Música y folclor
La champeta, una música de resistencia popular
Cada cierto tiempo la historia se repite y, en muchas ocasiones, volviendo a mostrar lamentables hechos de invisibilización social, discriminación y prohibición de lo periférico y minoritario, mostrándonos o recordándonos que vivimos una sociedad racista y colonial donde aún se ve a las expresiones que están fuera de la institucionalidad oficial, blanqueada y centralista, con desprecio e irrespeto.
El más reciente hecho de este talante fue llevado a cabo por un personaje de renombre y líder de opinión en lo cultural: el actual secretario de cultura del municipio de Valledupar, quien, desafortunadamente, ha arremetido en contra del baile de la Champeta, asegurando que es “sexo en el aire”, olvidando o desconociendo que las mismas expresiones fueron empleadas para descalificar y prohibir a las músicas de tambores en las fiestas de la Candelaria en Cartagena desde los tiempos de la colonia.
Antes de que la Cumbia fuera asimilada por la oficialidad, las cumbiambas (esos bailes populares de donde el mismo Tomás Darío Gutiérrez asegura se derivó la música vallenata “tradicional”) eran vistas como exponente de grosera vulgaridad e incitante a la lujuria, misma calificación que el secretario de cultura de Valledupar hace actualmente de esta música negroide y marginal.
Ahora, cuando no se considera que esas músicas, aceptadas o entronizadas como tradicionales, atenten en contra de la moralidad de los mojigatos que siguen viendo al cuerpo como fuente de pecado para el alma y le temen tanto a la sexualidad que nos ayuda a preservarnos como especie, Gutiérrez, en nombre de las élites, toma la posición del inquisidor que no sólo censura una expresión cultural que le es ajena, sino que pretende expurgarla del panorama cultural nacional asegurando que “no tiene raíces, no identifica a nadie, no es de nosotros, es una música comercial”; logrando con esto nada más que mostrarnos su arrogancia y su ignorancia ilustrada sobre los procesos que han llevado a la aparición y arraigamiento de la Champeta en amplios sectores urbanos y rurales, populares, del Caribe Colombiano.
A Gutiérrez Hinojosa se le olvida (como él ayudó a crear la falacia de que es una música tradicional) que el Vallenato es, también, una música popular surgida a partir de unas tradiciones de las cuales, en gran medida, también se alimenta la Champeta.
Al igual que ésta el vallenato sufrió de estigmatización, aunque más social que racial, y aunque las nuestras son ciudades pensadas sólo para ciertos elementos dominantes, no para la gente de la calle, para quienes hacen la cultura en la calle, la Champeta es poco probable que logre el reconocimiento que se le ha dado al Vallenato, a pesar de la identidad que genera y la dignidad que guarda como intento de resistencia al elitismo, la exclusión y la pobreza.
En su actitud descalificadora el actual director de la Casa de la Cultura de Valledupar deja ver que ignora que el PNUD de la ONU reconoce a la Champeta como una estrategia de reivindicación y visibilización de los pueblos afros de Cartagena, logro obtenido en el proceso que busca lograr que sea declarada como Patrimonio Cultural e Inmaterial no sólo de la Ciudad y el Departamento, sino a nivel nacional e internacional.
