Música y folclor

Después de la fiesta

María Ruth Mosquera

02/05/2017 - 06:40

 

Ganadores del Festival de la Leyenda Vallenata en categoría profesional (Alvaro López) y Cancíón Inédita (Ivo Díaz)

 

Se cerró el telón de la gran fiesta. Los fiesteros cruzaron estoicos la tercera vigilia de la noche sin irse a la cama, sin irse a sus casas, sin irse del templo de los reyes donde acababan de coronar a un nuevo soberano, en medio de un aguacero descomunal que - contrario a los pronósticos de no asistencia- pareció haber venido a atemperar el calor despiadado de esos días a los miles de convidados que acudieron en masa a testificar del magno acontecimiento: la elección de los nuevos monarcas, en un grado superior.

A muchos los agarró la madrugada ahí en el ‘tabernáculo’, donde la fiesta de celebración se había liberado de los prejuicios del clima y del tiempo, tal como lo ameritaba la ocasión. Otros habían dormido poco, pendientes de las buenas nuevas, pronosticando nombres, orando para que la dignidad recayera sobre sus favoritos, alabando o censurando las decisiones de los dignatarios con poder de elección, celebrando el triunfo de los que ganaron, lamentando la frustración del sueño de los que no; en fin, a los amantes de la magna fiesta, el Festival de la Leyenda Vallenata, les sobraban las razones para desvelarse, bien porque estuvieran en ella o porque permanecieran en vilo, pegados a sus radios, televisores o celulares.

Así les llegó la decisión del jurado, que había proclamado rey de reyes a un hombre sobre cuyos hombros pesa el legado musical de la dinastía López, cuya historia comenzó con Francisco Antonio Molina, quien se casó con Maria de Jesús López; tuvieron a Juan  Bautista ‘Juancito’ López Molina, quienes vinieron a América a la Alta Guajira y se fueron ubicando en los pueblos, entre estos San Juan del Cesar. De San Juan a La Paz llegó Pablo Rafael López Gutiérrez, con Juan Bautista y Antonio Jacinto, sus hermanos. De Pablo Rafael nacieron los hermanos Pablo, Juan Alfonso (Poncho), Elberto (El Debe) y Miguel, este último rey vallenato y padre de Alvarito López, recién coronado rey de reyes del Festival de la Leyenda Vallenata.

Para llegar a la cima, López debió dejar en el camino a su primo Navín; a otros como Wilber Mendoza y Almes Granados, quienes llegaron a la tarima con la fuerza infundida por el rey de reyes Colacho Mendoza, para Wilber, y la dinastía Granados, propietaria de la mayor cantidad de coronas de este certamen (ocho en total) para el caso de Almes; y a dos muchachos dueños de los bríos de la juventud y la sed del triunfo; Cristian Camilo Peña y Fernando Rangel. Pero Alvarito no se detuvo a pensar en nada distinto a la corona que le esperaba. Luego, con ella adornando su cabeza, se la dedicó al hombre que le dio el más fuerte ‘empujón’ a su carrera: “Quiero brindarle la corona a mi compañero de fórmula, Diomedes Díaz y a Martín Elías. Diomedes no te defraudaré”.

Amaneció celebrando también Ivo Luis Díaz, heredero de otro hombre inmenso, el gran Leandro Díaz, un ser de luz, un poeta cuya lírica tenía y sigue teniendo la semejanza de un cardón guajiro que no lo marchita el sol. Ivo se coronó rey de reyes de la canción inédita, cantando un mensaje con el cual le rendía honores a Pablo López, ‘El rey de los cajeros’, miembro de la dinastía de Alvarito; en una aguerrida competencia con Sergio Moya Molina, segundo puesto (Hola Forastero – paseo); Adrián Pablo Villamizar Zapata, tercer puesto (‘Puya pal diablito), Julio César Daza (lamento campesino – son) y Germán Villa (soy hijo del folclor – merengue), con los que formó el quinteto que pasó a la final de dicho concurso, al que se inscribieron 28 compositores.

Ya previamente, el festival había elegido reyes: de la piqueria, José Félix Ariza; acordeón aficionado, Daniel Holguín; acordeón juvenil, José Juan Camilo Guerra Mendoza, acordeón infantil, José Aldana Vergara, así como el Pilón Plenitud Norteña, del Gimnasio del Norte, en el concurso de piloneras; Juana Cecilia Jiménez en el concurso de la Casa Festivalera,

Y así, con esas novedades, amaneció Valledupar el primero de mayo, repleta de gente de aquí y de allá, con el guayabo dejado por el festival que llegaba a su fin y que para los que lo viven con intensidad, se siente cada vez más corto y produce una resaca más penetrante; “es como cuando recién logras conquistar al amor de tu vida y les toca separarse por un año”, describió alguien. Temprano, se escuchaban canciones lejanas y las calles estaban despejadas en antagonismo a los nudos de vehículos que ataron muchos tramos de la ciudad; establecimientos cerrados, con pocas personas en sus rutinas.

Era como si la ciudad dormitara bajo un cielo grisáceo que no podía esconder la querella entre unas nubes pesadas y un sol perezoso que parecía tener la misma resaca de la gente, tras embriagarse de folclor y alegría, de talento, tradición y mística, tras enamorarse más de ese modo de vida llamado vallenato que cada mes de abril encuentra espacios de fortalecimiento y pervivencia en el Festival de la Leyenda Vallenata.

En el transcurso del día se vio a nubes de turistas despedirse, prometiendo volver el próximo abril, mientras otros aprovechaban el lunes feriado para dar un último paseo por los ríos cuya turbiedad y bravura ponían dudar entre si meterse o no, para terminar muchos de ellos tomándose fotografías sobre las piedras con el lecho crecido de fondo, decidiendo continuar sus recorridos para los pueblos emblemáticos que tiene esta tierra de música y leyendas.

 

María Ruth Mosquera

@Sherowiya

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