Música y folclor
¿Vallenato comercial y no comercial?

Es muy común escuchar utilizar, en tono despectivo y a manera de evocación de viejos tiempos, la expresión “Vallenato Comercial”, en referencia a las creaciones más recientes de este subgénero, lo que presupone la existencia, en contraposición, de un “Vallenato No Comercial” pero que, curiosamente, no es una música, precisamente, “alternativa” o que nos revele algo nuevo, es solo una música ajustada a un molde anterior, también creado por la industria musical, pues el Vallenato es una marca comercial. No más.
La marca insignia de la industria cultural colombiana y, como tal, fue pensada en medio de un discurso de identidad con pretensiones de alcance incluso universal, desde que se acuñó ese nombre para identificar las músicas de acordeón del caribe colombiano y particularmente a los cuatro ritmos más cultivados y tomados como propios en una región específica, con las particularidades interpretativas de dicha región.
En la actualidad la industria musical es uno de los renglones más importantes de la economía mundial, no sólo como parte de la industria cultural, sino como promotor de productos que son utilizados por todos los demás sectores, y como componente de otros sectores industriales. La industria musical, como las demás del sistema capitalista, tiene como propósito generar utilidades y, para ello, controlar el Mercado. Esto termina convirtiendo a la música en un producto Industrial, en una mercancía que busca satisfacer las demandas del mercado, lograr el consumo por parte de la sociedad, convirtiéndose en un objeto de producción en cadena pensado para generar ganancias a través de la satisfacción de los consumidores. Estas leyes comerciales e industriales han moldeado lo que se produce y consume en Vallenato desde antaño, no últimamente como se cree.
Cuando se habla de Vallenato Comercial, de manera general, de aquellas canciones que son fácilmente consumidas por las masas en la actualidad y que no se ajustan al estilo “yuquiao” de tiempos pasados. No se suelen nombrar con esta etiqueta a las canciones fácilmente vendibles de otros tiempos o que fueron creadas directamente con el objetivo de conseguir éxitos en ventas por las agrupaciones que se han entronizado como más representativas de la “tradicionalidad” y la “autenticidad” del vallenato, desconociendo que éste ha sido el objetivo de muchos de los covers, las fusiones e hibridaciones que éstas han hecho (a veces poco logradas) en distintos momentos de su amplia discografía en los últimos 70 años. Esto pone de manifiesto que no se usan criterios estandarizados y sin sesgos para hacer vallenatología.
Todo esto lleva a pensar que el hecho de que las canciones fueran hechas por encargo o siguiendo un molde exitoso no es el punto central de la discusión, sino la aparente disminución en la calidad de las letras y el cambio de referencias contextuales de estas, sin tener en cuenta que estos últimos cambios van a afectar, incluso, la perceptiva de las canciones y por ende a lo que se considere como bueno y bello en estas. Sensación de belleza que siempre está mediada por la subjetividad y las circunstancias de quien disfruta la obra. Es claro que existen fórmulas musicales que funcionan comercialmente, aunque no siempre. Quizás en determinadas épocas funcione una estructura musical concreta, y en otras no tanto. Esto se puede evidenciar en el vallenato recordando que la fórmula del acordeonero – cantante tuvo su época, las canciones que de corte costumbrista ya no están en auge comercial y las canciones de amor – desamor con un lenguaje elaborado tuvieron su época de primacía. Actualmente la fórmula es otra.
Cuando se escucha hablar de Vallenato Comercial queda la sensación de que quienes denominan de esta forma al vallenato de épocas recientes desconocen que cualquier pieza musical, de cualquier estilo, puede ser denominada como “comercial” por lo que podemos y debemos preguntarnos: ¿Cómo podemos estar seguros de que una canción es o no comercial? Si las canciones comerciales son aquellas que son producidas con el objetivo de ser consumidas por un público en particular, entonces, todas las canciones vallenatas que han sido llevadas al acetato o cualquier otro medio de soporte fonográfico son comerciales.