Asegurar que la Champeta no tiene raíces es desconocer el aporte Palenquero a la historia de la Champeta, lo que es muestra clara de sus raíces africanas presentes en los ritmos autóctonos que la han alimentado (Bullerengue, Mapalé, Zambapalo y Chalupa, primordialmente), fortalecidas y/o ensanchadas por los ritmos foráneos de claro origen africano (Socca, Zouk, Ragga Muffyn y Calypso, Primordialmente) con los que comparte, entre otras cosas, la difusión sonora por medio de los picós, conocido en el Gran Caribe como Sound Systems o Douk Machines. Negar esa interrelación e influenciamiento de doble vía entre estos ritmos que constituyen unas expresiones folclóricas contemporáneas de raíces afro es muestra clara de una ortodoxia recalcitrante que sólo relaciona lo folclórico con lo rural y nunca con lo urbano, por lo que es difícil para estos académicos ver las siguientes correspondencias: Los tambores son sustituidos por las cajas de ritmos, el recuerdo de la esclavitud o el cimarronaje por los relatos de la cotidianidad de la barriada, las danzas ya blanqueadas y ajustadas a las expectativas de normalidad por las demostraciones sexuales corporales explícitas, el traje supuestamente tradicional por los jeans (descaderados en las mujeres), las cotizas o abarcas por las zapatillas deportivas y la sala de espectáculos a la que se han reducido las expresiones dancísticas tradicionales por el solar cercado.
La champeta sin lugar a dudas es más que música, es más que sonidos, cantantes o bailes, representa una cultura urbana que demarca un legado de los africanos la cual se ha adaptado y consolidado como propia de una amplia parte de la población de la región, quienes hacen alarde de esta expresión musical como manifestación autóctona de su zona, su clase y/o su raza, que se enriquece con el paso del tiempo con los aportes y contribuciones de los nuevos exponentes, aunque, como muchos otros géneros, ha sufrido transformaciones propiciadas por las industria musical en busca de su expansión en un mundo globalizado que, en varios aspectos, la hacen muy diferente a sus inicios y crea confusiones con otros ritmos urbanos foráneos recién adoptados y etiquetados genéricamente como música urbana.
Finalmente, sugeriría al señor Gutiérrez Hinojosa y a cuantos miren con desprecio a esta música que se aproximen, con mente abierta a textos como: "La Champeta en Cartagena de Indias: terapia música popular de una resistencia cultural" de Leonardo Bohórquez, "Construcciones de identidad caribeña popular en Cartagena de Indias, a través de la música y el baile de Champeta", de Claudia Mosquera y Mario Provansal, "La Champeta la verdad del cuerpo", de Enrique Muñoz, “Fiesta de picó. Champeta, espacio y cuerpo en Cartagena, Colombia” de María Alejandra Sanz, “De Kinshasa a Cartagena, pasando por París: itinerarios de una 'música negra', la Champeta” de Elizabeth Cunin y “Champeta / terapia: más que música y moda, folclor urbanizado del Caribe colombiano”, de Nicolás Contreras, que a su vez los remitirán a otros que abordan con seriedad esta manifestación cultural que, como el rap en Estados Unidos, trasciende la música en sí para convertirse en una forma de bailar, vestirse, hablar y ser, tachada de vulgar por la alta cultura y estigmatizada como violenta por las autoridades, reiterando la exclusión y la subvaloración étnica -músicas negras- y de clase, que históricamente han mantenido y atizado las elites europeizantes.
Luis Carlos Ramírez Lascarro
@luiskramirezl
Sobre el autor

