Música y folclor
Los gloriosos tiempos de Jorge Oñate (1)
Por obra de una simple casualidad, de esas que nos llenan de satisfacción y nos alegran el espíritu, tuve la oportunidad de conocer a Jorge Oñate a comienzos de diciembre de 1978, época en que el destacado cantante se encontraba en la plenitud de su carrera musical y ya había escalado todos los niveles de la fama, que lo han mantenido incólume en el mundo vallenato durante casi cincuenta años.
El episodio ocurrió en el destartalado ferry que en ese entonces trasportaba los carros entre las poblaciones ribereñas de Plato, Magdalena, y Zambrano, Bolívar. Por esos tiempos, aún era remota la construcción del añorado puente vehicular entre estas poblaciones, un fabuloso proyecto que se cristalizó años más tarde, en el gobierno de Ernesto Samper Pizano, y fue bautizado con el nombre de Antonio Escobar Camargo, en honor a uno de los personajes de la política más ilustres y apreciados del antiguo departamento del Magdalena.
Yo regresaba de la histórica villa de San Sebastián de Tenerife, adonde había viajado el día anterior con uno de mis hermanos mayores a realizar una rápida diligencia familiar. Apenas subimos al inservible planchón y se inició la travesía por el majestuoso río Grande de la Magdalena, los pasajeros descubrieron que “El ruiseñor del Cesar”, quien había descendido de su vehículo para presenciar la belleza del paisaje fluvial, se encontraba a bordo. Los fanáticos y curiosos lo rodearon de inmediato, al tiempo que lo saludaban, lo veneraban y le solicitaban autógrafos en papeles improvisados. Me venció la curiosidad por conocerlo, y, también me acerqué, como uno de sus fervientes admiradores, a estrecharle la mano y a expresarle mi devoción por la singularidad de sus canciones. De entrada, me sorprendieron la frondosidad de su lacia cabellera, la impronta de su perfil oriental y, sobre todo, la prominencia de su nariz aguileña.
El artista viajaba acompañado del acordeonista codacense Raúl “El chiche” Martínez, con quien se había unido a finales de ese año, tras su repentina separación del recordado Colacho Mendoza, y acababan de lanzar al mercado el elepé “El cambio de mi vida”, álbum que, como era de esperarse, se convirtió en el acontecimiento musical en ese fin de año. Muy felices los viajeros ocasionales con la presencia del renombrado cantante, pudieron escuchar durante el corto recorrido, gracias a la casetera del vehículo, las composiciones estelares del larga duración: “El cambio de mi vida” de Edilberto Daza, “Corazón chantajista” de Beto Murgas, “Amor comprado” de Armando Zabaleta, “El Copete” de Rafael Escalona, “Dos corazones” de Julio Oñate Martínez y “Nido de amor” del compositor patillalero Octavio Daza, canción que pasó a convertirse en uno de los temas más aclamados y bendecidos por la comunidad vallenatófila.
En medio del fervor inusitado, el cantante hizo gala del encanto y la elocuencia de su voz, acompañando algunos versos de los discos, que sonaban a todo volumen en el pasacinta de la camioneta y se esfumaban lánguidamente con la brisa de la corriente impetuosa. Aprovechó para contar que, a partir de esa noche sabatina, realizaría un tour de presentaciones en El Carmen de Bolívar y en otros municipios de la cercanía. Manifestó su satisfacción por la pulcritud de su último trabajo y su gran acoplamiento con “El Chiche” Martínez, el acordeonista de turno. Terminado el recorrido, con un ligero saludo de mano volada se despidió de todos. Mi hermano Amaranto, un conductor veterano y residente en Venezuela, se apresuró a desembarcar primero y fue seguido por el carro del cantante. Al rato me dijo: “Vamos a joderlo, llenémosle a ese coño la cara de tierra”. Y esto lo hicimos en un largo trayecto, gracias al pésimo estado de la polvorienta carretera.
Algunos meses después, pude apreciarlo nuevamente y admirar su insuperable talento musical, en una presentación que realizó en el antiguo Club Safari de Sincelejo, ciudad donde yo me había radicado a ejercer la docencia en 1977. Para esa época mi admiración por “El ruiseñor del Cesar” era absoluta, y ésta se había iniciado en 1970, cuando se convirtió en el vocalista estelar del recordado conjunto de los hermanos paceños Pablo y Miguel López. La aparición de Jorge Oñate ese año fue una verdadera revolución en la música vallenata, la cual alcanzó su máximo esplendor con la publicación del elepé “Lo último en vallenato”, donde hicieron historia los temas “Recuerdos”, “Diciembre alegre” y “Vámonos compañera” de Emiro Zuleta Calderón, “Berta Caldera” y “Secreto raro” de Luis Enrique Martínez, “El siniestro de Ovejas” de Carlos Araque y el fabuloso paseo “Mis viejos” del reconocido cantautor Alfonso “Poncho” Zuleta.
Y puedo afirmar, con toda certeza, que, en esos momentos, la inmensa fanaticada vallenata, dispersa a lo largo y ancho del país, y acostumbrada a bailar y parrandear con los discos de las series “Romances vallenatos” y “Rebelde del acordeón”, y los álbumes “La cuñada”, “La Cañaguatera”, “Matilde Lina” y “Mi acordeón bohemio” de Alfredo Gutiérrez, quien figuraba como el cantante más prodigioso, versátil y taquillero de la época, hizo un alto en el camino para apreciar, valorar y calificar la voz del nuevo cantante, oriundo de La Paz, cuya tesitura rítmica, embellecida con una claridad impecable y una tonalidad armoniosa, muy pronto lo situaron en la cúspide de la vocalización y lo bautizaron con el regio calificativo de “El ruiseñor del Cesar”. Desde entonces, la arista musical de Jorge Oñate ha transitado por los senderos del éxito, y sus cientos de canciones se han mantenido perennes en la música colombiana.
Eddie José Daniels García
Sobre el autor
Eddie José Dániels García
Reflejos cotidianos
Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.
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