Música y folclor
El eterno carnaval de Leocadia Ortiz
Para la octogenaria Leocadia Ortiz Córdoba la pesadez de la tristeza no existe, se marchó en el tren que se perdió en los rieles del olvido, y ella le agradece a Dios porque tuvo la fortuna de bajarse en la estación del carnaval; desde entonces, es una pasajera que vive abrazada al festín que deslumbra su memoria.
Esa estación de carnaval es la puerta de su casa, donde la suave sonrisa del viento acaricia su piel, mientras que un torbellino de alegría emerge de su alma y su corazón. Desde hace varios años, Leocadia permanece sentada en un taburete bajo un palo de ‘maizcocho’ viendo pasar las carrozas de las horas, y sonriendo al saludar a los que pasan para el puerto, la mayoría pescadores que le cantan, mientras ella se mueve con el rumor sonoro de los cantos de tambora:
Aquí canta el alma mía/
este tambor es mi sangre/
negro que no se entusiasme/
no es de la raza mía.
Carnavalera eterna
A la hija de Juan Ortiz Martínez y Ana Jacinta Córdoba, quien nació el 14 de febrero de 1930, en su tierra de Chimichagua, la quieren y saben que ella se quedó en el tiempo de la manera más bella, porque por su vida se pasean los colores vivos, los sonidos de tambores, tamboras, flautas y las múltiples alegrías que le hacen calle de honor.
“Nunca me ven afligida, y tampoco con ropa de luto, porque lo mío es el carnaval con sus danzas, los disfraces y la música alegre. Ese es mi encanto al dedicarme a cultivar esa tradición”. Es la conclusión que se saca al escuchar la lectura de su bando.
Le pide a uno de sus nietos que en su grabadora le regale “un pedazo de alegría carnavalera”, y efectivamente, el muchacho lo hace porque conoce sus gustos:
Viva, viva, viva el carnaval
ya llegó la fiesta y vamos a gozar.
Como si le hubieran aplicado el mejor ungüento de la felicidad, Leocadia recuerda esos bellos instantes de su vida donde una fiesta folclórica era su pan de cada día y hacía que se renovarán sus energías.
“En Chimichagua y la región estuve presente en todas las fiestas de carnaval donde me escogieron como reina en varias ocasiones. No me perdía una, hasta que el cuerpo no me dejó más, pero mis hijos y mis nietos saben que amo con pasión este jolgorio”. Hace un pormenorizado relato de los bailes y las danzas donde fue protagonista, y también recordó que hace dos años en el Festival Nacional de Danzas y Tamboras de su pueblo Chimichagua le rindieron un homenaje.
“Eso fue bello. No me quería venir de la plaza viendo las danzas y el sonar de tanta música folclórica. Esas fiestas han sido todo mi encanto”.
Así pasa sus días esta mujer, madre de cinco hijos, quien ha gozado la vida a plenitud, y que un vecino, para hacerle aflorar el amor por el carnaval baja su tambor del zarzo y lo hace sonar. Ella, afina el oído y ordena: “Dígale a ‘El Chichi’ (Héctor Rapalino) que venga a tocar acá”. El músico, conociendo la debilidad de Leocadia llega a sonarle el tambor, y le canta:
La tambora se pasea/
por las aguas del Cesar/
y el boga con su remar/
el canto siempre desea.
Desafiando lo que sea/
el tamborero se afina/
y con sus versos camina/
por El Paso y Chimichagua/
Tamalameque y sus aguas/
y la tierra momposina.
Ella nada más escucha, desplaza su mente por el sendero del ayer, sonríe, canta, baila y exclama: “Tiempos viejos que ya se fueron”.
Viaje a Barranquilla
Hace seis años, esta carnavalera de tiempo completo recibió el premio mayor de la lotería de la felicidad cuando su hijo Dagoberto Mejía Ortiz decidió llevarla a Barranquilla, precisamente para la fiesta del carnaval. El propósito era que viviera por primera vez con sus propios ojos el encanto multicolor de la fiesta en honor a Momo, Baco y Arlequín.
Ella no sabía nada, pero al llegar vio movimientos diferentes a los que aprecia cada día en la puerta de su casa de bahareque. De repente, su hijo la subió en un taxi y pidió que los llevaran a la vía 40, donde apreciarían el encuentro carnavalero más grande de Colombia.