Luis Carlos Ramirez Lascarro
A tres tabacos
Luis Carlos Ramírez Lascarro (Guamal, Magdalena, Colombia, 1984). Historiador y gestor patrimonial, egresado de la Universidad del Magdalena y Maestrante en Escrituras audiovisuales en la misma universidad.
Autor de los libros: Confidencia: Cantos de dolor y de muerte (2025); Evolución y tensiones de las marchas procesionales de los pueblos de la Depresión Momposina: Guamal y Mompox (en coautoría con Xavier Ávila, 2024), La cumbia en Guamal, Magdalena (en coautoría con David Ramírez, 2023), El acordeón de Juancho (2020) y Semana Santa de Guamal, Magdalena, una reseña histórica (en coautoría con Alberto Ávila Bagarozza, 2020).
Ha escrito las obras teatrales Flores de María (2020), montada por el colectivo Maderos Teatro de Valledupar, y Cruselfa (2020), monólogo coescrito con Luis Mario Jiménez, quien también lo representa. Su trabajo poético ha sido incluido en antologías como: Quemarlo todo (2021), Contagio poesía (2020), Antología Nacional de Relata (2013), Tocando el viento (2012), Con otra voz y Poemas inolvidables (2011), Polen para fecundar manantiales (2008) y Poesía social sin banderas (2005), y en narrativa, figura en Elipsis internacional y Diez años no son tanto (2021).
Como articulista y editor ha colaborado con las revistas Hojalata, María mulata (2020), Heterotopías (2022) y Atarraya cultural (2023), y ha participado en todos los números de la revista La gota fría (No. 1, 2018; No. 2, 2020; No. 3, 2021; No. 4, 2022; No. 5, 2023; No. 6, 2024 y No.7, 2025).
Entre los eventos en los que ha sido conferencista invitado se destacan: Ciclo de conferencias “Hablando del Magdalena” de Cajamag (2024), con el conversatorio Conversando nuestra historia guamalera; Conversatorio Aproximaciones históricas a las marchas procesionales de los pueblos de la Depresión Momposina: Guamal y Mompox (2024); Primer Congreso de Historia y Patrimonio Universidad del Magdalena (2023), con la ponencia: La instrumentalización de las fuentes históricas en la construcción del discurso hegemónico de la vallenatología; el VI Encuentro Nacional de Investigadores de la Música Vallenata (2017), con Julio Erazo Cuevas, el juglar guamalero; y el Foro Vallenato Clásico (2016), en el marco del 49º Festival de la Leyenda Vallenata, con Zuletazos clásicos.
Ha ejercido como corrector estilístico y ortotipográfico en El vallenato en Bogotá, su redención y popularidad (2021) y Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020), donde además participó como prologuista.
Realizó la postulación del maestro cañamillero Aurelio Fernández Guerrero a la convocatoria Trayectorias 2024 del Ministerio de Cultura, en la cual resultó ganador; participó como Asesor externo en la elaboración del PES de la Cumbia tradicional del Caribe colombiano (2023) y lideró la postulación de las Procesiones de semana santa de Guamal, Magdalena a la LRPCI del ámbito departamental (2021), obteniendo la aprobación para la realización del PES en 2023, el cual está en proceso.
Sus artículos han sido citados en estudios académicos como la tesis Rafael Manjarrez: el vínculo entre la tradición y la modernidad (2021); el libro Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020) y la tesis El vallenato de “protesta”: La obra musical de Máximo Jiménez (2017).
1 Comentarios
En mi opinion personal estoy de acuerdo con el Dr. Tomas Dario Gutierrez, para nosotros en Valledupar es de total desagrado que nos quieran imponer un subgenero vulgar y degradante como la champeta, nosotros en Valledupar somo gente de buen gusto y nos parece que esas manifestaciones siempre serán para gente de bajo nivel cultural, tenemos el folclor mas representativo del pais como es el Vallenato, el unico en Colombia que ha sido declarado por la Unesco como patrimonio inmaterial de la humanidad, un folclor con una riqueza literaria unica que está por encima de estos pseudogeneros para gente analfabeta e ignorante de estratos sociales bajos que son los que escuchan la champeta. Uno entiende que por el cambio generacional se están perdiendo generos musicales valiosos como el bolero, la salsa, el merengue dominicano porque desgraciadamente los jovenes de ahora solo escuchan generos basura como el reggueton y la champeta, pero en Valledupar somos gente no burros para que nos quieran imponer esta basura de genero.
Le puede interesar

Los Granados, auténticos baluartes del Vallenato
Hoy en día dentro del ámbito musical del Vallenato, se ha hecho muy popular el término “Dinastía”, para aludir a algunas fa...

Cita del niño y el hombre legendario
Nació Samuel sobre un suelo mítico. Su cuna fue mecida al vaivén de armonías que supo después, cuando empezó a hacer uso conscien...

El Hatico, La Guajira, conmemora los 100 años del natalicio de Luis Enrique Martínez
Con una variada programación religiosa, académica, cultural y musical se conmemora este viernes 24 de febrero a partir de las 8:0...

El dúo Nuevo Mundo, de regreso al Mundial de Acordeones
Tras haber disfrutado de su magistral prestación musical en el IV Mundial de Acordeones de Valledupar, el Dúo Nuevo Mundo conformado ...

Lorenzo Morales, el juglar que dejaba su huella antes de poner el pie
Hace 13 años, el 26 de agosto de 2011, murió el juglar nacido en Guacoche, jurisdicción de Valledupar, teniendo la impronta de s...