Música y folclor
La tambora, un baile cantao´ en peligro
El fin de semana pasado estuve en Bogotá acompañado del profesor y paisano Luis Eugenio Imbrechts, invitados por unos amigos de la Universidad Pedagógica Nacional, el propósito: realizar un conversatorio con estudiantes de pregrado, posgrado y egresados de esa y otras universidades, que al igual que nosotros comparten la curiosidad intelectual por la cultura del río y en particular por la tambora.
Encontrar en la capital del país personas interesadas por nuestra cultura caribe y sobre todo por la cultura de nuestros pueblos riberanos, es por decirlo de algún modo, una experiencia gratificante. Encontrar inquietudes por nuestros bailes cantaos en personas de diferentes ciudades y pueblos del interior del país es sorprendente. Encontrar la curiosidad intelectual de personal de diferentes disciplinas profesionales por la cultura nuestra, implica un reto a redoblar los esfuerzos por mantenerla, difundirla y resignificarla.
Aparte de hablar de los orígenes, conformación, organología, cantos, baile, vestuario y demás temas propios del baile cantao, encontré en estas personas un vivo interés por nuestra cosmovisión, por nuestras costumbres y tradiciones y una clara inquietud por el pasado, presente y sobre todo el futuro de ésta cultura cara a nuestros afectos. Manifestaron inquietudes tales como la deformación de nuestro folclor riano, en el sentido de que los grupos folclóricos universitarios solo están pendientes del espectáculo y por tanto hacen montajes coreográficos alejados y divorciados de la tradición y riqueza folclórica que nos legaron nuestros mayores.
Tratamos el tema de que en el afán por mostrar vistosidad y colorido coreográfico sacrifican los pasos básicos de nuestro folclor, es decir, le dan más importancia a la parte dancística, estilizándola, encuadrándola en el concepto de proyección, olvidando el marco musical, los cantos y las voces constitutivas y esenciales de nuestra tambora. Abordamos la preocupación común de que estos arreglos coreográficos y estilísticos distorsionan nuestro folclor, no solo en los grupos universitarios y su público, si no que sus efectos distorsionadores llegan a las márgenes del río Magdalena y nuestros tamboreros no solo la copian, la replican y la toman como propia y empiezan a manifestarla en el baile y canto en los festivales y presentaciones locales que se dan en nuestros pueblos, convirtiéndose en una amenaza contra nuestra tradición popular.
Nuestros cultores, nuestros jóvenes, son impresionables y muy susceptibles a seguir tendencias y modas, por ello encontramos marcadas inclinación a introducir, por parte de ellos, algunos pases coreográficos tomados de otras culturas. Últimamente algunos cantadores de tambora tienen la tendencia a imitar a cantantes de la música vallenata, asumiendo actitudes de arrogancia en el espectáculo. Otros estilizan su canto con vibratos y alagues en la entonación del canto que no es propio de la tambora. Algunas bailadoras y bailadores asumen poses propias de valet.
Con la implementación del canto inédito en los festivales de tambora (incluso en el vallenato) se ha dado rienda suelta a la creatividad de los compositores, eso indiscutiblemente enriquece el acervo cultural de estos aires, pero al mismo tiempo, por falta de previsión de los organizadores de dichos festivales se están perdiendo en el olvido los cantos de la tradición y de no tomarse los correctivos pertinentes de la obligatoriedad de exponer como riqueza folclórica los cantos tradicionales, éstos serán borrados de la memoria colectiva y desaparecerán junto con algunos que ya nadie recuerda de los que no quedaron registros.
Si las alcaldías locales y la gobernación no toman conciencia de este problema perderemos irremediablemente nuestra tradición dancística y será reemplazada por un remedo de la misma. Por ello, los cultores de todos los pueblos de la depresión momposina (Cesar, Bolívar y Magdalena) debemos emprender una campaña para preservar nuestra riqueza cultural y exigirles a los mandatarios que no se queden solo en la realización de eventos culturales (festivales, encuentros, talleres esporádicos), sino que implementen procesos de largo aliento (escuelas y talleres permanentes) que permitan que nuestros jóvenes y niños aprendan y practiquen nuestra cultura para perpetuarla, y con esto lograríamos individuos tocados por la cultura vernácula ya que de acuerdo a André Malraux: «La cultura hace al hombre algo más que un accidente del universo».
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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