“Mi mamá, cuando comenzó a ver el desfile y pasaban al frente las danzas y los disfraces de marimondas, garabatos, congos y monocucos, se puso a llorar de alegría. En ese instante solamente acertó a preguntar que si estaba en el cielo del carnaval”, recordó Dagoberto.
Cuenta el hijo que la abrazó, y en medio del bullicio carnavalero le dijo que estaba en su casa, donde era la reina, porque durante muchos años le había sido fiel a esta maravillosa fiesta.
Al recordarle a Leocadia ese acontecimiento que disfrutó en pleno epicentro folclórico-cultural de la Costa Caribe, manifiesta: “Eso sí es bonito. Es la alegría y el jolgorio puro. Eso no tiene comparación. Yo me quería meter a bailar y quedarme gozando hasta el amanecer”.
A su hijo se le escaparon varias lágrimas al recordar esa fecha, cuando su progenitora estuvo en aquel Macondo donde las alegrías se disfrazan y bailan al ritmo del corazón.
La mamá, añorando la escena, le dijo a su hijo mayor. “Llévame al carnaval de Barranquilla. Quiero ir otra vez”. Dagoberto le dice que sí, pero sabe que las fuerzas de su adorada madre no le alcanzarían, y hasta su corazón se podría resentir en medio de esa multitudinaria alegría. “Viene sufriendo problemas respiratorios y debemos cuidarla mucho”, señala.
Los vecinos de la querida dama del folclor cuando no la ven sentada en el trono de la puerta de su casa preguntan por ella, y le responden que está un poco molesta de salud.
“Ella nos alegra el rato porque es sinónimo de alegría. Da gusto verla vestida de esa manera, añorando esas tradiciones que en algunos lugares se han perdido. Leocadia es una adoración y la queremos todos”, manifiesta el músico Luis Cadena Morales.
El médico especialista José Romero Churio, consultado sobre el caso de Leocadia Ortiz, a quien todos los días hay que vestirla con atuendos alusivos a la fiesta grande del folclor para que no se ponga triste, conceptúa que “el comportamiento humano comienza a cultivarse desde la niñez, cuyas costumbres suelen definirse y se identifican sobre lo que hacen sus progenitores, o ven en su entorno social”.
Auscultando mayores detalles del caso, señala: “Si el comportamiento de la señora lo analizamos bajo la lupa de la psicología, se puede decir que su actuación es una Demofilia, o sea, una afición o gusto por lo popular. En este caso, a pesar de su ancianidad, conserva con devoción la tradición de los carnavales de antaño. Lo anterior no perjudica su estado de salud, más bien la fortalece y sirve como ejemplo para las nuevas generaciones”.
Vida llena de carnaval
Contrario al himno de esa fiesta popular que tiene como epicentro en Colombia a la ciudad de Barranquilla, ‘Te olvidé’, Leocadia, quien dedicó gran parte de su vida a labores del hogar e incluso a ir a pescar con su marido Luis Eduardo Mejía, nunca ha podido dejar de retratar en su memoria la fiesta de disfraces, desfiles y música alegre, porque para ella todos los días son de carnaval, ese mismo que ha vivido en su mente y su corazón sin pagar arriendo.
Yo te amé con gran delirio/
de pasión desenfrenada/
te reías del martirio/
de mi pobre corazón.
Y si yo te preguntaba/
el por qué no me querías/
tu sin contestarme nada/
solamente te reías/
destrozando mi ilusión.
Cuando la historia de la protagonista llegaba al final, Juan Miguel, uno de sus 19 nietos, agradeció la visita y dijo que el carnaval era la mejor caricia para el alma de su abuela. Ella, al escuchar esas palabras, solamente sonrió y lo abrazó.
Así se quedó la vieja bailadora, con la cara pintada de alegría y con su acostumbrado atuendo, esperando que Dios le haga el llamado a lista para que en ese preciso momento se repita aquella inmortal historia de Joselito Carnaval, el de la tradición bullanguera, y todos vestidos de luto la lloren y acompañen hasta su última morada.
Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Sobre el autor
Juan Rincón Vanegas
Cultivo de folclor vallenato
Periodista, escritor y cronista, natural de Chimichagua, Cesar y ganador de distintos premios de periodismo con historias del folclor vallenato y sus distintos personajes. Actualmente se desempeña como Jefe de Prensa de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata.
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