Música y folclor

Poncho Cotes, mi pariente Gabriel García Márquez

Álvaro Agustín Calderón Calderón

09/02/2017 - 05:10

 

 

Poncho le dijo a Rafa que yo era su pariente con carta de naturalización inscrita en la reciblera del Bar Roma una tarde allá por el marzo del año cincuenta y aseguró no distanciarnos nunca si de aquí en adelante cada año celebraramos mi natalicio folclórico en la región del Valle con una colosal parranda.

Ahora no sé si pueda cumplirles estando como estoy abrazado por compromisos de corresponsalía que me llevan a otras tierras, afanado en labores del periodismo saltador de fronteras, de agachado en una jornada y en otra poniendo el pecho a los informativos generados en todo este continente que ganará, presagio, en protagonismo y rebeldía.

Hoy extraño a Poncho y a su clara visión formada en las profundidades oceánicas de la política y la pedagogía alemana, sí, la misma traslúcida de desprendida elocuencia manifiesta en los descansos alentados entre copas y canciones, frutos colgados del lirismo y del rasgueo a su guitarra alcahueta a las secretas intenciones amoreras tarareadas al oído por el nieto del obispo, el hijo del coronel -tate quieto Rafa, ya aprieto las cuerdas y el cuello a la canaria de madera y alambres pa’ que suelte su timbre y saque del sueño a don eco, dormido a estas horas sobre la estela brumosa por calles de Villanueva-, bueno, me aquieto, pero aquí sale porque sale en parto de melodía un canto testigo de tus amores nuevos en el pueblo del Tite y el generoso Caviche.

Creo un paréntesis para volver a alegrarme contando esto: en México recibí un paquete por correo con un sonoro contenido, Enrique y Daniel firmaban el remitente pero se quedaban corto al describir el evento grabado de iniciales LP, que no es López ni Pumarejo es larga duración en surcos con las canciones de mi primo Ponchito, el Gavilancito, hijo como lo es de la hija de Ovallito con Poncho Cotes, fruto grande en voz que adorna las armonías escritas para sinfonías bogotanas con la firma de Rafa Escalona, no pude evitar el !Nojoda! cuando la sutileza japonesa en sonidos agradantes concluyó la reproducción del Gavilán Rastrero, mi afición a los clásicos mozartrianos que aguarde, esta noche hasta donde aguante mi garganta voy a cantá en homenaje a aquel monito de semblante europeo llamado Poncho...

En la ceiba e Villanueva canta a un gavilán bajito; es diciendo que se lleva a una paloma que ha visto...

Cerrado ya el paréntesis retomo las letras sueltas dejadas atrás por mi asombro musical gavilán para encontrar de nuevo a mi pariente y traer aquí el cómo se dio este feliz parentesco. Culpo agradecido a Manuel ZO allá en la sede de su ruralidad médica, su amado reducto trivio del desierto, del valle y de la montaña -porque desde La Paz llegarás a Nazaret o a las extensas tierras chétzaries o a la cumbre helada de Sabana Rubia donde voltea su andar la migración campesina buscando al Zulia.- pacífica cuna de la Maye, histórico nombre de una mujer que paseará las páginas inmortales del vallenato dejando una estela lírica y poética con sabor a provincia.

Ella, la Maye desde entonces se entronizaría como autora de situaciones que Rafa con ingenio sentimental vertería al cancionero –consulto y acudiente- al que pido prestado todo cuando quiero hablarle por prensa a los lectores en el lenguaje de nuevos giros puros y castizos , suspendidos como colgajos de vainas ocurrentes que ahora son mis alegrías, serán habitantes comunes de mi estado de ánimo cada vez que busque por las tardes rociarlas con unas frías cebadas de espumosa presentación en el contertulio Romano con río y mar del Sabio Catalán.

Manuel ZO le regaló a Poncho Cotes, -en su consultorio- dos sobres con un polvillo que él diluyó y gargareó pa’ aliviar su amigdalitis y fue por esta afección que Rafa conoció al médico-amigo de Lorica y oyó mí nombre por vez primera, aunque fue una carambola arreglada por el destino la que condujo el descubrimiento de Cotes, el guitarrista encantado.

Los afanes indiscretos y preguntones de periodista sacaron, esa tarde, detalles sobre la personalidad de mi pariente y sus habilidades en la guitarra. Ahora coligo… Si “la vieja Sara” no hubiese oído las voces de ellos –de Rafa y Poncho- aquella remota noche del segundo jueves en el noviembre de 1947, tampoco se hubiese dado en mi la fantasía existencial vallenata, solemne coro en El Plan que sonó como la única perla del rosario de canciones que hasta 1950 me había cautivado.

 

Álvaro Agustín Calderón Calderón 

 

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