Música y folclor
La necesidad de una escena “underground” en la música vallenata
Ahora que se avecina la conmemoración del cincuentenario del Festival Vallenato, que seguro será motivo para nuevos conversatorios y debates alrededor de este subgénero de las Músicas de acordeón del caribe colombiano, vale la pena hacer algo de retrospectiva y revisar los cambios que ha tenido la aceptación de esta expresión cultural ante la sociedad y las consecuencias que esto le ha traído, algunas detestadas y al parecer imprevistas desde el principio.
En sus orígenes, la música de acordeón fue excluida por los más altos círculos sociales de la sociedad Valduparense, segregación ejemplificada en la prohibición que existía en el mismo Club Valledupar para el ingreso de conjuntos musicales de este tipo hasta que, precisamente, unos compositores pertenecientes a dicha élite, Tobías Pumarejo y Rafael Escalona, le dieron no sólo cabida en estos espacios, sino que contribuyeron a su consolidación como la expresión musical hegemónica de los últimos años no sólo en el Caribe sino en el país, de la mano de otros ideólogos de fama nacional.
Antes de esto, de acuerdo a los textos fundacionales de la vallenatología, la música de acordeón constituía una especie de subcultura en la sociedad Valduparense, al estar dirigida a un público marginado socialmente. Situación que cambió a la par del surgimiento y consolidación de los departamentos de La Guajira y Cesar, cuyas élites, primordialmente la del César lo han empleado como una herramienta de cohesión y generación de identidad acorde al discurso de creación de identidad regional y nacional.
La adopción de la música vallenata como propia y parte de los modos de vida y costumbres de la sociedad Valduparense ha llevado a esta expresión a sufrir unos cambios ocasionados por el paso natural del tiempo y el auge comercial, cada vez mayor, que ha tenido desde la década de los años 60 del siglo XX que, paulatinamente, han venido reduciendo la temática de sus letras casi exclusivamente a los amores y, no mucho más allá, de algunos temas festivos o jocosos, imponiendo fórmulas y estilos, definiendo gustos que prácticamente no dan cabida a los relatos, comentarios sociales y políticos, las sátiras, las reflexiones ni los contrapunteos cargados de picaresca y coraje que tuvieron más y mejores espacios en el pasado, siendo mayor el número de estos entre más atrás en el tiempo se revise la discografía de la música vallenata.
El vallenato se debate entre la pretensión de ser una música tradicional y la necesidad de ser una música popular de amplia difusión comercial, caracteres imposibles de conciliar y que se muestran de manera paradójica y clara en el escenario cumbre de la industria musical vallenata: el Festival de La Leyenda Vallenata, escenario en el cual se pretende la preservación de los rasgos más tradicionales de esta música, pero a la vez se tiene como la plataforma de consagración de los grupos comerciales más famosos en la esfera local e internacional tanto en el vallenato como en otros géneros completamente ajenos.
Esta dualidad es inexplicable y muestra la inconsciencia del vallenato como parte de una industria cultural que obedece a unos imperativos económicos que han determinado la producción, la circulación y el consumo de la música vallenata a la par de la construcción y consolidación de la identidad de región pretendida desde los círculos políticos a quienes ha servido como vehículo de una diplomacia no oficial y clientelista.
Los mismos actores que han conformado la industria cultural del vallenato han marcado las tendencias recientes del vallenato como una especie de degeneración del vallenato tradicional, aduciendo la invasión de la moda y el mercantilismo, sin reconocer que estas muestras son consecuencias directas de la industria musical y cultural en la que esta música se ha convertido y que estas mismas industrias permanentemente propician los espacios para la perpetuación de estas “degeneraciones”.
El problema no es de intérpretes, ni me atrevo a asegurar que sea de compositores, puesto que tenemos muchos de los grandes compositores de la época dorada del vallenato vivos, además de algunos nuevos valores con un universo creativo muchas veces interesante por transmitir que, también se ve limitado en muchas ocasiones por las dinámicas de la industria musical comercial de la que hablamos.
El problema son los métodos tradicionales de producción y distribución de la música vallenata, dominados por grandes cadenas de medios que deciden, al son de la Payola y amiguismos o compadrazgos, qué grabar y qué no, quién suena y quién no, moldeando las preferencias del público en general, que está sintonizado a sus canales multimedia, y que está constituido, mayoritariamente, por un público joven en busca de identidad y comunión en medio del disfrute de una expresión cultural que han heredado como propia.