Se puede pensar que las grabaciones que no han sido hechas para exhibirse y promocionarse en una discotienda no son comerciales, olvidando que en el ejercicio de edición para seleccionar qué tema se debe grabar o que texto se debe radiar el criterio principal empleado es el de atrapar a un público, lo que también constituye un tipo de transacción. Eso es comercio. Aún desde antes de las grabaciones las canciones fueron compuestas para ser escuchadas, consumidas por otros, para el disfrute de un público y eso también las hace comerciales, así los tipos de intercambio sean distintos en algunos aspectos a los actuales.
Si bien, en principio, los compositores no trabajaron por encargo, sí conocían la manera de escribir canciones que gustasen, una fórmula exitosa, como lo hicieron los que luego han compuesto por encargo, principalmente desde la segunda mitad del siglo, llegando a ser durante años una enorme fuente de éxitos que eran interpretados por cantantes con una imagen adecuada para que el público pudiese interesarse en ellos y en su música. Esto pone a las canciones de la época dorada del vallenato, también, como comerciales, pero la gran mayoría no las ve de esa forma al estar ya incorporadas, de una forma u otra, en el canon vallenatológico.
¿Qué criterios, desprovistos de subjetividad, podrían esgrimir quienes hablan de vallenato comercial y no comercial para definir las que no se deben ver como tal?
A lo largo del tiempo, la música se ha convertido en un medio de producir dinero y en función del dinero, la industria, ha limitado la originalidad de los creadores, modificando a su antojo lo que es aceptable o no en el mercado, para lo cual se deben imitar unos parámetros preestablecidos, repitiéndonos lo que ya sabíamos, que esperábamos ansiosamente oír repetir, lo que reafirma que el deseo por volver al estilo “clásico” que, por lo demás no es uniforme en el ámbito vallenato, obedece al deseo de volver a alguna de las fórmulas de antaño.
Cada grupo en cada época tuvo su fórmula e incluso varios se suscribieron a una misma fórmula. Cada cierto tiempo, los grupos que han permanecido durante mucho tiempo vigentes (comercialmente, claro) han cambiado la fórmula en busca éxito. ¿No es, acaso, ese éxito medido en términos comerciales?
Se suele menospreciar a los músicos cuyas composiciones o interpretaciones no generan determinadas sensaciones y/o emociones, sin tener en cuenta que esas no son, precisamente, las mismas sensaciones o los mismos objetivos que persigue la industria musical y que volver a ese estilo podría significarles convertirse en parias de la industria y, por consiguiente, desaparecer como actores del mercado.
Es curioso, por otro lado, que el público que pide volver a alguna de las fórmulas viejas no tenga la suficiente fuerza en el mercado (como creen tenerla) para crear una tendencia retro interesante o que brinde un apoyo real y efectivo a los artistas de esa vieja guardia que lo han intentado y que han terminado cansándose de producir discos nuevos que no alcanzan, prácticamente, ninguna aceptación, como es el caso de Ivo Díaz o Hugo Carlos Granados.
La única música que se puede catalogar de No–Comercial es la música folclórica, que no tiene autor conocido y es de dominio público. El Vallenato no es una música folclórica aunque en sus inicios pudo haberlo sido, por lo tanto es una música comercial. La música no comercial es la que, desde un principio, no se elabora para ser comercializada. Toda la música que conocemos en el ámbito vallenato es comercial. No es posible hablar, realmente, de música no comercializada. De no haber sido dada a conocer de manera comercial no la habríamos llegado a conocer, porque no creo que la música nazca con algún otro objetivo más que el de ser escuchada, tranzada.
En muchos casos el hecho de que un tema logre llegar a un público mayor viene dado más por la promoción y el alcance mediático de una determinada propuesta que por su calidad intrínseca y esto aplica tanto para producciones recientes como las de tiempos pasados, encontrándonos con propuestas de antes y ahora que son sobrevaloradas y otras que son vilmente reducidas y silenciadas sin estar estrechamente relacionadas, en todos los casos, esta sobreexposición o este olvido a su calidad artística.
