Música y folclor

Pablo Flórez: la voz cantante del porro cantado

Enoin Humanez Blanquicett

15/08/2022 - 05:35

 

Pablo Flórez: la voz cantante del porro cantado
Con Pablo Flórez, el porro adquirió una nueva dimensión / Foto: créditos a su autor

 

El porro fue —en los años 50— el primer ritmo costeño al que se le concedió permiso de entrar —tanto en la costa como en el interior— a los bailes de salón de la aristocrática élite colombiana.

Cuando éste empezó a asomarse a los salones de baile, los poderosos del país preferían amenizar sus fiestas con “refinados pasillos, bambucos y torbellinos”. O en su defecto con ritmos extranjeros, como el tango, los corridos mexicanos, la rumba, el mambo y el bolero, los tres venidos de Cuba... Y cuando no, con ritmos de los Estados Unidos, como el fox, el swing, el blues y el charleston, con los que habían entrado en contacto a través del cine.

Otros ritmos que mandaban la parada eran el vals, la polca, la mazurca y la bossa-nova. En medio de ese universo de refinamiento, el porro “era visto como un ritmo casi pecaminoso que incitaba a una desaforada alegría”, y por eso su baile “se limitaba al bajo pueblo” (Semana).

En medio de ese universo de prejuicios y prevenciones aparecieron cinco orquestas: las orquestas de Pedro Lassa y sus Pelayeros, en Cartagena, de Lucho Bermúdez, en Bogotá, de Pacho Galán, en Barranquilla, y las orquestas venezolanas La Billo’s Caracas Boys y Los Melódicos.

Estos grupos ayudaron al porro a abrirse camino en los salones frecuentados por la gente encopetada, lo cual le confirió los títulos de nobleza que le permitieron obtener el derecho a comprar casa alrededor de la plaza principal, al lado del bambuco, el pasillo y el torbellino; tres ritmos interioranos catalogados por aquella época como la fina flor de la música colombiana.

Según el redactor de la nota de Semana de 1949, el porro y sus parientes costeños se fueron imponiendo en la capital y las otras regiones del interior del país por varias razones: 1) la abundancia de buenos compositores en la costa y la falta de compositores activos en los géneros del interior; 2) el fondo sensual que rodeaba su baile; 3) su instrumentación dirigida al formato de las grandes orquestas, y 4) su condición de música alegre, que podía bailarse sin seguir un protocolo formal.

Respecto a los compositores, entre los grandes compositores que emergieron en el universo del porro, en Córdoba hay que destacar a Antolín Lenes y Pablo Flórez: los tambores mayores de un grupo de músicos de Ciénaga de Oro, que al lado de El Cabo Herrán, Francisco Zumaqué Nova y Noel Petro dieron a conocer la música cordobesa a nivel nacional e internacional y contribuyeron a su comercialización.

Después de la desaparición de Antolín Lenes, el 27 de abril de 1976, la dinámica creativa que rodeaba al grupo de Ciénaga de Oro disminuyó considerablemente y Pablo Flórez, a pesar de su notoriedad como compositor e instrumentista, vivió un periodo de altibajos. En la segunda mitad de los años 90, Flórez volvió a ganar espacio en la escena pública gracias a la valorización de su música por sectores ligados al mundo universitario y a la promoción y difusión de la cultura sinuano-sabanera.

Según el investigador folclórico William Fortich, con Pablo Flórez el porro “adquirió una nueva dimensión”. Fortich considera que sin él y Joe Arroyo “la música del Caribe ya no será igual”. El cronista cultural Miguel Ángel Castilla Camargo lo consideró como “el principal referente (...) de la cultura local” del Sinú y dijo de él que era “un poeta de pocas pretensiones materiales”. Por su parte Juan Manuel Roca y Alejandro Torres lo llamaron “cronista de unas tierras donde se cruzan lo imaginario y lo real”.

Como la mayoría de compositores de su época, Pablo Flórez fue un músico versátil, que compuso canciones en una diversidad de ritmos, entre los que se cuentan el porro, el fandango, el tango, el valse, el pasillo, la ranchera y el bolero (El Factor X). Sus canciones insignias fueron “La aventurera” y “Los sabores del porro”. Ésta última le abrió las puertas, que lo condujeron a convertirse en los últimos años de su vida en la figura de mayor relieve en el género del porro cantado. Su desaparición se produce en un momento en que el porro —en todas sus manifestaciones— vive un periodo de reflujo, pues los creadores con talento y los intérpretes apasionados y de calidad parecen cada vez más escasos.

 

Enoin Humanez Blanquicett

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