tradicionales, podemos enumerar varios, pero resaltaremos uno, como decisivo y novedoso. Fue la irrupción del vocalista o cantor: aquel que no ejecutaba el acordeón. Dueños de una garganta de trueno, con una regular emisión y hasta con morisquetas dramáticas, coparon la escena con una modalidad que la bautizaron como el "vallenato gritao", Este canto recio se afincó tanto en el gusto y pronto reconocimiento del público, que más temprano que tarde, el resto de la agrupación se convirtieron en gregarios. "Señores..., aquí,  quienes nos robamos el show, somos nosotros"!-Parecía insinuar el cantante---.Para comienzo  de  los  80s, era evidente el plano secundario a que habían relegado al acordeonero.

Aunque podríamos citar solo  dos de los precursores de esta escuela como fueron los “Hijos de Atánquez”, Alberto Fernández (q.e.p.d)- aquel cantante de Bovea y sus Vallenatos- y el Dr. Pedro García(q.e.p.d)-, abogado  y cofundador de los Cañaguateros,  Jorge Oñate fue el primero en ser reconocido y galardonado como vocalista  en esta primera etapa. Su peculiar timbre de voz y estilo para llegar al gusto popular se convirtió en icono para una futura  camada.

A comienzos y mediados de los 70s, aparecieron otros no menos relevantes, entre los que sobresalieron y se sostienen :Poncho Zuleta, Beto Zabaleta, Daniel Celedón, Rafael Orozco, Adaníes Díaz, Silvio Brito y el todopoderoso, Diomedes Díaz. En los años  80 surgió Farid Ortiz, Iván Villazón, Miguel Morales, Marcos Díaz, etc. Eran los alabados Clásicos. 

Era inevitable, como argumentamos anteriormente, en plena era de la globalización cibernética, incorporar un matiz más moderno a la grabación. La mayoría de artistas se sumó a esa rebatiña de inventos. La temática del contenido, por supuesto, se deslizó también por el sendero comercial. Lo llenaron tanto de poesía cursi, que ahora los románticos rezagados exigen que se incorpore un quinto aire musical: El paseo lírico. Pero también es loable valorar que por lo menos media docenas de esos emblemáticos no sucumbieron a esos vientos, y hoy siguen cabalgando, aunque de manera retrechera, en lomos de la tradición. Tal vez no alcanzan a cotizarse en lo metálico como algunos de los de la quinta generación pero siguen vigentes. Se les reconocen y testimonian sus aportes y están encostalados indudablemente dentro de lo autóctono y costumbrista. No dejan de cosechar éxitos y premios regionales.

Cuando García Márquez habla que "Cien Años de Soledad" es un vallenato de 350 páginas, estamos seguros que se refiere al épico, no al hípico.

Otrosí:- Tuve el sagrado privilegio de conocer al Negro Alejo en Cartagena, un día impreciso del año de 1972. Por lo que sí no tengo divagación alguna, es que ese encuentro se dio para la misma fecha en que el espectro musical de  la geografía nacional, estaba colapsada por una pertinaz denuncia: “Festival Vallenato”. Pieza magistralmente interpretada por el venezolano Nelson Henríquez y compuesta por el Fonsequero "Geño " Mendoza. Saco del escaparate este suceso porque era la primera alerta naranja que se hacia ante el mundo, la contaminación a que estaba expuesto el folclor. 

La historia es,  que un fin de semana de aquellos días que hablo, el Negro Alejo cumplía una velada musical  en un renombrado club de la ciudad. Como mi “dril” lo tenía menguado debido al estatus de estudiante provinciano que era, me impidió asistir. Pero no por ello iba a echar por la borda  lo que al principio  parecía un quimérico empeño: reverenciarlo en persona. Así, que al día siguiente de su presentación, le caí temprano a donde se hospedaba en compañía de un amigo. Eran una residencias, tipo pensión y apenas con pretensión de modesta, quedaba en la calle de La Media Luna de la ciudad amurallada. 

Estábamos dándole las explicaciones de nuestra visita a la regordeta recepcionista, cuando a unos seis  metros al fondo explotó una voz cavernosa: ¡Qué pasen!.... ¡Que pasen!.....Sentí un calambre desde la lengua a las pantorrillas... ¡Allí estaba el Maestro!,..no podía ser otro. Era tan alto como la puerta y estaba parado en medio de ella con una sonrisa celestial. He ahí al ¡Coloso Encorvado!..., el mito..., el Gigante  de El Paso, el Hombre!... Solo que como templo, tenía alrededor de él un cuchitril que temporalmente era su refugio, pero que en nada devaluaba su inmensa aureola. Como autómatas mi amigo y yo, nos acomodamos en el piso del cuarto, mientras él, sentado en el centro de la cama nos abría el camino para un episodio inolvidable. Era como estar en un escenario de contrastes ilusorios. Lo teníamos a menos de un metro, en carne y hueso, pero nos sentíamos en el Olimpo, idolatrando a una deidad. La charla siempre se perfiló sobre su vasta obra y pasajes fugaces de su vida.

La generosidad que tuvo como excelente anfitrión para con nosotros llegó al éxtasis, cuando se sujetó el acordeón en el pecho  para regalarnos como primicia, una elegía recién sacada del horno, dedicada al insigne compositor Freddy Molina, muerto de manera trágica un par de meses atrás.

La tertulia tal vez se hubiese dilatado un poco más, si mí amigo no comete un desacierto, producto de su misma adolescencia. Cuando terminó de cantar el Negro Alejo, pecó tanto de necio como de maniático corrector gramatical, cuando le sugirió a este, sino era mejor reemplazar un verso original de la canción que acababa de interpretar, por una frase rebuscada de su cantera. El Negro Alejo sin descomponerse siquiera, con la cabeza medio gacha y con una mano acariciando el acordeón como exorcizándolo, apeló a su carácter agreste: ¡Hijo mío!...prefiero de nuevo embarrutarme las patas de boñiga é vaca a tener que utilizar palabras que no sé con que se comen".

Esta anécdota la evoqué 15 años después a manera de flash-back, cuando a la pregunta de un periodista sabanero sobre la modernización del vallenato, el Negro Alejo respondió una vez más, dignificando su inimitable talante: "Yo comparto que se modernice, el problema fregado es que me modernice yo.. si no que lo diga  el sombrero vueltiao y las abarcas tres puntá que cargo encima”. 

 

Alfonso Osorio Simahan 

Sobre el autor

Alfonso Osorio Simahán

Alfonso Osorio Simahán

Memorias de Berrequeque

Abogado en ejercicio, profesión que alterna con la de gestor cultural. Folclorista a tiempo completo y compositor de aires autóctonos del Caribe.

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