Quedaría plantear, en busca de plantear un debate con argumentos, algunas cuestiones éticas más que musicales: ¿Dónde termina la canción como expresión artística de sentimientos humanos sublimados, y dónde empieza la canción como fórmula explotable económicamente? ¿Es posible que ambos conceptos vengan unidos? ¿Realmente la comercialidad y la calidad artística están reñidas?
Luis Carlos Ramirez Lascarro
@luiskramirezl
Sobre el autor

Luis Carlos Ramirez Lascarro
A tres tabacos
Luis Carlos Ramírez Lascarro (Guamal, Magdalena, Colombia, 1984). Historiador y gestor patrimonial, egresado de la Universidad del Magdalena y Maestrante en Escrituras audiovisuales en la misma universidad.
Autor de los libros: Confidencia: Cantos de dolor y de muerte (2025); Evolución y tensiones de las marchas procesionales de los pueblos de la Depresión Momposina: Guamal y Mompox (en coautoría con Xavier Ávila, 2024), La cumbia en Guamal, Magdalena (en coautoría con David Ramírez, 2023), El acordeón de Juancho (2020) y Semana Santa de Guamal, Magdalena, una reseña histórica (en coautoría con Alberto Ávila Bagarozza, 2020).
Ha escrito las obras teatrales Flores de María (2020), montada por el colectivo Maderos Teatro de Valledupar, y Cruselfa (2020), monólogo coescrito con Luis Mario Jiménez, quien también lo representa. Su trabajo poético ha sido incluido en antologías como: Quemarlo todo (2021), Contagio poesía (2020), Antología Nacional de Relata (2013), Tocando el viento (2012), Con otra voz y Poemas inolvidables (2011), Polen para fecundar manantiales (2008) y Poesía social sin banderas (2005), y en narrativa, figura en Elipsis internacional y Diez años no son tanto (2021).
Como articulista y editor ha colaborado con las revistas Hojalata, María mulata (2020), Heterotopías (2022) y Atarraya cultural (2023), y ha participado en todos los números de la revista La gota fría (No. 1, 2018; No. 2, 2020; No. 3, 2021; No. 4, 2022; No. 5, 2023; No. 6, 2024 y No.7, 2025).
Entre los eventos en los que ha sido conferencista invitado se destacan: Ciclo de conferencias “Hablando del Magdalena” de Cajamag (2024), con el conversatorio Conversando nuestra historia guamalera; Conversatorio Aproximaciones históricas a las marchas procesionales de los pueblos de la Depresión Momposina: Guamal y Mompox (2024); Primer Congreso de Historia y Patrimonio Universidad del Magdalena (2023), con la ponencia: La instrumentalización de las fuentes históricas en la construcción del discurso hegemónico de la vallenatología; el VI Encuentro Nacional de Investigadores de la Música Vallenata (2017), con Julio Erazo Cuevas, el juglar guamalero; y el Foro Vallenato Clásico (2016), en el marco del 49º Festival de la Leyenda Vallenata, con Zuletazos clásicos.
Ha ejercido como corrector estilístico y ortotipográfico en El vallenato en Bogotá, su redención y popularidad (2021) y Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020), donde además participó como prologuista.
Realizó la postulación del maestro cañamillero Aurelio Fernández Guerrero a la convocatoria Trayectorias 2024 del Ministerio de Cultura, en la cual resultó ganador; participó como Asesor externo en la elaboración del PES de la Cumbia tradicional del Caribe colombiano (2023) y lideró la postulación de las Procesiones de semana santa de Guamal, Magdalena a la LRPCI del ámbito departamental (2021), obteniendo la aprobación para la realización del PES en 2023, el cual está en proceso.
Sus artículos han sido citados en estudios académicos como la tesis Rafael Manjarrez: el vínculo entre la tradición y la modernidad (2021); el libro Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020) y la tesis El vallenato de “protesta”: La obra musical de Máximo Jiménez (2017).
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