El camino que les queda a los nuevos intérpretes y a los no tan nuevos que están por fuera del circuito de producción y promoción tradicional y convencional es el de agruparse con quienes se sienten excluidos y marginados por este sistema hegemónico en busca de perfilar opciones alternativas que se revelen en contra del estado actual del mercado musical que está constituido como un oligopolio de grandes cadenas, incluso transnacionales, en el cual muy poco espacio tienen las cadenas públicas radiales que, abanderadas por el Sistema de Medios Públicos y secundado por las Emisoras Universitarias, algunas de carácter privado, presentan una vía de escape a la monocorde avalancha de propuestas de los medios comerciales.
La alternativa que le queda a quienes buscan hacer una propuesta musical que esté en concordancia con la intención de rescate de las letras y melodías tradicionales o que busque hacer una propuesta que no encaje abiertamente en el escenario comercial actual, así explore alternativas que planteen alguna renovación interpretativa o compositiva respecto a la línea tradicional del vallenato, implica hacerse marginales.
Esta alternativa se encamina a construir una especie de contracultura vallenata, para la consolidación de la cual se necesitaría una escena underground en la que puedan coexistir las propuestas disidentes a la hegemónica y homogeneizadora.
En otras músicas esta escena es normal y es, hoy día, su escenario natural en muchas ciudades del interior del país.
Con esta propuesta no pido que se haga un vallenato punk o metal, sino que se puedan aprovechar los medios que brinda la sociedad globalizada para la autogestión de proyectos en los cuales se pueda cantar el deterioro paulatino y sistemático de la sociedad en la que estamos inmersos, su modo de vida disfuncional y estrepitosamente afanado que ha roto el equilibrio medioambiental de manera casi irremediable, aumentando la violencia en las ciudades y prolongando la que se ha tenido históricamente en los campos, así como la desigualdad de acceso a las oportunidades que cada vez restringe más el acceso al mercado laboral formal, acentúa las deficiencias en la seguridad social integral, limita las oportunidades de generar ingresos y restringe el desarrollo y bienestar de las mayorías.
El PES del vallenato es un producto de esa misma industria cultural antes referida y, por consiguiente, no hace planteamientos que se sitúen al margen de ésta. Por el contrario, cae en dos de los errores que uno de los mayores defensores del discurso hegemónico vallenato señala en su más importante obra al respecto¹:
- Decretar o institucionalizar la práctica de un hecho folclórico que no le pertenece a la región en donde se trata de establecer por este medio, lo cual tergiversa la identidad folclórica regional y confunde la verdad cultural.
- Pretender que el hecho folclórico es y será siempre lo que fue en el momento en que se le interpretó mediante la norma, sin admitir evoluciones posteriores que sufre paralelamente al desarrollo de su colectividad, al paso de su proceso cultural.
Esta propuesta requiere de una decisión valiente que se sacuda de la constante queja recalcitrante, dando paso a la acción efectiva en busca de espacios y discursos que resignifiquen tanto a la expresión musical como a sus expresiones culturales conexas, aun teniendo la conciencia de que con esa apuesta se corre el riesgo de ser ignorados o invisibilizados, como muchos otros lo han sido antes, por pretender ir en contracorriente.
Luis Carlos Ramírez Lascarro
@Luiskramirezl
Referencia:
¹ Gutiérrez Hinojosa, Tomás Darío. Cultura Vallenata: Origen, teoría y pruebas. Pág. 305 – 306.
Sobre el autor

Luis Carlos Ramirez Lascarro
A tres tabacos
Luis Carlos Ramírez Lascarro, Guamal, Magdalena, Colombia, 1984. Estudiante de Historia y Patrimonio en la Universidad del Magdalena. Autor de los libros: El acordeón de Juancho y otros cuentos y Semana Santa de Guamal, una reseña histórica; ambos con Fallidos editores en el 2020. Ha publicado en las antologías: Poesía Social sin banderas (2005); Polen para fecundar manantiales (2008); Con otra voz y Poemas inolvidables (2011); Tocando el viento (2012) Antología Nacional de Relata (2013), Diez años no son tanto y Antología Elipsis internacional (2021). Ponente invitado al Foro Vallenato Clásico en el marco del 49 Festival de la Leyenda Vallenata (2016) y al VI Encuentro Nacional de Investigadores de Música Vallenata (2017). Su ensayo: El Vallenato protesta fue incluido en el 4to Número de la Revista Vallenatología de la UPC (2017). En el 2019 escribe la obra teatral Flores de María, inspirada en el poema musical Alicia Adorada, montada por Maderos Teatro y participa como coautor del monólogo Cruselfa. Algunos de sus poemas han sido incluidos en la edición 30 de la Revista Mariamulata y la edición 6 de la Gaceta Hojalata (2020). Colaborador frecuente de la revista cultural La Gota fría del Fondo mixto de cultura de La Guajira.
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